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4. Teresa Guerrero

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Julián Templado había olvidado el mensaje que le había enviado Teresa Guerrero la noche anterior citándole en el teatro: al entrar en el hotel, medio dormido, preguntó, como de costumbre, al conserje de noche:

–¿Hay algo?

Diole este el recado de la actriz; tras ojearlo se lo metió en el bolsillo del gabán y subió, ya en el limbo, los cinco pisos que le trasportaban, en volandas del sueño, a su cama. No hizo ningún esfuerzo por grabar la cita en su flaca memoria. Además, quién sabe si en los laberintos de sus primeras y segundas intenciones y claroscuro de sus deseos, se medio formó la intención de probar si castigándola conseguía algo, irritando su vanidad y haciéndose presente por su falta: idea que no hubiese resistido un momento de lucidez.

La verdad: que se le pasó la hora; muy a gusto en el café hablando deshilvanadamente con Hope.

Willy Hope creía que la verdadera razón de la guerra había que buscarla en la reforma agraria; que todo hubiese podido resolverse «parlamentariamente»;38 que, en general, la culpa era de los españoles, que prefieren las soluciones rápidas, y lo rápido siempre es violento.

–No sabéis esperar –decía. Desesperados, pensó Julián.

–Y eso que la mayoría de vosotros no sabéis qué hacer con el tiempo. Cortáis los nudos. Os gusta cortar por lo sano –Hope hablaba con cierta dificultad, repitiendo verbos.

–Y claro, produce sangre –contestó Templado–. Sí, es posible que la paciencia no sea virtud española. Para convencer, sajar.

–Cirujanos de vocación. No tenéis medio.

–Ni remedio.

–Sois intolerantes por falta de paciencia, no por el hondo sentir. San Vicente Ferrer es santo por haber convertido cuatro mil judíos de golpe. O todo o nada, lo cual alaba el orgullo, que esa sí que es virtud de tu país. Despreciáis la muerte por chulería. Aquí, los grandes hechos históricos presentes en la memoria del pueblo no son ni Flandes, ni Orán, ni la conquista de América, sino Sagunto, Numancia o Zaragoza. No os importa tanto la victoria, como el quedar como Dios. Y del orgullo a la crueldad solo hay un paso.

–Raíz del orgullo: no querer oír –comentó Templado.

–A pesar de eso algún día os tendréis que poner de acuerdo.

–¿Con quién? ¿Con Franco? No cedemos ante las componendas. El perdón después de la victoria, ese es otro cantar.

–Pues si vosotros sois los vencidos me parece que podréis esperar sentados. O colgados.

–¡Bah! ¡Quién sabe! La diferencia entre Burgos y esto, como me decía un compañero suyo que ha estado en las dos zonas: «Que allí hay muchos italianos y aquí no».

–Fíese. Ud., ¿es comunista?

(Se conocían poco y, a veces, se hablaban de tú, otras de Ud.).

–¿Yo? ¿A qué santo? ¿Por qué?

–No sé. Creo que me lo había dicho esea, un amigo suyo que está en La Vanguardia. ¿Cómo se llama? Bueno, no importa.

–Ahora dicen de uno: es comunista –o de la CNT–, igual que antes: es carpintero, u hojalatero o albañil. No soy comunista por mil razones: la primera porque soy español y el comunismo triunfante representaría una hegemonía rusa en el mundo, de la misma manera que una dictadura católica sería una hegemonía italiana. Soy regalista. La segunda o la milésima, porque el hombre, piensan, como hegelianos que son, no llega a serlo más que por la cultura y la disciplina. Y la disciplina les ha escondido el bosque. A mí la civilización me tiene bastante sin cuidado; me importa el hombre. El comunismo solo conoce lo que le conviene. A mí me parece muy bien: pero allá él. Un burgués y un comunista evalúanb el individuo según su rendimiento, yo no. El katetón es para ellos el todo: la libertad y la ética les tiene sin cuidado, a mí no. Dicho sea de paso, es con los únicos con quienes me entiendo, porque son decentes, trabajadores, disciplinados, que es lo que pido a los demás.

Pasaba el camarero a tiro y Hope levantó el índice y el medio indicando que reincidiera en el servicio.

–Basta que piense algo para que me ponga a luchar en contra –siguió Templado.

Callaron mientras les servía el mozo.

Campo de sangre

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