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7. Todo es hablar
Оглавление31 de diciembre de 1937 Las diez y media
Salieron a la calle y enfilaron hacia el paseo de Gracia. Sancho se despidió; iba a la redacción de La Vanguardia.
Para los paseantes, el frío se había disipado al conjuro del vino. Las calles estaban desiertas, los cuatro iban hablando, deteniendo, de vez en vez, el lento caminar por el medio de la calle.
–El recrudecimiento de videntes, echadoras de cartas, se debe a la inestabilidad de las instituciones –dice Rivadavia–. Pesimismo, jóvenes. Inseguridad y creencia en la fortuna; parto del mundo, paso de una época a otra. Videntes a la vista: ¿niño o niña? Por ahora sale ambiguo. Cuando haya orden las líneas de la mano dejarán de florecer. Pero en cuanto arde Troya todos quieren ganar a la lotería de la fortuna. Ahora mismo, en Barcelona, las echadoras de cartas ganan el dinero que quieren. Y no digamos en París.
Intervino Herrera:
–Malorum causa,69 dijo David, y tiró el arpa. Conejos de plata. Marañones.70 Déjalos que volverán… si son de ley, y como son falsos, santas pascuas. No pasan aquí, ni en Sevilla.
–Yo creo en el destino, en la fatalidad, en las líneas de la mano, en los horóscopos, en el hado, en la fortuna –dijo Templado–. Y en el padre de todos: don Azar.
–Suerte y ventura –anota Cuartero.
–Sí –recalcó Rivadavia– y virtud. El honor es virtud y la virtud honor. Creemos en la virtud por estoicos e increencia en el cielo. Que si no el honor lo lavaría Dios. No hay santos más santos que los laicos.
–Ni más pesados –comentó Templado–. Ahora bien, quizá la pesadez es virtud en los cielos.
–Nuestra dignidad de hombres decanta del descreer. Nos bastamos –siguió Rivadavia.
–Nos sobramos –dijo Cuartero.
–Como quieras, nos bastamos a nosotros mismos y sobramos a los demás. Individualismo – siguió Rivadavia–. Debemos a los estoicos más de lo que queremos suponer. Igual que los de Burgos. Los fachas de verdad no creen en Dios. Creen que ellos son Dios. Si los curas que les sirven creyeran en Dios, no les servirían. Les sirven como si ellos fuesen Dios. Ya no distinguen entre Dios y César, porque el César es Dios. Dios, generalísimo de esta cruzada, que dijo Pemán.71 Por eso nuestros falangistas buscan tanto los fastos de la Iglesia: viene a ser el lujo cortesano de su régimen.
Templado: –Pero los medios, la Iglesia, podrá con ellos. Ellos son caudillistas. En España nunca hubo partidos, sino jefes políticos. Entre nosotros no hay socialistas: se es de Largo, de Prieto. Y los demás: aquel, de Azaña; este otro, de Nicolau.72 Así está hecha España. A los comunistas, ¿no les dicen los hijos de Pepe Díaz? Por eso no creo en la posibilidad de una victoria comunista en España. Como no creo en los anarquistas. Pertenecer a un partido es pagar una cuota, aceptar vagamente un programa. Los comunistas lo entienden de otra manera como antes los de la FAI.73 No aceptan durmientes. Lo que llevamos en la sangre es el caudillismo y el cacicazgo. Estamos acostumbrados a que nos gobiernen siguiendo voluntades y no doctrinas. Un liberal y un socialista no dejan sus manías, sus costumbres, ni sus afectos por el Partido. Un comunista ciega por su Partido, se cierra a banda. El comunismo es una religión, una obligación de conciencia, un deber, con sus normas, con su infalibilidad, sus observancias. El hombre deja de ser profesor, carnicero o albañil. Un comunista es, ante todo, un peón del Partido. La masonería no se atrevió a tanto.
–Y por eso fracasó –dijo Herrera, a quien los demás miraban de soslayo, porque no se les escapaba que Templado hablaba por oírle–. Y los intereses particulares vinieron a primer término, el culto se quedó en externo, la práctica en una vaga ayuda o camaradería…
Herrera se calló. Conocía demasiado a los que le acompañaban para dejarse ir a una discusión.
–Con los socialistas –enlazó Rivadavia– puede uno entenderse porque siempre les queda un resquicio en el cual puede uno acoplarse; con los comunistas, no.
–Bah –dijo Herrera–, os emborracháis todos con lo eterno, lo inmenso, el infinito y sus estrellas, inventáis filiaciones, hontanar de las cosas materiales, complicadas genealogías en las cuales os enredáis y que luego, para no complicar, aceptáis de golpe, dispuestos a dejaros degollar por mantenerlas firmes; todo eso es poesía, tabús. Y así vive el idealismo, del miedo de herir sueños. ¿Qué respetan los españoles? El valor individual, poca cosa más. Es lo único que se nos impone. Porque a nosotros no hay quien nos la dé con queso. El valor se prueba en la acción: en la acción directa. Un valor a prueba de bomba.
–Pasamos sin más de la flaqueza a la violencia –dice Rivadavia– por solo miedo de la primera. Lo temerario parece bizarro; la templanza, falta de arrojo cuando no traición. El no llevar las cosas a rajatabla se tiene como incertidumbre o alifafe. Los más dudosos se muestran los más extremados por miedo del qué dirán. Caen rendidos en su propia sangre a menos de tomarle gusto.