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5. Influencia de la neuropsicología afectiva

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No educar las emociones es como no educar la mitad del cerebro

(Álvaro Bilbao)

Como profesionales de la salud mental, es fundamental que conozcamos los mecanismos neurológicos del funcionamiento emocional. Gracias a los avances de la neurociencia, se ha constatado la eficacia y fiabilidad de la psicología clínica. Ya son muchos los campos en que los científicos evidencian que las relaciones familiares y sociales moldean nuestro cerebro, al igual que lo hace la psicoterapia, a través de los mecanismos cerebrales de la plasticidad cerebral. En los conocidos trabajos de Jorge Barudy14 o de Boris Cyrulnik, desde un modelo ecosistémico, se describen los efectos neuroendocrinos de los buenos tratos en el niño, así como el efecto de los malos tratos en el cerebro (sistema límbico, corteza prefrontal, córtex racional…), y se evidencian en lo que la literatura nos recuerda como unánime sobre los numerosos estudios y avances que relacionan la gestión emocional con el funcionamiento cerebral (LeDoux, Damasio, Siegel, Goleman, Rizzolatti…).


Aunque sabemos que nuestro cerebro está formado por complejas estructuras interconectadas con otras áreas de este, podemos afirmar que no existen dos cerebros iguales y que, de manera sencilla, se conocen tres áreas en nuestro cerebro que determinan nuestra conducta, cuyo funcionamiento debemos conocer en nuestro trabajo clínico. Estas son:

Cerebro primitivo o reptiliano. Es el más arcaico de todos y el que gestiona nuestros instintos básicos de supervivencia, los más primitivos, generando conductas impulsivas.

Cerebro emocional o sistema límbico. El sistema límbico es el responsable de regular nuestras emociones, determinar lo que merece ser aprendido y de qué modo ha de ser memorizado, dependiendo de las sensaciones que nos produce cada situación, agradable-desagradable.

Cerebro racional o corteza prefrontal. Es el más complejo; en él reside el pensamiento lógico y analítico, nuestra capacidad de pensar de forma más abstracta y de la inmediatez. Implica el pensar, planificar, el lenguaje, lo simbólico…

Como señala Richard Davidson15, doctor en Neuropsicología, profesor de Psicología y Psiquiatría en la Universidad de Wisconsin e investigador de las bases de las emociones, las estructuras del cerebro pueden cambiar de acuerdo con los estados emocionales, ya que accediendo a nuestros circuitos neurológicos podemos cambiar nuestro día a día. De este modo, desde una base científica del conocimiento sobre el funcionamiento cerebral de la conducta, la psicopatología, así como sobre las teorías de la construcción de la personalidad, a partir del abordaje del trabajo terapéutico en «clave emocional», se trata de acompañar a las familias garantizando una metodología de trabajo contrastada.

Por lo que respecta a las emociones básicas, no debemos catalogarlas como «buenas» o «malas», ya que, como seres humanos, las emociones más desagradables tienen una función adaptativa, que nos permite prevenir riesgos, elaborar duelos, procesar la información que nos llega de nuestro entorno y protegernos. Son respuestas adaptativas neuroquímicas que, como ya decía Darwin, nos permiten evolucionar como especie. Pero para ello es importante disponer de un grado de autoconciencia que nos permita ser libres para elegir modificar nuestra manera de vincularnos en los diferentes sistemas donde convivimos, así como mantener una coherencia entre lo que sentimos y lo que expresamos, además de una automotivación y un nivel de empatía y habilidades sociales que nos mantengan en contacto con el otro. En consecuencia, estas competencias emocionales, con frecuencia son hasta más necesarias que tener un alto coeficiente intelectual, ya que permiten lograr una inteligencia emocional16 que garantice un nivel de bienestar y garantizar nuestra calidad de vida.

Manual de psicoterapia emocional sistémica

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