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ОглавлениеCAPÍTULO 6
Una vez descargado el Scout, India recorrió uno por uno todos los cuartos de la casa que pertenecía a los McCray. A diferencia de la frígida ostentación decorativa de la casa de Big Barbara en Mobile, la sorprendió el estilo hogareño pero de buen gusto que imperaba en Beldame. Luker le explicó que habían redecorado la casa de vacaciones cuando la compraron en 1950 y que, salvo por los reemplazos de tapizados, almohadones y cortinas que el aire salado del mar indefectiblemente estropeaba, no la habían tocado desde entonces. Lo único que faltaba, según India, eran alfombras sobre los pisos de madera, pero Luker dijo que era imposible mantenerlas limpias en una casa que se llenaba de arena todo el día.
La planta baja de las tres casas de Beldame constaba de tres espaciosas habitaciones: de un lado, un living cuya longitud abarcaba el frente de la casa y, del lado opuesto, un comedor al frente y una cocina al fondo. El único baño había sido construido en una esquina de la cocina. En el primer piso había cuatro dormitorios en las esquinas, cada uno con dos ventanas y una sola puerta, que daba a un pasillo central. Una escalera angosta bajaba a la planta baja, y un tramo de escalones todavía más angosto subía al segundo. El segundo piso de todas las casas consistía en una única habitación angosta, con una ventana en cada extremo, destinada a los sirvientes.
A India le dieron el dormitorio del primer piso al frente, que daba al Golfo y tenía una fascinante vista lateral de la destructiva duna que estaba devorando la tercera casa. Había una cama doble de hierro con incrustaciones de metal, un tocador pintado, una cómoda, un escritorio de mimbre y un armario grande.
Mientras India desempacaba, su padre entró en la habitación. Se sentó en el borde de la cama y puso un rollo de película en su Nikon.
—¿En qué cuarto estás? —le preguntó India.
—En aquel —dijo Luker, señalando la pared compartida con el otro dormitorio ubicado en el frente de la casa—. Es mi cuarto desde 1953. Big Barbara ocupa el que está en diagonal a este, contiguo al mío. Entonces —dijo, levantando la cámara y tomando un par de fotos de su hija parada delante de la valija abierta—, ¿te gusta Beldame?
—Me gusta muchísimo —dijo India en voz baja, como dando a entender que era algo más que gusto.
—Ya me parecía. Aunque esté muy lejos. —India asintió—. Eso es muy típico de Nueva York, ¿sabes?
—¿Qué cosa? —preguntó India.
—Desarmar la valija antes que nada.
—¿Y por qué es muy típico de Nueva York? —preguntó a la defensiva, irguiéndose entre la valija y la cómoda.
—Porque cuando termines la cerrarás de golpe y la meterás bajo la cama, estas casas no tienen roperos, supongo que lo habrás notado, y dirás para tus adentros: “¡Ahora sí que puedo ocuparme de mis cosas!”.
India soltó una carcajada.
—Es cierto. Supongo que estaba pensando en Fire Island.
—Sí —dijo Luker—. Pero en la isla nos quedábamos solo dos o tres días cada vez… Gira un poco a la derecha, estás en la sombra. Y solo Dios sabe cuánto tiempo nos quedaremos aquí. Por si no te diste cuenta, debo recordarte que no hay mucha diversión en Beldame.
—Será peor para ti que para mí. —India se encogió de hombros—. Al menos yo no tengo edad suficiente para nada…
—No te preocupes —dijo Luker—. Toda mi vida he venido aquí, al menos hasta que naciste tú. Esa mujer, como la llama Barbara, esa mujer y yo vinimos aquí una vez, como parte de nuestra luna de miel, pero ella odió el lugar y dijo que no regresaría jamás. Nos quedamos solo el tiempo necesario para concebirte.
—¿Qué? ¿Piensas que fue aquí?
Luker se encogió de hombros.
—Creo que sí. Esa mujer y yo cogíamos como conejos antes de casarnos, por supuesto, pero en aquella época ella tomaba anticonceptivos. Se le acabaron durante la luna de miel… y no me dijo nada, por supuesto. Cuando me enteré tuvimos una pelea grandísima y no volvimos a tener sexo durante más o menos dos meses… Por eso, calculando fechas, es probable que hayas sido concebida aquí.
—También estás diciendo que fui un error, ¿no?
—Por supuesto, no puedes pensar que yo deseaba tener un hijo…
—Entonces es muy raro —dijo India.
—¿Qué es muy raro?
—Que yo haya sido concebida aquí y que esta sea la primera vez que vuelvo desde entonces.
—No creo que recuerdes mucho de aquella primera vez.
—No —respondió India—. Pero el lugar tampoco me resulta completamente extraño.
—Cuando tu madre dijo que odiaba Beldame… supongo que recién ahí comprendí que algo andaba mal en nuestro matrimonio. De todos modos, por una cosa u otra, yo tampoco regresé desde entonces… Es raro estar aquí.
—¿Te trae muchos recuerdos?
—Por supuesto —dijo Luker. Le hizo señas para que se acercara a la ventana. India, que había posado para miles de fotos tomadas por su padre y los amigos de su padre, obedeció sin inmutarse y adoptó las poses y las expresiones que sabía que le agradaban—. Pero —dijo Luker mientras probaba distintos grados de exposición— solo quería advertirte que no encontrarás muchas cosas para entretenerte.
—Lo sé.
—Y si la cosa se pone demasiado fea, hazme una señal y te sirvo algo fuerte.
India frunció el ceño.
—Las bebidas fuertes me marean.
—Era un chiste. No necesitarás nada aquí.
Las aguas del Golfo rompían ruidosamente contra la orilla y tenían que levantar la voz para escucharse. El agua traía viento, y las delgadas cortinas envolvieron el cuerpo de India.
—Las pinturas de la pared son todas mías —dijo Luker—. Solía pintar cuando venía aquí. En aquella época pensaba que sería pintor.
—Las pinturas son una mierda —dijo India con indiferencia—. Pero eres buen fotógrafo. ¿Por qué no sacas estos cuadros y cuelgas algunas fotos?
—Quizá lo haga. Tal vez sea mi proyecto para este año, si reúno energía suficiente. Tengo que advertírtelo: Beldame es un lugar de energía muy baja. Solo se pueden hacer dos cosas por día, y una de ellas es levantarse de la cama.
—Yo sé cuidarme, Luker. No tienes que preocuparte por mí. Traje ese bordado que quiero colgar sobre mi cama en casa y me llevará todo el tiempo del mundo. Siempre que no me falten aguja e hilo estaré bien.
—De acuerdo —dijo Luker, aliviado—. Prometo no preocuparme por ti.
—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos?
Luker se encogió de hombros.
—No lo sé. Depende. No te pongas ansiosa.
—No estoy ansiosa. ¿Pero de qué depende?
—De Big Barbara.
India asintió. La renuencia de Luker a discutir el asunto le dio a entender que no era el momento oportuno para hacerlo. India terminó de desempacar, cerró la valija y la deslizó bajo la cama. Se sentó frente al tocador y Luker empezó a tomarle fotos con su reflejo.
—Párate junto a la ventana —dijo unos segundos después—. Quiero tener el golfo de fondo.
Pero en vez de ir a la ventana que daba al agua, India se paró junto a otro marco y miró hacia la tercera casa, a pocos metros de distancia. Un cuadrado de arena imperturbable separaba las dos mansiones.
—No puedo dejar de pensar en esa casa —dijo India—. ¿Quién es el dueño? ¿Pertenece a los Savage?
—Creo que… —dijo Luker dubitativo.
—Es una locura. Hay solo tres casas en Beldame y hace treinta años que vienes aquí… ¿y no sabes quién es el dueño de la tercera casa?
—No.
Luker no paraba de tomarle fotos; se movía rápido para captarla desde distintos ángulos. Más específicamente desde ángulos que no tuvieran como fondo la tercera casa, advirtió India.
—Bajemos a sentarnos afuera. Quiero que me cuentes cosas de Beldame. Prácticamente has mantenido este lugar en secreto para mí. ¡Nunca me dijiste que teníamos algo tan maravilloso!
Luker asintió y pocos minutos después estaban sentados en la hamaca que colgaba de la cúpula sudeste de la galería. Desde allí solo veían el golfo y, si se daban vuelta, la casa de los Savage; pero era imposible ver la tercera casa desde esa esquina de la galería. India aplaudió un mosquito entre sus manos y preguntó:
—¿Cuándo se construyó Beldame?
—El tatarabuelo de Dauphin construyó las tres casas en 1875. Una para él y su segunda esposa, otra para su hermana y el marido, y otra para su hija mayor y el esposo. Y todos tuvieron hijos. Probablemente decidió utilizar el mismo plano para todas las casas para evitar discusiones sobre a quién le había tocado la mejor… O tal vez fuera tacaño y nada más. Por supuesto que no era barato conseguir mano de obra y materiales en 1875. Deben haber traído todo en barco desde Mobile, supongo, o desde Pensacola. Ojalá supiera más sobre los detalles de la construcción… eso sería lo más interesante de todo. Quizá Dauphin sepa dónde están los registros: los Savage jamás se deshacen de nada. —Luker miró de reojo a su hija para ver si seguía interesada en la historia. India comprendió y asintió para que continuara con el relato—. De todos modos —prosiguió—, las tres familias acostumbraban permanecer aquí desde mediados de mayo hasta mediados de septiembre. Debían ser unos veinte, sin contar a los sirvientes e invitados. No porque este lugar fuera mucho más fresco en verano, sino porque Mobile era insalubre. Muchísima gente moría de fiebre de los pantanos. Y las casas fueron pasando de una generación a otra en la familia Savage. Durante la Depresión se vendieron dos, esta y la tercera… Aunque, si quieres saber mi opinión, te diré que los Savage fueron unos tontos al no conservar esta, la que mira al golfo. Lawton y Big Barbara la recuperaron en 1950 de una gente apellidada Hightower, que les debía dinero. Lawton aceptó la casa como pago… o parte de pago. Empezamos a venir todos los años y nos quedábamos casi todo el verano con Big Barbara. En aquella época Big Barbara y Marian Savage se hicieron grandes amigas. Y quedaron embarazadas de Leigh y Mary-Scot al mismo tiempo. Y por supuesto que Dauphin, Darnley y yo nos pasábamos el día entero jugando. Darnley era de mi misma edad.
—¿Así que en aquella época tampoco se quedaba nadie en la tercera casa?
Luker sacudió la cabeza.
—No desde que yo vengo aquí. No siempre estuvo cubierta de arena como ahora, por supuesto. No creo que hayan pasado veinte años desde que eso empezó. Antes, el lugar estaba cerrado y no venía nadie. No recuerdo exactamente cuál era la historia. La casa se vendió durante la Depresión, como te decía, y la gente se quedaba aquí. Pero no se quedaban mucho… creo que era eso. Compraron la casa, pero nunca la usaron, y, cuando los Savage recuperaron parte de su dinero en la Segunda Guerra, creo que compraron de vuelta la casa. Fue más o menos así: Dauphin podrá darte mayores detalles.
—¿Por qué dejaron de venir los que compraron la tercera casa? ¿Ocurrió algo?
—No lo sé —dijo Luker encogiéndose de hombros—. No recuerdo la historia. Es raro volver a pensar en todo esto, veo que he olvidado muchísimas cosas. Después de venir aquí varios años seguidos nacieron Leigh y Mary-Scot, y unos años después Darnley empezó a pasar los veranos en un campamento de veleros en Carolina del Norte. Fue entonces cuando nos hicimos íntimos con Dauphin. Yo le llevo tres años. Es gracioso que la llamemos la tercera casa, pero siempre la llamamos así. Antes me daba mucho miedo, y a Leigh también. Por eso mi dormitorio está donde está… porque desde allí no se ve la casa. Tenía miedo de despertar en mitad de la noche y mirarla, temía que hubiera algo viviendo allá adentro.
—Pero me instalaste en una habitación que mira a esa casa —dijo India.
—Pero tú no tienes miedo —dijo Luker—. Te crie para que no temieras esa clase de cosas.
—¿Hay mucha más arena ahora que cuando estuviste por última vez?
Luker titubeó antes de responder. Mató una pulga de la arena que tenía en el brazo.
—No lo sé —dijo—, tendría que ir a ver.
—Vayamos —dijo India—. Quiero ver cómo es. Trae tu cámara para tomar fotos. Tal vez si entramos podrás tomarme fotos en una habitación llena de arena hasta la mitad… ¡sería genial!
—Ah —dijo Luker con suavidad—. No te apresures tanto, India. Tenemos todo el tiempo del mundo. Hay tan pocas cosas para hacer en Beldame que quizá te convendría ahorrar algo de entusiasmo para cuando estés realmente aburrida. —Apoyó los pies contra las tablas del piso e impulsó la hamaca en un ancho arco lateral. Por la ventana abierta de la casa Savage escuchaban a Odessa acomodando los víveres en los estantes de la cocina.