Читать книгу Gris - Miguel Audiffred - Страница 10
ОглавлениеPoco después me hicieron saber que, debido a los daños ocasionados por la persecución en el club exclusivo, estaría un tiempo en período de prueba, lo que significaba que iba a tener que hacer unos encargos extra, pero nada que estuviera relacionado con armas o con sometimientos o con cualquier otro tipo de tortura para recabar información. El memorándum indicaba que, en lugar de todo aquello, tenía que ir en busca de un laboratorio clandestino que tenía la fachada de una perfumería y que, en realidad, funcionaba como tal, la única diferencia era que también se llevaban a cabo pruebas e investigaciones con ADN, sobre todo en casos relacionados con agentes invisibles; era de los pocos lugares que aún seguían rastreando clones y sus derivados.
El único inconveniente para este encargo era que, como varias veces había ocurrido, la dirección que mostraba la pantalla, junto con el mapa que, supuestamente, mostraba la ubicación del establecimiento, estaban equivocados o, tal vez, tan sólo era incapaz de entenderlos. Tenía una vaga noción sobre donde se encontraba el lugar, sabía que era en el centro de la ciudad, pero nunca he tenido muy clara la disposición de esa zona, además, siempre hay calles cerradas por reconstrucción, obras negras y pasos provisionales o escaleras metálicas que unen dos puntos, en teoría inconexos, al atravesar por encima las avenidas con puentes tambaleantes que parece que van a derrumbarse en cualquier momento. Por consiguiente, me tomó bastante tiempo dar con ese establecimiento, a pesar de que creo haberlo visitado antes o, al menos, haber pasado por ahí.
Aquel negocio era bastante luminoso, había lámparas de color blanco en todo el techo que se reflejaban tanto en el piso, que también era blanco, como en las demás paredes cubiertas en su totalidad por inmensos espejos. En uno de los lados había un largo mostrador de cristal en el que se exhibían todas las fragancias, y en el otro lado estaban los probadores, una especie de cámaras tubulares de cristal en las que, a base de pruebas sobre los humores de las personas, se les indicaba a los clientes un conjunto de combinaciones de esencias de entre las cuales podían escoger la que más les gustara. No había empleados en aquel lugar, sólo dos pares de cámaras de seguridad y un subalterno robótico anclado al piso con rieles que podía circular por las cámaras en caso de que alguno de los clientes tuviera algún problema con el programa de los probadores y que también se encarga de entregar la fragancia final al consumidor, así como de abrir y cerrar la puerta de entrada.
Como la organización ya había informado al dueño de la perfumería que iría a visitarlo, en cuanto entré, el subalterno me reconoció y me pidió que lo siguiera hasta el fondo de la tienda, ahí presionó una de las paredes de espejo y enseguida se desprendió hacia el frente y se deslizó hacia la izquierda como una puerta corrediza. Adentro había unas escaleras que llevaban a la parte subterránea de la perfumería; al bajar, lo que más me impresionó fue la cantidad incalculable de tubos que había en el techo y que desprendían infinitos gases de un tono entre blanco y grisáceo. Además, había unos contenedores de metal gigantescos con forma cilíndrica y que estaban llenos de un líquido espeso color azul turquesa, como pintura o algo similar. Finalmente, al fondo de la habitación había un escritorio de cristal con una computadora portátil, una silla y una especie de catre o banca de loma en la que había un sujeto acostado con el rostro cubierto por una máscara de plástico transparente, pero que prendía con luces de colores cada vez que exhalaba.
La máscara del tipo estaba conectada a la computadora con unos cables transparentes también y en la pantalla se podían ver una serie de escenas que, a pesar de tener cierta consecución, estaban fragmentadas; lo curioso es que en ellas se podía ver al mismo tipo que estaba durmiendo, aunque estaba más joven. Estuve esperando unos momentos a que el encargado reaccionara, no obstante, no parecía muy dispuesto a ello, por lo que tuve que quitarle la máscara de encima haciendo que despertara de golpe. Rápidamente le expliqué qué era lo que quería y le entregué la muestra de cabello que tenía guardada; él, por su parte, sacó de su escritorio una pistola para escanear con la que examinó la muestra y, luego de que la máquina arrojara un resultado, me hizo saber que la muestra no era humana, pero que tampoco había podido identificar a cuál de las máquinas pertenecía, por lo tanto, no se trataba de una de las de la organización, sino de alguna otra que había sido construida de manera ilegal.
Por mi parte eso era todo, me aclaró, y enseguida se volvió a acostar y se puso la máscara de nuevo. Me alejé unos pasos y cuando supe que se había quedado dormido me acerqué para frotar su entrepierna; para mi sorpresa, se trataba de un humano de sexo masculino. En ese momento recordé dónde había visto uno de esos aparatos antes.
He de admitir que los primeros días en la superficie fueron bastante acogedores, creo que desde entonces jamás me he vuelto a sentir así. Poco después de que terminara el entrenamiento, como para que nos fuéramos acostumbrando al entorno, nos llevaron a un área restringida a las afueras de la ciudad y, desgraciadamente, no he vuelto ahí desde aquella ocasión. Me impresionó mucho el largo trayecto que tuvimos que recorrer para llegar, pues nunca antes había estado en un auto por tanto tiempo. Me parece que en la camioneta tan sólo íbamos cinco o seis sin contar al conductor, aunque no estoy del todo seguro, puede que fuéramos más; en el camino me impactó cómo, de repente, luego de pasar la reja que rodea la ciudad, se terminaban de manera abrupta las construcciones, los altos edificios, las rutas pavimentadas y las cúpulas de cristal libres de humo para dar paso a los caminos de tierra y a los montes de desecho industrial además de los cúmulos de ceniza y las ráfagas de un humo completamente negro.
Cuando cruzamos la frontera, de inmediato nos colocaron máscaras de gas, pues, de no hacerlo, tomaría únicamente unos segundos que nos ahogáramos; así pasamos un buen rato hasta que entramos en un túnel al final del cual había un domo gigante hecho de platino que estaba conformado por losetas hexagonales que daban la impresión de embonar a la perfección y, en conjunto, formar una esfera. Una vez adentro de aquella esfera pudimos quitarnos las máscaras de gas y bajamos del vehículo en cuanto lo estacionó el conductor. En medio de todos los autos había una pirámide de la misma altura que el domo, de modo que la punta de la pirámide tocaba el techo de éste o al menos eso parecía; en la parte que, aparentemente, las dos estructuras convergían había una pequeña abertura que apenas permitía el paso de la luz del sol.
Al interior de la pirámide el aire era mucho más liviano debido a que había muchísimos árboles y flores; según me informaron, esa era la única reserva ecológica que quedaba en toda la región, de suerte que no vería plantas así en ningún otro lado y mucho menos en la ciudad. La verdad es que no sé mucho de botánica, por lo que todas las explicaciones de la voz guía de las bocinas del lugar me daban exactamente lo mismo, sin embargo, hicimos el recorrido de principio a fin, pasando por diferentes partes que contenían plantas de distintas índoles y en las que iba variando también el clima y la temperatura. El paseo duró una hora y media aproximadamente, después nos dieron una pausa para poder dar una vuelta y «relajarnos un poco», así que me senté un momento en un pedazo de pasto junto a un árbol y me quedé mirando el paisaje artificial. Sin siquiera notarlo me quedé dormido y, como en ese entonces aún no me había habituado ni a la imagen ni al sonido de la estática que se proyecta en mi cabeza cada vez que me recuesto y cierro los ojos, mi ritmo cardíaco comenzó a incrementarse y mi cuerpo dejó de reaccionar, de modo que tuvieron que agitarme y hacer un poco de presión en mi pecho para que volviera a respirar y pudiera despertar. Al parecer, mi cuerpo no estaba preparado todavía para un gasto de energía como ese, por lo que me desmayé en cuanto intenté ponerme de pie. Lo último que vi fue un rojo muy vivo en medio de hojas verdes pero oscuras, con tonos blancos causados por el reflejo de la luz y al fondo un color café tierra con más manchas verdes. Creo que se trataba de una rosa.