Читать книгу Gris - Miguel Audiffred - Страница 8
ОглавлениеAyer me dijeron que tenía que encontrar a un hombre que solía frecuentar la zona industrial ubicada en la orilla del mar del lado occidental. En mi trabajo, «encontrar» a alguien implica que será la última vez que esa persona sea vista con vida. Fui a las oficinas donde trabaja el que se encarga de mi caso junto con el resto de la organización, pero no lo vi a él personalmente; en esta ocasión sólo pasé a un pequeño cubículo con una «agente» que me dio las instrucciones a seguir (la «agente» era una pantalla táctil encima de un escritorio de metal).
Lo curioso de los caminos que suelo frecuentar es que no me quedan sus nombres con facilidad, sólo cuando los anoto tengo cierta noción del lugar mismo, mas ello no implica que su ubicación sea precisa. Eso me pasa con las oficinas a las que tengo que ir cuando se me asigna otro «encuentro»: no sé cómo, pero logro llegar; en un parpadeo ya estoy bajándome de la estación del tren ligero indicada, no entiendo cómo lo sé, simplemente lo hago, en automático, como si no hubiera necesidad de recorrer el camino porque, tarde o temprano, llegaré.
En la pantalla se proyectaba un mapa con la ubicación exacta de este sujeto además de su nombre y unas cuantas señas particulares para poder identificarlo, nada más. Una vez que ascendí al nivel de la calle tomando el elevador de la organización, fui al lugar que me había indicado la agente, pues también me recomendó que lo fuera a buscar por la noche, ya que así era más probable que lo encontrara. El nombre de la zona industrial es Artificial Landscape porque, en principio, la zona estaba destinada a ser residencial, con complejos inmuebles vanguardistas. Eso lo leí al adentrarme en el parque industrial que está acordonado y cercado por una reja de tres metros de altura (había un letrero viejo que decía el origen del nombre con el plan original y fotos de los que parecían más de cien torres de marfil iluminadas por un neón morado).
En aquel lugar sólo quedaban los cimientos de los edificios que iban a construir y hoyos de otros que ya ni siquiera empezaron. Ambos espacios fueron rehabilitados como una suerte de bóvedas inmensas hechas de metal reciclado de partes de autos (o chatarra) sostenidas por las vigas de acero inoxidable que quedaron de la construcción de las torres. Al estar todo hecho a partir de los materiales con los que se contaba, las construcciones eran sumamente irregulares; había desde torres de lámina de cincuenta metros de alto por diez de ancho con forma circular, hasta pequeños cuadrados de veinte por veinte metros; eso sí, todos de un color gris brillante como el aluminio e iluminados por una potente luz blanca que salía de las lámparas tubulares de los techos (cada piso de las construcciones medía alrededor de tres metros).
Lo que ahí se fabricaba eran, principalmente, piezas para prótesis inteligentes, ergonómicas, mejor dicho, por lo que los materiales que había en circulación variaban mucho, había mucho plástico, obviamente, pero de diferentes tamaños y texturas, unos eran más suaves que otros, lo supe cuando revisaba los distintos fragmentos que había a lo largo del piso de tierra ennegrecida de todo el lugar. La agente me dijo que este tipo, cuyo nombre por alguna extraña razón no me viene a la cabeza, se dedicaba a ponerle injertos de piel a las piezas que ya estaban casi terminadas, tal como me señaló uno de los pocos trabajadores que aún estaban en el lugar para esa hora. Este sujeto operaba en uno de los hoyos que había casi al final del parque industrial; me dijo que si iba para conseguir alguna pieza era mejor que volviera otro día, que ya era muy tarde como para conseguirla… Ya no respondí a esta última frase.
En el otro extremo del lugar por dónde había entrado (había una pequeña abertura en la reja además de que hacía mucho tiempo que las torres de vigilancia estaban abandonadas) se podía ver el mar negro reflejando de manera muy tenue la luz de la luna. A ras del suelo había este rectángulo de cristal de unos siete por tres metros en cuyo interior se podía observar a este sujeto todavía, a pesar de que ya era casi medianoche. Descendí por una escalera unos cuatros metros para entrar a su oficina; estaba tan ocupado que ni siquiera se giró para mirarme, y enseguida empezó a reprocharme que las partes estarían dentro de una hora y que no siguiera molestando porque eso sólo haría que se tardara más en cubrir las prótesis con los injertos recién llegados. Supongo que asumió que era alguien más, por lo que fue mucho más sencillo llevar a cabo mi labor, tan sólo me acerqué a su inmensa mesa de operación plateada y fría y, cuando la distancia entre él y yo fue tan poca como para que alzara el rostro y pudiera mirarme, le puse una bala en el entrecejo. Cayó al instante.
Antes de irme me quedé por unos momentos en aquella bóveda subterránea de cristal, era como una pecera gigante con pisos de loseta blanca. En las paredes había cajones de metal inmensos que servían para almacenar cuerpos como los que hay en las morgues, además de unos refrigerados con puertas de cristal como los de los supermercados, sólo que estos almacenaban partes corporales como manos, piernas o brazos. No me fijé si había alguna cabeza. En medio sólo estaba la mesa de operaciones y una silla en donde permanecía el sujeto; en otra de las paredes había bocetos de muchos tamaños de las distintas partes del cuerpo. Como mi pistola tenía un silenciador, no tuve mayor dificultad para dejar aquella estación de trabajo luego de subir las escaleras, ni para salir de la zona industrial. En un parpadeo estaba otra vez de vuelta en mi piso.
Una vez que termino con el objetivo voy a un teléfono público (aún hay algunos en la ciudad), marco una línea directa y me contesta una grabación a la que lo único que tengo que responder es: «Ya cambió la magnitud de la fuerza». Y la máquina contestadora sólo responde: «Su mensaje ha sido guardado». Para notificarme que hay otra misión envían un correo electrónico encriptado en una supuesta solicitud de amistad dentro de una red social, un contacto que me está invitando a probar la plataforma de interacción. En el mensaje encriptado únicamente dice en qué día y a qué hora tendría que presentarme para que se me asignen nuevas órdenes.
¿Qué hice anteayer? Me desperté temprano, no podía dormir más, así que me fui a correr antes de que amaneciera; es importante mantenerse en forma para que no puedan alcanzarte. Hay que ser sigiloso para que las operaciones se lleven a cabo de forma satisfactoria. Ese día me llegó un correo temprano diciendo que se me había otorgado otra misión. De inmediato salí de mi apartamento y me subí a un tren; algo extraño pasó en el trayecto, como que mis sentidos estaban muy exacerbados y me distraía muy fácilmente, no estaba enfocado como antes, tan así que cuando tenía que descender del tren se me pasó la estación haciendo que me retrasara. Cuando llegué finalmente a las oficinas centrales de la organización también me costó trabajo dar con el piso al que tenía que ir.
A decir verdad, ese complejo es muy confuso, no logro entender completamente cómo funciona su distribución, es una de las construcciones más actuales de la ciudad; se trata de una torre inteligente preparada para cualquier eventualidad, su mecanismo es bastante sencillo, sus cimientos son tan profundos y tan resistentes que el edificio simplemente se desliza hacia abajo, como un elevador, quedando a salvo en el gran búnker subterráneo de su base. Sin embargo, su superficie es bastante convencional, como cualquier edificio de una gran ciudad; es más, a los lados hay otros dos exactamente iguales, por eso es difícil dar con él.
Ya adentro, la recepcionista (que no es más que una pantalla táctil) me indicó a qué piso debía dirigirme (la torre tiene más de ochenta pisos), pero para cuando llegué al elevador lo había olvidado; al no saber qué piso era, me bajé en el que creía correcto, pero no lo era. Fue como si el color plateado del interior del ascensor me sustrajera por completo y no fue sino hasta que el botones (que no era más que una grabación digital guiada por otra máquina) me preguntó a qué piso iba, que intenté adivinarlo. Hay elevadores en los que eso ya no sucede, puesto que están conectados con la recepción (no literalmente, sino que comparten información) haciendo que en cuanto subas te identifiquen y se dirijan al piso indicado.
En el piso en que me bajé, creo que era el 84, no estoy seguro, la distribución era igual que la de los demás pisos, al menos la de los que conocía; era un pasillo largo con un piso alfombrado de color azul, iluminado por lámparas largas de color amarillento. En los costados y hasta el fondo había una serie de puertas con una combinación de números y letras en la parte superior que indicaban los cubículos que había al interior, además del departamento al que pertenecían y las funciones que llevaban a cabo los que ahí se encontraban. En realidad, no es tan difícil dar con el destino que se está buscando dentro de la organización porque, evidentemente, hay cámaras por todas partes con reconocimiento facial, así que no se puede andar por ahí husmeando; aunado a esto, se trata de una construcción inteligente que facilita el tránsito de sus visitantes.
Cuando bajas del elevador, uno de los letreros de las puertas se enciende con una luz verde indicando que esa es la puerta que estás buscando, no obstante, como no era el piso que me correspondía, ningún letrero se encendió, por lo que decidí meterme en la primera puerta que me encontré, ya que, de quedarme parado en el pasillo, el sistema de seguridad se activaría y comenzarían los guardias a buscarme. En el interior de la oficina tan sólo había cables y transformadores; todo estaba sumamente oscuro y, al principio, no me di cuenta de que había alguien en el interior, pero ella sí y empezó a gritar: «¿Quién es? ¿Quién anda ahí?». No respondí porque no veía de dónde salía aquella voz, pensaba que era la voz digital de una de las cámaras, pero era imposible, no se parecía en nada, aparte de que se escuchaba muy cerca.
En el fondo de la habitación la vi al fin, era una adolescente, como de unos dieciséis años, que me daba la espalda sentada en el piso y moviendo los brazos compulsivamente. Cuando me acerqué un poco más vi qué era exactamente lo que estaba haciendo: cambiaba los cables de un enchufe a otro, de un transformador a otro, aunque no logro comprender por qué. Salí de ahí y decidí volver a la recepción para que me indicaran de nuevo a qué piso debía ir; esta vez tomé otro elevador, así que ya no tuve que adivinar nada. La luz de la puerta correcta se prendió y la pantalla me otorgó una misión que ya había ejecutado el día anterior. Al parecer, las máquinas también se equivocan.
La verdad es que no sé qué tan conveniente sea contar lo que me sucedió el otro día, pero el que me hace las revisiones y me da nuevas misiones me pidió que fuera completamente honesto, así que supongo que las consecuencias no serán tan graves si digo qué fue lo que sucedió. Además, seguramente él ya lo había notado en la revisión posterior al incidente, aunque no mencionó nada.
Después de una balacera en la parte oriente de la ciudad en uno de los centros gubernamentales que había sido sede de una de las más grandes mafias desde hace mucho tiempo, recibí un disparo en la costilla izquierda. El trabajo fue limpio, no hubo mucho alboroto, simplemente llegué pasando desapercibido entre los transeúntes y con mi pistola iba acabando con los objetivos (en esa ocasión eran más de veinte). Casi había terminado cuando un elemento de seguridad pública (no sé para quién trabajaba, pero portaba un uniforme como el de los guardias en los bancos) se percató del último asesinato que cometí y comenzó a perseguirme; lógicamente, mi reacción fue dispararle en una parte del cuerpo que lo dejara inmóvil sin matarlo, ya que, si lo mataba, ello me podría haber traído problemas serios con la organización.
Le di en el muslo derecho y enseguida se desplomó, aunque eso no lo detuvo por completo, sino que siguió arrastrándose por el piso y cuando vio que ya no iba a poder alcanzarme disparó dándome en el costado izquierdo. Cerca de la zona había una estación de metro donde me escondí y extraje la bala; no tuve mayor dificultad para hacerlo dado que parte del adiestramiento te prepara para esos casos, sin embargo, la herida era grave, de modo que tuve que decidir entre ir hasta el otro lado de la ciudad a uno de los viejos tiraderos en lo alto de las colinas (en The Hills) para que uno de los comerciantes pudiera examinar el daño y, eventualmente, repararlo a un precio bastante razonable o llamar a la organización y contarles todo lo ocurrido con el mayor detalle posible: ellos me cambiarían las piezas atrofiadas por unas nuevas, el único inconveniente era que, para hacerlo, tienen que dejarte inconsciente y esa no es una buena idea, pues se dice que una vez que te reparan no te despiertan enseguida, al contrario, te dejan así el mayor tiempo posible.
Desconozco qué es lo que hacen con tu cuerpo durante ese tiempo, mas los rumores indican que lo utilizan para diferentes tipos de pruebas: puede ser desde una violación hasta la transfusión de sangre infectada causada por el retiro de órganos o incluso el implante de partes de animales. Ninguna de esas cosas me consta, lo único que sé es que la última vez que tuve un accidente y recurrí a la organización desperté mucho tiempo después (no sé cuánto, pero fue más del necesario para aliviar una clavícula rota). Luego de analizar la situación y parar un poco la hemorragia con mi camiseta, opté por cruzar toda la ciudad; de cualquier forma, el transporte público llegaba hasta allá en menos de una hora, aunque podía tomar el teleférico o el tren ligero que también sube por la colina principal.
Cuando por fin llegué a The Hills tuve que preguntar por uno de los comerciantes que ya conocía; alguna vez tuvimos que hacer una misión juntos. Él trabajaba en el tiradero que estaba junto al hoyo de la ladrillera, aquel lugar era inmenso y sólo tenía cables negros y pedazos de electrónicos, así como retazos de exoesqueletos que por separado no podían funcionar. Como estaba algo mareado y cansado por el impacto de la bala le pedí a uno de los subalternos que me llevara hasta donde estaba este sujeto; obviamente tuve que depositar unas monedas en el vientre de este torso mecanizado anclado al suelo que no habla pero comprende perfectamente lo que estás buscando. Probablemente no pude darme a entender, pues el subalterno no hizo lo que le había pedido; no era la primera vez que utilizaba una de esas máquinas, hay miles en toda la ciudad, de modo que, seguramente, fue mi estado lo que la confundió.
Sin embargo, desde el punto donde me dejó el pequeño esclavo pude distinguir al comerciante que ya conocía, así que me acerqué a él; luego de mostrarle mi problema me llevó a una tienda de campaña en la orilla de la colina, ahí me hizo recostarme y, en menos de media hora, estaba como nuevo; sólo me recomendó que me fuera a descansar para que la piel nueva quedara bien adherida.
No es que las máquinas se equivoquen, lo que pasa es que seguramente se le olvidó actualizar el servidor. Antes les tomaba más de dos días reiniciar el sistema y luego poder reasignar los códigos a cada uno de los archivos; en cambio, ahora es una cuestión de minutos (por eso me pudieron asignar sin problema una misión al día siguiente). Durante los días en los que se debía reconfigurar la base de datos no tenía obligaciones, de manera que se me otorgaba un período de descanso aparte de los días que ya tenía designados para ello, ese período es conocido como «días individuales» y he tenido algunos de ellos, aunque no sé exactamente cuántos.
Soy consciente de que usted sabe perfectamente que son (o eran) los «días individuales», a fin de cuentas usted fue el que me lo explicó en un escrito muy detallado que me envió, así que es inútil que trate de mostrarle lo que usted ya conoce por completo, sin embargo, a mi entender, este ejercicio que me pidió hacer es para comprender mejor la forma en la que proceso la información y se me facilita más esta tarea si despliego todo mi conocimiento de manera inductiva, pues mis memorias no son tan sólidas. No encuentro dentro de esa región de mi cabeza una escena concretamente construida que pueda reproducir a placer, es por ello que debo ir de fragmento en fragmento para poder reconstruir una imagen un poco menos abstracta. Además, sé que ya habíamos discutido esto por un largo rato, no sé cuántas veces, pero me sirve volver a pensarlo para verificar si de esta forma puedo encontrar otras regresiones o, al menos, otros detalles de la misma visión.
Creo que cuando pongo atención a las cosas las olvido más rápidamente que cuando las hago en automático, pues así puedo recordarlas por más tiempo. Es como cuando comencé a fumar; no recuerdo cuándo ni cómo sucedió, pero fue uno de los «días individuales» y lo hice por un largo tiempo y de repente lo dejé de hacer, así como llegó se fue el vicio y ahora sólo me vienen a la mente imágenes de cuando fumaba, una suerte de flashbacks de los momentos en los que fumaba, aunque son muy generales, no corresponden a puntos específicos de mi memoria o aquello que usted me explicó cuando se refiere a una «vivencia». Me parece que son muy pocas las que puedo evocar en este momento; no estoy diciendo que no las tenga, pero me es muy difícil pensar en alguna de ellas sin que me tenga que esforzar. Lo cierto es que me toma bastante tiempo, no obstante, creo que este ejercicio es de mucha ayuda, así que continuaré indagando para alcanzar las «vivencias» que tanto le interesan.
En una ocasión me enviaron a un club nocturno a eliminar a uno de los asesinos más peligrosos de la ciudad. Según el informe, este sujeto llevaba más de quince años operando como jefe de la mafia haciendo todo tipo de negocios: desde explotación infantil hasta venta de armamento nuclear. La misión me fue asignada de manera irregular porque, ahora que lo pienso, fue el encargado el que me dio la orden de ir al club (normalmente las instrucciones aparecen en la pantalla y ya está). Sin embargo, esta no fue la única irregularidad de esta operación, puesto que, además, tuve que realizarla con otros tres agentes y comenzó a las cuatro de la mañana.
Como la base ideológica de la organización es confidencial, incluso entre sus miembros, ese día nos hicieron llevar puestos unos pasamontañas hechos de piel de personas muertas, me parece, aunque no estoy seguro (no tengo idea de qué les sucede a los cuerpos una vez que mueren, sólo desaparecen). La máscara me la hicieron llegar a mi apartamento dos horas antes de que tuviera que verme con los otros tres en la entrada del lugar; evidentemente había sido modificada, pues en cuanto me la puse se amoldó a la forma de mi cara como si se tratara de una segunda piel; además, tenía un botón en la parte del cuello que servía como cierre para que me la pudiera quitar.
Cuando llegó la hora me encontré con los otros tres agentes antes de entrar; como se nos había informado, los rostros de las máscaras eran de los sicarios que trabajaban para el asesino, éste era el dueño del club, de manera que no fue difícil pasar. Para ingresar había que bajar por unas escaleras y pasar por una revisión, pero, como éramos miembros, no nos revisaron. Todo el espacio estaba completamente oscuro, aunque se iluminaba de un color rojizo que te cegaba por unos segundos antes de que te acostumbraras a él; no había una sala central, sino un largo pasillo y muchos cuartos a los lados. Una vez adentro nos separamos para encontrar más fácilmente al jefe; no obstante, en cuanto llegamos acababa de empezar un performance en uno de los cuartos de suerte que todos los asistentes se aglomeraron ahí… Supuse que el asesino se encontraría entre ellos.
En el centro de la habitación había una jaula y al interior dos mujeres peleándose a golpes; una de ellas rasguñó tan fuerte a la otra que le arrancó un pedazo de carne del brazo dejando descubierto su interior de metal… En medio de la euforia y los gritos de todos los espectadores siguieron quitándose la piel. Después uno de los que estaba afuera también empezó a rasgarse hasta que se quitó toda la piel del pecho y del abdomen, éste fue seguido por los demás, hasta que la mayoría de los asistentes se había quedado al descubierto. Los únicos que seguían con la piel puesta eran los humanos y, entre ellos, alcancé a distinguir al objetivo, de modo que me fui abriendo paso entre la multitud para aprovechar el alboroto y acabar con él.
Cuando casi estaba a su lado, sentí como uno de las manos metálicas me jaló el brazo haciendo que volteara; se trataba de uno de los agentes de la operación, el cual me informó que, a fin de seguir pasando desapercibido, tenía que hacer lo que los demás hacían. Al parecer, esos que creí que eran los guardaespaldas del asesino y él mismo no eran más que otros robots idénticos hechos para confundir a los enemigos, puesto que ya había habido varios intentos de asesinato en ese lugar. Fui al baño para quitarme primero la máscara y, enseguida, el resto de mi piel; al principio me causó un poco de incomodidad, pero nada que no pudiera soportar. Volví al lugar de la pelea, sólo que ahora ya estaba casi vacío, quedaban las dos que estaban adentro de la jaula y un par de espectadores más únicamente; por cierto, una de ellas seguía en pie a pesar de ya no tener cabeza.
Revisé los demás cuartos sin encontrar al sujeto, aunque, en realidad, sólo daba una ojeada, porque casi en todos ellos tan sólo había máquinas teniendo sexo o bailando con niños ciegos o peleando a muerte (una de ellas le arrancó los testículos a otra y se los estaba comiendo, por lo que había sangre regada en todo el piso). Como no encontraba al objetivo me acerqué al colega que me aconsejó quitarme la piel; él tampoco había podido ubicar al jefe, sin embargo, tenía información importante: el objetivo era otra máquina y uno de nuestros agentes pronto recibiría una actualización que le permitiría esbozar los rostros de todos, aunque estuvieran desgarrados. Hasta ese momento no sabía cómo se mataba a un robot, pero cuando me lo dijo mi compañero lo intuí como si ya conociera la respuesta:
—Tienes que clavarle algo en medio del pecho hasta atravesarlo por completo y salir corriendo, pues una vez que se corta la circulación va a haber una explosión debida a toda la sangre acumulada.
Todo se puso muy tenso poco después de que me dijeran eso, ya que una de las cámaras grabó lo que estábamos diciendo de modo que los reflectores del lugar apuntaron hacia donde estábamos y los guardias nos dispararon sin importarles que pudieran herir a los otros. Mi otro compañero, el que recibió la actualización, aprovechó el tiroteo para acercarse a donde estaba el asesino, al que para ese momento ya tenía ubicado, y con un picahielo que tomó de la barra mató al jefe. Éste gritó para llamar la atención de los demás guardias, pero no se escuchaba a causa de los disparos. En cuanto explotó el cuerpo de la máquina todos salieron corriendo del lugar bañados en sangre y los pocos asesinos que todavía nos seguían disparando fueron a ver qué fue lo que pasó con su patrón (alguien de seguro se lo ordenó).
Tuvimos que esperar afuera por los otros dos que iban con nosotros; el que mató al jefe se veía bien, tenía un par de rasguños, pero nada serio, en cambio, la otra que también formaba parte de la misión había recibido un balazo de suerte que tuvimos que llevarla a que la checaran y le extirparan la bala antes de que terminara de atravesarle el pecho. Cerca de allí había un taller que uno de los agentes conocía y que muy seguramente ya estaría abierto, puesto que acababa de amanecer. El lugar no era más que una vieja casa abandonada que por dentro había sido remodelada para acoger a heridos que no contaban con seguro de gastos médicos, de manera que había muchas camillas y literas repletas de gente quejándose, conectada a respiradores y envuelta en vendas.
Ahí, mientras a la agente le extirpaban la bala, a nosotros nos pusieron nuevo tejido para que ya nadie supiera que éramos máquinas. Casi cuando terminaron de ponerme los músculos de los brazos se escuchó un estruendo y, enseguida, un montón de gotas que caían al piso.
—Estúpida máquina, ¿no te das cuenta de lo que estás haciendo? Acabas de matarla…, es la quinta esta semana. No sirves para nada…, ya deja de mirarme así y ponte a revisar qué partes todavía sirven de la que acabas de asesinar —le dijo el encargado a uno de los enfermeros mecánicos que estaba anclado al suelo y que le estaba ayudando con la cirugía. Sin más que hacer en esa casa del antiguo distrito me regresé a mi apartamento.
En uno de mis primeros encargos, antes de que tuviera el rango suficiente para volverme mercenario, me hicieron vigilar a una adolescente durante casi una semana. Ella vivía, según el reporte, en la parte sur-oriente de la ciudad, muy cerca de donde se encuentra el antiguo distrito. Se dice que ahí era donde solían estar todos los edificios importantes y donde los negocios se llevaban a cabo, sin embargo, luego de un periodo agitado, con el paso de los años se fue quedando desolado hasta que todos los edificios fueron destruidos o, sencillamente, abandonados. Ahora muchas personas los ocupan como vivienda, aunque de forma ilegal; la zona es como un vacío, un punto ciego, pues es de las pocas áreas considerablemente grandes que no tienen ni una sola cámara y en donde raramente se paran los cuerpos de paz.
La niña que tenía que seguir estaba involucrada en un caso bastante complejo: un intento de homicidio a uno de los hijos de los líderes de la organización, quien después de ser violado logró escapar de un camión de carga donde había otros jóvenes en camino a una fábrica en las afueras de la ciudad; se sospecha que ahí los descuartizarían luego de reclamar el dinero para su rescate. La chica no parecía de más de dieciséis años y tenía una complexión muy delgada, parecía casi desnutrida, su piel era morena y su cabello castaño, sus ojos color café claro.
La primera vez que la vi traía un uniforme de escuela que intuí era del colegio al que asistía, y se encontraba junto a sus compañeros, que también usaban el mismo uniforme de color azul marino con vivos en blanco y café. Tenía que seguirla todo el día para ver qué hacía y hacer un reporte de sus actividades: los primeros cuatro días fueron de lo más monótonos, dado que únicamente salía de su casa vestida con su uniforme y se iba caminando sola a la escuela, aunque su escuela era muy peculiar puesto que ni siquiera parecía ser una escuela de verdad, era más como un edificio de oficinas como el de la organización, con cristales en la fachada y todo, sólo que mucho más pequeño. A eso de las cuatro de la tarde salía y se iba con sus compañeras a dar un paseo por los terrenos baldíos que había en todo el antiguo distrito. Nunca comía o, al menos, nunca la vi hacerlo, tal vez sólo en su casa, o quién sabe, quizá por eso estaba así de delgada. Para las nueve de la noche ya estaba de nuevo en su casa, encendía la luz de su cuarto y se ponía a leer hasta quedarse dormida.
Al quinto día ya no fue a la escuela y, en lugar de llevar el uniforme de la falda y el suéter azul marino, llevaba un traje gris de una suerte de látex super entallado además de unos guantes rojos muy brillantes. Ese día se adentró mucho en el antiguo distrito hasta llegar a una plaza pública que estaba rodeada de puros escombros. Ahí ya la estaban esperando otros adolescentes con los mismos trajes y que traían además unos largos látigos electrificados. Pasaron como veinte minutos en los que estuvieron jugando con los látigos hasta que llegó un hombre, como de unos treinta y cinco años, con unas maletas inmensas. El hombre no era para nada fuera de lo común, su única peculiaridad era que llevaba una lente sobrepuesta en el ojo izquierdo, uno de esos cristales que antes vendían para buscar información en línea al instante.
De las cajas que traía, el hombre sacó unas dagas, unos bumeranes y unas esferas negras que, en cuanto terminó de darles las indicaciones necesarias a los chicos, comenzó a lanzar al aire para que intentaran destruirlas con sus armas. Así estuvieron todo el día hasta que oscureció, después cada uno tomó un camino distinto. La chica que tenía que vigilar se fue a casa, pero esta vez llevaba más prisa, como si le hubieran advertido que alguien la estaba siguiendo, no obstante, ya para ese momento tenía perfectamente ubicada su casa de modo que no fue difícil volver allá. Para mi sorpresa llegué antes que ella, pues en algún punto ella se fue por otro lado y, cuando llegó, de inmediato se encerró en su cuarto y bajó las persianas.
A la mañana siguiente salió más temprano que los días pasados con su mismo traje entallado que el día anterior y, de igual forma, iba casi corriendo para llegar a la plaza donde estaban los demás. Esta vez los pusieron a pelear entre sí y sus guantes se volvían más grandes cuando golpeaban, haciendo que sus golpes fueran más certeros. Lo mismo pasaba cuando se defendían; es decir, cuando el oponente intentaba golpearlos y se cubrían con los puños. Al anochecer terminaron otra vez con el entrenamiento y ella volvió a salir corriendo. Mientras cruzaba una de las calles, un auto que no tengo idea de cómo llegó ahí casi la atropella obligándola a saltar hacia el frente para salvarse; en el momento en que alzó la cara como sin intención, volteó hacia el punto desde donde la estaba esperando y quedó pasmada por unos instantes para luego ponerse en pie y gritar:
—¡Deja de seguirme!
Eso no tenía que suceder, ya que, como me habían advertido, si ella se percataba de lo que estaba pasando y de quién era yo, entonces toda la operación fracasaría, de manera que sólo me quedaba hacer lo que me habían ordenado en ese caso, esto es, tratar de intimidarla para que me dijera todo lo que supiera acerca del asesinato del hijo del funcionario. Por lo tanto, tenía que correr detrás de ella y, una vez que la alcanzara, golpearla un poco para que me diera las respuestas que buscaba. Cuando por fin logré alcanzarla, estaba a punto de llegar a su casa, ya estaba subiendo las escaleras de la entrada cuando la jalé de la pierna y la aventé hacia el otro lado de la acera; la empecé a golpear, aunque al principio opuso resistencia, y cuando me desesperé, la amenacé con mi pistola, de suerte que ya no tuvo más remedio que hablar.
Le pregunté quién era y qué hacía con esos sujetos, a lo que respondió:
—No tengo nombre, que no ves que soy una copia. —Como veía que no entendía se puso a explicarme—: Sí, fui creada por un clon y una máquina, por eso no envejezco y parece que aún soy una niña, pero en realidad tengo casi treinta años. Ellos son parte de la resistencia y no les tenemos miedo a los agentes como tú… Ya llegará el día en que nos volvamos a levantar.
—Así que ustedes son los responsables de la muerte del joven —le respondí. A lo que sólo dijo:
—Así es y eso es sólo el principio.
Acto seguido, me di la vuelta y salí de ahí mientras ella me gritaba e insultaba. De inmediato informé a la organización de lo sucedido y pocas horas después la «niña» había sido asesinada; de acuerdo con el reporte oficial la encontraron tratando de salir huyendo, por lo que la retuvieron en el edificio el tiempo necesario para hacer volar toda la construcción en pedazos.
«Por más que me aleje jamás salgo de este lugar». Ese es uno de los pensamientos más recurrentes y remotos que hay dentro de mi cabeza y que aún logró reconocer, está ahí perdido por uno de los rincones de mi mente que nunca soy capaz de indagar y que, sin embargo, tengo totalmente incorporado. Cada vez que vuelven esas palabras siento el viento cuando al fin terminó el adiestramiento y pude salir a la superficie por primera vez. No tengo idea de qué había en el subsuelo, pero lo que sí sé es que estaba muy impaciente por poder emerger finalmente.
Hay pequeñas escenas, instantes realmente, de los que aún tengo cierta noción, como cuando seguía ejercitando hasta que no podía más y se apagaban las luces mientras unas sombras me llevaban de vuelta a mi habitación sin decir nada, y sin que les respondiera, sólo me dejaba arrastrar porque ya para ese momento mi cuerpo no respondía. Nunca seré capaz de describir ese rostro que se la pasaba diciéndome que en las noches compartíamos el mismo sueño sin que pudiera creerle, pues ni siquiera puedo pensar en lo que sucede mientras duermo; sólo veo la distorsión, la interferencia, puntos infinitos de blanco y negro que, conforme mi perspectiva se acerca (¿o se aleja?) van formando un gris indistinto, mas inconfundible.
Aún veo esos ojos que me miraban desde el otro lado de la habitación y que, sin decirme nada, me inquirían sin descanso, sin parpadear siquiera; lo que sí puedo contar es aquel último día cuando por fin me dejaron salir… Mis visiones sobre lo que pasó antes de que saliera al exterior son más como centelleos, una suerte de sueños que, en realidad, no puedo saber hasta qué punto sucedieron y hasta qué punto sólo los veía en mi cabeza. Las secuencias no son exactamente claras o, más bien, están demasiado fragmentadas: su duración no rebasa los diez segundos, constituyendo una serie de sensaciones o de afectos más que escenas continuas y bien delimitadas.
Lo único verdaderamente consistente en la mayor parte de mis reminiscencias es una silueta que me inclino a creer es mi compañero de habitación, aunque ni siquiera puedo imaginarme la pieza, sólo a mí mismo despertando y, al abrir los ojos, distinguiendo una luz que viene de afuera y que, al mismo tiempo que delimita el marco de la puerta, dibuja el contorno de esa sombra como un abismo que se fundiera sobre la luz del exterior. No sé ni por qué me despierto, así como tampoco estoy seguro de si todo esto no es más que otra parte del sueño, pero lo más extraño es que había un papel que encontré una vez que intenté seguir a la sombra y que decía algo así: «Déjate caer lentamente y, sin decir palabra, encarna la última de tus representaciones; por eso es tan importante que te logres desprender de todas esas falsas nociones que te han atado con tanta fuerza a las bases de lo que ni siquiera comprendes realmente». Evidentemente las palabras no eran las mismas, no obstante, la sensación que me invadía enseguida era casi siempre igual: es como cuando uno cae y no puede dejar de hacerlo y en medio del vientre se siente como una contracción insostenible, como puro vértigo en el centro de gravedad.
Después tan sólo la oscuridad y mi respiración, aunque tampoco puedo asegurar si esos respiros eran los míos, pues, a pesar de que mis pulmones y mi corazón llevaban ese mismo ritmo, los escuchaba como si estuvieran saliendo a un lado de mí, como si hubiera una criatura recostada al lado que me amenazara y ante la cual no pudiera reaccionar siquiera. Me costaba trabajo recuperarme y mover tan sólo un dedo ni pensar en ponerme de pie. Esa serie de sensaciones son de los destellos más vívidos que tengo; supongo que se debe a que se reiteraron de forma asidua y sé que me ocurrieron durante el régimen de adiestramiento porque, desde que terminó, jamás volví a sentir algo así.