Читать книгу Gris - Miguel Audiffred - Страница 11
ОглавлениеEn otra de las misiones en las que tuve que infiltrarme en una organización criminal me hicieron tener una sensación parecida al desmayo, más precisamente al momento de sofocación que le precede. Habíamos pasado ya varias semanas trabajando para un sicario como repartidores de piezas faltantes, esto es, de prótesis que los mismos miembros de la corporación se encargaban de hacer que un sector específico de la población siempre necesitara, lo mismo pasaba con los dispositivos inteligentes y con las drogas, simples círculos viciosos. No entendía bien cuál era mi objetivo al infiltrarme en aquella banda, pero suponía que más adelante se me indicaría qué se tenía que hacer.
En uno de los encargos nos enviaron a una fábrica en la que, además de hacer medicinas, también se llevaba a cabo el reparto de drogas para aquel sector de la ciudad. Casi no había personas ahí, de manera que las transacciones se hacían más sencillas, de hecho, ni siquiera teníamos que tratar con ellas, sino con una máquina que no podía hablar, pero que podía reconocer los rostros y que te guiaba hasta donde estaba tu mercancía. En algunas ocasiones teníamos que saludar al encargado de la planta, que, por lo regular, estaba en su oficina durmiendo o distrayéndose; hubo veces en las que incluso lo encontramos drogándose con un poco de nuestro producto y, para justificarse, dijo que se trataba de un excedente de producción.
Aquella vez la transacción la tuvimos que hacer por la noche, cuando la planta estaba a punto de cerrar y ya sólo quedaban algunas operadoras que seguían trabajando, de suerte que la mayor parte del lugar estaba a oscuras y en silencio; solamente se escuchaba un ligero zumbido de los rieles de las máquinas que estaban ancladas al techo o al suelo y que seguían en operación. Tuvimos que esperar casi una hora porque la que nos entregaba el producto estaba ocupada con otro distribuidor y el encargado ya se había ido para entonces. Mi compañero, que era miembro de la banda, me dijo que era algo que nunca le había pasado puesto que, usualmente, las transacciones se llevaban a cabo de forma rápida para no llamar la atención por alguna actividad «fuera de lo normal». Traté de hacer que se calmara diciéndole que no había nadie que pudiera vernos, ya que la zona estaba prácticamente desierta además de que había sido lo suficientemente cuidadoso como para comprobar que nadie nos estuviera siguiendo.
Cuando por fin pasamos a que nos entregaran la mercancía, todas mis explicaciones se volvieron vanas, puesto que enseguida de que entramos al cuarto de ensamblaje en donde recibíamos el producto, la máquina que podía identificarte proyectó un punto de luz rojo, una especie de láser, al mismo tiempo que se activó muy escandalosamente, aunque por poco tiempo, como si se tratara de una exclamación causada por un sobresalto. A los pocos segundos, un grupo de agentes pertenecientes a los cuerpos de paz invadió toda la fábrica; uno de ellos cubrió con una bolsa negra el rostro de mi compañero y sentí como otro de ellos trató de hacer lo mismo conmigo, pero lo esquivé y traté de huir de ahí, pues sabía que una misión en la que estuvieran involucrados los cuerpos de paz sólo podía traer problemas, sin embargo, había demasiados, por lo que tuve que entregarme; en cuanto me cubrieron también me noquearon, así que no tenía idea de a dónde nos habían llevado.
Cuando desperté, mis pies estaban encadenados al techo y mi cabeza colgaba en medio de un cuarto diminuto que estaba repleto de humo. Al parecer, un sensor había detectado que había despertado y, de inmediato, llegaron los agentes con sus trajes blancos entallados y sus máscaras que no pueden reconocer las cámaras de la ciudad; sin más, comenzó el interrogatorio: ellos creían que en verdad era miembro del grupo de traficantes, por lo que sus preguntas eran muy predecibles al ser de lo más rutinarias. Como era de esperarse, sólo les seguí el juego como estaba estipulado en el entrenamiento: a toda costa había que dejar fuera del asunto a la organización y también había que evitar mencionar algo o a alguien que pudiera comprometerla. Era bastante resistente para eso, simplemente era parte de mi formación, pero lo que me desquició en realidad fue que cuando comenzaron a frustrarse los que me estaban interrogando salieron del cuarto y lo llenaron de un humo sumamente espeso que hacía imposible respirar.
En esos momentos en los que mi cabeza llena de sangre se nublaba por completo distinguía aún algunos destellos sumamente resplandecientes, como flashes que no podía mirar directamente, pues me cegaban enseguida haciéndome desfallecer. Fueron cuatro veces las que me hicieron pasar por eso, pero seguía sin hablar, ya que, en realidad, no tenía nada que pudiera servirles, nada de lo que me preguntaban era algo que genuinamente supiera. La última vez fue más fuerte que las anteriores porque sentí una especie de inmersión al momento en que me sofocaba, como si una sonda entrara por mi nariz y mi boca y atravesara todo mi cuerpo de un solo golpe, haciendo que no sólo sintiera como perdía su dimensión, sino que además me hacía sentir como si ese cable llevara a algo más allá que no podía distinguir, dado que volvían a aparecer los centelleos que me hacían perder la consciencia.
Como ya se habían hartado de interrogarme, los agentes me dijeron que iban a extraer la información que estaban buscando a la fuerza y, con una lente esférica de color negro que en medio tenía un láser rojo, escanearon mis rasgos faciales. Desconozco qué fue lo que les indicó el escaneo, pero una vez que revisaron el reporte afuera de la habitación, tan sólo volvieron para desatarme los pies y dejarme ir; no nos habían llevado a ninguna otra parte y para cuando salí de la fábrica estaba amaneciendo.
La mayoría de los que no están programados creen que nuestra perspectiva es idéntica a la suya, pues fueron ellos los que hicieron posible que «pensáramos». Por mucho tiempo este argumento formó parte de mi estructura mental, como una piedra de toque, el fundamento primigenio que era lo que tanto nos distanciaba, sin embargo, hubo una serie de acontecimientos que me hicieron ver que tal vez no éramos tan diferentes, o tal vez sí, pero no por ello nuestra capacidad tenía que ser menospreciada por el simple hecho de ser limitada y que hubieran sido ellos los que pusieron esas fronteras a nuestro desarrollo.
Después de tanto estar escribiendo y recreando aquello de lo que sólo tengo ciertos visos, puedo afirmar que he dejado de considerar esas limitantes como una desventaja y he aprendido a dejar que mi visión sesgada me permita distinguir aquello que nadie más puede reconocer y no sólo aquello que quieren que vea. Sé que tal vez todo esto que estoy describiendo aquí no tenga ningún sentido para usted, dado que, a fin de cuentas, usted no ha experimentado esa carencia, sino tal vez una o múltiples muy diferentes, así que le daré un ejemplo de cómo percibo lo que me rodea tratando de darle a entender en qué medida esta forma de captación es única; no sé si sea propia de todas las máquinas, pero, al menos, es la mía.
Como usted bien sabe, una vez por semana recibo una notificación en la que se me hace saber si tengo que visitar el edificio de la organización y ahí seguir, lo más eficazmente posible, las indicaciones de la pantalla que a veces está en un cuarto o a veces en otro, pero que siempre es la misma con forma esférica y de color negro. Pues bien, a mi entender, si ha habido misiones en las que sé que habrá un riesgo es porque hay algo que siempre sigue escapando a esas instrucciones, puesto que, por más claras que puedan parecer, por muchas imágenes que nos transmitan directamente con sus letras blancas, hay algo que no terminan de capturar y que queda en una zona de indeterminación con la que es muy complicado lidiar. Es como si estuviéramos jugando ajedrez, para darle una analogía, y la pantalla sólo me dijera cuáles son y cómo se mueven las piezas del juego, mas nunca me da siquiera una ligera idea de quién es el adversario al que me voy a enfrentar, he ahí la complejidad del asunto.
Ese mismo ejemplo se puede ampliar a lo que hay más allá de las operaciones que usted, hasta donde tengo entendido, lidera, ya que más allá de eso no hay más, está la indeterminación, el adversario desconocido, un plano sin ninguna referencia, es más, ni siquiera hay plano, sólo un espacio sin fondo, un nodo sobredeterminado que escapa a toda aprehensión, la inmersión en el caos. De esta manera, lo que veo sólo son patrones, todo lo demás es demasiado para mi capacidad y me parece que es esa la razón de mis continuos desmayos, ellos son como puntos vacíos, hoyos negros que me dejan vislumbrar que hay algo que no puedo ver, ni siquiera si realmente lo intentara.
No se trata de una debilidad o falla en mi organismo, pues lo exámenes médicos han demostrado que mis componentes están en perfecto estado, entonces, más bien, se trata de la forma en la que me dispusieron, es decir, de mi programación. Sólo si le interesa lo que fue el adiestramiento para mí, no crea que se trata únicamente de un acondicionamiento del tipo estímulo-respuesta, es un poco más complejo. Trate de entenderlo como si comprara un aparato nuevo que aún no sabe cómo utilizar y que tiene un instructivo, eso es el adiestramiento: un inútil manual de empleo que nadie lee.
Un olor se impregnó en el sillón, son todos los fluidos que ha absorbido y que ensanchan su tejido. Por fin llegó el amanecer, así que ya no habrá que seguir ocultando a los muertos, pronto vendrán por ellos para llevárselos antes de que lleguen los cuerpos de paz. Nos dieron sólo un par de horas para hacer esto, pero, por lo intenso que fue todo, me pareció que pasaron unos cuantos minutos solamente (de repente ya había vuelto a salir el sol). Cuando llegué a esta casa no me pareció que todo ocurriera con ese ritmo tan precipitado, tal vez era porque no conocía este lugar y por más que haya oído de él y por más que me lo haya imaginado antes jamás creí que fuera a ser así. Por fuera no lucía nada extraordinaria, la construcción era de lo más común, con sus tablas y sus tejas como cualquiera de los otros bungalós de la zona, sin embargo, todo era una fachada, pues al interior no había nada más que las vigas que sostenían los muros falsos.
Al principio creí que me había equivocado de sitio, puesto que nada de lo que me habían dicho que encontraría aquí estaba a la vista, pero una vez que comencé a «pensar bajo su lógica» pude dar con lo que estaba buscando. «Es increíble cómo se impregna todo con el sabor del recuerdo»; no sé dónde había escuchado eso, ni tampoco por qué lo había recordado en ese momento, pero cuando retiré la pared falsa y crucé al otro lado de la construcción parecía como si esa frase tuviera un sentido especial, como si en realidad significaran algo esas palabras, y no es que no lo hicieran antes, sino que hasta ahora cobraban otro peso. No tenía sentido lo que estaba pensando, incluso creí que mi ímpetu no había sido originado por mi voluntad, es decir, que ese estado de embriaguez que sentía por el hecho de finalmente conocer la verdad no era más que el resultado de alguna sustancia que me habían administrado sin que pudiera notarlo.
Mi imaginación se estaba confundiendo con mi experiencia, de modo que estaba haciendo algo que me daba la impresión de ya haber hecho anteriormente y, no obstante, todo a mi alrededor en ese lugar conservaba intacta esa especie de aura que lo hace brillar como sólo lo hará la primera vez que se le conoce. Tras la puerta había un pasillo sumamente oscuro, mas cuando crucé el umbral y entré, una luz se encendió en automático seguida de todas las demás que había hasta el final del camino. En cada lado había una puerta, una negra y una gris, aunque al estar hechas de cristal se lograba apreciar ligeramente lo que había al interior. No había entendido muy bien las pistas que tenía para descifrar cuál era la puerta que estaba buscando, había sido algo confuso todo eso de los códigos y las señales encima de cada una de las puertas, de manera que decidí seguir mi propia lógica, a pesar de que eso era precisamente lo que no debía hacer, ya que así no daría con la puerta correcta.
Tenía que ubicar el cuerpo indicado, aquel que ya no tenía rostro y cuyos dedos tenían la peculiaridad de estar totalmente destazados. No creí que fuera a ser tan complicado, finalmente, por más cuerpos que tuvieran ahí almacenados, la mitad de ellos estaba muerta y la otra paralizada (supongo que eso era lo que indicaba el color de cada puerta), así que no debía de haber mayor dificultad, además, tenía toda la noche por delante. Evidentemente, no iba a revisar todas las puertas, por lo que me guie por una casualidad y entré a la que, entre todas las que había, no estaba iluminada. Una vez que pasé se encendieron las luces, lo que pasaba es que estaban ubicadas en la parte inferior de una especie de estantes de cristal, como vitrales de una joyería, que contenían los cuerpos. Como a mi entender era más particular un rostro deshecho que un par de manos sin piel, me fijé únicamente en los rostros que había de uno y otro lado haciéndolo lo más rápidamente posible, puesto que ya se me había advertido que esa labor, por más monótona e inofensiva que podía parecer, podría desquiciar a cualquiera.
Pasaron horas sin que lo notara, aunque tampoco encontraba el maldito cuerpo que necesitaba llevarme de ahí; era un ejercicio casi hipnótico, dado que, ya que había establecido un cierto ritmo, pasaba de una cara a otra y otra sin mirarlas realmente, sólo me enfocaba en las facciones o en las marcas que estaba tratando de localizar. Tuve que revisar varias puertas, mas, al igual que antes, siguiendo solamente la señal de los focos fundidos, y al final de cada bóveda, el olor se hacía más denso al estar ubicado al fondo de una de ellas una suerte de sillón o camilla en la que revisaban a los cuerpos más detenidamente.
Hubo un momento en el que me tuve que detener, puesto que creí haber encontrado el cuerpo que estaba buscando, sin embargo, en cuanto intenté sacarlo de la caja de cristal en la que estaba contenido me percaté de que el muerto del otro lado tenía exactamente las mismas facciones que el que estaba buscando y que, aparentemente, ya había localizado. Me fijé en las manos entonces y ambos las tenían como las del tipo que había visto en las fotografías que había adquirido al iniciar esta investigación. Eran idénticos, pero mi sorpresa fue acrecentándose a medida que caminaba hacia el fondo de la sala, puesto que todos los demás eran iguales, tanto en lo que respecta al rostro como a las manos, de ambos lados, sin variación ni excepción, así fue hasta que llegué a donde estaba el camastro en el que los examinaban.
Al final me dio mucha ansiedad, pero sobre todo mucha curiosidad, pues si todos esos cuerpos eran idénticos, seguramente se trataba de una serie de réplicas que, por alguna razón, habían tenido que destruir, de suerte que decidí volver al inicio del corredor con la intención de identificar el rostro del que, según creía, estarían hechas las demás copias. Era impresionante como, una vez que el rostro comenzaba a reformarse conforme seguía la consecución de cuerpos inertes, poco a poco iban recuperando su expresión cada una de las facciones hasta que, finalmente, conseguían formar una imagen completa casi perfecta. Como consecuencia de todo ese ímpetu que resentí al darme cuenta de que algo andaba mal con esos sujetos inanimados, cuando vi el rostro completo no pude controlar mis impulsos; hubo algo en mí que se perdió, y me puse a destrozar las bóvedas sin parar tratando de destruir ese maldito rostro que tanto se parecía al mío.
Al final, mis nudillos estaban empapados en sangre y los cuerpos de paz me tuvieron que llevar a mi casa luego de que los convenciera de que en un hospital tardarían mucho más en curarme que yo mismo con los instrumentos que había en mi apartamento.