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Tercera etapa (siglo XX):
Оглавлениеel español americano visto por los lingüistas
El siglo XX se inicia con una generación de gramáticos hispanoamericanos que había ya tenido contacto con diversas ramas de la lingüística del momento, como la gramática comparada e histórica, y la dialectología, con lo cual entran en conflicto total con las ideas puristas del siglo XIX. En primer lugar, rechazan la idea de la gramática como arte de hablar correctamente y adoptan la idea de que es una ciencia. En segundo lugar, tomaron conciencia de la importancia de la lengua hablada en América, rechazada y condenada, ni siquiera tomada en cuenta por la mentalidad decimonónica. Roberto Brenes Mesén, un gramático costarricense educado en Chile, regresa a su país y escribe:
La lengua de un pueblo, de una raza, es el instrumento social por excelencia; los fenómenos que se operan en esa lengua son fenómenos sociales; no se rigen, por lo tanto, por un conjunto de reglas, a veces absolutamente arbitrarias, sino por leyes de carácter más o menos general, según la importancia de los fenómenos; los cuales no son inmóviles, sino antes bien, variables, en conformidad con las necesidades del pueblo o de la raza que habla la lengua. (Brenes Mesén 1905: XV).
En tercer lugar, los filólogos introducen la historia de la lengua como un aspecto importante para comprender el mecanismo lingüístico y, como se puede observar en la cita anterior, descubren la importancia de la variación dialectal, social y sicológica del fenómeno lingüístico. Por consiguiente, la misión del filólogo no es ahora prescribir ni reprobar, sino describir y explicar. Además, asumen el español como lengua materna y no como un idioma tomado en préstamo, y cuya única variante de prestigio era el dialecto peninsular. Además, los filólogos se declaran en contra de la idea del resquebrajamiento lingüístico de América (cfr. M. L. Wagner 1920). Están asimismo en contra de la idea de la corrupción lingüística y a favor de la amplitud, del enriquecimiento de la lengua mediante la incorporación de nuevos vocablos. La lengua está en continua transformación y no se puede fijar en unas cuantas reglas. Por lo tanto, el gramático pasa de legislador a observador (Brenes Mesén 1905: XIV). De esta forma, los filólogos se interesan por la lengua popular; sin embargo, muchos no caen en la cuenta de que la lengua hablada se puede analizar, sino que se quedan en el plano de la escritura y ven en la literatura costumbrista la fuente de sus estudios, surgiendo así la tradición filológica que se basó en obras literarias como fuente de estudio sincrónico del español de América. En 1921 Pedro Henríquez Ureña proclamaba:
Sería tiempo ya de acometer trabajos de conjunto sobre el español de América.
Los materiales abundan en la literatura, tanto la popular como la culta de
temas populares, y en obras de filología o de gramática, especialmente bajo la
forma de diccionarios de regionalismos. (Henríquez Ureña 1921: 357).
Parece que el llamado del pensador y filólogo dominicano hizo mella en los estudiosos de la lengua en la época, ya que durante la primera mitad del siglo XX una gran parte de los trabajos sobre el español de América se basó en obras literarias con carácter más bien dialectológico. Dentro de esta corriente se pueden citar los trabajos de Ch. Kany (1969a y 1969b), tendencia que fue extinguiéndose a medida que se le daba más importancia a la lengua hablada y surgían y se perfeccionaban los nuevos métodos de recolección de datos: grabadoras, espectrógrafos, encuestas y, recientemente, el vídeo.
Uno de los primeros trabajos de conjunto sobre el español de América se escribió en Alemania en 1926, y su autora, Anna Mangels, combina obras literarias con hablantes hispanoamericanos residentes en Hamburgo, Alemania. El estudio de Mangels cobra especial valor desde la perspectiva histórica, ya que, en cuanto a ciertos rasgos fonéticos, sus datos significan primeras documentaciones; para citar un ejemplo, el ensordecimiento de vibrante simple final en el español de Costa Rica.
Un hecho de gran relevancia para el mundo lingüístico latinoamericano fue la fundación del Instituto de Filología en Buenos Aires, en 1923. A través de esta institución se empezaron a recopilar y publicar estudios de corte dialectal referentes al español americano.
En cuanto a la geografía lingüística, el primer estudio en América es el libro de Tomás Navarro (1948) sobre el español de Puerto Rico. Sin embargo, esta disciplina de la dialectología no llega a cuajar sino a principios de la década de 1970, cuando empiezan a salir los grandes atlas lingüísticos nacionales: Atlas lingüístico etnográfico del Sur de Chile, conocido como ALESUCH (Araya et al. 1973), Atlas lingüístico etnográfico de Colombia o ALEC (Flórez 1981-1983), Atlas lingüístico de México (Lope Blanch 1991), el Pequeño atlas lingüístico etnográfico de Costa Rica o ALECORI (Quesada Pacheco 1992) el Atlas lingüístico diatópico y diastrático del Uruguay o ADDU (Elizaincín & Thun 2000), el Atlas lingüistico-etnográfico de Nicaragua o ALEN (Chavarría & Rosales 2010), el Atlas lingüístico-etnográfico de Costa Rica o ALECORI (Quesada Pacheco, en prensa) y el Atlas lingüístico-etnográfico de Panamá o ALEP (Tinoco, en prensa).
Además, durante la década de 1970 empiezan a fluir estudios sobre el español americano, no ya desde la perspectiva dialectológica, que había reinado durante toda la primera mitad del siglo XX, sino desde otras dimensiones como la sociolingüística (cfr. López Morales 1980), la diacronía (cfr. Guitarte 1980) y, en los últimos años, la pragmática (cfr. Rojas 1998).
Respecto de la relación de las academias hispanoamericanas con la Real Academia Española durante el siglo XX, en setiembre de 1939 se celebró en Buenos Aires el Congreso Americano de la Lengua, en el cual hubo acaloradas disputas sobre la presencia de los americanos en la Academia, pero, tal como apunta Julio Casares (1953: 13),
No hay que decir que las turbulentas sesiones del Congreso, en las que el presidente tenía que amenazar a cada paso con abandonar su sitial si no se guardaba un mínimo de orden y decoro, acabaron como el rosario de la aurora. No hay noticia de que se adoptaran conclusiones, y sólo consta que la moción separatista defendida por su señor Barletta fue rechazada por 20 votos contra 8.
Otro intento de llegar a una solución se presenta en 1951, en México, cuando se celebra el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, y cuyo tema principal era la unidad de la lengua. Sin embargo, hubo mociones tendientes a separar las Academias de Ultramar de la Real Academia. Una de las varias propuestas reza así:
Es de recomendar, y se recomienda, a las Academias Americanas y Filipina Correspondientes de la R. A. E., renuncien a su asociación con esta última... y asuman así de lleno la autonomía de que no deben abdicar y la personalidad íntegra que les es inalienable. (Casares 1953: 13)
Al igual que años atrás, en este congreso se plantea la necesidad de elaborar un diccionario distinto del de autoridades, el cual, según la opinión del académico guatemalteco David Vela, «no responde a las actuales formas de vida en América ni a las necesidades múltiples, populares y eruditas del idioma». (cit. por Casares 1953: 14). Sin embargo, al igual que en Buenos Aires, en la capital azteca los aires secesionistas terminaron esfumándose, los miembros que proclamaban la separación fueron muy pocos, y reinó el deseo de seguir unidos con la Real Academia Española, como diría el académico mexicano José de Vasconcelos, «gracias al sentimiento hispánico» del congreso, y entendiendo como hispánico a «todo el que piensa en castellano». (Casares 1953: 14).
El tiempo ha pasado, se inicia el siglo XXI, y las discordancias han dado paso a las concordancias a uno y otro lado del Atlántico, de manera que hoy en día el concepto de “diccionario de autoridades” ha sido sustituido por el de “diccionario de uso”, a la vez que se ha superado la idea del español peninsular como madre y regente, frente a las variedades americanas como sus hijas; por el contrario, todas las variedades hispánicas están en el mismo nivel de validez y de respeto, y todas las Academias de la Lengua, en unión con la Real Academia Española, se sientan juntas para discutir y consensuar el rumbo de la lengua española. Producto de este trabajo conjunto es el Diccionario de americanismos (Asociación 2010). Asimismo, entre el 7 y el 9 de marzo de 2000 la Real Academia convocó a una reunión con representantes de todas las Academias para discutir el Proyecto de constitución de una red informática de Academias de habla hispana, los gentilicios españoles e hispanoamericanos en el Diccionario de la Real Academia, y la creación del Diccionario Panhispánico de Dudas. No obstante, hay que reconocer que la mentalidad hurgadora y las actitudes críticas de los filólogos hispanoamericanos de hace un siglo fructificaron con el surgimiento del interés por el castellano americano como variedad distinta y echaron a andar su estudio desde un plano totalmente científico.
Para finalizar, no cabe ninguna duda de que hoy en día los estudios sobre este conjunto de hablas que se ha dado en llamar español de América han avanzado grandemente, tanto en cantidad como en profundidad, en donde los investigadores muestran conocimientos sólidos de las nuevas directrices teórico-metodológicas empleadas en otras partes del mundo científico.{11}