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Capítulo 6

IWW versus KKK

Durante la visita de Trabajadores Industriales del Mundo se les concederá una guardia de honor día y noche, compuesta por ciudadanos armados con rifles. El juez de instrucción atenderá en su oficina todos los días.

Harrison Gray Otis (1912)1

Como en otros estados del Oeste, Trabajadores Industriales del Mundo (IWW) en California fueron el blanco favorito de los vigilantes. El pecado original de los wobblies (escandalosos), más que su objetivo declarado de derrocar el sistema salarial, fue su voluntad de organizar a todos los parias obreros –vagabundos blancos, mexicanos, japoneses y filipinos– que eran despreciados por los sindicatos conservadores de AFL. Entre 1906 y 1921, el igualitarismo radical y el espíritu rebelde de IWW se diseminaron con velocidad evangélica por campos, barracas, colonias de vagabundos y barrios marginales. Los wobblies defendieron la causa de los trabajadores oprimidos sin tener en cuenta diferencias de etnias y rechazaron los salarios ventajosos en favor de la “solidaridad por siempre”.

En contraposición a los sindicatos de AFL que subrepticiamente aprobaban los sabotajes con explosivos, el IWW era inquebrantable en su compromiso con la resistencia no violenta. Ningún otro grupo como el IWW en su pleno apogeo, ni siquiera el Partido Comunista en los años 1930 o 1950, se las agenció para enfurecer tanto a los empleadores o causar más histeria entre los propietarios de clase media; y, al mismo tiempo, ningún otro grupo fomentó jamás tan corajuda y amplia rebelión en las profundidades más bajas de la sociedad californiana.

La primera prueba de fuerza a gran escala entre el IWW (organizado en 1905) y los vigilantes ocurrió en Fresno en 1910 y en San Diego en 1912. El Local 66 en Fresno, al igual que otras ramas de IWW, usaban los mítines en las calles del centro para dramatizar su presencia y predicaban el credo por un gran sindicato a los trabajadores locales (“guardianes del hogar” en la forma de hablar de los wobblies) y a los trabajadores de la construcción o agrícolas emigrantes que constantemente afluían a la ciudad de San Joaquín Valley. En un año organizaron a los trabajadores mexicanos en un embalse cercano y dirigieron en una huelga a un grupo de trabajadores de los ferrocarriles de San José. Los empleadores, alarmados, presionaron al jefe de la policía para que impidiera los discursos de Local 66 y encarcelara a sus organizadores. Frank Little, el tuerto, héroe medio indio de una anterior batalla de IWW en Spokane, Washington, llegó a Fresno para encabezar la lucha. Little y los wobblies desafiaron la prohibición y atiborraron la cárcel de la localidad con montones de trabajadores. Cuando los terratenientes los expulsaron de sus centros de reunión en los barrios marginales, ellos erigieron una gran carpa en un terreno alquilado a un simpatizante y llamaron a todos los miembros de IWW en el Oeste a tomar el próximo tren de carga a Fresno. Padeciendo la inundación de su cárcel por radicales de otras ciudades, el jefe de la policía, como explica Philip Foner en su historia del IWW, delegó en los vigilantes:

El 9 de diciembre, una pandilla de 1.000 vigilantes atacó y golpeó severamente a hombres de IWW que pretendían pronunciarse en las calles, luego avanzaron a la carpa principal de esta organización y quemaron el campamento y todos los suministros, marcharon a la cárcel del condado y amenazaron con entrar en la cárcel y linchar a los wobblies prisioneros. La turba estaba alentada por una declaración del jefe de la policía Shaw de que “si los ciudadanos deseaban actuar, ellos no se lo impedirían”. La declaración de Shaw surgió al descubrir que la ciudad de Fresno no tenía un decreto que prohibiera pronunciarse en las calles y que las acciones de la policía no tenían ninguna autoridad2.

Ante el asombro de los vigilantes y la policía, los wobblies, endurecidos por el coraje calmado de Frank Little, se negaron a abandonar la lucha. Los 150 prisioneros en la cárcel de Fresno se mantuvieron durante semanas enfrentando el régimen sádico de golpes, chorros de agua con mangueras y dietas de agua y pan. Con nuevos “ejércitos” de cientos de voluntarios de IWW que se unían a la lucha, provenientes de todos los confines de California y el noroeste, las autoridades de Fresno de mala gana anularon la prohibición y permitieron que se hablara libremente en las calles.

Si bien Fresno fue una victoria inspiradora para IWW, la amarga experiencia en San Diego en 1912 anunció con antelación la despiadada represión que los wobblies y otros radicales californianos enfrentarían de 1917 en adelante. En San Diego, el coraje de los luchadores de IWW por la libre expresión colisionó con una pared de granito erigida por dos de los mayores saqueadores de California: el General Harrison Gray Otis, propietario de Los Ángeles Times y arquitecto de la open shop, y John D. Spreckels, editor del San Diego Union y el Tribune y dueño de casi todas las cosas de valor en la ciudad de San Diego.

Desde el bombardeo del Times por sindicalistas de AFL en 1910, Otis influyó sobre los capitalistas asociados en la costa del Pacífico para militarizar la relaciones industriales locales en todas las líneas de la Asociación de Fabricantes y Comerciantes de Los Ángeles (M&M), de la cual era fundador. Otis, uno de los más rabiosos aborrecedores de los sindicatos en la historia de Norteamérica, defendía una “libertad industrial” (eslogan que encabezaba el Times) que no dejaba espacio para tribunas, protestas o sindicatos. En diciembre de 1911, se reunió confidencialmente con los líderes de negocios en San Diego en el U.S. Grant Hotel, exhortándolos a aplastar el IWW por medio de la adopción de la draconiana prohibición a la libre expresión en las calles y a las huelgas. El principal capitalista de la ciudad, John D. Spreckels, necesitó poco convencimiento. Sus periódicos habían estado asediando insistentemente a los wobblies desde que éstos participaron en una breve invasión revolucionaria de Baja California en 1911 (apoyando al anarquista Partido Liberal de Ricardo Flores Magon), y más recientemente había sido ultrajado al descubrir que el Local 13 del IWW de San Diego trató de organizar a los empleados de su tranvía. Aunque había poco amor entre los editores rivales, Spreckels apoyó el exterminio de IWW y rápidamente indujo al concejo de la ciudad y al resto de los negociantes hacia el mismo punto de vista.

Como en Fresno, la lucha por la libre expresión comenzó de forma desigual en febrero de 1912, con represiones, arrestos masivos, chorros de agua y condiciones brutales de encarcelamiento, mientras el periódico de Spreckels diseminaba la hiel mortífera:

La horca es muy buena para ellos (editorializa el San Diego Tribune) y se merecen algo peor; porque son absolutamente inútiles para la economía humana; son escorias de la creación y deben ser echados en la alcantarilla para que se pudran al igual que los excrementos3.

El Tribune recomendaba encarcelar a los miembros de IWW, mientras el más moderado Union se contentaba con apoyar las palizas y deportaciones. Entretanto, cientos de wobblies, con una temeridad y valentía que enfurecía a sus perseguidores, continuaron llegando a “Spreckelstown” en carros de carga o a pie. Esta vez, sin embargo, descubrieron que los vigilantes harían un show prolongado. Con un reportero del Union entre los cabecillas identificados, una fuerza armada de varios cientos de vigilantes, algunos de ellos obviamente secundados por sus empleadores, mantuvieron un régimen de terror sin precedentes durante más de tres meses. Un contingente actuaba como patrulla fronteriza temporal, acampando en la frontera del condado San Onofre para interceptar a wobblies del sur; otra banda trabajaba con el brutal jefe de policía Wilson aterrorizando a los prisioneros, llevándolos en ocasiones al Desierto Imperial donde eran golpeados y abandonados a los cactus y las serpientes de cascabel4.

Un miembro de IWW, pateado despiadadamente en los testículos por los carceleros, murió debido a las lesiones, y los dolientes en la procesión del funeral fueron apaleados también. Muchos otros luchadores por la libertad de expresión fueron mutilados y otros salvajemente golpeados. Al Tucker, un mordaz miembro proveniente de Victorville, envió al secretario del tesoro de IWW, Vincent St. John, una narración del tratamiento de rutina aplicado por el comité de recepción de los vigilantes:

Eran cerca de la 1 a. m. El tren disminuyó la velocidad y nos vimos entre dos filas de casi 400 hombres armados hasta los dientes con rifles, pistolas y garrotes de todo tipo. La luna brillaba débilmente a través de las nubes y pude ver picos, hachas, rallos de ruedas de vagón y todo tipo de artefactos balanceándose en las muñecas de todos ellos mientras nos apuntaban con los rifles… nos ordenaron descender y nos negamos. Entonces rodearon el carro donde estábamos y comenzaron a aporrearnos y a arrastrarnos por los calcañales, de modo que en menos de media hora nos bajaron del tren y magullados y ensangrentados fuimos puestos en fila y marchamos hacia el corral de ganado… entonces seleccionaron a un hombre que ellos suponían que era el líder y le dieron una paliza extra. Varios hombres fueron llevados inconscientes y pensé que había algunos muertos; luego hubo algunos de ellos de los cuales no oí hablar más. Todos los vigilantes llevaban puestas insignias y pañuelos blancos en el brazo derecho. Todos estaban bebidos y estuvieron gritando y maldiciendo toda la noche. En la mañana nos tomaron en grupos de cuatro o cinco y nos llevaron hasta el límite del condado… donde fuimos obligados a besar la bandera y luego un grupo de 106 hombres nos golpearon tan fuerte como pudieron. Le quebraron la pierna a uno y todos quedamos apaleados y sangrando por las heridas5.

Kevin Starr escribió que “las batallas de San Diego por la libertad de expresión suscitaron la peor reacción posible en la amenazada clase media y baja de California”. Él explica que los vigilantes fueron reclutados por una burguesía ansiosa y mezquina, “insegura de lo que había obtenido o soñaba con obtener al venir a California”. Como en la Alemania de Weimar, “la oligarquía, es decir, las clases medias y altas, abominaban y temían al IWW; pero los oligarcas no tomaban las calles como los vigilantes. Ellos, más bien, alentaban a las clases medias y bajas para que hicieran ese trabajo”6.

Pero según testigos que presenciaron los hechos, Starr está equivocado: la “oligarquía” instigó y participó físicamente en el festival de violencia vigilante de San Diego. Abram Sauer fue el editor de un pequeño semanario llamado el Herald que apoyaba el movimiento por la libertad de expresión. Fue secuestrado, amenazado con ser linchado y luego se le dijo que abandonara la ciudad (posteriormente fue dañada su prensa). Sauer, sin embargo, valientemente se negó a huir y publicó un artículo sobre su secuestro que identificaba a los vigilantes como prominentes banqueros y comerciantes así como “miembros de la Iglesia y cantineros, de la cámara de comercio y del cuerpo real del Estado… así como miembros del jurado de acusación”7. Aunque la teoría de Starr sobre el vigilantismo puede aplicarse a otra situación histórica, los antirradicales de San Diego (además de los taberneros) parecen haber tenido mayor categoría que “los tenderos, los corredores de bienes de menor escala, los dependientes de alto nivel y los capataces de primer nivel” a los cuales identifica como el centro del estrato social8. La clase media común, sin embargo, se vio sujeta a considerables presiones para escoger de qué lado iba a estar.

Anticipándose a la cacería de brujas que vendría luego, la prensa de Spreckels engatusó a los habitantes de San Diego para velar por la “lealtad” entre ellos mismos. Así, “los vecinos sabrán dónde están parados en esta cuestión de vital importancia para San Diego”; el Union recomendaba a los ciudadanos leales a llevar puestas banderas norteamericanas en las solapas, con la siniestra sugerencia de que aquellos que se negaban a exhibir su patriotismo o hacer consideraciones indebidas sobre la ley de derechos debían ir pensando en un reacomodo9.

Un famoso linchamiento fue publicado a mediados de mayo cuando la anarquista más notoria de Norteamérica, Emma Goldman, llegó a San Diego al parecer para dar una conferencia sobre Ibsen, aunque era evidente que quería mostrar su desafío a las leyes de los vigilantes. Los nervios de acero de Emma eran notorios y no tuvo miedo a enfrentar la plebe sedienta de sangre que se congregó afuera del hotel que gritaba: “Dennos a esa anarquista; la desnudaremos; le sacaremos las tripas”. Pero su amante y gerente, Ben Reitman (pionero de la educación sexual y autor de Boxcar Bertha), fue secuestrado y luego torturado de tal manera que dejó traslucir el considerable disfrute por la perversión sexual de sus raptores. Los secuestradores (¿“miembros de la Iglesia y taberneros”?) lo llevaron a una remota altiplanicie donde orinaron sobre él, lo desnudaron y lo patearon. Entonces “con un cigarro encendido”, contó posteriormente Reitman a los reporteros en Los Ángeles, “quemaron mis glúteos grabando las letras IWW… vertieron una lata de brea sobre mi cabeza y, a falta de plumas, restregaron artemisa sobre mi cuerpo. Uno de ellos intentó meterme un bastón en mi recto. Otro torció mis testículos. Me obligaron a besar la bandera y a cantar el himno norteamericano10.

A pesar de tal sadismo, los wobblies, increíblemente, continuaron su lucha, apoyados por socialistas y eventualmente por indignados sindicalistas de AFL y algunos liberales. Pero la cantidad de víctimas del terror era aplastante. Incluso los abogados que trataron de representar a IWW fueron encarcelados, y cuando los juristas protestaron al gobernador Hiram Johnson, el campeón de los liberales, éste replicó que “la anarquía y la brutalidad del IWW es peor que la de los vigilantes”. Cuando Goldman y Reitman trataron de volver un año después, otra vez fueron casi linchados y tuvieron que escapar a Los Ángeles. Aunque el ayuntamiento, con el tiempo, revocó el estatuto contra las manifestaciones públicas y la libre expresión retornó a las calles del centro de San Diego, fue sólo una victoria pírrica para IWW. Como señala Philip Foner, algunas de los principales miembros IWW comenzaron a objetar el enorme costo humano y organizativo de tales experiencias, aunque muchos miembros de las filas apoyaron de corazón al maltratado Al Tucker quien juró que si volvía a tomar parte en otra batalla por la libertad de expresión “sería con ametralladoras y bombas”11.

Al final, sin embargo, IWW continuó su desafío pero mediante campañas no violentas organizando a vagabundos de las cosechas, trabajadores textiles, personal de la construcción, marineros y desempleados. Los wobblies probablemente sufrieron la mayor amenaza en Central Valley, donde cada intento de destruir su liderazgo –como la trampa tendida a “Blackie” Ford y Herman Suhr después del llamado Disturbio de Wheatland en 1914, cuando delegados vigilantes dispararon contra una manifestación– fueron contrariados por la emergencia de un nuevo cuadro de “delegados” y organizadores itinerantes. Aunque IWW fracasó en el intento de construir locales duraderos, su núcleo agrícola permaneció intacto, amenazando con aprovechar cualquier chispa de descontento para convertirla en huelga. Los agricultores estuvieron de acuerdo con el General Otis y otros líderes de la open-shop en que la represión selectiva de los líderes de IWW era inefectiva y que la organización sólo podía ser derrotada aplicando, a nivel estatal, los métodos de San Diego.

La Primera Guerra Mundial fue el pretexto para esa cruzada. Nacionalmente, la Liga Protectora Americana (APL), que con el tiempo llegó a tener 350.000 miembros, se convirtió en “una agencia casi vigilante y casi gubernamental fuera de control que estableció una red de espionaje masivo en todo el país”, con la aprobación del Departamento de Justicia. En California y en todas partes, APL se focalizó en los wobblies y socialistas “desleales”, mientras redactaba las páginas editoriales de todos los periódicos de California. Las pandillas saquearon las oficinas de IWW en Oakland y Los Ángeles en agosto de 1917, y en septiembre, la Guardia Nacional fue enviada para aplastar una huelga de los fabricantes de conservas dirigida por IWW en San José. Los funcionarios federales y locales asaltaron las oficinas de los wobblies en California central y arrestaron a grupos de activistas. Cuarenta y seis fueron encarcelados en Sacramento, donde “los editoriales del Sacramento Bee apoyaban el linchamiento de los prisioneros, y los rumores de amenazas flotaban en el aire al por mayor”12. El IWW fue efectivamente convertido en una organización ilegal y los asaltos a sus miembros e instalaciones fueron aplaudidos como formas de patriotismo.

El fin de la guerra no supuso un respiro. 1919 fue el año de las grandes huelgas así como de las “Palmer Raids” (ofensiva ordenada por el fiscal general Michell Palmer para perseguir y deportar a supuestos socialistas) y la deportación masiva de “extranjeros radicales”. Contra la amenaza de una huelga general en Seattle, que por primera vez aliaba a los sindicalistas de AFL con el IWW, la legislatura de California aprobó una ley de “sindicalismo criminal”. Fabricada a mano por la M&M de Los Ángeles y la Cámara de Comercio de San Francisco, ésta permitía a las autoridades enviar docenas de wobblies a San Quentin simplemente por su testaruda creencia, para citar el preámbulo de la constitución de IWW, de que “la clase trabajadora no tiene nada en común con la clase empleadora”13.

Unos pocos meses después, Los Ángeles Times –los wobblies lo llamaban “Los Ángeles Crimes” (Los Crímenes de Los Ángeles)– publicó una serie de artículos urgiendo a renovar el vigilantismo contra el IWW. Los agricultores citrícolas en los valles de San Gabriel y Pomona ya estaban complacidos por los ataques y deportaciones a los huelguistas del IWW en los huertos. Luego, en noviembre, una turba de soldados y civiles atacó una reunión del IWW en Los Ángeles, destrozando el vestíbulo y dañando seriamente a cuatro personas mientras la policía arrestaba al resto de las víctimas por “incitación a los disturbios”14. Según Philip Foner, la Legión Americana en Los Ángeles, organizó un ala paramilitar “especializada en atacar librerías radicales, apalear a wobblies y acosar a los dueños de los salones de reunión”15. Las reuniones del IWW en Los Ángeles fueron entonces prohibidas por la razón, inmejorablemente kafkiana, de que el sentimiento público consideraba “inseguro que los enemigos de la paz y del gobierno se reunieran en público”16.

Sin embargo, en las propias fauces de ese terror, los wobblies comenzaron a crecer nuevamente. Los trabajadores habían perdido todas las grandes batallas de 1919, quedando fragmentados muchos de los sindicatos del AFL y santificado el open shop en toda la costa del Pacífico, inclusive San Francisco. La mayoría de los militantes de los movimientos obreros echaron la culpa de esta épica derrota al sindicalismo estrecho y derechista que lideraba la AFL. Los wobblies, con su tenaz devoción por la lucha de clases y su defensa religiosa del sindicalismo industrial, de momento se convirtieron en una alternativa atractiva, y el IWW ganó un impresionante número de adeptos, especialmente en el problemático litoral de California, donde el Sindicato Industrial de Trabajadores del Transporte Marino (MTWIU), miembro del IWW, hacía resistencia al open shop. A pesar del mito de que los wobblies habían muerto en 1918 cuando el gobierno federal encarceló su liderazgo nacional, el “último conflicto” –al menos en la costa oeste– fue la atrevida y quijotesca “huelga general para liberar a prisioneros de guerra” que el IWW lanzó en abril de 1923.

Aunque la huelga afectó ambas costas, y de hecho tuvo ecos de solidaridad mundial desde Montevideo hasta Yokohama, su área principal fue San Pedro. Aquí los marinos y estibadores del MTWIU, apoyados por algunos trabajadores del petróleo que eran simpatizantes, pararon el puerto de Los Ángeles para completa sorpresa de los patrones y de los sindicatos de AFL. Mientras noventa barcos permanecían parados, “una aeronave rosada volaba sobre el muelle y los campos de petróleo, lanzando panfletos, y un automóvil de color rosa también, conocido como ‘Spark Plug’ (“la bujía”), conducía por la ciudad llevando oradores para hablar a miles de trabajadores en mítines al aire libre”17. Al menos en Los Ángeles, el IWW estaba vivito y coleando.

De hecho, la huelga se convirtió en una extraordinaria y prolongada prueba de fuerza entre las clases contendientes. De un lado la clase trabajadora del puerto, apoyada por los sindicalistas del comercio de Los Ángeles y los socialistas. Por el otro lado estaban los patrones (especialmente la reaccionaria Hammond Lumber Company), respaldados por Los Ángeles Times (ahora capitaneado por el yerno de Otis, Harry Chandler), el M&M y su “ala militar”, el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD). El LPAD, declaró que las huelgas y mítines eran “incompatibles con la seguridad pública”, arrestando a tantos miembros y defensores del IWW que la ciudad se vio forzada a construir una empalizada especial en Griffith Park para manejar tal desbordamiento. Una simpatizante local, la señora Minnie Davis, permitió a los wobblies reunirse en un espectacular promontorio de su propiedad, que pronto fue bautizado por los huelguistas como “La Colina de la Libertad”.

Con doscientos pies sobre el nivel de la Tercera Avenida, la Colina de la Libertad tenía varios senderos con peldaños de piedra que conducían hacia ella. Arriba tenía bancos de madera para cerca de ochocientas personas, una pequeña plataforma de seis por nueve pies y una zona para algunos miles. Allí en la colina, el IWW llevaba a cabo seis mítines por semana, a los que concurrían entre 1.000 y 3.000 personas cuando eran en inglés y entre 500 y 800 cuando eran en español18.

El jefe del LAPD, Louis Oakes, arremetió contra la Colina de la Libertad con arrestos masivos, advirtiendo que “un hombre parado en el muelle tenía que explicar por qué estaba allí y mostrar que no era miembro de IWW; de lo contrario, iría a la cárcel”. El residente más famoso de Pasadena, el periodista y novelista Upton Sinclair, rápidamente retó al jefe, al que describió de secuaz de M&M, a un duelo constitucional, y fue arrestado cuando leía la Constitución de EE.UU. El arresto de Sinclair sólo logró enfurecer a la opinión liberal y atrajo a 5.000 personas adicionales a la Colina de la Libertad en los siguientes días. Así las cosas, y siendo incapaz la policía de parar la huelga solamente con sus arrestos, aparecieron repentinamente los vigilantes con capuchas blancas, el deus ex machina de la open shop19.

En anteriores confrontaciones de posguerra, la Legión Americana tenía una fuente segura de pandillas antirradicales, pero en 1924 el Ku Klux Klan había crecido astronómicamente en toda California y se rumoreaba que controlaba el balance del poder electoral en Los Ángeles. El cómo y el por qué el Klan fue reclutado para enfrentar a los trabajadores del puerto no está claro, pero el motivo fue presumiblemente su nativismo y su antirradicalismo, ya que el IWW tenía una afiliación mexicana bastante grande en el área del puerto y muchos estibadores hablaban con acento serbio-croata, italiano y escandinavo.

El KKK hizo su debut en el área en marzo de 1924, cuando miles de visitantes encapuchados rodearon el pabellón del IWW en San Pedro; dos semanas después, la policía irrumpió en un mitin del Sindicato de Trabajadores Industriales del Petróleo, arrestó a varios líderes y luego desalojó al resto de los sindicalistas, mientras algunas docenas de miembros del KKK destruyeron completamente el local20. Fue evidente la cooperación de la policía con los encapuchados terroristas. El 14 de junio, después de los rumores falsos de que miembros del IWW se alegraban con la noticia de la mortífera explosión a bordo del USS Mississippi, 150 vigilantes, miembros del KKK, y probablemente también policías fuera de servicio, atacaron el pabellón de IWW en las avenidas central y duodécima.

Trescientos hombres, mujeres y niños participaban en un acto de beneficencia por algunos miembros que habían muerto recientemente en un accidente de ferrocarril. Los vigilantes sacaron violentamente a las mujeres y hombres sorprendidos y luego volcaron su furia sobre los aterrorizados niños, algunos de ellos en edad de comenzar a caminar.

Parecían disfrutar de un especial deleite al zambullir a los niños en el recipiente de café hirviendo. Esto se lo hicieron a Lena Milos, de 10 años, conocida como “el pájaro cantor wobbly”, Lillian Sunsted, de 8 años, May Sunsted, de 13 años, John Rodin, de 5 años, Andrew Kulgis, de 12 años, y Joyce Romilda, de 4 años. Andrew Kulgis recibió una carga adicional de grasa caliente por uno de los sádicos de la pandilla. Todos los niños recibieron también palizas21.

El joven Andrew Kulgis fue hervido casi hasta morir, mientras los otros niños sufrieron severas quemaduras. Entretanto, fueron secuestrados siete hombres y llevados a un remoto lugar en Santa Ana Canyon, donde fueron salvajemente golpeados y luego embetunados y emplumados. Los vigilantes nunca fueron procesados (de hecho, fueron ensalzados por el Times), y cuando abogados del ACLU intentaron protestar por la atrocidad en un mitin en el centro de San Pedro, fueron selectivamente encarcelados. A finales de 1924, los afiliados del MTWIU en San Pedro estaban agonizando, los organizadores más dedicados del IWW, ahora condenados por “sindicalismo criminal”, dirigían huelgas en San Quentin, y Los Ángeles Times de Harry Chandler proclamaba la victoria después de “treinta años” de guerra entre los obreros y el capital22.

1. Citado en Philip Foner, The Industrial Workers of the World, 1905-1917 (Nueva York: International Publishers, 1965), p. 191.

2. Ibíd., p. 186.

3. McWilliams, p. 157.

4. El mejor recuento sobre las batallas por la libre expresión en San Diego está en Jim Miller, “Just Another Day in Paradise?” en Mike Davis, Kelly Mayhew, y Jim Miller, Under the Perfect Sun: The San Diego Tourists Never See (Nueva York: New Press, 2003).

5. Philip Foner, ed., Fellow Workers and Friends: IWW Free-Speech Fights as Told by Participants (Westport, Conn: Greenwood Press, 1981), pp. 140-41.

6. Kevin Starr, Endangered Dreams: The Great Depression in Califomia (Nueva York: Oxford University Press, 1996), p. 38. A pesar de ser criticado, constituye un magnífico ejemplar de las guerras agrícolas y portuarias en California, escrito desde una perspectiva pro-obrera que puede sorprender a algunos lectores de sus primeras series “Americans and the California Dream”.

7. Foner, The Industrial Workers of the World, p. 198.

8. Starr, Endangered Dreams.

9. John Townsend, Running the Gauntlet: Cultural Sources of Violence against the IWW (Nueva York: Garland, 1986), pp. 50-51.

10. Foner, The Industrial Workers of the World, p. 202.

11. Ibíd., p. 211; y Foner, ed., Fellow Workers, p. 141.

12. Melvyn Dubofsky, We Shall Be All: A History of the IWW (Chicago: Quadrangle Books, 1969), p. 439.

13. Ver la discusión sobre el origen de ley en Hyman Weintraub, “The IWW in California: 1905-1931” (master’s thesis, UCLA, 1947), pp. 162-64.

14. Ibíd., p. 168.

15. Philip Foner, The T.U.E.L. to the End of the Gompers Era (Nueva York, International Publishing, 1991), p. 32.

16. Goldstein, Political Repression, p. 156.

17. Weintraub, “The IWW in California”, p. 228.

18. Foner, The T.U.E.L. to the End of the Gompers Era, p. 38.

19. Ibíd., pp. 39-50.

20. Ibíd., p. 236.

21. Louis Perry y Richard Perry, A History of the Los Angeles Labor Movement, 1911-1941 (Berkeley, California: University of California Press, 1963), pp. 190-91.

22. Ibíd.

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