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Capítulo 7

Dudosa batalla

“Tú, rojo, hijo de puta”, gritó Livingston, “quieres ley constitucional. ¡Pues te daremos a probar nuestra ley constitucional!”

Vigilante en El Centro (1934)1

En la víspera de la Gran Depresión, California era el “paraíso para vivir o para mirar” de la clase media, como apunta Woody Guthrie, pero para aquellos sin el “do re mi” –campesinos y especialmente trabajadores radicales– era una sociedad semifascista, cerrada, donde la clase empleadora, especialmente en Central Valley y al sur de California, estaba acostumbrada a la violencia vigilante como una forma normal de establecer las relaciones de trabajo industriales. La cruzada contra IWW reforzó la ya generalizada creencia de que los subversivos no tenían libertades civiles y que la burguesía estaba perfectamente facultada para blandir las escopetas, desfilar en capuchas y despedazar los centros de reunión de los sindicatos.

Por otra parte, las grandes batallas de la década de 1930 dejarían un ambiguo legado: el movimiento obrero urbano, guiado por los nuevos sindicatos de CIO, como ILWU y UAW, derrocarían el open shop y pondrían el rótulo sindicalista en la producción masiva de tiempo de guerra; sin embargo, en los valles, la militarizada organización Campesinos Asociados, junto a Sunkist (los citrícolas), golpearían todo intento de establecer sindicatos agrícolas duraderos. En la defensa del sistema californiano de agricultura corporativa y los grandes latifundios familiares, el vigilantismo se remontaría a niveles nunca vistos desde la sangrienta década de 1850.

Después de la derrota final de los locales de IWW en Central Valley en 1917-19, los agricultores empezaron a reemplazar los “vagabundos de las cosechas” (en la forma de decir del IWW) por familias obreras mexicanas. Como los grupos étnicos chinos y japoneses que habían ocupado previamente el nicho de los esclavos agrícolas, los mexicanos fueron primeramente ensalzados como modelos de docilidad y amor al trabajo rudo y luego desechados como gentuza y amenaza racial cuando comenzaron a organizarse y a luchar. A pesar de los esfuerzos de cónsules locales mexicanos para promover sindicatos étnicos exclusivos (que frecuentemente, enfatiza Gilbert González, eran poco más que sindicatos de compañías), los campesinos se unieron a otros grupos, incluyendo blancos, afroamericanos y especialmente militantes filipinos, para llevar a cabo alrededor de cuarenta y nueve huelgas entre 1933 y 1934, que involucraron a casi 70.000 trabajadores del campo y de las fábricas de conserva2.

La más importante de esas batallas –incluyendo la huelga épica de 1933 en el algodón y las luchas entre 1933 y 1934 en Imperial Valley– fue llevada a cabo bajo el estandarte del Sindicato Industrial de Trabajadores Agrícolas y Conserveros (CAWIU), uno de los sindicatos comunistas del “Tercer Período” establecido después de 1928. Para los agricultores, el CAWIU era un tentáculo de una vasta conspiración “roja”: una amenaza que debía ser borrada a cualquier precio. Ciertamente, el sindicato era una larga operación, financiada no por el dinero de Moscú sino por cuotas de cincuenta centavos que depositaban sus miembros y la extraordinaria dedicación de un puñado de organizadores. En contraposición al mito de la derecha de un plan de subversión cuidadosamente preparado, remachado por William Z. Foster y sus subordinados en las oficinas del Union Square en New York, el CAWIU fue una pequeña brigada que respondía a las rebeliones espontáneas en los campos, ayudando a darles forma y transformarlas en campañas continuas y huelgas organizadas. Poseía pocos recursos –unos pocos automóviles, máquinas duplicadoras y abogados izquierdistas pro bono– pero se las agenció para galvanizar la lucha de los trabajadores del campo que no poseían prácticamente nada excepto sus andrajosas ropas y el hambre de sus hijos.

La amenaza real de CAWIU, como sabían algunos agricultores, era que representaba una versión aumentada de IWW, con una base de apoyo urbano de la que carecían los wobblies. De hecho, el organizador principal, Pat Chambers, fue un duro ex wobbly, y el CAWIU mantuvo el modelo de organización participativa de IWW: “cada miembro al unirse se convierte en un organizador… con líderes huelguistas y presidentes de comité electos por los trabajadores y sometiendo a votación las principales decisiones. El sindicato limitó cuidadosamente las demandas huelguistas a aquellas que deseaban sólo los trabajadores”. Por otro lado, el CAWIU, a diferencia de los sindicatos blancos de AFL, predicaba un evangelio de solidaridad interétnica y de rechazo a la discriminación, que respaldaba con el consistente coraje y sacrificio de sus organizadores3. (“Sólo un fanático”, observaba cínicamente un líder de AFL, “desearía vivir en tugurios o carpas y dejar que le rompan la cabeza para defender los intereses de trabajadores inmigrantes”4).

Denominada originalmente Liga Industrial de Trabajadores Agrícolas (AFIL), el bautismo de fuego del CAWIU fue la huelga en los campos de lechuga de Imperial Valley en 1930. La Liga del Sindicato del Comercio, progenitora de AFIL/CAWIU, envió algunos de sus más experimentados organizadores para ayudar a esta huelga de jornaleros mexicanos y filipinos, pero los comunistas se convirtieron en blanco de las persecuciones al sindicalismo criminal que finalmente envió a seis de ellos a San Quentin. Un año después, los comunistas ayudaron en una huelga de conserveros en Santa Clara Valley que fue rápidamente aplastada por la policía y miembros de la Legión Americana (“vigilantes con insignias”), a pesar de apoyar las protestas de los desempleados en San José. La primera mitad de 1932 fue igualmente sombría. En mayo, una desesperada sublevación de los recolectores de guisantes dirigida por CAWIU cerca de Half Moon Bay fue eficientemente desbaratada por un destacamento de policías y campesinos enviados. En junio, uno de los veteranos de CAWIU, Pat Callahan, fue golpeado por terroristas casi hasta morir durante una desesperada huelga de recolectores de cerezas en Santa Clara Valley5.

El CAWIU se reagrupó en septiembre alrededor de una serie de huelgas que siguieron a la cosecha de uva al norte de San Joaquín Valley. Aunque una huelga en el área de Fresno fue desbaratada rápidamente, cerca de 4.000 recolectores de uvas en los viñedos de Lodi mostraron unas agallas impresionantes enfrentando las palizas y los arrestos. Los agricultores, a su vez, movilizaron su propio ejército. “Grupos de agricultores, negociantes y legionarios americanos”, escribe Cletus Daniel, “fueron comisionados tan pronto se hizo el llamaminto a la huelga y colocados bajo las órdenes del coronel Walter E. Garrison, un patrón agrícola y militar retirado. Una vez formada esta fuerza rompehuelgas, los oficiales constituidos por la ley en la región se desvanecieron en el trasfondo”. Los vigilantes de Garrison fueron tras el liderazgo de la huelga, encarcelando a treinta organizadores de CAWIU y capitanes de piquetes. También forzaron a las agencias de auxilio a cortar la ayuda a las familias de los huelguistas y bloquearon todo intento de asistir a los mítines huelguistas. Pero CAWIU respondió con tácticas de guerrilla, usando grupos que “fustigaban y luego huían” forzando así a los agricultores a acceder a las demandas de los huelguistas. Los agricultores, a su vez, apelaban a la violencia pandillera.

En la tarde del 2 de octubre, aproximadamente 1.500 vinicultores, negociantes, legionarios americanos y otros residentes de Lodi se reunieron en un teatro local para perfeccionar el plan de acabar con la huelga sin más dilaciones. Después de muchos debates, se estableció un “comité de 1.500” para sacar a los huelguistas del área a la mañana siguiente…

A las seis en punto de la mañana siguiente varios cientos de vigilantes armados con palos y armas de fuego entraron en el centro de Lodi para llevar a cabo sus planes. Cuando un grupo de alrededor de 100 huelguistas se situaron frente al campamento central del CAWIU para realizar sus actividades diarias, irrumpió la tormenta. Dejando a un lado su compromiso de no violencia, los vigilantes, guiados por un pequeño grupo de cowboys, cargaron en medio de los huelguistas con palos y puños. Los huelguistas no ofrecieron resistencia cuando, asustados y maltratados, fueron llevados a las afueras de la ciudad. Sin embargo, cuando unos pocos trataron de defenderse de los ataques, la policía intervino arrestándolos por “resistencia a la policía” o por “armar disturbios”. Los asaltos continuaron durante toda la mañana, mientras los vigilantes cruzaban el área en automóviles sacando a los huelguistas de sus campamentos. Más tarde, cuando los huelguistas trataron de reagruparse, fueron atacados por los vigilantes con chorros de agua y bombas de gases6.

La derrota de la huelga de la uva alimentó un ya intenso debate que existía entre los comunistas sobre la necesidad de priorizar blancos de ataques organizados en vez de seguir a las huelgas espontáneas que se producían en el Estado. En noviembre, después de una cuidadosa preparación, CAWIU volvió a la carga en Vacaville donde cuatrocientos frutícolas –mexicanos, filipinos, japoneses e ingleses– marcharon en una manifestación preparada en demanda de mejores salarios. La respuesta fue previsiblemente brutal y siguiendo las mismas tácticas usadas por los vigilantes de San Diego y las generaciones anteriores. “En la primera semana de diciembre”, escribió Orrick Johns, “cuando la huelga llevaba varias semanas, una pandilla enmascarada de cuarenta hombres en coches, sacaron a seis líderes huelguistas de la cárcel de Vacaville, los llevaron veinte millas fuera de la ciudad, los azotaron con látigos, podaron sus cabezas con podadoras de ovejas, y los pintaron de rojo”. No obstante la huelga continuó durante dos meses a pesar de la abrumadora desigualdad, desafiando incluso a los funcionarios de AFL que vinieron a Vacaville para denunciarlos. Al final, el hambre y las amenazas de muerte, en particular contra los filipinos, les obligó a retornar al trabajo, pero los organizadores de CAWIU fueron alentados por la solidaridad de los huelguistas y su resistencia heroica. Muchos estaban animados por la posibilidad de que el fascismo agrícola fuera derrotado, si combinaban esa temeridad con una eficiente organización y –todavía más importante– si lograban una favorable publicidad sobre las condiciones y las demandas de los huelguistas.

Después de todo, la gran huelga agrícola de 1933, en el mismo nadir de la Depresión, tomó por sorpresa a los agricultores y a los sindicalistas comerciales. La agroindustria, según Donald Fearis, creía que los trabajadores hispanohablantes del campo estaban muy asustados por las deportaciones de mexicanos (y sus hijos ya ciudadanos) que estaban ocurriendo en Los Ángeles y otras áreas para exponer su pellejo en las huelgas7. Pero en los sucesos, “la raza”, lejos de intimidarse, se embraveció. La huelga del algodón fue la mayor en la historia de Norteamérica y fue, como vimos, un éxito parcial: falló el reconocimiento del sindicato pero derrotaron la promesa de los agricultores de no atender las demandas de aumento de salario.

El espíritu de lucha de los trabajadores del campo de todas las razas fue magnífico, pero era virtualmente imposible derrotar a los agricultores mientras las cortes locales y los sheriffs permanecían firmemente alineados con los vigilantes, y mientras los gobiernos federales y el Estado permanecían al margen. A pesar de las innumerables protestas al gobernador Rolph sobre el terror en los condados del algodón, éste se negó a dar órdenes a la policía de California y a las patrullas de carretera, de proteger la vida y las libertades civiles de los huelguistas. Tanto Sacramento como Washington, para estar seguros, enviaron inspectores y emisarios oficiales a los campos de batalla, y la mayoría de ellos corroboraron las querellas de los trabajadores tratando de sobrevivir a los crueles recortes salariales mientras los agricultores disfrutaban de los nuevos subsidios agrícolas federales. Pero los emisarios no podían, por sí solos, apartar la bota de hierro que aplastaba las cabezas de los trabajadores.

Por otro lado, los agricultores no se amedrentaron ante el inesperado vendaval en los campos. En Imperial Valley, donde el CAWIU se reconcentró en el otoño de 1933 para apoyar una nueva lucha de los sembradores de lechuga, el fascismo agrícola tomó su forma definitiva. Si bien en anteriores contiendas, los vigilantes se agrupaban en fuerzas de 40 a 150 hombres –campesinos, mayorales y negociantes locales con intereses particulares– los grandes agro-exportadores en El Centro pretendían militarizar completamente a los sectores de clase media y trabajadores cualificados de Valley. La Asociación Anticomunista de Imperial Valley, formada en marzo de 1934, se negaba a tolerar cualquier tipo de neutralidad en la lucha de clases: “Operando bajo el principio coercitivo de que el que no deseaba unirse a la asociación era un comunista o simpatizante de éstos, los líderes del grupo informan de que, en poco más de una semana tras su fundación, la asociación tenía entre 7.000 y 10.000 miembros en Imperial Valley”8. Los periódicos muy pronto llamaron a Valley el “Condado Harlan de California” haciendo referencia al notorio condado minero de Kentucky donde había sido extinguida la libertad de expresión por los pistoleros de las compañías9.

De hecho, el CAWIU perdió rápidamente todo vestigio de espacio público o legal en el cual operar. “Los oficiales declararon que no se permitiría ningún tipo de mitin en Valley”, dijo a sus miembros A. L. Wirin, el consultor jefe de ACLU al sur de California. “Los mítines en salones o terrenos privados se prohibirán. Media docena de mexicanos charlando en una calle constituyen un ‘mitin público’ y serán dispersados por la policía”10.

Cuando el abogado Grover Johnson llegó a El Centro para archivar un mandato de hábeas corpus en beneficio de líderes huelguistas encarcelados, él y su esposa fueron atacados y golpeados en las calles por brigadas anticomunistas y luego casi linchados cuando buscaban refugio en la cárcel. También les fueron suministradas palizas públicas a otros dos abogados de las afueras de la ciudad, y Wirin, uno de los más prominentes defensores de los derechos civiles en el Estado, fue secuestrado por vigilantes (“uno de ellos era un patrullero de carretera en uniforme”), pintado de rojo, robado, amenazado de muerte y abandonado sin zapatos en el desierto. Incluso Peham Glassford, un general retirado anticomunista que fue el representante personal del secretario de trabajo Frances Perkins, fue recibido con hostilidad y amenazado de muerte anónimamente. Un capitán de patrullas de carretera le dijo a dos agentes del comisionado obrero del Estado, después de haber sido detenidos por vigilantes, “Ustedes lárguense de aquí. Ustedes perjudican nuestro trabajo. No queremos conciliación. Sabemos cómo manejar a esta gente y a los problemáticos los sacamos si tenemos que hacerlo”11.

1. Starr, Endangered Dreams, p. 159.

2. Fearis, “The California Farm Worker”, p. 85; y Gilbert Gonzalez, Mexican Consuls and Labor Organizing (Austin: University of Texas Press, 1999).

3. Fearis, “The California Farm Worker”, pp. 95-97.

4. Paul Scharrenberg citado en Camille Guerin-Gonzales, Mexican Workers and American Dreams (New Brunswick, N.J.): Rutgers University Press, 1996), p. 124.

5. Daniel, “Labor Radicalism”, pp. 135-36.

6. Ibíd., p. 210.

7. Fearis, “The California Farm Worker”, p. 105.

8. Daniel, “Labor Radicalism”, p. 272.

9. González, Mexican Consuls, p. 174.

10. Ibíd., p. 178.

11. Ibíd., p. 263.

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