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JOAN MIRÓ Y EL CUERPO DEPUESTO
ANTONI VICENS
ОглавлениеDroites. Je grimpe sur cet escabeau. [...] Tout seul. Surtout personne. Toujours. Personne n’entre dans l’atelier quand je travaille.[1]
JOAN MIRÓ
El objeto de este ensayo es describir la relación que Joan Miró llegó a establecer con la pintura, el dibujo, la escultura, el grabado y la tapicería, para darles las formas de un síntoma, o más bien un sinthome, entendido este como la mediación entre el cuerpo y la imposibilidad de concordarlo con un Uno que fuera solamente identificativo. Nos situamos entre una obra que llegó a inscribirse en la historia del arte como una de las más considerables del siglo XX y unas formas de gozar que recrearon nuestro modo de mirar y de experimentar lo bello artístico. En este caso, explorar el espacio subjetivo que se sitúa entre estas dos instancias requiere atravesar una cantidad impresionante de bibliografía. Los autores se recrean en la obra de Joan Miró sirviéndose de ella para edificar castillos en el aire, algunos de gran vuelo y de construcción bellísima, sin que se revele el misterio de su producción. Por otro lado, los intentos de la semiología del arte —el sol negro, la escalera ascendente, la mirada perdida, la desconexión—[2] han resultado estériles también, y demuestran continuamente que una de las fuentes del arte de Joan Miró es precisamente la de avanzar en sentido contrario a cualquier comprensión, ni tan solo artística, e incluso diríamos psicopatológica. Por cierto, la psicopatología también se ha dejado los dientes en una obra que desbarata los tópicos sobre la melancolía; un congreso reunió a una veintena de especialistas sin llegar a ninguna conclusión distinta de que Joan Miró fue un gran artista.[3]
Nos situamos en la perspectiva según la cual, para cada uno, sea cual sea su síntoma, la vida es objeto de una lucha, no siempre incruenta, entre la imposibilidad y la contingencia, entre la oscuridad del cuerpo que llamamos propio y el medio simbólico en el que se desarrolla la vida. Nada ahí es congruente ni predeterminado; y es esto lo que obliga al ser hablante a crear: a crearse un inconsciente, a crearse un síntoma. Se trata de una creación especialmente política, como gestión del poder de su propio síntoma. El ser puede sucumbir, o alienarse, pero puede también encontrar medios inusuales para sostener todo aquello que le resulta Otro en sí mismo, todo aquello con lo que está familiarizado y que se constituye como su realidad, su mundo, o si se quiere su entorno, entendido incluso como el Umwelt de las teorías etológicas.[4] Digamos ya de entrada que forma parte del Umwelt de Joan Miró la materia pictórica: el papel o la tela, con su grano, su grosor, sus rugosidades; la preparación de la superficie: lijado, cubierto de pintura al huevo, utilizado para limpiar los pinceles; la materia con la que se cubre: óleo, gouache, lápiz piedra, fuego, trozos de periódico o de cartón, hasta la fantasía de utilizar sus propios excrementos. Emociona oírle hablar del goce de la cerámica, las tierras, el fuego, y evocar cuando con su amigo el ceramista Llorens Artigas cocían las piezas en la mufla, con fuego de leña, dejando que el capricho de la materia y de las llamas transformase a su guisa las formas y los colores previstos.
Más sutil y de difícil análisis es la utilización de su propia mirada, o la provocación vista en la mirada de quienes contemplan sus pinturas. En este último extremo está su inmortalidad, tornada vigente por cada uno de quienes ahora mismo miramos sus obras. Nada de esto se separa de su cuerpo, a la vez que resulta una suprema deyección de este. Encontramos algunos testimonios de los estados de ánimo del artista en cada una de las épocas de su vida. Pero su arte es el de transcenderlos desde una soledad y en una sublimación que no solo nos acompaña como un lenitivo o un consuelo, sino que definen la humanidad del tiempo en que se producen. Joan Miró no renuncia a ninguno de sus estados de ánimo; los cabalga, los sigue, se deja crear por ellos; no les otorga la categoría metafísica de un ser, sino que le llevan a una unificación contingente que nos muestra a nosotros que lo seguimos el modo de excitarnos con lo más valioso de la vida: el amor, la muerte, el goce, siempre ligados al encuentro con la ausencia del Otro, el sinsentido, el traumatismo, formas del azar que nos constituyen como seres, más allá de nosotros mismos. De ahí el valor subversivo de su arte: creación hecha a partir de lo más improductivo, producción hecha con gran trabajo pero sin explotación, nueva herida abierta en la realidad y que nos muestra que aún no sabemos nada de lo real. Más allá de la angustia, cerca del arrebato místico, allí donde no hay nada más humano que el goce fuera de la ley, se encuentra Joan Miró, en cuerpo.