Читать книгу Delirios y debilidades - Miquel Bassols - Страница 5

LOS COMIENZOS

Оглавление

Quien, desde la calle Ferran, entra en el pasaje del Crèdit, entre el Barrio Gótico y la plaza Reial de Barcelona, encuentra aún la garita en la que se alojaba un vigilante en la época en que aún existía la tienda y taller de joyas y relojes del padre de Miquel Miró. En la misma casa nació Joan Miró en 1893. Cuatro años después nació su hermana Dolors. Ese era también el nombre de pila de su madre y sería el de su hija. Joan Miró mantuvo relación con las tierras de origen de su padre (Cornudella, en el Priorat) y de su madre (la isla de Mallorca). Su padre le incitó a seguir los estudios de Comercio (una titulación de grado menor respecto del bachillerato), seguramente con vistas a que pudiera llevar en su día el comercio familiar. También por esta razón entró a estudiar en la Llotja, una Escuela de Artes y Oficios llamada así por el local donde estaba, la Llotja de Mar, que en la época era la sede de la Cámara de Comercio. En esa escuela se formaban sobre todo diseñadores para la industria, pero también ofrecía estudios de Bellas Artes. En esa escuela había enseñado el padre de Pablo Picasso, este último había sido también alumno unos años antes que Joan Miró. Allí estudió dibujo y pintura, a la vez que arte decorativo, formación muy oportuna para un futuro joyero. Nos quedan de esa época algunos diseños de joyas.

En 1910, Joan Miró sufrió una depresión nerviosa, seguida de una fiebre tifoidea. No sabemos mucho de este episodio, que hay que considerar muy importante. El caso es que el padre de Joan Miró había comprado una casa con una pequeña finca en Mont-roig, un pueblo que está a unos cuarenta kilómetros al sur de Cornudella, muy cerca del mar. Los padres decidieron mandarlo allí para que se recuperara. Permaneció en Mont-roig unos meses, trabajando y pintando; a la vuelta entró a trabajar como contable en un famoso almacén de droguería. A la vez, expuso un par de pinturas en la VI Exposición Internacional de Arte de Barcelona de 1910. Mientras tra­­bajaba como contable, estudiaba en una escuela particular de arte, regida por el pintor y pedagogo Francesc Galí, quien le hizo descubrir la música y la poesía, lo llevó a pintar al exterior y utilizó con Joan, que tenía algunas dificultades con el dibujo, un curioso método, consistente en hacerle palpar a ciegas un objeto, por ejemplo, la cabeza de un compañero, para dibujarlo luego sobre el papel.

El propio Joan Miró lo contaba así: «Era incapaz de ver un volumen, de trasladarlo con el sentido de la sombra, los huecos y todo eso [...] No era muy hábil. [...] Entonces Galí inventó para mí este método, atrevido como él [...] Yo estaba muy angustiado por no poder hacer lo que mis compañeros hacían muy fácilmente».[5] Estuvo tres años en aquella escuela, donde hizo grandes amigos, como Josep Llorens Artigas, Enric C. Ricart y Josep Francesc Ràfols.

En 1912, el activo galerista barcelonés Josep Dalmau organizó la primera exposición cubista realizada fuera de Francia. La obra más notable que se presentó fue el Nu descendant un escalier de Marcel Duchamp, junto con obras de Gleizes, Le Fauconnier, Juan Gris, Metzinger, Marie Laurencin y Augusto Agero. No cabe duda de que Miró y sus amigos conocían algo de esa escuela, pero en la época de las estampas en blanco y negro nada podía compararse a la presencia misma de esas obras.

A partir del año siguiente frecuentó la academia de dibujo del Cercle Artístic de Sant Lluc. El Cercle ofrecía modelos desnudos y caballetes para quien quisiera practicar el dibujo del natural. Joan Miró evoca la presencia, entre los que allí practicaban, de un hombre barbudo de edad avanzada: era el arquitecto Antoni Gaudí, que, con toda su fama, seguía practicando el dibujo del natural. Joan Miró conoció allí a otros que serían sus amigos. Uno de ellos era Joan Prats, que tendría durante muchos años una famosa sombrerería en la rambla de Catalunya. Los otros eran los mencionados Enric C. Ricart, con el que alquilaría un estudio, Josep Francesc Ràfols, pintor, arquitecto e historiador del arte, y Josep Llorens Artigas, que sería su ceramista. En 1913, Joan Miró expuso tres obras en una exposición organizada por el mismo Cercle de Sant Lluc.

Joan Miró empezó a alternar sus estancias durante el verano en Mont-roig con la vida en Barcelona primero y más tarde en París. Él era consciente de sus limitaciones como artista; sabía que el dibujo se le resistía; pero se le reconocían dotes de colorista. En un esbozo de autobiografía escrito para Michel Leiris en 1929 evocaría esta época: «No dispongo de medios plásticos para expresarme: esto me hace sufrir atrozmente y llego a darme golpes con la cabeza en la pared, de desesperación, al no poder expresarme».[6]

En 1917, en plena guerra mundial, el marchante parisino Ambroise Vollard organizó en Barcelona una gran exposición de arte francés, con 1.458 obras de Maurice Denis, Edgar Degas, Bonnard, Matisse, Monet, Odilon Redon, Signac, Vuillard, Cézanne, Courbet, Daumier, Gauguin, Manet, Seurat, Sisley y Toulouse-Lautrec. Picasso se instaló en Barcelona durante unos meses, en la que sería su penúltima estancia larga en la ciudad. La exposición tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes, un impresionante edificio hoy desaparecido, situado en el Saló de Sant Joan, cerca del parque de la Ciutadella. Sin duda fue un gran acontecimiento artístico, y Joan Miró quedó muy impresionado. De ahí surgiría la Agrupació Courbet, que reuniría a Joan Miró, Ràfols, Ricart, Rafael Sala, Francesc Domingo y Llorens Artigas.

En esta época, la pintura de Joan Miró tomaba su inspiración del fauvismo. En sus cuadros plasma juegos de color de gran impacto visual, reforzado por un uso de ritmos violentos en la forma. Son de esta época El abanico rojo (D 15),[7] el Desnudo de pie (D 57), el Desnudo con espejo (D 71), y paisajes de Mont-roig, Prades, Siurana y otros pueblos cercanos, bodegones, algunos retratos o los dos primeros autorretratos, de 1917 (D 50) y 1919 (D 72).[8] Su pintura se dirige al espectador para producir en él un efecto de sacudida. La belleza parece servir especialmente para la captura de la mirada, con el fin de desestabilizarla.

En esta época, Joan Miró se convirtió en un ávido lector, sobre todo de poesía. En uno de sus bodegones aparece un libro de Goethe, y sabemos que se aficionó a los poetas franceses, especialmente a Guillaume Apollinaire. Es notable cómo aquel hombre, que tenía una formación cultural elemental, aprendió francés con facilidad y se aficionó a la literatura más avanzada del momento. Por supuesto, su contacto con el mundo artístico en general le trajo los contactos necesarios; en aquel tiempo, Barcelona mantenía un vínculo cultural muy estrecho con París, y tanto los artistas catalanes viajaban a París como los parisinos lo hacían a Barcelona. Joan Miró pudo conocer en Barcelona a personajes como los Delaunay, Marie Laurencin, Max Jacob, Francis Picabia o el crítico Maurice Raynal. Georges Raillard recoge un recuerdo de esa época: «En 1917, Picabia y los ­demás me sacudieron porque se negaban a encerrarse en los problemas plásticos, porque ironizaban sobre ellos».[9] Sin duda esta ironía y este desprendimiento de la servidumbre hacia el plasticismo son el primer paso del que sería el proyecto más original de Miró, la destrucción de la pintura.

Tenemos algunos testimonios de la tensión con la que Joan Miró vivía su relación con la pintura. En 1918, desde su aislamiento en Mont-roig, escribía a su amigo Ricart: «Nada de simplificaciones ni de abstracciones. Por ahora lo que me interesa más es la caligrafía de un árbol o de un techo, hoja por hoja, ramita por ramita, hierba por hierba, y teja por teja».[10] Y a Ràfols: «Ya ve que soy muy lento con el trabajo. [...] Gozo cuando llego a comprender en un paisaje una pequeña hierba —¿por qué despreciarla?— hierba tan graciosa como un árbol o una montaña».[11] Vemos que su relación con la naturaleza no era en nada «naturalista», sino algo que le permitía romper la jerarquía establecida por los románticos. La naturaleza era una caligrafía, algo que remite al origen perdido del trazo, y que más adelante buscará en la pintura rupestre.

De su modo de gozar con la pintura en este momento tenemos otros testimonios. En una carta a Ricart, dice: «Quien siempre, invariablemente, huye de ponerse a pintar del natural (coito del artista con la naturaleza) fatalmente me recuerda al hombre entregado a la masturbación y que va de cabeza a un manicomio o a un sanatorio de tísicos, o a una impotencia viril y por tanto creadora».[12] Y, a Ràfols: «Cavar, cavar muy profundamente, como siempre le digo a Ricart, y cavando muy hondo es como aparecerán, esplendorosos, nuevos problemas para resolver, que nos llevarán en camino de huir de lo fatal interesante, momentáneo, e ir a hacer buena pintura».[13] Más que de un posible goce fálico, estas imágenes de penetración nos dan idea de una insatisfacción con una pintura encaminada a producir interés en el espectador, y la búsqueda de un origen más profundo, algo dado siempre por supuesto en el acto mismo de pintar, pero que su pintura quería revelar.

En 1918, Joan Miró hizo su primera exposición individual, en las Galeries Dalmau, en la calle de la Portaferrissa de Barcelona. Fue un rotundo fracaso, pero de ahí nació la Agrupació Courbet, con Ràfols, Ricart, Sala, Domingo y Artigas, que organizó una exposición colectiva.

París iba convirtiéndose para él en un foco de atención. En una carta de 1918 a su amigo Ricart dice: «Tengo que decirte que si he de vivir mucho tiempo más en Barcelona aquella atmósfera tan mezquina y tan de pueblo de campesinos (artísticamente hablando) me asfixiaría. Una vez fuera me parece que solo me verán el pelo cuando vaya a pasar las navidades con la familia o de paso, para ir al campo».[14] La prisa por trasladarse a París se fue agudizando y en 1919 escribía también a Ricart: «Si fuera solo para ver a Manet y a Cézanne está claro que me esperaría. Yo reniego de los que temen caer luchando y se contentan con el relativo, pequeñísimo, triunfo tenido entre cuatro imbéciles de Barcelona».[15]

En 1919, la Agrupació Courbet se disolvió y algunos de sus miem­­bros se trasladaron a París. A finales de febrero de 1920, lo hizo Joan Miró.

Delirios y debilidades

Подняться наверх