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6. Flores

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Mientras hacía la revolución en la fábrica, mi padre tuvo dos hijos con mi madre y se fueron a vivir a la casa de Flores que había sido también la casa de mis abuelos, la casa donde había vivido mi padre toda su vida y también el consultorio médico donde ellos se conocieron. Tuvieron una vida familiar casi normal hasta que, un 3 de febrero de 1975, cuando mi hermano tenía dos años y mi hermana tres meses, en horas avanzadas de la noche, hombres armados vinieron a buscar a mi papá.

Nunca hubo juicio por estos hechos, pero si esto fuese un alegato de un juicio de lesa humanidad escribiríamos: “Juan Zartoriusky fue secuestrado en su domicilio sito en la calle Caracas 2154, Capital Federal, por hombres armados y de civil. Lo llevaron al patio de su casa y le hicieron un simulacro de fusilamiento ahí mismo, al lado de su primer hijo Evaristo, de dos años de edad. Revolvieron toda la casa, robaron las joyas de la familia, que no eran muchas, y se llevaron a Juan. A la semana llamaron por teléfono en el medio de la noche y atendió la esposa de Juan, María. Por teléfono le dijeron ‘¿Vos sos María, la mujer de Juan? Él ya se murió bajo las descargas eléctricas. Ahora te vamos a matar a vos. Somos de la policía’”.

Pero esto no es un alegato y la historia se resolvió de otra forma. Cuando María terminó de escuchar la tremenda amenaza de los policías, les contestó que estaban equivocados, que mi padre era un intelectual idealista y que no era ningún terrorista. Les pidió que no les hicieran nada, que ella tenía dos hijos chiquitos. Le cortaron. Mamá volvió a llamarlos, o sea que llamó a la central de policía de Flores y les dijo:

—Ustedes me acaban de llamar diciendo que me venían a matar. Mi marido no es un terrorista. Es un intelectual-idealista y no tienen derecho a matarme.

La policía de Flores le contestó que no habían sido ellos los que habían llamado, que se quedara tranquila, que irían inmediatamente. Mi madre les preguntó:

—¿Cómo los voy a reconocer, si vienen también vestidos de policía?

Cuando tocaron el timbre y se identificaron como de la policía, mi madre preguntó:

—¿Los buenos o los malos?

Debe haber sido un momento bastante tenso, de estos que se viven en cámara lenta y donde un segundo dura una hora. Por suerte, eran los buenos. Mi mamá los hizo pasar y los miró un poco extrañada. Ella nunca supo distinguir entre los buenos y los malos en las historias. En realidad, lo que sí supo esa noche, porque los policías buenos se lo dijeron, fue que se tenía que ir de la casa. Entonces María empezó a vivir en la clandestinidad durante más de un año, sola y con una beba de unos meses y un nene de dos años.

Una familia bajo la nieve

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