Читать книгу Una familia bajo la nieve - Monica Zwaig - Страница 6
2. Los fantasmas I
ОглавлениеPara explicar por qué mis papás no les tenían miedo a los fantasmas tengo que contar algunas cosas del contexto, empezando por mi padre. Mi padre quiso hacer la revolución. Mi padre quiso hacer la revolución. Sí, mi padre quiso hacer la revolución. A veces pienso que debe ser un chiste. Y a veces me doy cuenta de que no es gracioso.
Mi papá quiso hacer la revolución de verdad, morir para cambiar el mundo, construir un mundo más justo para todos. Más de grande, fui reconstruyendo la historia. Es así: él se llama Juan, nació en Argentina. De chico iba a un colegio católico dirigido por unos curas irlandeses y ahí fue cuando empezó a nutrirse de ideas revolucionarias. Al principio se unió a un grupo de revolucionarios judíos, cuyo nombre nunca supe. Luego se unió a un grupo llamado Movimiento Revolucionario del 17 de octubre, una agrupación según él “aficionada al Che Guevara más que a Perón”. En este grupo, era el encargado de la “comunicación”: pintaba paredes y escribía en un diario. Una vez lo llevaron preso por haber pintado una pared con un eslogan contra Lanusse y mi mamá lo fue a buscar a la comisaría. Él en esa época estudiaba medicina acá en Argentina, en la facultad que está cerca de Pueyrredón y Córdoba. Con el tiempo, me contó que conocía a gente que a su vez habían conocido al Che Guevara y hacían reuniones secretas en los sótanos de la facultad. Esa facultad es una facultad revolucionaria. A medida que avanzaba con su militancia, mi papá decidió dejar de estudiar medicina y empezó a trabajar en una fábrica para hacer concientización social. Eso hacía mi papá cuando lo detuvieron: comunicaba con los obreros diciéndoles que tenían que hacer respetar sus derechos y unirse a la lucha guevarista revolucionaria argentina, latinoamericana, universal del reino del Che. Esta es la revolución que hacía mi papá.
A pesar de todo esto, en mi familia nunca se habló de Ernesto Che Guevara. Yo lo descubrí cuando tenía catorce años porque mi cantante favorito francés, Renaud, había hecho una canción sobre él. Fue en un concierto de Renaud que me compré una remera con la cara del Che. No me la quería sacar nunca. En el colegio –católico– donde estudiaba, ya me habían pedido que no la usara más porque era provocadora, pero al poco tiempo sumé la boina con la estrella roja e hice la muestra de fin de año de piano vestida así. En mi casa nadie me dijo nada. Así que mi primer vínculo con el Che no fue por mi papá sino por una remera negra. Después la cambié por la remera de Kurt Cobain y luego por minifaldas y margaritas en el pelo. Toda mi vestimenta tenía que molestar a mis profesores. Pero la verdad es que lo que más les molestaba, en ese colegio, era mi apellido judío: Zartoriusky. Llevaba ese apellido todos los días a un colegio católico y vivía en un suburbio lleno de árabes. Eso es vivir en Francia.