Читать книгу The Empire - Nathan Burckhard - Страница 12
CAPÍTULO 7
ОглавлениеREVIVAL
ROMA, ITALIA
UN AÑO DESPUÉS.
Tener noches de pasión, incluso días era ya una rutina, la lujuria desatada en la habitación era lo más importante, el poder saciar ese amor y necesidad, el estar juntos era tan primordial como el poder respirar, su relación tuvo baches, baches de los cuales ambos habían salido airosos en su momento, pero el ojo crítico del público y las amistades censuraron su relación, así como también su amistad y Paula fue más atacada y repudiada por ello.
Hace un año se habían vuelto a encontrar, pensando que esta vez el destino conspiraría para que ambos estuvieran juntos, pero que equivocados estaban, habían sido manipulados por una cruel jugarreta del destino, Cesare se negó rotundamente a darle el divorcio meses después, las discusiones matrimoniales se hicieron cada vez más esporádicas, más violentas, incluso más hirientes, por más que Paula le rogaba que la deje ir, Cesare dio su negativa así como su maldición, pero ella trataba de evitar a cada momento del día y de la noche una confrontación mayor, temía por la vida de Cesare y la libertad de Salvatore, ya que ambos se habían declarado una guerra sin tregua y sin mediación, por un instante pensó que su marido lo hacía por despecho, incluso por no saber perder, pero luego entendió que esa disputa iba más allá de egos, el poder y el dinero estaban de por medio, y Salvatore era uno de los hombre más poderosos y reconocidos de las grandes ciudades y países y tenía mucho más que perder y Cesare mucho que obtener.
Obligados a tomar tiempos para poder verse, habían dejado de temer el ojo público y a los cometarios malintencionados que catalogaban su relación ya como inmoral, dejando de lado las notas rosas sobre infidelidades, sobre como Salvatore Montecchi no respetaba la propiedad privada ni el matrimonio ajeno, pero también había dejado de ver como Sal dejaba ya pasar a modelos de piernas largas y mujeres hermosas solo para poder estar con ella, y eso era lo que amaba de él, habían puesto el 100 % en rescatar esa relación truncada en años pasados, aunque el título del soltero de oro aún seguía en pie.
El estar en sus brazos era lo único que lograba confortarla, desnudos a la luz del atardecer, la puesta de sol era tan hermoso en aquella casa, habían hecho el amor en todas las habitaciones de aquella mansión y hacerlo en el balcón de la habitación de Salvatore ante la nubes y las primeras estrellas era más que catártico, era excitante y romántico, por un instante no le agrado la idea del duro suelo de mármol, pero en cuanto la pasión se desbordo y el clímax llegó, el único lugar donde deseaba estar era en los brazos de su amante, sin importar el lugar y la hora.
—Nunca pensé en volver a encontrarte —dijo Paula envuelta en sus brazos, la brisa hacía la demás magia ante sus cuerpos sudosos y olorosos a sexo.
Salvatore por un momento pensó que aquella confesión solo se debía al calor del momento, pero cuando bajó el rostro para poder ver a Paula, vio en su mirada reflejado el dolor de aquella fatídica separación, alargó su mano y tomó el rostro de su bella amante, obligándola a volver a la realidad —Cariño mío ese dolor, aquella vida pasada esta donde debe pertenecer, en el pasado, ahora somos libres para poder vivir.
—Jamás entendí en cómo pudiste llegar hasta mí, si no hubiese sido por tu padrino… —mencionó ella, algo que a Salvatore no le hizo mucha gracia, no le gustaba que ella tocase ese tema tan delicado, no le gustaba que el nombre de su padrino saliera a colación en temas y menos temas privados, quería que ese nombre permaneciera en el recuerdo y en paz, un poco molesto, se levantó de la cama haciendo a un lado las caricias de Paula.
—Hubiese llegado a ti con o sin su ayuda, pero lo que sabes bien es que me gusta que su nombre quede en paz —mencionó, sin tener vergüenza por su desnudes caminó hacia el baño.
—Lo siento Salvatore —dijo, pero era tarde, él ya se había encerrado en el baño y el correr del agua se podía escuchar claramente. Quizás los arrebatos de Salvatore la exasperaban, pero quería estar con él, rendida volvió a recostarse, estaba cansada de mantener su relación cómo un sucio secreto, cansada de no poder poner fin a su relación con Cesare.
Su pequeña discusión había hecho mella del bello momento que pasaban, pero no era motivo para terminar el día sin hablar o peor aún en una separación que jamás se daría, Salvatore la tenía y eso era lo único que deseaba y esperaba en mucho tiempo hasta que Paula pudiera poner fin al matrimonio mantendría su relación en secreto, pero no había hecho un buen trabajo al intentarlo ya que en varias ocasiones los habían fotografiado juntos en cenas y restaurantes exclusivos, coincidiendo en fiestas y ceremonias, festivales y reuniones, negó con la cabeza, volviendo a repetirse la canción de fondo, sabía a la perfección la letra de Pavarotti- Nessun Dorma y era una de sus favoritas, era la canción que le hacía recordar sus noches de pasión y hace solo unas cuantas horas atrás que había despertado en sus brazos, entre besos y caricias para hundirse profundamente en la pasión desbordante de sus cuerpos ansiosos, era su himno cada vez que lograba estar con ella y ese día no era la excepción, era la melodía que le daba la paz a su conciencia que estaba oscureciéndose ante el pecado que cometía sin arrepentimiento alguno, mordió su labio ante los dulces recuerdos mientras que admiraba el pequeño anillo ónice, quitándoselo jugó con él entre sus dedos y en su torpeza lo hizo caer de improvisto bajo sus pies, Salvatore maldijo su ineptitud y se agachó a recogerlo, de un momento a otro sintió el rechinar de la puerta al abrir y cerrarse, y el conocido clip de la cerradura.
—No deseo visitas —espetó en un intento de alcanzar el anillo pero de la nada la música cesó abruptamente, irguiéndose y dejando el anillo en el suelo maldijo al que osaba a tener ese atrevimiento —¿Qué demonios…? —no logró concluir su frase, ya que de solo verlo delante suyo, una exasperación despertó en su interior y más al ver de quien se trataba y tenía la osadía de apagar su equipo de sonido dejando la habitación en un silencio más que sepulcral.
Cesare tomó asiento en la otomana frente a Salvatore, cruzó la pierna y entrelazó sus dedos poniéndolos sobre su regazo despreocupadamente, la expresión de su rostro era adusta, las marcas de la vejez hacían énfasis en sus facciones mediterráneas, dándole un atractivo particular pese a sus años, sus cabellos castaños y teñidos por las canas le daba una apariencia dura y singular, pero lo que más le llamó la atención a Salvatore era el color de sus ojos, eran un azul grisáceo, tan extenso que parecía un gris adornando un mar oscuro, la nariz aristocrática y respingada, labios pequeños pero gruesos, su piel entre blanca y olivácea digna de las raíces italianas pese a tener también raíces londinenses.
—Veo que la cordialidad no es exactamente uno de tus fuertes —mencionó sin borrar esa sonrisa despectiva de su rostro, además de no pasar tan desapercibido con el costoso traje que usaba, el saco estaba abierto dejando al descubierto la americana color negro que hacia juego con la corbata plateada, su traje de diseño lo hacía ver más poderoso, incluso intocable.
—Bueno, en este momento mi cordialidad se ha ido por el caño ya que las visitas inesperadas no son de mi agrado —formó puños sobre sus costados rehusándose a sentarse como una clara señal de que no era bienvenido en su oficina —Y claro tu presencia solo arruina mi buen humor.
Cesare se rehusó a tomar esa señal, siguiendo con su cometido —Siéntate, de pie no podrás conversar a gusto con un viejo hombre de negocios.
—Ya que no has entendido la indirecta, te pido que te retires de mi oficina, no deseo conversar absolutamente nada contigo, inteso (entendido)
—Tenemos mucho que hablar —mencionó en tono irónico, su voz había perdido el leve acento italiano, hablando un perfecto inglés al igual que Salvatore.
—Solo lárgate de mi oficina antes que llame a seguridad —le amenazó tomando el teléfono de su escritorio para llamar a seguridad pero la brusca respuesta de Cesare supo que su visita no era solo de cordialidad, algo oscuro traía entre manos.
—Cuelga el teléfono. Ahora ¡SIÉNTATE, MALDITA SEA! —gritó, dejándole saber a Salvatore que no era una visita social la de esa noche, levantándose en un impulso violento, golpeó con ambos puños el costoso escritorio.
No era de genios deducir aquella visita, Paula había decidido abandonarlo dejando de lado los comentarios de la gente, el repudio de su propia familia, y así que Cesare como un mal perdedor fue a quizás amenazarlo, quizás a negociar la libertad de Paula, en un intento de no reír ante la desesperación de ese hombre, se sentó en su otomana, disfrutaría del espectáculo o eso creyó en su momento.
—Tienes un minuto —respondió dejando el teléfono y sentándose con una gracia exquisita de un hombre de negocios.
—Crees que no sé qué estabas revolcándote con ella —le reprochó Cesare Gennaro, de pie frente a ese costoso escritorio en uno de los mejores hoteles de Roma —Un año es bastante tiempo, y más para ti… por un momento pensé que te cansarías de ella en dos o tres revolcones, incluso que las joyas y las salidas fueran momentáneas, pero luego sus salidas se convertían en días, en viajes y luego no tenían la mínima vergüenza de ser fotografiados juntos.
—Por favor, evitemos la vergüenza y dejemos la plática para otro momento —espetó mordaz, Salvatore no estaba precisamente de humor, llevándose una cansada mano apretando el puente de su nariz con el pulgar y el índice —Ahórratelo por favor y dime qué quieres, porque a hablar sobre tu mujer en mi cama no es el tema precisamente, no te importó en un mes y menos en un año.
Cesare dejó escapar una carcajada, que incluso Salvatore se sorprendió por su cambio repentino esa conversación, no era por Paula, entonces un miedo invadió su cuerpo, aquella risa suponía un mal presagio a su paz mental.
—Me crees estúpido —rascó su mejilla y pasó la lengua a sus labios.
—Lo suficiente, cómo para dejar a tu mujer siempre en mis manos y a mi merced. Debes entender que tenerla a la fuerza no servirá para nada.
—¿Crees tú que me olvidaré de esta burla tan fácilmente? Qué equivocado estás, de solo volver el rostro los veo a ambos regocijándose de placer y burla, han mancillado mi apellido, mi honor…—escupió ante la repulsión que le ocasionaba su recuerdo.
Salvatore intentó controlar su furia y que no notase que tragaba saliva ante la mala sensación que subía por su garganta —Si buscas hacerme enojar, si buscas de mi parte que la relación termine, estas equivocado, ella fue mía antes que te perteneciera… Así que te agradecería que salgas de mi despacho y te marches, tengo cosas que hacer a diferencia tuya, soy un hombre ocupado —se levantó de su asiento con una elegancia innata, rodeó su escritorio dispuesto a abrirle el mismo la puerta a Cesare para que saliera de su despacho y dejara de mantener esa nube oscura de negatividad en ese ambiente donde la llama de la pasión había surgido horas antes.
Cesare lo miró a los ojos y el silencio se llenó de una palpable tensión, lo vio caminar por la alfombra persa y no pudo resistirse a que ese despampanante hombre no durmiera por las próximas horas, incluso semanas, le vio abrir la puerta y seguro de sí mismo, soltó la noticia que había estado guardando desde hace tiempo.
—Se cómo obtuviste tu primer millón, Salvatore. —parecía más una amenaza en esas líneas difíciles de entender.
Quedándose estático, incluso su mano tembló cuando ésta alcanzó la perilla, cerró la puerta y se volvió con una explosión de movimiento hacia él, enfrentándolo sin bajar la mirada, esa acusación al hacerse pública cambiaba en su totalidad de sus planes futuros, sus ojos brillaron y sus pupilas se movieron instintivamente dilatándose —¿Qué pretendes con ello? —pasó saliva —Todos saben cómo me hice rico.
La carcajada que Cesare soltó, fue más ronca y estridente de lo usual, había en ella una connotación de amargura, un veneno incluso, pero en ello burla, la burla de saber su más íntimo secreto —No me refiero a tu lacrimógena historia de niño pobre a niño rico… De cómo tus manos ásperas lograron amasar fortunas en poco tiempo, en cómo harapos fueron cambiados por trajes Alexander Amosu… Y toda esa mierda cursi que acabaste vendiendo a miles de inversores y público. Yo se la verdadera historia tras Salvatore Montecchi.
Mordiéndose la mejilla tan fuerte que sintió el sabor de su propia sangre, Salvatore se irguió incluso más, tensando sus músculos de la espalda y apretando sus manos en puños a sus costados —Se claro… No viniste precisamente a darme una catedra de mis pro y contras, de mi pasado y presente.
—He venido a negociar tu futuro. —expresó Cesare, relajado.
—No has venido a nada aquí… —interrumpió abruptamente la frase, pero no se amilano ante el tono cortante de Salvatore.
—El nombre Nicolay Kapot, debe sonarte, incluso debe ser más familiar de lo que esperaría cualquier otra persona.
La mención de ese nombre solo le hizo poner más tenso, sus facciones se volvieron pétreas y sus ojos no ocultaron su disgusto al que ese nombre sea mencionado —Calla ya.
—Todo el mundo sabe de la muerte del magnate hotelero Nicolay Kapot y cómo su trágica muerte involucró el suicidio de su única hija —ante esas palabras, Salvatore quiso acercarse y romperle la mandíbula al hombre que osaba a repetir un nombre santo para él —Tus movimientos te delatan, el solo haber nombrado ese apellido, tu pulso ha aumentado, el ritmo de tu corazón acelerado, una mentira puede ser detectaba a miles de kilómetros, pero la policía estaría más que complacida de poner un nombre más a la nómina de la mafia rusa y cómo todos sus integrantes han ido muriendo o yendo a la cárcel.
—No sé de qué hablas —negó sin hacer un solo movimiento más, no quería ponerse en evidencia.
—Vamos Sal, aquí entre nosotros —Cesare retrocedió unos cuantos pasos apoyándose en el escritorio de Salvatore, cruzando los brazos sobre su pecho, intentó sentirse lo más cómodo en esa situación para nada halagadora —Un Kapot fue el aliado perfecto, el benefactor idóneo a tu causa, el hombre que te dio tu primer millón, la voluntad de seguir, la canallada de tomar algo que no es tuyo y lo que me pregunto es sí sigues con tus trabajos fraudulentos.
—No tienes pruebas de ello —refutó colérico sin dar un paso más —La rabia te hace hablar y fantasear con ello, no es mi culpa que no despiertes la pasión de una mujer tan ardiente como Paula.
—¿¡Paula!? —dijo en un tono de desprecio y desafío —Me ha quedado muy claro su romance y ella es solo un medio para un —hizo una pausa pensando bien sus palabras —Para un buen negocio. No soy tonto, y tú estás encantado con una mujer que no es tan bella como parece, pero la carne es débil y tú has cometido una muy tonta indiscreción —expresó sin miedo alguno, poniéndose un dedo en la sien y frunciendo los labios mientras negaba con la cabeza, había puesto el dedo en la llaga.
—No es posible, ella… ella… —El rostro de Salvatore se tornó lívido como la cera y sus ojos grises sin vida le confirmaron mucho más de lo que Cesare temía y se lo hizo saber.
—Sabes de lo que hablo, has captado la indirecta. El solo ver esa ira en tu mirada, tus rasgos tensos, el temblor de tus manos, han certificado que las pruebas son reales —Deslizó una mano en el interior de su chaqueta, sacó un sobre arrojándoselo al rostro a Salvatore, quien lo tomó en un solo movimiento en el aire.
Por un instante se relajó, el tener un sobre en sus manos solo decía un precio a su silencio —En éste sobre de seguro hay una cantidad, cantidad que pides por tu silencio y su libertad, incluso debe ser un monto exorbitante, tan grande que no tienes el valor de poder decirlo en voz alta.
—Ábrelo y verás… La propuesta es nada comparada con el daño que me hiciste, tomaste a mi mujer, yo tomaré algo valioso para ti también, pero no creas que esto lo hago por ella, lo hago por el ridículo que están haciéndome pasar, además que una oportunidad como ésta no pasara una segunda vez.
—Ojo por ojo, la ley de talión es algo ortodoxa y primitiva en esta época, di tu cifra y estaré gustosa en dártela para que dejes tranquilo el nombre de un muerto y la paz de aquella gente que lo amó.
—¿Gustoso? ¿Y qué hay de mi honor? —dijo apretando los dientes.
—Ve al grano, estás viejo para juegos.
—Me darás el 70% de todas tus acciones.
Por un instante el corazón de Salvatore dejó de latir, incluso ese precio era más que exorbitante era una usura, pero se lo merecía por tomar algo que no era suyo y jugar con el honor de un hombre —¡Estás loco! —logró ordenar a su cerebro que moviera sus piernas, dio dos pasos hacia adelante, pero Cesare tuvo la astucia de dar un salto y erguirse, no lo libraría de ello tan fácilmente.
—Tómalo o ve a la cárcel, así de sencillo… La única oportunidad de enterrar tu pasado. La prensa es muy poderosa y destruirá tu pulcra imagen y destrozara tu falsa historia lacrimógena sin mencionar que estarás en manos de las autoridades en menos de 24 horas y todo tu imperio se vendrá abajo siendo tomado por las autoridades en confiscación, perderás absolutamente todo.
—¿Quién? ¿Quién ha escarbado? —Por un momento negó aquella idea que gritaba en su cabeza, aquella sombra que opacaba un solo nombre, nombre que escapo de sus labios como sal en una herida —¡Paula!
—Paula —se bufó —Estás tan ciego por su pasión y falsa amabilidad… —refunfuñó —En el momento en que no tengas ni un penique ella te dejará, lo hizo en el pasado, lo volverá a hacer y regresara a mi lado ya que podrá conservar su posición y sus lujos, su estilo de vida es muy costoso. Ella fue quien me dio las pruebas, fue ella quien me dijo su sucio secretito, fue ella quien hablo de sus noches y sus conversaciones, el secreto de tu éxito que resultó ser solo una muy buena treta. Acabaste metido en la cama con una arpía y lo único que no se es el por qué, si tanto amor te profesa.
—¡MIENTES! —arremetió contra aquellas palabras venenosas.
—Si no me crees, a ya tú, pero aquella mujer a quien adoras, ha sido la bala que te hará caer, ella no es perfecta, ella es vil.
—La obligaste. Con que artimaña has logrado convencerla de hablar ¿Por qué tener a una mujer a tu lado cuando no te quiere?… Obligarla a pasar las noches en tu cama, cuando en verdad eres repulsivo para ella, por qué.
—¡Dios! Estas tan ciego, crees que es por ella, solo veo la oportunidad perfecta, Paula habló sin más regocijándose de que pudiera obtener más dinero, por lo visto no te tiene amor, solo odio por algo pasado, ella jamás pensó en dejarme, ya que conmigo tiene más que la vida comprada.
—No puedo creerte, no puedo —negó con la cabeza, jamás pensó que Paula lo traicionara una vez más.
—Tienes 48 horas para poder decidir y darme todo el papeleo en regla, mis abogados se encargaran de ello y si no cumples, las pruebas que guarde y atesoré por este año repulsivo irán a la prensa y a la policía y cómo fiel testigo, Paula —espetó. Erguido caminó a la salida y en el proceso golpeando el hombro de Salvatore, no tenía pensado permanecer un minuto más frente al amante de su esposa.
—Dame aunque sea un mes para tener todo en regla… —mencionó él, abatido antes de que ese oponente saliera de su despacho y por ende de su vida por treinta días. Aceptar el trato era lo mejor, debía guardar silencio y acatar las órdenes de Cesare eran más que necesarias si deseaba conservar algo de dinero y sus inversiones.
—Hecho —dijo, abriendo la puerta y cerrándola al salir.
Regresar a su asiento le tomó más tiempo de lo debido, sus piernas estuvieron a punto de flaquear, de caer rendido, pero logró llegar al bar y servirse una copa de Whisky más que generosa, girándose sobre sus talones Salvatore cerró los ojos dejándose caer sobre su otomana llevándose a los labios el vaso y por más que intentó paladear el amargo líquido, su boca no pudo sentir el sabor almizclado y el ardor que comúnmente sentía al tomar whisky, nada comparado con lo que sentía en esos instantes, quiso tranquilizarse, mantener el control de sus emociones, esas emociones dolorosas y efímeras.
Tragó saliva con dolor, de solo recordar su pasado, de tan solo recordar cada momento vivido, los recuerdos eran más que dolorosos, eran como un hierro caliente sobre su pecho quemando su piel de manera lenta, pero más el tener que recordar el momento exacto en que Nicolay Kapot apareció en su vida, dándole la mano, dándole esperanza, dándole un motivo muy fuerte para seguir, la venganza de todo aquel que intentó hundirlo.
Se había acostumbrado a romper las reglas, las leyes para poder sobrevivir, pero luego se dio cuenta de que su promesa no llegaría lejos si seguía así, si no hubiese encontrado la ayuda de aquel hombre ruso que vio mucho potencial en él, quería dejarle su imperio, pero Salvatore se negó años después, no quería llegar a ser repudiado y temido por cometer delitos que a su vista eran peores para poder sobrevivir, cómo olvidar a Nicolay Kapot, le debía mucho, le debía todo lo que tenía, desde sus estudios en negocios, idiomas y lo más importante ver la vida desde otra perspectiva, enseñándole que la venganza era parte de la acción, era parte de la diversión, te abría puertas, enseñándole a los demás que era un hombre con valía y decisión.
Se llevó ambas manos hacia la nuca, peinando sus cabellos hacia atrás, despeinándolos y desalineándolo más, ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo dejar atrás ese pasado? Cuando Nicolay fue quien le ayudo a ser lo que era, un hombre con poder y fortuna, un hombre sin miedo al mundo, pero la situación en la que estaba en esos momentos era desastrosa, ponía su vida y su imperio al borde de un hilo, ese imperio que tanto le costó construir, Cesare Gennaro tenía pendiente de sus dedos su destino, había sido demasiado estúpido para no verlo, abrió el sobre y sacó su contenido, solo para quedar en shock por unas fotos, fotos lo decían todo sobre su pasado ligado al apellido Kapot, estaba allí con Creed y Nicolay abrazados, disfrutando de su verano en Grecia, era uno de sus recuerdos memorables, cuando intentaba ver en ellos la familia que tuvo, vio en ellos la vigas que sujetaban sus paredes. Vio la segunda foto y no pudo con ello, dejándolas caer sobre su escritorio, intentó no mostrar desdén, rozo sus dedos ante la despampánate morena desnuda que yacía excitada entre sus brazos, debía recuperar esas fotos, esas pruebas antes de que todo caiga por su propio peso, pero las cartas y el sobre lo decía todo, tenía el poder para destruirlo por completo ¿Se habría vuelto idiota?
—¡Maldición! —juró por lo alto y en un arranque de furia, arraso con sus brazos con todo lo que había encima de su escritorio, arrojándolo al suelo sin importarle el desastre que ocasionaría.
Dio vueltas y vueltas por su despacho, yendo y viniendo de un lado a otro con las manos en los bolsillos, tomó su anillo del suelo colocándolo en el lugar donde correspondía, su dedo meñique, agotado ante la sola desastrosa idea, estaba perdido y nadie podría ayudarlo. Había vivido treinta y tres años, era un hombre decidido, firme, era un magante hotelero, un arquitecto reconocido, dueño de navíos, una aerolínea, cuantas cosas más tenía en su vida, pero no era feliz, había ocupado su tiempo y sus años en obtener riquezas y poder. Era uno de los millonarios más perseguidos de Italia, lo nombraban el soltero inalcanzable de oro, le daba gracia esos artículos de revistas sensacionalistas, pero le daban la seguridad que necesitaba al momento de ligar mujeres que estaban dispuestas a obsequiarle unos días a cambio de salir en las portadas, a cambio de lujosos regalos, para luego ser abandonadas, no le importaba los sentimientos, él se los advertía desde el comienzo que solo era sexo, pero en ese momento había perdido la poca cordura de tan solo verla hace un año atrás, ver a Paula a su alcance había nublado su juicio y más aún cuando Cesare había admitido haberle hecho daño, tanto que había olvidado que siempre hablaban por esas horas, desesperado tomó su móvil y marcó el número de su joven amante, pero no hubo respuesta más que buzón de voz, cayendo en la única conclusión, era cierto, Paula lo había traicionado.
Volvió a sentarse y llevó una de sus cansadas manos hacia su frente, peinando hacia atrás sus cabellos negros, sacó un cigarrillo y lo encendió, le dio una larga calada para luego apagarlo, su nerviosismo lo traicionaba, no le permitía poder pensar con claridad, por un lado quería ir con su padrino, verlo por última vez y otra no deseaba enfrentarse a ese pasado. Quince años intensos de trabajo sin descanso, aprendiendo, planeando, explorando, y dando pasos firmes y tentativos, para ahora enfrentarse a la catástrofe que Gennaro ponía sobre sus hombros, tenía que hacer algo antes que todo acabara y su imperio cayera. Entonces una idea surgió, debía llamar a su amigo, un buen amigo que lo ayudaría a poder sacarse de encima a Gennaro y con ello poder sacar a Paula de su mente, lo había traicionado una vez más, pero aquella traición no quedaría en el pasado, jamás olvidaría la ofensa y ella pagaría muy caro.
Con dedos temblorosos tomó su celular y buscó en su lista de contactos, marcando el número del único hombre que podía mantenerlo a salvo y podría sacarlo de aquel atolladero sin salida alguna.
Creed Rise.
Creed, su amigo Creed, había quedado devastado ante la pérdida, dolido por aquel rechazo y sobre todo aislado de su antigua vida, había logrado salir de las drogas gracias a Nicolay quien le encontró un propósito a su vida, velar por la seguridad de Naval, su única hija, pero ante su muerte Creed había quedado desolado, sumergiéndose en el dolor y la soledad, guardando luto por la única mujer que amo. Seguía recordando sus momentos más devastadores, hasta que la voz de su amigo lo despertó de su ensimismo.
—Rise…. — respondió la voz detrás del auricular, podía notar la tristeza de su voz, la particular mota de dolor y las muy lentas palabras, que de seguro estaba durmiendo.
Titubeo en contestar un saludo, temiendo que la noticia de su desastre sea una escena violenta, Creed podía ser duro y cruel en sus palabras, pero la verdad siempre dolía, así que debía hablar y escuchar con atención. Se maldijo por su cobardía y pudo articular un saludo inusual —¡Topolino! Cómo estás amigo mío. Disculpa que te moleste —presionó su frente ante la tontería más grande que había hecho en su vida… Había olvidado que ese apodo no era de su agrado, decirle ratón a su amigo era algo desagradable.
—¡Salvatore!…
—El mismo… ¿Cómo estás hermano?
—Durmiendo —Creed se levantó de su cama, cubriendo su desnudes con sus sábanas de seda negra, dejando al descubierto su poderoso cuerpo —Y tratando de seguir, ya sabes las cosas siempre se pueden tornar duras en algún momento, pero todo se puede solucionar —aquellas palabras le dieron un golpe a Salvatore, todo se podía resolver, pero sabía a ciencia cierta que el atolladero donde se había metido no había oportunidad de ganar, más solo perder —Por tu silencio puedo deducir que esta llamada no es cortesía. —Soltando un suspiro decidió ir al grano —Dime que sucede, aunque por ese Topolino la cosa es grave —la voz llena de alegría de su viejo amigo lo animó un poco.
Creed sabía que esa llamada no era de cortesía ni social y por su tono sería para pedirle ayuda, aunque no estaba molesto por ello, necesitaba aunque sea lidiar con algunos problemas fuera de su rubro para poder olvidar el dolor de su pecho, las pesadillas de las noches y sus gritos pidiendo su regreso, así que decidió tener la paciencia.
—Sé que dirás que te llamo solo para resolver problemas personales —respiró un poco ante la presión.
—Dímelo a mí —dio una carcajada llena de humor —Salvatore sabes que somos amigos ¿Cierto? Tus llamadas jamás son molestas.
—Bueno…. Este es uno de esos momentos Topolino. Iré directo al grano —hizo una pausa intentando tener el control sobre sus emociones que parecían un cubo de gelatina sacada del refrigerador —Gennaro tiene pruebas contra mí… Unas pruebas que destruirán mi imperio, mi apellido y todo lo que pise desde ahora.
—¿Qué pruebas? —el tono de voz de Creed le advirtió que su estado de ánimo había cambiado de repente, ya que lograba sentir como apretaba el auricular con una fuerza más que hercúlea haciendo crujir el plástico.
—Sobre nosotros, la mafia, sobre Nicolay…
Ante aquellas palabras tuvo que alejar el auricular de su oído ante las palabras crudas, Creed respondió con una serie de coloridos improperios bastante subidos de tono que incluso le hicieron arder las orejas a Salvatore, él podía permitir muchas cosas, pero jamás que volvieran a enlodar el nombre de su padrino —¡Maldito desgraciado imbécil! Has escuchado siquiera alguna de las palabras que han salido de mi boca —inquirió Creed Rise sintiendo el golpe de sus puños contra la madera de algún objeto, imaginándose su escritorio, su cama o su mesa, rompiendo la burbuja de fantasía que Salvatore había creado en esos instantes para escapar de esa situación tan desastrosa.
—Sí, te oí la primera vez —se llevó las yemas de los dedos a las sienes y movió la cabeza.
—Claro que no lo hiciste, sino no estarías en estos líos. Te lo advertí hace un año y no escuchaste, ahora deberás hacer lo que yo te diga si quieres salvar tu maldito, inepto y estúpido trasero italiano…. ¿Tienes alguna idea de cómo Gennaro se enteró?
—Sabes que haré todo para poder salvar el imperio.
—Esa no responde mi última pregunta ¿Cómo se enteró?
—Ella… Gennaro me dijo —intentó continuar, pero a Paula le había comentado sobre su pasado, habían pasado noches abrazados, desnudos y hablando de aquel pasado que solo era un triste comedia —Ella me ha traicionado.
—Claro que fue ella, que puedes esperar de una mujer que engaña a su marido. Debes terminar tu romance… Debes hacerlo —repitió Creed molesto.
A Salvatore no le hizo mucha gracia esa orden, se levantó de su asiento en un movimiento explosivo que ante ese ataque de furia, su sillón cayó hacia atrás, mostrando una faceta tétrica y lúgubre, la aparición de Paula había trastornada a Salvatore hasta el punto de no permitir que nadie hablara ni la tocara, incluso deseaba matar a Gennaro, pero necesitaba dar un giro a su vida —Haré todo lo que me digas —espetó dolido y exaltado.
—Por Dios desde que volviste a verla te has vuelto insoportable, estúpido e inoportuno, acaso no entiendes lo difícil que es esta situación, tu nombre ligado a la mafia será tu destrucción, todos tuvimos que huir con su muerte ya que el maldito de Fletcher quiso tenerme en sus estúpidas manos.
—¡Cállate!… Se en que me metí —inquirió furioso —Se que todos los nombre ligados a los Kapot no han tenido bonitos finales.
—Lo digo porque estas cavando tu propia tumba.
—Fue una muy mala idea llamarte.
—Pues lo hiciste, ahora cierra la maldita boca y escucha, es arriesgado matar a Gennaro ya que de seguro tendrá discos de seguridad en todas partes —su enojo fue tan visceral, que su garganta se apretaba con tan solo escuchar las absurdas excusas de su amigo —Salvatore, estas con la soga en el cuello y todo por esa mujer, es tu perdición, acaso no te das cuenta de ello… Te ha vuelto loco, has desafiado toda integridad moral y sobre todo la bebida te está matando, has bebido más alcohol que yo en mis años de juventud… Paula te está destruyendo.
—¿Qué quieres que haga?
—Acabas de meternos en problemas grandísimo idiota, tu nombre ligado a la mafia, ligado al mío solo te traerá la destrucción de todo…. Y deja de tocar ese anillo no te traerá la solución mágica que deseas…Tendrás que salir de Roma de inmediato por tu seguridad.
—No puedo… No puedo —repitió, intentando convencer a Creed de ello, pero en realidad trataba de convencerse a sí mimo de poder salir de esa relación toxica.
—Pues hazlo, perderás todo, perderé incluso yo todo, Sal eres mi amigo, Gennaro está más que dispuesto a entregarle todas las pruebas a la prensa, acaso eso no te ha puesto a pensar en las consecuencias de tus actos, has vivido un año teniendo un romance con su mujer, creo que deberías intentar terminar ya con ello, pero te niegas a dejarla. Ella se niega incluso a dejarte, pero ha traicionado tu confianza y sé que tú te has ido de boca en contarle detalles de nuestra vida.
—Estas presionándome…
—Tengo que hacerlo, por tu bien… Puedes sentar cabeza, casarte, tener tu familia, pero no con ella, solo te traerá la perdición y la destrucción… Por una vez en tu vida ten la sensatez de escucharme, lo hiciste diecisiete años atrás, puedes volver a hacerlo.
—No será mejor dicho por tu bien y tu beneficio.
—Si lo fuese créeme que no estaría aquí en medio de la madrugada abriéndote los ojos, Paula solo está utilizándote, está intentando que quites a Gennaro de su vida, esa mujer no es la misma que conociste años atrás… Te traicionó hace diecisiete años, cómo no volver a hacerlo —dijo apoyándose en el escritorio, sin dejar de mirar al vacío, imaginando al desastre en el que se había convertido su socio.
Salvatore estaba teniendo ya una jaqueca, cerró los ojos e intentó hacer caso a las palabras de su amigo, pero la única manera de poder salir de ese desastre era obtener las pruebas, era tener algo que Gennaro deseara y amara incluso más que su joven y seductora esposa.
Tragó saliva, necesitaba tiempo, necesitaba mucho tiempo para poder hallar lo que necesitaba y así intercambiar las pruebas por su propia libertad y conciencia. Aunque sabía que Cesare Gennaro no descansaría hasta tenerlo bajo sus pies.
Tiempo…. Él carecía de tiempo, Gennaro estaba muy cerca de saber la verdad detrás de sus orígenes.
Se rehusaba a tirar por la borda años de arduo trabajo, sin descanso, aprendiendo, planeando, explorando, y dando pasos firmes y tentativos para obtener por fin un imperio. Pero como poder ahora enfrentarse a la catástrofe que Gennaro ponía sobre sus hombros, tenía que hacer algo antes que todo acabara y que su imperio cayera.
—¿Cuánto tiempo te dio?
—Le pedí treinta días para los trámites pertinentes.
—Entonces en menos de dos días tendremos algo suyo, esta vez podemos jugar a sus mismas cartas —soltó un suspiro llenó de rabia y preocupación —Te llamaré en la mañana, en cuanto estés más cuerdo y sano, por favor deja la copa de whisky que de seguro estas tomando, en esa ocasión te necesito en tus cinco sentidos, nos veremos en Londres, debes salir de Roma lo más antes posible.
—¿Por si tengo que escapar? —dijo apretando los dientes.
—Por si tienes que desaparecer —aceptó que el lio en que Salvatore estaba metido era grave y sobre todo cuando las pruebas estaba en manos de un hombre que había sido burlado y traicionado.
—Nos vemos en Londres, entonces —cortando la llamada. Salvatore no tenía cabeza para pensar en algo —Necesito una copa —pidió. El tomar una copa tras otra le ayudaba a no volver al pasado, a calmar el dolor, a borrar las huellas de la humillación, de la miseria, de la soledad. —Todos venimos de abajo —se repitió una vez más.