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CAPÍTULO 9
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Verse envuelto una vez en ese torbellino de pasión, de esa culpa y luego esa furia que no podía contener, el solo pensar que Paula había logrado penetrar sus muros, haciéndolo blando, dócil para así escarbar en un pasado enterrado lo llevaba más allá de la furia, necesitaba alejarse de ella por su bien, por más que le doliera saber esa desgarradora verdad, ella lo había dejado atrás una vez más, lo había traicionado y dejado a la merced de un hombre que igual a él carecía de escrúpulos, incluso pensó que toda esa pantomima de pasión y romance que fue una muy buena jugarreta de ambos para hacerse de todos sus bienes y había caído en esa trampa, seducido por su belleza, por quizás aquella ingenuidad que Paula mostraba, pero que equivocado estaba.
Era un estúp ido .
Tenía que buscar la solución hasta que Creed Rise buscara su libertad.
Pero aún no podía asimilar su traición . Paula tan solo lo utilizó .
Había sido el viaje más fugaz de toda su vida, pasar la noche en la incomodidad de su jet privado con la compañía de unos cuantos tragos hacían de su soledad más amena, aunque el tener siempre en mano su móvil no ayudaba nada en su separación, había intentado llamar a Paula en el trascurso de la noche, pero no se había atrevido a hacer oficial su “Ruptura”, ya que en el proceso solo la acusaría de ser mezquina, de traicionarlo, de volver a venderse al mejor postor, por más que necesitaba tenerla cerca, necesitaba amarla, pero su amigo Creed tenía razón, mantenerse alejado de ella ayudaría a demostrarle a Cesare que había aceptado un trato, que estaría evaluando por ese mes la oferta y papeles para pasar más de la mitad de sus acciones a Cesare Gennaro.
Pero ver las fotografías de su bella amante, sus cabellos largos y negros expandidos por las almohadas, su rostro bello y angelical, sus ojos negros, su silueta aun intacta era motivo de nostalgia era lo que más le dolía. Entonces sin poder resistirse más, yendo en contra de las ordenes específicas de Creed, mando un único mensaje de texto, la frase era corta, pero representaba algo más que anhelo, la desesperación por tomar una decisión apresurada, tener que permanecer alejado de ella, sin contacto era casi ir al borde la locura, pero necesitaba aunque sea despedirse, despedirse una vez más de aquella mujer que lo dejó.
Paula, no podemos continuar mintiéndonos . Dañándonos como en el pasado .
Sal.
Jamás pensó que tendría que escapar de ella, en su vida pensó que él sería quien intentara poner fin a su relación y huir para poder evitarse más dolor, lo único sensato que hizo fue dejar Roma y lo que consiguió, fue el dolor más agudo en su pecho.
El viaje hacia Londres lo había agotado de una manera que ni él mismo podía explicar, solo había tomado su chaqueta, salió de su despacho y fue a casa a empacar unas cuantas cosas, necesitaba alejarse de todos, de sus recuerdos, de su miedo a regresar una vez más con su adorada Paula, por esa poca paz mental y ese raciocinio que se había visto afectado de una manera inexplicable por esa mujer que años atrás lo había atraicionado y él seguía encandilado por ella después de dieciséis años.
Sentado en su otomana, su oficina en Londres era una casi réplica exacta de su oficina en Roma y ver esas paredes decoradas en tonos caobas eran solo penosos recordatorios de una pasión pasada.
Llevándose una cansada mano hacia la frente intentó seguir el ritmo de la música de fondo, Mozart – Lacrimosa, la perfecta melodía que iba con sus sentimientos, intentó hacer caso omiso a las incesantes llamadas de Paula a su móvil, leyendo su nombre y viendo su foto brillando de manera encantadora en su pantalla y con ello solo logró desesperarlo más.
Podía escuchar cómo los mensajes de voz llegaban dispuestos a ser abiertos, para su amada Paula las cosas no eran fáciles, no había tomado para nada bien que evadiera sus llamadas desde el día anterior debido a la zona horaria y mucho menos que la dejase sin noticia alguna más que un triste mensaje de su ida y una promesa que en su futuro podía ser vacía.
De la nada el amargo recordatorio de una infancia lo invadió, no había sido perfecta, no había tenido a un padre dispuesto a poder ayudarlo, solo una joven madre repudiada y tratando de trabajar tiempos completos, horas extra para poder llevarle a su pequeño algo de comer.
Por alguna razón recordó su pasado, la tristeza reflejada en los ojos de su madre, y luego tras su perdida su enamoramiento por Paula lo mantuvo cuerdo, fuerte, con un motivo más para poder vivir, hasta que todo volvió a repetirse. Pondría fin a aquella relación que había mellado una vez más su confianza, la traición de Paula había ocasionado un daño a su visión del futuro y estaba cansado de pertenecer a ese círculo vicioso de pérdidas.
Todo había cambiado, la visita de Cesare Gennaro toco una fibra sensible de su ser trastornando todos sus planes de futuro, entre ellos escapar con Paula hacia una de sus propiedades en la Toscana, incluso había optado por desear irse a Grecia, pero nada pudo salir como lo planeado, esta vez estuvo obligado a claudicar y no estaba orgulloso por ello, catalogándose como un grandísimo cobarde.
Con manos temblorosas llevó su copa hacia sus labios, bebiendo un sorbo de su amargo Whisky, tomó su móvil y borró cada mensaje de Paula, no deseaba escuchar su voz, aquellas lágrimas que solo serían la burla de su situación, se llevó una mano hacia la frente despeinando sus cabellos, había más mensajes y sin soportarlo más, arrojó su móvil al sillón y tratando de hacer a un lado sus preocupaciones, quiso concentrarse una vez más, haciendo el intento leer el informe financiero que había pedido hace horas pero no podía, por más que trataba de concentrarse, no podía aunque sea fijar la vista en los números y letras que explicaban a detalle sus bienes, patrimonios, sus acciones y sobre todo pudiendo ver en esa simple hoja de papel que su lucha por llegar a la cima estaba viniéndose cuesta abajo. Por un instante culpó a esa preocupación agobiante y luego se dio cuenta que había bebido más de la cuenta y los efectos de whisky ya estaban pasando factura a su cuerpo en especial a su mente.
—¿Qué conseguí con ello? —se preguntó a sí mismo —¿¡QUÉ!? —intentó no perder la poca cordura, hasta que esa pregunta fue respondida.
—Qué Gennaro esté a punto de destruirte —respondió la vocecilla de su conciencia —Destruir lo que tanto trabajo te costó desarrollar y formar. Esa mujer solo jugará contigo, Cesare la conoce mejor que tú.
—No lo hará —se prometió entonces, hablándose solo en medio de la tenue tarde, dejando que las luces del sol iluminaran levemente su rostro, los espirales de luz y motas de polvo volaron a su alrededor, dándole una apariencia abatida y tétrica, estaba al borde de la locura —Ella no es como la describen, ella es buena y me ama… ¡ME AMA! —esa declaración por un momento era para convencer a las paredes y aquellas voces sin tomar en cuenta que trataba de convencerse él mismo de una cruda realidad.
Levantándose de su cómoda silla, caminó hasta su pequeño bar sirviéndose un whisky doble, aproximó la copa a sus labios bebiendo el contenido de un solo sorbo, por un instante creyó sentir algo, pero estaba equivocado, no pudo sentir el amargo de la bebida, el conocido ardor al pasar por su garganta y caer lentamente hacia su estómago vacío.
Su móvil volvió a vibrar, en un impulso ante la costumbre de contestar sus llamadas lo levantó, supo que era necesario fijar la vista en la pantalla, era ella, era Paula y no se cansaría hasta que le contestara, pero debía cortar por lo sano, cortar ese romance prohibido, estaba maldito y Cesare Gennaro se lo había demostrado, era perder todo o regresar al pasado y ninguna de las dos opciones era válidas para él, así que opto por apagar el móvil de una vez por todas, lanzándolo con brusquedad hacía el sillón una vez más.
Con la boca apretada y el corazón desbocado, maldijo su suerte, su ineptitud, su lujuria, su amor por ella, sirviéndose otro trago, se acercó a la ventana. La bella vista que le ofrecía Londres no lograba conmoverlo aunque sea un poco, estaba perdiendo el poco control férreo que le quedaba, podía verse en el destello de cólera que lentamente se formaba en la profundidad de sus inescrutables ojos grises, sus labios apretados en una fina línea, su mano formando un puño que en el proceso solo lograba clavarse las uñas en su palma y emergiendo heridas sangrantes, pero nada, nada de dolor.
Fue un punto de quiebre, cómo pudo permitir romper sus barreras, su coraza, estaba indefenso y todo por una mujer, sin darle tiempo a pensar más, levantó el puño estrellándolo contra el borde de la ventana, temblando ante esa ira contenida, por más que las copas de whisky iban corriendo por su sistema, no sentía absolutamente nada, el alcohol adormeció sus sentidos.
Copa tras copa, intentaba sacarla de su mente, pero era imposible, podía sentir el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo, la forma de sus curvas, la textura de seda de sus cabellos negros y su mirada oscura, el brillo en aquella mirada cada vez que llegaban al éxtasis. En un arranque de furia, lanzó todo aquello que había en su escritorio, un berrinche infantil del cuál jamás pasaría la sensación de derrota, sin poder soportarlo, cayó rendido al suelo con los brazos apoyados en sus rodillas, los hombros hundidos y la cabeza gacha, mientras que la única fiel amiga estaba a su lado tentándolo a seguir con aquella bebida amarga, era su perdición.
Trago tras trago, golpe que le daba a su cabeza contra la pared y su desesperación desmedida, observó su reloj, jamás se quedaba a esas horas en la oficina, pero que más podía hacer, necesitaba la distracción de mantener su mente cuerda, su cuerpo alejado del calor del momento, dándose cuenta del desastre en el que estaba la que llamaba oficina, dejó la botella y en un intento por levantarse, su cuerpo no se lo permitió, maldijo para sus adentros su manera desmedida de tomar, impulsándose con sus propias manos, logró ponerse en pie, intentando no trastrabillar en el intento de dar dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás en un vaivén gracioso para algún espectador, tomando el teléfono intentó enfocar la mirada en los números y marcó a servicio de la torre comunicándose con el área de limpieza, necesitaba que asearan un poco el desastre que había ocasionado en tan solo segundos.
—Señor Montecchi, en qué puedo ayudarlo —mencionó de inmediato una voz dulce tras la línea.
—Mande a alguien a limpiar mi oficina de inmediato —dijo en un intento de no arrastrar las palabras y ponerse en evidencia, así que prefirió ser cortante y colgar seguida su orden. Sabía que podían tomarlo de pedante y descortés, de petulante y gruñón pero era mejor que lo tomaran como un irresponsable y bebedor empedernido, que solo se dedicaba a beber en su oficina, encerrado y sobretodo sin comunicación alguna, con excepción de su secretaria Nora.
Pero una vez más el nombre de su amante fluyó como sal y azúcar, olvidarla no era nada fácil y menos cuando hace solo un día la tuvo entre sus brazos gozando de su cuerpo —Paula —cerró los ojos recordando, ansiando verla, necesitaba su cuerpo, sus manos acariciando su pecho, pero era imposible, necesitaba sacarla de su mente o acabaría llamándola y encontrándose en algún lugar sucumbiendo a la tentación de tenerla bajo su cuerpo, degustando el sabor de su sudor, de sus labios juntos, el movimiento de sus pechos, estaba obsesionado con ella, sí, lo admitía, pero estaba en un gran dilema, ir con ella implicaba que su inminente muerte sea más rápida.
Supo darle la razón a su amigo Creed, necesitaba cambiar, tomar las riendas nuevamente de su vida, de su fututo y que mejor que conseguir ya una mujer con la que sentara la base para una nueva familia, pero la sombra de Paula lo perseguiría, de eso estaba seguro, pero a esa mujer que calentara su vida y corazón, tenerla para siempre, era y sería Paula para toda la vida.
Se volvió hacia su escritorio tambaleándose torpemente sin soltar la botella, recogió su talonario y una pluma del suelo y comenzó a llenar un cheque, tomó su móvil encendiéndolo y marcando a su secretaria Nora, era eficiente, cumplida y sobre todo más veloz incluso que cualquier jovencilla, ella hacía más de dos trabajos al día a comparación de otras secretarias y sus años de experiencia eran un excelente resultado.
Cuando escuchó su voz al otro lado de la línea, dio su orden del día —Nora, buenas noches, disculpa que te moleste, pero te dejo encima de mi escritorio el cheque que deberás de enviar con urgencia a los proveedores Inc. Clarkson, están pidiendo como locos la bonificación extra por su trabajo tan rápido, y también el cheque que debes enviar a Parker Asociados —cuanto hubiese preferido darle esos montos a sus amantes, a nuevas mujeres que pedían obsequios por las noches de pasión, pero desde que Paula entró en su vida no hubo más mujeres que esa amante morena, y eso era lo peor había sido seducido y atrapado por una mujer que quizás jamás sería libre.
—Sí, señor Montecchi, no se preocupe, entregaré todo mañana temprano.
—Gracias Nora, nos vemos mañana —Sin más cortó la comunicación.
Dejando la botella en la mesa, enfocó la mirada hacia el baño, intentó hacer su camino recto, pero no pudo, abrió torpemente la puerta y cerró tras de sí, elevó el rostro y admiró su reflejo desaliñado en el espejo del lavado, por primera vez en su vida había perdido el control con el alcohol, algo que prometió en no recaer, sabía muy bien que podía hacer las sustancias y el alcohol a la vida de un hombre, Creed había sido un ejemplo de ello, mientras que para él el alcohol era más que un escape era un tónico para corazones rotos, preocupaciones y decepciones y en esa ocasión eran todas las alternativas anteriores.
—¿Cómo es que he caído tan bajo? —se preguntó, dejando salir una pequeña risa histérica de sus labios, abrió el grifo y mojó su rostro, se quitó la corbata y desabotono su camisa, estaba sintiéndose asfixiado, miró sus manos temblorosas, esas manos que habían hecho un arduo trabajo en esos dieciséis años, murmuró una violenta imprecación, golpeando la espalda en la pared y cayó lentamente hacia el suelo, se sentía perdido, más perdido que en su juventud, recordó que en esos momentos no era tan cobarde como en la actualidad, siquiera tenía la astucia, la valentía de enfrentar y mencionar las cosas por su nombre y su padrino debería estar revolcándose en su tumba por no seguir el mayor consejo que le dio en su vida.
“Jamás desees a la mujer de un hombre, aunque sea tu enemigo el dolor y la deshonra van del mismo camino”
Pero él no hizo caso a nada de ello, cometiendo un error parecido.
Pero el destino tiene caminos diferentes.
¿Qué más podía pasarle en menos de 24 horas? —se preguntó a sí misma la joven Carter, cansada de los ajetreos de la vida diaria, elevó el rostro hacia el cielo admirando ante la luz tenue artificial la magnificencia de ese edificio, apretó su bolso de manera protectora sobre su costado y le dio una sonrisa a German, era un hombre joven entre los cuarenta a cuarenta y cinco, cabellos castaños y ojos negros, su uniforme le daba el aspecto un poco más jovial, el color negro de su uniforme le sentaba de maravilla, mientras que ese sombrero hacia juego con su traje —Buenas tardes, Carter —asintió levemente con la cabeza, abriéndole la puerta.
—Buenas noches, German. Noche fresca —siguió su camino, pasando por los pasillos del edificio Gold, siguió su camino hacia el sótano donde abrió su casillero y guardó su suéter, su bolso, pero siempre manteniendo su celular en el bolsillo de su uniforme. Oficialmente estaba lista para realizar las actividades de la noche, limpiar.
Dio un suspiro ante la rutina, pero no termino de guardar sus cosas cuando de la nada, sintió su nombre a la distancia, cerró su casillero, volvió el rostro hacia la persona que la aclamaba a la distancia, tragó saliva y se asustó al ver al Señor Mcgregor llamarla, por un instante no supo si debía acercarse o quedarse quieta para poder así evitar lo inevitable, pero al no hacerle ninguna señal de que se aproximara, pudo pasar el nudo de su garganta que le dolía de solo pensar el inicio y final de esa conversación —Señor Mcgregor, buenas tardes —pudo responder pero siempre conteniendo el aire ante la noticia que de seguro le daría.
—Cariño, necesitaré que limpies el pent-house, cuando termines podrás retirarte.
—¿El Penta-House?
—Sí, por lo visto necesitan limpieza urgente en la oficina del jefe.
—Claro —pudo soltar el aire contenido por sus pulmones. La orden que le habían dado ese día era rara, ya que nunca le pedían para el piso veinte del Edificio Gold y para ser un viernes en la noche era más que raro.
Caminó por los pasillos del gran edificio, las oficinas estaban más que lúgubres, los guardas de seguridad estaban en sus respectivos puestos, las luces apagadas y sobre todo el reloj corriendo. Dando un suspiro, se permitió ver el lado positivo que aquella tarea fuese sencilla, solo tendría que limpiar un piso a excepción de ocho baños que era demasiado para ella y su compañera Paz, incluso su compañera se sorprendió al escuchar la orden del señor Mcgregor.
Empujando su carrito de limpieza hacia el elevador, colocó la tarjeta magnética en la cerradura y las puertas metálicas se abrieron para ella, mientras subía chasqueó la lengua, presionó el botón del piso y levantó la vista al techo esperando que el ascensor hiciera su trabajo.
De un momento para otro, sus lágrimas surcaron sus mejillas, cuando escuchó su nombre pensó en lo peor, pero solo era una simple orden y eso era lo que temía, era consciente de que no quería pasarse la vida limpiando oficinas de noche y trabajos de medio tiempo en las mañanas de los cuales no duraba ni siquiera siete meses, su vida no podía terminar de esa manera.
—¿Por qué Dios mío? —pidió ella en un reproche más que una súplica, tener esa vida, cansada de luchar contra la marea, contra el tiempo, contra el mundo, cuanto había soñado en darle una vida mejor a su madre, darle lo que siempre quiso para ella, una casa, la tranquilidad y la seguridad de un hogar, incluso poder darle la familia que su pobre madre no tuvo, darle la posibilidad de tener un yerno que la quiera, nietos que se lancen sobre su abuela deshechos en mimos y risas, pero no, ni siquiera tenía un novio, alguien que la abrazara cuando necesita el calor de alguien y el destino cruelmente le arrebato ese único sueño de un futuro.
Bajó el rostro pero levantó la mirada viendo su reflejo en su espejo, su uniforme de camisa y pantalones grises y su trenza a un costado, tragó saliva y llevó una de sus manos hacia su rostro, no era una belleza, pero tampoco fea, en su metro cincuenta y siete centímetros, tenía los ojos almendrados y de un color pardo, su piel no era ni tan blanca extrema pero era como la porcelana, sus labios pequeños y carnosos y su cerquillo trataba de ocultar unas cejas bien delineadas y su nariz era respingada más no ancha, entonces vio sus manos, delgados dedos, pero ásperas, maltratadas por los quehaceres de la limpieza.
De la nada las puertas del elevador se abrieron dándole paso a las oficinas de Salvatore Montecchi, arrancándola de su ensimismo ante el sonido clásico de llegada y el crujido de las puertas al abrirse, Carter se frotó los ojos que hinchados por las lágrimas de la tarde había veteado sus mejillas, caminó por el pasillo sin hacer mucho ruido. Tener un día espantoso fue la cereza del pastel y más cuando había sido despedida de un día para otro. Empujó el carrito de la limpieza un poco más, solo para detenerse dos pasos más para sacar de su bolsillo un pañuelo para secar sus lágrimas.
“Pesado” —sí, era un trabajo pesado, demasiado para una chica de su edad, pero no tenía más alternativas, por suerte le quedaba ese trabajo y no podía dejarlo, no hasta encontrar quizás uno donde le ofrecieran un buen sueldo para poder solventar sus gastos.
Se estremeció al detenerse enfrente de esa puerta labrada y entreabierta, nunca había estado dentro de esa oficina y de pensarlo un frío interno estremeció todo su cuerpo. Soltando el aire, empujó la puerta, entrando a la oficina, lo que más le impacto fue el volumen de esa música que para su gusto iba más allá de lo tétrico y para el fiasco de su día no lo recordaría a menos que intentara estar al borde del suicidio, no era que fuese una crítica de música pero reconocía que era de Mozart, tomándose la libertad se acercó al equipo de sonido, deteniendo la música y apagándolo. Nunca antes había visto algo tan magnifico, el despacho era grande y frío, los muebles eran de madera y tapices de seda y cuero, una alfombra persa adornaba y le daba una comodidad única al suelo, y los enormes ventanales que podían dejar ver el Támesis en todo su esplendor. Se volvió para admirar el techo que estaba decorada con formas frescas de laurel tallado, era un despacho muy, pero muy exuberante incluso podía ser digno de un príncipe de dulces gustos.
Bajó la mirada y vio el desastre, encogiéndose de hombros comenzó con su trabajo, tomó una franela y limpió el escritorio dándole brillo y perfumándole, levantó el teléfono, y los papeles del suelo acomodándolos encima y tratando de no desordenar los folios, no vio nada anormal excepto las botellas, las copas y la barra asaltada y desde luego un cheque.
Un cheque listo para endosar con una cantidad más que exorbitante, al verlo se mordió el labio y lo levantó, esa simple hoja de papel contenía su futuro y el de su madre, con esa cantidad no solo le compraría la casa de sus sueños a su pobre y enferma madre, pagaría su tratamiento completo y en una de las mejores clínicas, compraría ropa e incluso una mascota, pero no podía, no era una ladrona, su madre no crío una ladrona, sino una señorita decente, a pesar de vivir en pobreza era decente y honrada. Suspirando por la nariz, dejó el cheque en su lugar, pero estuvo tentada, tentada a poder llevárselo.
—Daria lo que fuese por esa cantidad —afirmó un poco dolida, esa cantidad le vendría muy bien, dejando caer sus hombros, siguió con la limpieza, resignada a esa vida, sin pensar que el mismo diablo había dado por cumplida su petición.
Si era rápida más pronto estaría en casa con su madre —pensó.
Al terminar con el escritorio y los muebles, limpio el piso de madera, puliéndole para luego quitar el polvo de la alfombra, puso las botellas vacías en su cubo de basura. Ya entendía porque le dieron ese trabajo, el tener que dejar todo impecable para el pelafustán de Salvatore Montecchi sí que era pesado, se lo imagino revisando su escritorio a la perfección en busca de motas de polvo, lo conocía, había leído miles de artículos y entrevistas de ese hombre que más a parecer un mortal parecía un Dios romano hecho carne el en mundo terrenal, pero a partir de su buena y excelente apariencia y silueta corpulenta, de sus ojos grises como el acero y esos labios carnosos y mordaces, sus pómulos resaltando una mandíbula cincelada y dura, era un estúpido, mujeriego empedernido, eterno seductor, siempre de sus brazos colgaban bellezas rubias y pelirrojas, jamás morenas, resaltando como el soltero codiciado de oro y el mayor benefactor de la ciudad de Londres, era el hombre más poderosos incluido en la edición de Forbes de ese año, pero cabía resaltar que tras esa imagen de perfección había comentarios sobre su más reciente aventura con una mujer casada, pero solo eran eso, comentarios y notas rosa para traer más lectores.
—Es un petulante —concluyó Carter siguiendo con sus labores de esa noche, pero reconocía que era atractivo.
Cuando estaba ya lista a acabar, la puerta del baño se abrió de un solo movimiento y vio a un hombre desalineado caer casi a trompicones apoyándose en el umbral, por un instante no pudo deducir de quien rayos se trataba, pero cuando esos ojos grises la vieron, supo que Salvatore Montecchi había estado en su oficina todo ese tiempo, tragó saliva de tan solo pensar que pudo estar hablado torpemente en voz alta o incluso ver cómo admiraba el cheque.
—¿Quién demonios apagó mi música? ¿Quién rayos eres? —le dijo con brusquedad, arrastrando las palabras mientras que sus ojos estaban inyectados de sangre y sus pupilas levemente dilatadas.
Salvatore Montecchi sí que era apuesto, todavía Carter tomo en cuenta que las revistas y fotografías tomadas no le hacían verdadera justicia a su rostro y su cuerpo. Era apuesto, alto, corpulento e imponente, tenía un cuerpo musculoso y tenso bajo un exquisito traje de diseñador que se ajustaba a su perfecta estatura de metro noventa. Sus ojos eran grises, como la plata liquida, ardiente y fría a la vez, inflexible y dura. Su pecho tensando la americana abierta al igual que la camisa, dejando mucho a la imaginación, un pecho duro y marcado, un abdomen de infarto, y caderas estrechas que incluso podrían mantener oculta un v marcándose debajo de sus calzoncillos.
Carter se ruborizó y reprendió mentalmente por aquellas imaginaciones, tragó saliva, y apretó la mandíbula —Lo siento señor, soy la muchacha de limpieza, por lo visto usted pidió que alguien viniera.
—Entonces… ¡A qué esperas!
—Ya está todo señor.
—¿¡Qué!? —en un esfuerzo hercúleo quiso caminar, pero solo logró caer de rodillas, mientras soltaba toda clase de insultos.
Carter dio un respingo al ver a semejante titán caer rendido, asustada, corrió hacia él logrando ayudarlo y llevarlo torpemente al sillón, pudo aspirar su aroma a madera y canela, pero también el asquerosos aroma de whisky y sal —No necesito tu ayuda —vociferó, cayendo en el sillón como un saco de papas, con las mejillas rojas y el ceño fruncido.
—Claro que no necesita mi ayuda… Para nada —Carter por un instante quiso reírse ante el estado tan desastroso en el que se hallaba Montecchi, nunca en su vida pensó siquiera cruzar en su camino, pero esa noche estaba de suerte, había encontrado un cheque, que a pesar de sus malos pensamientos, quiso hurtar y desaparecer, pero de hecho no podía.
Jamás imaginó que esa risa contenida escapara de sus labios, la situación debería haberle parecido irreal, pero el calor de ese pecho duro, era tan real como el fétido aliento de Salvatore y su ebriedad. —Es bueno saber que a alguien le divierte verme tan ebrio como una maldita cuba —espetó Sal, levantando el rostro y logrando verla bien, por un instante pudo haber quedado asombrado por su bello y natural rostro, aunque culpo a la bebida por mostrarle una realidad distorsionada.
—No, no crea que me divierte… Además no pasa nada —repitió ella, notando que los hombros tensos de ese poderoso magnate comenzaron a relajarse, el aroma a su loción de afeitar, exótico y masculino invadió sus sentidos, respirando profundo pudo notar que la belleza de Salvatore era incluso irreal.
Restregándose el rostro con las manos, intentó no verse tan desalineado, pero la verdadera razón era que no soportaba la idea de haberse ido y dejado a Paula atrás cuando sus promesas fueron estar juntos y solucionar todo, pero el destino una vez más se ensaño con esa joven pareja, lo hizo en el pasado y volvió a repetirlo en su presente, poniendo fin a sus futuros y lo hizo saber de esa forma a Carter en una conversación casi improvista —Ustedes, las mujeres tiene en sus manos —tomó de improvisto las manos de Carter, admirándolas. Ella acongojada ante la aspereza de su piel intentó quitarlas, pero Salvatore no se lo permitió —Tienen en sus manos el poder de seducir, destruir, enamorar y reconstruir en segundos la vida de un hombre… —negó con la cabeza —Pero yo soy lo suficientemente estúpido de no ver que tengo —ladeo la cabeza, admirándola —Una belleza morena aquí adelante, la mujer que debería tener mi corazón y no solo mi espalda, la mujer que debería tener mi amor y no solo mi odio, la mujer que debería conocer y tener.
—Señor Montecchi, creo que debería descansar —intentó acomodarlo y recostarlo, pero él se negó rotundamente, deseaba alardear de sus dotes de seductor con aquella joven inexperta —Por favor, señor, necesita descansar.
—¡No! ¡No! —la señaló con el dedo —Eres mandona ¿Sabes? —arrastró más las palabras, haciendo evidente su acento y su ebriedad.
Se le agrandaron los ojos ante ese comentario —No soy mandona, solo quiero que se recueste, además créame mañana no se podrá acordar de absolutamente nada y no tendrá ni cara para poder verme una segunda vez, si es que nuestros caminos se cruzan.
—No estoy borracho —mencionó de la nada intentando levantarse, pero Carter lo detuvo.
—Sí, claro que no está borracho. Pero por favor, solo tome asiento —lo obligó a permanecer tranquilo —Le traeré agua, necesita hidratarse.
—¿Eres enfermera? —dijo soltando un eructo para nada galante.
Carter sin poder evitarlo soltó una risa ronca, en sus veintisiete años pensó que esa clase social no eructaba o se lanzaban gases, pero está más que equivocada. Sacó del bar una botella de agua, sirviéndole en un vaso se lo alcanzó pero Salvatore no tenía ni idea de cómo sostenerlo en ese preciso momento, así que amablemente le ayudo a beber, parecía ciertamente un niño pequeño con gripa avanzada y no le envidiaba estar en su posición esa noche, al día siguiente estaría con una resaca que no podía soportarse a sí mismo y quizás con la vergüenza de que la servidumbre lo viera en tal papel —Y no soy enfermera, además ni tengo pinta de ser una… ni cerca de ello estuve, eso creo —se encogió de hombros ante esa respuesta.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó de repente, dando pequeños sorbos a su vaso con agua, haciendo el esfuerzo de no ahogarse y conversar al mismo tiempo, simplemente le pareció agradable por un instante sentirse de nuevo mimado, caso que nunca fue en su niñez.
—Carter… Carter Rog.
—¿Rog? Ese apellido no es londinense.
—No… Mi madre siempre me dice que es Rumano.
—Tiene un lindo significado —ante ese cumplido, Carter se ruborizo, pero esa galantería fue el inicio de una casi pesada y extensa conversación.
—Entonces, sabes rumano ya que sabes su significado.
—Se varios idiomas, a lo mucho siete incluyendo mi lengua materna —dio un último sorbo para luego expulsar la pregunta que no solo dejo en un breve shock a Carter, sino que jamás se imaginó que alguien en su vida le hiciera semejante propuesta —¿Considerarías salir conmigo? —preguntó de la nada —Soy buen tipo ¿Sabes? Me gusta las copas, pero no el caviar, me gusta el pollo, pero no todo, no me gusta que el pollo este seco —arrastrar sus frases, era como ver a un venado deslumbrado por los faros de algún coche o quizás un conejo a horas de ser cocinado —La prensa siempre dice cosas feas de mí, yo no suelo inhibir a la gente… sabes, solo quiero dar el 100% de mí, pero ahora que estoy con una mujer casada mi juicio se ha visto seriamente nublado, aunque esa relación ya se terminó.
Carter se mordió el labio inferior ante la pregunta y toda su catedra de buen chico, jamás en su vida pensó e imaginó tener a un millonario pidiéndole una cita, aunque en su estado no era considerado una cita o una proposición del todo decente —Sí, saldría con usted, aunque para ser realistas, no se acordará mañana de mi nombre, ni que me pidió una cita… Además suelo alejarme de chicos problema, tengo demasiado para agregar uno más a mi vida.
—¿¡Yo!? —dijo en tono dolido —No soy un chico problema, me gustan las mujeres y la diversidad de relaciones. Y claro que saldría contigo, eres linda, incluso me casaría contigo, te sería fiel… ¿Quieres concederme la dicha de ser mi esposa? —le dijo, esperando una respuesta ansioso, demasiado incluso.
—Claro, si la propuesta fuese de verdad y no el remedo del despecho… Usted mismo me dice que esta con una mujer casada y para mantener una relación con ella significa que la quiere pese a todo obstáculo.
—¡Mi propuesta es real! —chilló sin poder creer que esa jovencilla tenía la astucia, o más bien el valor de decirle la verdad a la misma cara y eso le gustó, miró su mano y quitó de su dedo el anillo de ónice que su madre le dio hace tiempo atrás —Toma —levantó con delicadeza la mano de Carter, depositando el anillo con una lentitud ardiente, repitiendo la propuesta de manera romántica o casi en un intento de encender el romanticismo en el ambiente —Carter, me harías —dio un hipo inesperado, pero no tanto como para olvidar su propuesta —Me harías el honor de convertirte en mi esposa —por un momento Carter intentó soñar que esa propuesta fuese real, pero en las serias alucinaciones de un pobre hombre ebrio no tuvo más alternativa que seguir el juego y quedarse callada por unos instantes para que Salvatore terminara su inesperada frase —Sé que puede ser inesperada, pero créeme que conmigo tendrás absolutamente todo, te respetare, te amaré, te seré fiel… Sé que no soy perfecto, pero acabo de terminar con mi amante, por el bien de ambos, por nuestro futuro, te prometo que te haré feliz.
—Señor Montecchi —quiso objetar, pero no tuvo más alternativa que escuchar cada propuesta, no quería darle la negativa a un hombre dolido, además cada palabra dicha esa noche sería olvidada dentro de unas horas, incluso minutos cuando observo el estado de Salvatore —Acepto la propuesta, pero sé que al finalizar esta noche el carruaje se convertirá en ese carrito de limpieza y mí vestido solo el uniforme de la chica de limpieza, la tiara de diamantes en un simple trenza y mis manos cubiertas en seda serán tan ásperas y cuarteadas por el trabajo.
—Eso no importa, eres mi prometida, la apariencia no importa mientras que tu interior sea noble, mientras que seas real y no falsa como otras —contestó esbozando una sonrisa devastadora —¿Te apetece una copa? Debemos celebrar nuestro compromiso.
Atenta a sus movimientos torpes, intentó mantenerlo sentado —No, ya fue demasiado por un día, no debería tomar más, es mejor que solo beba agua, además no me gusta tener un prometido ebrio.
—Puedes tutearme, soy Salvatore, pero puedes decirme Sal… Y lo dije —repitió una vez más —Lo dije, mi esposa es mandona —Salvatore gruñó algo ininteligible, sujetó la mano de Carter impidiendo así que se fuera —Ven aquí… —susurró con voz rugosa obligándole a sentarse en su regazo, admiró de manera lenta sus facciones, era muy bella y no dudo en decírselo, incluso su borrachera desapareció de tan solo verla, admiro más que su rostro, comenzó a memorizar cada centímetro de su piel, la forma de sus ojos, la manera inesperada en cómo mordía su labio sin miedo a herirse —Eres bella… Muy bella.
—Señor Montecchi, por favor —quiso alejarse de él, pero sus poderosos brazos la habían presionado con fuerza sobre su duro pecho —Se arrepentirá de todo mañana, no recordará incluso nada, ni mi nombre, ni su propuesta… y todo será un penoso recordatorio de una noche insólita.
—Quiero besarte… Llevarte a casa y hacerte el amor, tenerte en mi cama y no dejarte jamás pequeña hechicera… Puede que mi propuesta sea precipitada incluso es una locura, pero tienes algo que me atrae, incluso me enloquece… Haces que me olvide de todo a mí alrededor.
El corazón de Carter golpeó con fuerza contra sus costillas, no podía creérselo, Salvatore Montecchi le había dicho que deseaba casarse con ella, que la quería en su cama, ni tiempo tuvo para poder evitar sentir algo en su interior —Es el despecho lo que le hace hablar así.
Salvatore sin más se acercó a ella, cortó la poca distancia que los separaba y plantó un beso hambriento, la obligó a abrir la boca permitiéndose explorarla con la lengua, un beso con ardor, como si hubiese estado esperándolo toda la vida, se apoderó de sus labios y con una lentitud insoportable iba recorriendo cada perímetro de su boca. Carter soltó un gemido ronco alertándola de parar ya que temía cometer un torpe error, con fuerza hercúlea logró separarlo y levantarse de su regazo con un brinco espectacular, pero sin antes sonreír, ella deseo que Salvatore estuviese en sus cinco sentidos y no tan ebrio como una cuba cómo para odiarla luego y olvidarla después, no deseaba que ese beso fantástico terminara, pero necesitaba respirar y regresar a la realidad.
—Me dejas sin sentido, cara —susurró solo para cerrar los ojos y quedar dormido.
No daba crédito a lo que había pasado en ese instante, con el ceño fruncido y la boca abierta ante el inesperado final, sonrió —Sip, te deje sin sentido —se burló, llevándose una mano hacia sus labios, paladeó el aún cálido sabor de sus besos, soltando un suspiro supo que ese beso, esa declaración era por el supuesto calor y ebriedad del sujeto, pero le hubiese encantado poder amar y que esa declaración fuese sincera.
Aunque los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, Carter intentó descartar esas ideas y no hacerle falsas ilusiones, no tenía ya las fuerzas de imaginar nunca más nada en su vida.
Agotada, dejó caer sus hombros, acomodó delicadamente a Salvatore en el sillón, le quitó los zapatos dejándolos ordenadamente a un lado, lo arropo con su chaqueta y se permitió contemplarlo por un instante, era tan atractivo. Soltando un suspiro, se acercó y depositó un casto beso sobre esos labios carnosos, dejó los vasos en su lugar y dejó el anillo sobre su mesa junto al cheque, para así ordenar su cochecito de la limpieza guardando sus utensilios, sacando la basura y dejando ese bello momento atrás.
Salió de la oficina y cerró la puerta tras de sí, era un bello sueño y regresar a casa era lo que más ansiaba esa noche.
Mañana sería un nuevo día y con ello, el beso de Salvatore Montecchi quedaría entre sus recuerdos más dulces y memorables. Y cómo le dijo antes, su carruaje, su vestido y su beso, quedaron en el más memorable de los recuerdos.