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CAPÍTULO 2

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SUSTENTABLE

Era escabroso y por supuesto para nada exultante verla a lo lejos, el sentimiento iba del dolor a la angustia, incluso a la desolación misma, pero aun así estaba tan hermosa, Paula estaba preciosa con un apretado y costoso vestido blanco, apretando cada curva tentadoramente, su cabello en moño adornado con perlas brillantes, sus labios gruesos y rojos, aquellos labios tan apetitosos y adictivos, y ni que hablar de aquella mera manera de caminar por esa alfombra a la salida de la iglesia, era sumamente exquisita, pero la adoración que veía en sus ojos no era ciertamente para él, era para ese hombre mayor que colgaba de su brazo, el hombre que le había arrebatado todo y cuyo nombre no sabía para poder ir y maldecirlo una y mil veces, el nombre del bastardo que osó a tomar lo que por derecho le correspondía.

Ante esa imagen no pudo evitar formar puños sobre sus costados, dejando que aquella amarga imagen se gravara en el fondo de su mente, en el fondo de su ya marchitado corazón y su corrompida alma. —¿Cómo competir con ese hombre? —dijo en un murmullo para sí mismo, de tan solo ver su estatura, su atuendo, sus cabellos castaños, permitiéndose solo ver su perfil y su espalda, características que Paula solo vería en ese matrimonio, estaba seguro que era el típico hombre que tomaba a una esposa joven como trofeo, como un indicio de poder y dominación, pero lo único que Salvatore podía pronosticar de ese matrimonio arreglado era que no duraría mucho.

Tras su pronóstico, quiso recordar en qué momento había dejado que pasara todo eso, en que momento había permitido que la arrebataran de su lado, esa mujer fue suya, por derecho era suya pero no, ella simplemente claudico en el primer indicio de debilidad o mejor dicho en el primer momento que vio que él no saldría de Sicilia jamás, si estaba atado a esa tierra suya, a ese mundo que en un momento le pareció de hermosos parajes y la vista al mar era la expresión del mundo hecho realidad.

“Atrapado” —una voz dijo en el interior de su mente repitiéndose una y otra vez, estaba atrapado en aquella ciudad que no le daba nada más que sufrimiento y dolor, sus ojos picaron ante las lágrimas, se había prometido no llorar, no sufrir por su partida por su pérdida, pero que equivocado estaba, sentía ese dolor punzante en su pecho, esa pena que de ser devastadora podía ser incluso fatal.

Quiso irse de allí, alejarse del árbol que lo cubría de la leve garua, pero sus pies no cooperaron impidiéndole partir, intentó cerrar los ojos, pero no podía estaba hipnotizado por esa belleza majestuosa, sus movimientos más que delicados y femeninos. La vio bajar elegantemente las gradas de la iglesia donde había prometido ser fiel a ese hombre frívolo, yendo de la mano de su marido, oficialmente y legalmente su esposo, el dueño legítimo de su cuerpo y sus besos, de su presente y su futuro, el dueño de aquel corazón que no deseaba dejar ir, pero no sería dueño jamás de sus recuerdos, recuerdos más memorables de noches de pasión, noches en que el placer lo era todo.

Pero desde ese día, esas noches solo sería lo que eran recuerdos borrados con el tiempo, de tan solo imaginarla en la cama perteneciendo a ese individuo, su cuerpo reacciono con violencia tensando cada musculo de su ser, de la nada sintió sobre su rostro las primeras gotas de lluvia que mezcladas con sus propias lágrimas era sencillamente imposible diferenciar, ni siquiera se dispuso a elevar el rostro para ver ese día el cielo, tan solo fijo la vista hacia adelante viendo a cada invitado salir corriendo hacia sus autos, mientras que Paula corría escaleras abajo al auto de su nuevo esposo, notando que el bello rostro de esa morena no tenía ninguna mota de pena, de tristeza, de remordimiento, sino esa sonrisa característica, esa sonrisa que le había dado a él en tantas ocasiones, mientras que en el propio podía notarse la desilusión palpable en sus rasgos que sin estar endurecidos por aquella traición vio cómo el auto arrancó dejando solo atrás la grava, polvo y a él.

Cuando la vio alejarse, supo que aquellas palabras duras y sin motas de tristeza más que de cólera quedarían tiznadas por el tiempo, así que decidido a ir tras ella para un último adiós, quizás ver en su rostro la pena y súplica de que la salvara de ese matrimonio sin amor y lo que vio minutos antes solo era una mascarada, una pantomima elaborada.

—¡No! —se dijo, no permitiría que ese hombre se la llevara, no sin antes poder luchar por ella, no sin antes decirle que esa mujer que se llevaba fue suya, que era su vida y que él no obtendría nada de lo que Paula Mattarella le dio a él, pasión, amor, sus besos y sobre todo su corazón, sin saber lo que hacía, Salvatore se echó a correr, con grandes zancadas y una agilidad potente, sus músculos se tensaron ante la fuerza de su propio cuerpo a poder alcanzar el auto, no le importo calarse hasta los huesos ante la lluvia de esa mañana, el frío era nada con el frío de su corazón, ni siquiera el impulso eléctrico la subida de adrenalina y la meta de alcanzarla, esa tarde sería la última vez que la vería.

El punto final de aquella relación que de ser felicidad se volvió tormentosa ante la ida de la mujer que amó, sin poder contener la rabia, la decepción, la ira, gritó a todo pulmón sin importar el qué dirán, necesitaba que ella se volviera, que volviera solo el rostro reconociendo su voz —¡PAULA! —repitió su nombre hasta que su garganta sintió el duro nudo de sus cuerdas arrancándose ante la intensidad de sus gritos, incluso los rayos y truenos hicieron lo posible para ocultar sus rugidos ante sus potentes estallidos en los cielos —¡PAULA! —siguió al auto, pero no pudo continuar más que unos cuantos kilómetros cuando sus piernas le traicionaron y flaquearon cayendo de rodillas, no le permitieron seguir, no le permitieron dar un paso más solo para alcanzarla y decirle que la amaba, que siempre la amaría y que algún día la recuperaría.

Una promesa incluso vacía para ese momento.

En el fondo sabía que esa era una gran mentira, jamás la recuperaría, jamás la volvería a ver por qué esa mujer solo jugó con su vida, con su corazón y su alma, dejándolo sólo en una mundo que él ya no conocía, lo había dejado por una casa lujosa, ropa de marcas prestigiosas, mientras que él solo podía ofrecerle un barco destartalado, días de pesca intensa como días sin un pez en la red, solo podía ofrecerle hambre y llanto, solo tenía el anillo de ónice y su corazón para entregar, las ganas para seguir y la fuerza para luchar.

Rendido, aturdido, con los brazos sobre sus costados, las rodillas en el suelo fangoso de esa mañana, la vio irse sin volver aunque sea el rostro tan solo una maldita vez —Paula —murmuró en un leve susurro que fue imposible escuchar, el nombre de la mujer que amaría hasta que su vida terminara, hasta que tuviera las agallas de acabar con esa patética vida, estrujó con sus puños el fango y la tierra mientras que un grito ronco salió de su garganta, dando inicio a una vida solitaria.

O eso pensó.

Las órdenes no eran para él y mucho menos tener que ver a un joven lloriqueando en plena calle por una mujer —Patético —murmuró. Logró distinguir cada movimiento a través de sus anteojos negros en la comodidad de su Porsche 911 color plateado, dando una calada a su cigarrillo votó las cenizas por la ventanilla mientras siguió viendo a Salvatore, pero quería ver y ser testigo de ese desenlace final. Llevando su mano libre peinó sus cabellos rubios hacia atrás, estaba listo para dar el primer paso.

Despertar al día siguiente no le fue muy difícil, no había dormido absolutamente nada, había pasado la noche pensando en ella, martirizando a su mente, imaginándola con su esposo, imaginándola gimiendo y disfrutando de su primera noche de casada y sobre todo diciendo, gritando su nombre cuando la cumbre del éxtasis llegaba a ella.

A comparación del día anterior, esa mañana era soleado obligando a que cualquiera huyera despavorido hacia la frescura del Mediterráneo o de un aire acondicionado, pero para Salvatore esa no era una opción, el muelle estaba casi desierto, la temporada de pesca era baja por algún motivo y, sus fuerzas se habían desvanecido desde que Paula Mattarella se había ido de la ciudad con su esposo el día anterior.

De tan solo recordar ese momento, la rabia inundó su cuerpo, sus ojos incluso se nublaron ante la frustración de permitirse perder, y así lo hizo saber al trabajar más de lo usual en izar sus velas, optando por jalar más de la cuerda de su barco al recordar su día encerrado en esa desolada celda sin más que pan y agua, verla despedirse sin luchar y luego admirarla con una hermosa sonrisa sobre su rostro al irse de la iglesia, sus ganas de luchar por ella se habían desvanecido y todo gracias a Ricardo Mattarella y su sutil plan para darle un mensaje.

“Aléjate de mi hija” —resonó en su mente como una melodía frígida y hosca. Pero cabía resaltar que para salvar una relación se necesitaba de dos y no de uno solo para poder ganar y Paula había claudicó en el primer momento de debilidad, traicionándole, obligándole a odiar, a perder los estribos y con ello, la etapa en que su decepción era más grande que el mar.

Intentaba no sentirse atrapado en un mundo donde era considerado quizás un lastre, un chico cualquiera, un don nadie cómo ella se había referido en aquel momento, pero no podía culpar a su madre por ser tan joven al tenerlo, no podía culpar a su joven e inocente madre por caer en manos de un hombre que jamás la consideró de la manera correcta alejándola de su vida en un santiamén, aprovechándose de su amor, de sus miedos y sobre todo de esa pasión que solo ese bastardo de padre le había tocado, y lo peor de todo es que su madre jamás dio la mano a torcer para poder siquiera decirle el nombre del desgraciado que la embarazo y dejando como única prenda de un regreso, un anillo de oro y piedra de ónice que solo cabía en su dedo meñique, se odio por ello, por tener que verse obligado a cargar el único objeto de valor que su madre aprecio incluso en sus años de soledad, en sus pocos años de tristeza y felicidad, en aquellos años en que jamás intento hablar mal del hombre que siguió amando hasta el día de su muerte.

Intentó subir más la cuerda de su barco, estaba listo para zarpar en cualquier momento, estaba listo para dejar esa vida miserable atrás, y que más que su pequeña barca para ayudarlo en su cometido, rogó para que su sed de venganza y odio no abarcara toda su vida amargándole y así proponiéndose el no poder ser nunca feliz.

El sol abrasador de Sicilia no le importaba, la camiseta blanca de tirantes se le pegaba al torso por el sudor corriendo por su espalda, rostro y cuello, sus pantalones vaqueros desgarrados a la altura de la rodilla mostraban unos poderosos músculos, y sus manos callosas por jalar las cuerdas para las velas de su barco cada mañana, necesitaba preparar todo para salir unos días y conseguir la pesca fresca, aunque sea refrescar también sus ideas y olvidar a Paula, aunque lo último era casi imposible, todo alrededor de ese nombre era meramente imposible.

—¡Diablos! —maldijo al sentir el corte de la cuerda en su palma, obligando a soltarla y ver su mano ensangrentada en un corte profundo, pero ese dolor era nada comparado con el de su corazón hecho trizas, intentó parar el sangrado con su camiseta pero de la nada esa luz abrazadora cesó, dándole paso a una sombra refrescante.

Volviéndose y ante la fuerza de la luz, llevó su mano hacia su frente intentado ver quien estaba de pie en el muelle frente a su barca, pudiendo distinguir unos ojos verde esmeralda, y un brillo particular en su oído derecho, una piedra negra destellaba en diferentes matices de luz por el sol. Sus cabellos rubios, su boca pequeña y nariz aristocrática, vestido con unos jeanes ajustados, una camiseta blanca que mostraba en su antebrazo izquierdo un león en silueta de constelaciones tatuado, tenía un aspecto maduro pero podía ver aún en él rasgos infantiles, deduciendo que no pasaba de los diecisiete a dieciocho años, era un crío igual que él.

—¿Te conozco? —preguntó, intentado verlo mejor pero estaba deslumbrado por la luz brillante y natural del sol.

—¡No! —dijo cortante sin rasgo de emoción alguna —Deberías atender esa mano puede infectarse y luego te la cortaran —mencionó dando un salto y entrando al bote sin miedo alguno de ser lanzado a patadas de esa propiedad privada. Era lo malo de él no tenía sentido de privacidad y propiedad, había crecido de esa manera y le encantaba su vida pero no le agradaba para nada la idea de hablar con ese joven pescador, quizás en un impulso pudo deducir que estaba celoso que su padrino viera en él potencial.

Salvatore sin poder creer el atrevimiento de ese extranjero, frunció el ceño y lo vio moverse con discreción por el lugar inspeccionando de manera disimulada su pequeño medio de trasporte, trabajo y hogar.

—¿Buscas algo en particular?… Por qué créeme si tú no lo encuentras menos yo —formuló de manera sarcástica.

—Vaya sentido del humor —rezongó el rubio, sus cejas se enarcaron soltando un soplido ante el incesante calor —¿Cuánto ganas? —se volvió hacia Salvatore, enfrentándole.

—¿Disculpa? —preguntó Sal sin nada de humor para responder algo así.

—Te dije que cuánto ganas…

—Ya te oí la primera vez amigo… Y no crees que esa pregunta es bastante atrevida ¿No crees? Ni siquiera tuvimos una primera cita —bramó con ironía.

El joven extranjero rodó lo ojos, no entendía cómo es que su padrino pudo ver en él un atisbo de intrepidez y valentía, pero él estaba seguro que su padrino lo confundió con idiotez y presuntuosidad, con estupidez y despecho.

Pero quien no tiene odio y despecho en su corazón, sed de venganza y ganas de destrucción, de amasar poder y fortuna, él fue uno de ellos que a su corta edad pudo salir de un mundo oscuro y construirse una vida, una vida junto a su beneficiario y mentor.

Salvatore al no tener respuesta inmediata, se atrevió a bloquearle el paso para que su estúpida inspección terminará, no le gustaba que otros metieran sus narices donde no debía y más cuando estaba con pocos ánimos para enfrentar a gente y comentarios mal intencionados —¡Hey! —dijo con brusquedad —¿Qué buscas en realidad?

Por un instante no quiso decir nada, dando un paso atrás como única opción, él era temperamental y ese chico no le agrada en lo absoluto, incluso cuando le dijo a su padrino que no tenía material para ser uno de ellos, hizo un rictus con la boca mostrando su desacuerdo aun teniendo presente a ese joven que para él no era un simple extraño, un nuevo intruso —En serio, deberías revisar esa mano —formuló buscando su pregunta para la iniciación de ese nuevo miembro a su mundo —¿Alguna vez pensaste que tú vida terminaría de esta manera? —le preguntó, sin responderle a él primero.

—¿Sabes? No sé qué quieres aquí, pero te echaré de aquí con una patada en el trasero y no me amilanare a romper tu rostro patético de niño rico —le advirtió, dando un paso adelante amenazadoramente — Y al carajo mi mano.

El joven rubio levantó las manos en señal de rendición, de no desear pelear, mientras que sus labios se curvaron en una sensual sonrisa, ya entendía por qué su padrino quería al chico, tenía una boca grande y no tenía miedo a decir lo que pensaba ni miedo a actuar, era algo que en su mundo valía demasiado, actuar antes de pensar —Yo solo digo.

—Reformularé… ¿Qué carajo quieres? —espetó mordaz.

—A un chico como tú —respondió sin vacilar, enarcó las cejas, dándole una mirada de suficiencia señalando una vez más con el índice la mano herida.

Sin más remedio a sus estúpidas sugerencia puso los ojos en blanco —Bueno, créeme que es poco lo que gano, si es que te interesa ser cómo yo —se volvió hacia el pequeño camarote buscando alguna gaza para poder vendar su mano, a lo que el desconocido extranjero lo siguió y continuó con su inspección, observando todo a su alrededor, desde el pequeño colchón, las sábanas revueltas, algunos trastos sucios y una muda de ropa tirada en el suelo.

Sí que no tiene nada de orden y limpieza —pensó el joven rubio e ignorando claramente la pulla, siguió con su enervante inspección, hasta que se fijó en la ropa interior de una mujer, tomándola entre su dedo índice y pulgar, inclinó la cabeza y felicitando el buen gusto de aquella dama al elegir encaje.

Salvatore al volverse vio cómo ese intruso tenía las pantaletas de Paula entre sus dedos, en un movimiento brusco y violento le arrancó la ropa de un tirón de las manos —Te importaría no estar fisgoneando mis cosas, es incómodo ver a un extraño observar todo —guardó las pantaletas en su bolsillo del pantalón, soltando un suspiro lleno de derrota se volvió hacia el extraño ya que no aguantaba su desagradable escrutinio —Sabes es de muy mal gusto que fisgonees en mi casa y hurgues en mis cosas.

Su visitante se encogió de hombros —Y yo creo que es de un gusto muy malo guardar las pantaletas en tu bolsillo y sobre todo hay que incluir el buen gusto de la dama en cuestión.

Salvatore se cansó de aquel juego absurdo y le hizo saber su opinión —De verdad si te mando Mattarella a espiarme y terminar el trabajo, hazlo de una buena vez, en serio no tengo ni el humor ni las ganas de continuar con esta mierda de mirar y seguirme.

—¿Mattarella? ¿Quién jodidos diantres es Mattarella? —preguntó, apoyándose en el panel de madera que cubría la habitación e intentó con una mano calmar los inesperados palpitares de sus sienes ante la frustración que le daba de solo ver a ese muchacho destrozado y sus patéticas frases de dolor y angustia.

—¿Él no te mando? —preguntó.

—Nop… Más bien mi padrino me envió y créeme, tú tienes algo que me interesa y yo algo que a ti te interesa. Yo tengo el dinero y tú la motivación, yo tengo contactos y tú obtendrás tu venganza…—mencionó en tono pausado y sin miedo a alguna represalia por parte de Salvatore —¿Qué dices?

—¿Quién eres? —le preguntó dudando de la valides de esa información, sin comprender absolutamente nada de lo que sucedía en esos instantes, incluso culpo al intenso sol por causarle quizás alucinaciones con respecto a una oportunidad única en la vida.

—Lo siento, mis modales jamás fueron muy buenos y menos con las presentaciones, por momentos creo que siempre fui hostil y jamás cambiaré —sus labios se curvaron en una sensual sonrisa, mostrando sus sexys hoyuelos —Mi nombre es Creed Rise y tú Salvatore ¿verdad? Serás de gran ayuda para mi padrino, créeme… Con él obtendrás todo, tu venganza, tu dinero y tu mujer… —Señaló los bolsillos de Salvatore con ambas manos.

—¿Qué? Eres algún tipo de bromista o algo así, porque créeme no tiene nada de gracioso.

—Bien, número uno —señaló con el dedo índice su rostro —Mira mi rostro, crees que tengo sentido del humor o la ironía —negó con la cabeza —No y me permitiré reformular mi… —pensó en un momento cómo decirle en las palabras adecuadas —Proposta.

Salvatore sin poder creerle, abrió la boca, pero por alguna extraña razón no podía articular palabra alguna, quizás el shock por aquella revelación más que desquiciada, quizás por una oportunidad que creía perdida, quizás porque el mismo infierno había mandado a un demonio a entregarle la victoria a cambio de su alma.

—Cómo sé que me dices la verdad —inquirió desdeñoso el joven Salvatore.

—Date vuelta y mira —respondió sin vacilar.

Salvatore se volvió hacia la dirección que Creed le señaló, tragó saliva, entonces volvió a tragar más saliva haciendo visible el movimiento de su manzana de Adán y con ello revelando su pulso martilleando en su cuello, jamás pensó ver a tantos autos resguardando a un hombre, tantos hombres dando su vida por un solo sujeto que parecía sencillamente un cuadro inmortalizado por dioses romanos —¿Quién es? —incluso se sorprendió por poder articular una sencilla pregunta.

—El hombre que salvará tu vida y con ello te dará la oportunidad de tener un nuevo inicio.

Con aquellas palabras, vendió su alma a un precio muy alto, un precio que era nada comparado con el sentimiento de regocijo de poder alcanzar aunque sea un mínimo objetivo trazado, ser poderoso, tener un imperio, tener en sus manos al mundo entero.

The Empire

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