Читать книгу The Empire - Nathan Burckhard - Страница 6
CAPÍTULO 1:
ОглавлениеHEAVY SUITCASE
—Lo siento…En verdad lo siento —se disculpó la bella dama de cabellera negra sujetando con fuerza las barras de la celda mientras sus lágrimas veteaban sus perfectas mejillas tiñéndolas de rímel. Cómo no admirarlo, inclinó la cabeza examinándole por un instante, quería ver, cerciorarse que detrás de esa figura varonil, de esa mandíbula cincelada a la perfección, de esos brillantes ojos grises, de esas manos callosas ante los incesantes días de trabajo arduo, ese joven y esa pasión desbordante aún seguía viva, por más que se encontraba derrumbado y desolado al otro lado de esa oscura y tétrica habitación donde su padre lo había metido, todo porqué inocentemente fue a buscarla para una cita de tantas, todo por qué de alguna manera ese chiquillo de diecisiete años estaba enamorado.
—Lo siento, Salvatore… Jamás fue mi intención —repitió, intentando vanamente disculparse, quizás las palabras que buscaba no las encontraba en su limitado vocabulario ante la situación en la que ella se encontraba, pero lo que si sabía con certeza es que Salvatore jamás la perdonaría por haber ocultado una verdad dolorosa, una verdad que refería a los dos.
Sentado en la fría banca de esa habitación oscura, los codos sobre sus rodillas y sus dedos hundiéndose en su cabellera oscura, apretó la mandíbula ante esas palabras sin sentido, levantó la mirada y sus grisáceos ojos brillaron con rabia, pero la sonrisa ladeada de su rostro dijo lo contrario, no era rabia sino frustración al verse atado de pies y manos sin opción de luchar por alguien que él amaba, estaba permitiendo a la vida y al destino que le arrebataran por segunda vez a alguien a quien amaba.
Maldijo al destino, maldijo al cielo, incluso a Dios mismo por darle tanto sufrimiento en su vida, por arrebatarle incluso el último aliento de felicidad pero él jamás medía sus palabras y se lo hizo saber a la perfección aquella noche a la que fue su mujer.
—¿¡Intención!? ¿Pensabas decírmelo acaso? —refutó contra ella, de alguna manera se sentía traicionado, ya que su joven amante jamás le contó los planes que tenía su padre para ella —¿Cuándo me ibas a decir que te ibas a ir? ¿Qué te casarías? ¿Qué estabas prometida a otro? ¡Paula! ¿Cuándo? Tengo el derecho a ser tu esposo, fui tu primer hombre, fui yo quien te tuvo primero en sus brazos, ¿O acaso eso también fue una vil mentira elaborada?
Nerviosa ante su explosiva voz, a los reproches fundados, no pudo evitar echarse a llorar cómo en incontables ocasiones en las cuales no tenía el control de la situación, en esa oportunidad no podía amoldar la historia a sus necesidades, deseaba decirle tantas cosas a Salvatore, decirle la verdad, una verdad amarga, su padre la había vendido a un precio que su joven amor no podría proporcionar, y entre ellos su vida corría el mayor de los riesgos, era la decisión tomada por su padre o la muerte de Salvatore y eso ella no podría resistirlo, lo amaba, pero no debía enterarse de su juego ya que él jamás la dejaría ir, llamaría insignificancia a su vida sin ella, pero era preferible poder saber que estaba vivo a quizás en lo profundo del mar Siciliano.
Sus ojos brillantes en rebosantes lágrimas surcaron sus mejillas, veteando su bello rostro, perfecto y angelical, dándole las únicas palabras que si eran verdaderas —Te amo Salvatore, de eso no hay duda, y jamás lo pongas en duda… Te amo y sé que lo nuestro fue real, pero no puedo ir contra mi padre, no cuando te tiene aquí en esta celda, no cuando tu vida está en sus manos, no cuando sus deudas lo agobian de tal manera, no cuando puedo evitar muertes innecesarias, muertes de las cuales no sería capaz de acallar a mi conciencia.
Salvatore se levantó de su asiento en una explosivo movimiento, se acercó a ella con una rabia contenida, pero no contra esa joven de ojos negros como la noche, no contra esa joven de cuerpo esbelto y curvas que él había inspeccionado en varias ocasiones, tomó su rostro entre sus manos, mientras que sus pulgares enjugaron las lágrimas derramadas, cómo no podía él también derramarlas cuando se encontraba en esa penosa situación, siendo él un joven de diecisiete años, sin arte y parte, siendo un pobre pescador huérfano, mientras que ella una joven con familia poderosa y sobre todo hambrienta de poder y dinero. Había cometido la indiscreción de enamorarse de la hija del Presidente de Sicilia, un hombre sin escrúpulos, un hombre sin sentimiento alguno, un hombre que había vendido a su hija al mejor postor todo para acallar las innumerables deudas adquiridas con los años y los desfalcos a la ciudad.
Acercó su frente a la de ella y besó sus labios con fervor, ninguno de los dos tenía la culpa, se habían enamorado, se amaban, habían consumado su amor y nadie podría separarlos, pero Ricardo Mattarella no estaba de acuerdo con aquella aventura de verano cómo dijo en aquella tarde al aprenderlo y encerrarlo en esa desolada celda advirtiéndole que Paula no necesitaba a un pescador inmundo sin un centavo en el bolsillo más que hambre y deudas. —Paula solo debes esperarme, por favor…. Podremos huir juntos y…. —iba a continuar pero ella lo detuvo poniendo su delgado y femenino dedo índice sobre la boca carnosa de él obligándole a callar.
—No, no por favor… Si me rehusó a sus órdenes tengo por seguro que tú dejarías de existir, pero también no me obligues a ir en contra de mi padre, como hija debo asegurar también su futuro, sabes perfectamente cómo es esto, cómo es desear el bienestar de la familia y no puedo ir en contra de mi familia —Paula sabía que esa era una vana excusa, imponer que las deudas de juego de su padre era lo que la obligaba a casarse y así reponer el dinero que su padre torpemente había movido de la Presidencia.
—Pero que hay de tu corazón, que hay de ir en contra de tu propio amor.
—Salvatore, algún día cuando tengas hijos, cuando llegues a tener tu familia, valoraras este pequeño sacrificio que a mis ojos vale mucho.
—No lo hagas, por favor —suplico él, desesperado ante la idea de perderla para siempre sin opción a persuadirla —No puedes ir y casarte con el hombre que tu padre impone estúpidamente, no puedes hacerme eso, hacernos esto… —hizo una pausa desesperada —¡NO! Me rehusó a perderte… Debo reponer mi falta, prometerme contigo, Paula… Fuiste mía y lo serás siempre, no parare de buscarte, te encontrare y jamás te dejaré ir.
Paula intentó tragar el nudo que involuntariamente se formó en su garganta, volvió el rostro hacia la entrada ante los incesantes pasos que resonaban en las baldosas de ese tétrico calabozo, dando por entendido que su tiempo ya había acabado —Debo irme, debo irme —quiso alejarse pero las manos de Salvatore aún la sostenían con fuerza, esa fuerza que ella conocía tan bien —Por favor, Sal no me hagas esto… Tienes que dejarme ir.
Salvatore resignado, apretó firmemente la mandíbula y la soltó de mala gana, estaba seguro que esa noche sería la última, esa noche dejó de ser suya y todo porque ella no deseaba luchar por su amor —Me equivoque y te perdí.
—No, no lo hiciste, pero perdóname por favor —repitió una vez más, pero el silencio se hizo incomodo cuando ninguno de los dos dijo algo más. Sin poder soportar la mirada de Salvatore, aquella mirada llena de odio, de ira y sed de venganza, depositó en su mano el único regalo valioso que él le había dado, retrocediendo unos cuantos pasos, giró sobre sus talones y se alejó de aquella celda que mantenía cautivo a su joven amante, sin volver el rostro para verlo por última vez continuó su camino sin bajar la mirada, erguida y sin dolor en aquel corazón de roca, aparentando que estaba rompiéndose en mil pedazos y que la mujer que salía de allí solo era una muñeca a la cual moverían a su antojo en un futuro.
El joven amante no podía creer lo que tenía en mano y frunció el ceño ante el anillo de oro y piedra de ónice con el grabado de un escudo que para él no tenía ningún significado más que un valor sentimental al ser lo único que su madre le dejó meses atrás antes de morir de cáncer.
Levantó el rostro y apretó los barrotes obligando a sus puños a volverse blancos y sin medir sus palabras, estás salieron de su boca como si ya nada importara, el daño ya estaba hecho, su corazón estaba destrozado —Si hubiese sido rico y no un pescador —hizo una pausa significativa, escogiendo de manera correcta sus palabras —Te habrías ido conmigo —salió más como una pregunta que como una afirmación.
Paula se detuvo en seco, limpió su rostro de las lágrimas ya secas y se enfrentó a él, cómo podría responder esa pregunta sin herir ya el ego magullado de ese hombre hermoso, cerró con fuerza los ojos e intentando no titubear ante la respuesta que estaba más que dispuesta a darle, se permitió girar y verlo por una última vez, intentando grabar sus bellas facciones en sus recuerdos más memorables de ese verano singular, recordar la manera en como sus manos recorrían su espalda y tomaba su pierna elevándola y anclándola sobre aquellas caderas delegadas —Salvatore, me habría ido contigo, pero el destino se ensaño con nosotros por ser tan jóvenes en conocer el amor, a mí por darme un padre ambicioso y lleno de deudas, y a ti por no darte la fortuna y la familia que deberías haber tenido, naciendo como un bastardo, un don nadie, un pescador, ser nada comparado con...
—Con él… Con el que escogieron para ti —le interrumpió Salvatore, jurándose desde esa noche que lograría tener dinero y poder, jurándose que jamás amaría a otra mujer, jurándose no verla en otra piel.
—Recuérdeme, por favor…Acuérdate de mi nombre —pidió Paula de repente —Porque yo te tendré presente hasta en mi lecho de muerte.
—Lo olvidaré pronto —sentenció, despechado, pero reconsidero cada palabra de su joven amante y mujer, no deseaba perderla, y sobre todo que su separación terminara con palabras crudas para un recuerdo amargo y largo —Te encontraré Paula, no podrás huir de mí, cada vez