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CAPÍTULO 4

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TANGO INTENSO

Salvatore tocó con delicadeza el hombro desnudo de aquella mujer, no supo en que momento las cosas habían dado un giro tan inesperado, pero cuando la bella dama se volvió y esos electrizantes ojos negros chocaron con los de él, Salvatore creyó desfallecer.

Sus fosas nasales se ensancharon dando lugar a una respiración entrecortada, era un espejismo, para él era un bello espejismo, intentando buscar aire para sus pulmones, éstos se apretaron ante la sensación que podía ser conocida como pánico, pero no era eso, era la emoción, la satisfacción de poder verla una vez más.

Una vez más después de quince largos y dolorosos años .

Pensó estar en un aturdimiento más que mental, estar en coma, recordar y viajar a su futuro, pero era tan real como él en esa noche —¿Cómo era posible? —preguntó para sus adentros confirmando que esa mujer era idéntica a su bella Paula, sentía la sangre latirle en las sienes de manera estrepitosa, se restregó incluso los ojos tratando de quitar esa mala visión que tenía adelante, pero era real y estaba más hermosa que antes y no había alguna de duda que era ella.

Paula Mattarella.

Estaba inmersa en ese bello tango, la orquesta que amenizaba la fiesta le hacía justicia a la melodiosa armonía de la composición de Osvaldo Pugliese - La Bordona, incluso la plática aburrida que tenía con aquel invitado quedó en segundo plano, bajó la vista hacia sus manos y la copa que sostenía, entonces sintió la calidez de un mano sobre su hombro llamando su atención, pero cuando se volvió, notó la mano extendida frente a ella, sabía lo que significaba, una pieza, una bella melodía para bailar, pero estaba a punto de declinar la oferta cuando su rostro palideció al ver a un fantasma de su pasado cuando su ojos negros admiraron a aquel hombre que no dejó sus sueños y fantasías ni por un solo momento en esos quince largos años.

Paula intentó no hacer muy obvia su sorpresa, pero sus delicadas manos la delataron ante el leve temblor que adquirió, era una clara señal de afectación, ver de nuevo a Salvatore hizo que cada fibra de su ser temblara de anticipación o pánico, pero ambas solo daban el inicio de una nueva historia.

Levantó la mirada y unos ojos grises como la plata estaban clavados en ella, buscando, hondeando, notando el calor en su mirada, el destello de seguridad en sí mismo, pasó saliva, pero ese vano intentó no bajo el nudo de su garganta, más solo sentir un áspero dolor.

—Me permite esta pieza Bella Signora —su voz era ronca, seductora, olvidar el tono de su voz, la melodía al decir las palabras era tan imposible de olvidar que escucharla de vuelta era estar en otro mundo ajeno al propio, esa voz acariciadora, tan seductora como aquellas noches de pasión y éxtasis.

Aturdida, dudó en tomar esa mano, pero ante el ceño fruncido de su acompañante no pudo evitar tomar la mano que la invitaba a bailar la dulce pieza, escoltándola a la pista de baile sujetó con fuerza su diminuta cintura pudiendo distinguir aflicción en ese rostro que seguía igual de angelical.

Sosteniendo su delicada mano, la acercó a su cuerpo, entrelazando sus dedos, tirando más de ella, quería estar cerca, sentir su calor, quería que lo viera a los ojos, puesto que al evitar su mirada hacía cierta su conclusión, ella lo había reconocido y estaba nerviosa ante ese encuentro no esperado.

Pero quizás soñado .

La música se desvaneció y no creyó lo que veían sus ojos.

¡Salvatore!

El shock y sorpresa eran dos emociones tan distintas e iguales para ella, sacudiendo todo aquel pensamiento libidinoso ante su encuentro, intentó mantener el control de sus emociones, ya que si solo llegaba a ruborizarse le daría la razón a él, que seguía deseándolo, amándolo entre la oscuridad de sus recuerdos y la oscuridad de la habitación, en la soledad de su vida y de su matrimonio.

Sintió la intensidad y el magnetismo que rondaba su mente, la excitación que jamás dejó de existir, de tan solo pensar en él…. Su cuerpo reaccionaba de una manera casi incomprensible, pero esta vez era distinto, ella está casada, siendo ese pensamiento el que la empujo a la cruda realidad, debía alejarse de él antes que cometiera la peor locura, dejar que Salvatore la tomara entre sus brazos y reclamara lo que por derecho era suyo y le fue arrebatado por la ambición, por su propia ambición que solo lograría dejarla y empujarla a la desoladora vida de la pobreza.

Pudiendo sentir la dureza de sus músculos bajo sus manos, ese aroma embriagador a madera, a loción de limón, por un momento creyó desfallecer, pero ese agarre de cintura le impedía hacer dos cosas, caer y huir.

La melodía era dulce, lenta, quizás incluso romántica ante la acústica de la canción era idónea para una ocasión como aquella, el reencuentro de viejos amantes, el bello recordatorio de un amor de verano olvidado para ser reencontrado en un futuro que para ella de cierta manera era desolador, pero con la certeza de que él no tenía la intención de dejarla ir, ya que Salvatore fue tomando posesión de ese cuerpo.

Mordiendo sus labios con fuerza, Paula no conseguía relajarse entre sus brazos, intentó mantener una distancia prudente para poder así evitar comentarios hostiles de los demás invitados que la conocían y sabían que su esposo estaba fuera.

Cesare era celoso y más cuando supo que se había entregado a su primer amor, pero Salvatore la obligó a bailar, moviendo sus cuerpos al unísono, bailando como eternos amantes, demostrando al mundo entero que ella fue suya y jamás dejó de serlo y la música no ayudaba a que pueda separase, el compás era para amantes eternos, sentimientos encontrados, el placer en pasos seductores, el tierno compas los fue acompañando, dos cuerpos convertidos en uno, en una sola alma, en una pasión desbordante y difícil de no percibir.

Nerviosa ante ese agarre, intentó separarse de él, pero solo logró que se aferrara más a su cintura —Por favor, mantenga la distancia —pidió siendo cortes y cortante, no quería tutearlo, no, no darle la satisfacción de verla afectada.

—Sigues igual de hermosa —le susurró al oído —Igual de bella.

Paula tragó saliva, por más que el nudo de su garganta le molestaba supo que el sentir esas manos cálidas sobre ella era más preocupante que el ese simple malestar, titubeó por un breve momento, temía levantar el rostro y perderse en esos bellos ojos grises, tan grises como una tormenta a punto de comenzar, tormenta de emociones que se desataba con más fuerza en su interior —Usted pudo escoger a cualquier belleza de esa sala, y no a una mujer casada como yo —dijo de manera hostil —¿Qué es lo que quiere? —dijo sin perder la elegancia y tomando en cuenta que no debía tutearlo por más que años atrás gemía solo su nombre.

—Vamos mia cara sé que puedes hacerlo mejor.

—No sé de qué me habla, pero puedo deducir por su actitud que usted es un atrevido —inquirió desdeñosa —Siempre lo fuiste —volvió el rostro un lado intentando no verle a los ojos.

—Eso quiere decir que recuerdas quien soy.

—No trates de jugar ese vil juego conmigo —intentó mantener el control —¿Qué quieres?

—Bailar… Bailar una hermosa pieza contigo —la miró con parpados pesados y leves arrugas en su frente.

—¿Qué… Qué quieres? ¿Por qué ahora? —exigió una vez más, intentó no acercarse a él por miedo a la tentación de besarlo, a sucumbir a esa pasión desbordante —Soy casada.

—No hay persona que no sepa que eres mujer de Cesare Gennaro. Y créeme que fue una verdadera sorpresa saber que mi rival de negocios es también mi rival de amores ¿Ignominioso verdad?

—No hay tal rivalidad, ya que le soy fiel a mi esposo, quince años de matrimonio, una unión limpia y leal —Paula trató de no hacer notar la acides de sus palabras —¿Qué buscas hoy aquí? ¿Estás siguiéndome?

—Créeme por más que te desee no soy un obsesivo ni acosador —hizo una pausa intentando admirar sus expresiones femeninas, el leve ceño fruncido y ese encogimiento de nariz que era tan peculiar en ella cuando hablaba y más cuando estaba molesta —Soy el anfitrión y solo deseaba bailar con una mujer bella esta noche. Soy el dueño de este Penthouse cómo de la mayoría de proyectos en New York.

Ella levantó el rostro, viendo nuevamente aquella mirada que la cautivo desde el inicio, sus ojos grises, únicos y hermosos parecían plata líquida a punto de ebullición, sus ojos bailaron en consternación ante aquella confesión, jamás espero que ese jovencillo amasara fortuna y más desde aquella última vez que lo vio tras las rejas —¿¡Qué!? ¿Tú? ¿Tú eres Montecchi?

—Vamos Paula, pareces sorprendida… —le dijo en tono franco —Acaso has olvidado mi promesa y sobre todo de nuestras noches de intensa pasión… Parece que no cumpliste tu parte del trato, nunca olvidar mi nombre y los has hecho —siseó.

—Tu apellido era Morelli —dijo bruscamente, corrigiendo algún error.

—Pues Montecchi tiene algo de poder, llamativo… Mi nombre no me iba a llevar lejos —su sonrisa era el epítome de la suficiencia, estaba contento consigo mismo.

—¿Cómo? —preguntó ella a la deriva, quería saber cómo es que Salvatore había logrado el éxito envidiado incluso por su esposo.

Se acercó a ella, susurrándole al oído —Hice un pacto con el mismo diablo… Todo para poder llegar a ti, la mia adorata Paula.

Ante la confesión, Paula tensó los músculos de su espalda, de tan solo pensarlo, un escalofrío cubrió su cuerpo, pero al sentir la calidez de ese agarre, la manera en como Salvatore la sostenía entre sus brazos, supo que era difícil no caer en la tentación —Soy una mujer felizmente casada —apretó los labios —No intentes buscar fantasmas del pasado donde ya termino en una vieja historia, que fue enterrada como la muchacha a la que amabas, ya no soy la misma.

—¿A quién intentas convencer?... A ti o a mí —hizo una breve pausa —¿Tienes hijos?

—No creo que esa pregunta sea la adecuada, ni la pienso responder. Mi esposo y yo tenemos toda nuestra vida planeada y los hijos están en un futuro cercano.

—Eso me dice que no. —respondió de manera rápida —¡No! No eres feliz, sino él estaría aquí contigo, como yo lo estoy ahora, eres la misma Paula, no intentes aparentar algo que no eres, por más que tengas lujos inimaginables, sigues siendo la misma chiquilla vigorosa y llena de pasión —Salvatore se acercó dispuesto a besarla, a probar de nuevo esos labios que lo tentaron, elevó su mano intentando acariciar ese rostro pero Paula no pudo con ello, no podía permitirse caer en aquel juego macabro, así que sin importarle los cometarios de la gente, empujó con delicadeza y torpeza ese pecho duro y salió disparada de la gran sala, dejándolo en medio de la pista de baile, no podía dejarle mancillar su reputación, había labrado una nueva vida, y dejar que Salvatore volviera a su vida por más que lo deseaba era volver a caer a ese abismo de soledad.

Bajó los pocos escalones, empuñó su cartera con fuerza —No puede ser cierto —repitió una y otra vez intentando convencerse que todo era una mala jugarreta del destino, recordó su promesa, si el destino conspiraba para volverlos a encontrar lucharía por él, pero no podía por más que lo deseara, Cesare era un hombre bueno, leal y sincero, jamás le había puesto una mano encima, incluso cuando supo que fue mujer de Salvatore no minimizo en nada su cariño y trato, mejor aún, la trató con más delicadeza, ganándose su respeto más no su corazón.

Recordaba perfectamente que Salvatore le había pedido años atrás que se quedara a su lado y si lo hubiese hecho hubiese tenido todo en su vida, al hombre que amaba y el dinero y fortuna que le compraba una buena posición social, pero el destino podía ser macabro, podía haberle dado al hombre de su vida pero arrebatando el dinero y el poder de surgir, nada en esta vida era justo y podía apreciarlo en ese momento, se había casado con un hombre al que respetaba pero no amaba y había reencontrado al hombre que le hizo sentir la pasión y el placer de entregarse por amor y no por compromiso, moda o lujuria. Sintiéndose confusa, la cabeza le daba vueltas, podía notarse el temblor que su cuerpo, una vez frente al elevador, presionó tantas veces el botón que se olvidó por completo de que salió despavorida de la fiesta sin darle importancia a los comentarios, a su inesperada ida y todo por bailar con un magnate joven y viril. Sus manos aun temblaban y no dejaba de respirar de manera entrecortada, se sentía mal, tan mal hasta el punto de caer, culpó en su momento a la Champagne pero debía ser fuerte, fuerte y salir de allí antes de que su cuerpo la traicionara, antes que esa pasión inundara sus sentidos, antes que Salvatore fuera por ella y la llevará directamente al lugar donde pertenecía, su cama.

Apretó una vez el botón y las puertas de metal brillante se abrieron, sin perder tiempo entró al elevador, pegándole al primer botón que vio una y otra vez intentado acelerar que esas puertas pusieran una gran barrera entre su miedo y pasión, pero cometió un grave error no debió levantar la vista cuando escuchó su nombre al final del pasillo, chocando con la mirada azul grisácea y ese poderosos hombre que venía con una explosión de movimientos a su encuentro.

—¡Paula! —Sus pasos resonaban en el pasillo, su potente cuerpo moviéndose con destreza, era un conjunto de movimientos felinos que le daban una seductora caminata, nerviosa ante la furia de esos ojos continua apuñalando el botón del elevador, necesitando salir de allí de inmediato, antes de que cometiera una locura.

—¡Dios! —le gritó al ascensor —¡Cierra ya! ¡Cierra ya!

—¡Paula, por favor! ¡Espera!

Dando un paso hacia atrás, intentó mantener el control de su corazón al ver que las puertas comenzaron a ceder, pero no del todo, ya que el brazo poderoso de Salvatore impidió que estas se cerraran finalmente y pudiera separarlos.

—¡Por favor no! —gritó, intentando detenerlo, pero era tarde —¡No! —replicó negando con la cabeza, pero no sirvió para detenerlo, ya que Salvatore dio un paso dentro de la cabina, llevándose una mano hacia la mata de rizo negros peinándolos hacia atrás —Por qué ahora, Sal, por qué —dijo.

Los ojos de Paula empezaron a soltar un torrente de lágrimas acumuladas en tantos años, sabía que ese amor jamás se había desvanecido, estaba atrapada entre su propia pasión y eso Salvatore lo sabía a la perfección, acercándose con fuerza a ella, no dudo en tomarla entre sus brazos, besándola con ferviente ardor, respondiendo a sus preguntas.

—Porque jamás deje de amarte, Paula —entonces las puertas del elevador ocultaron su pasión, el inicio de ese romance interrumpido, el inicio de una traición.

Paula no pudo resistir el calor de ese beso, y sin pensarlo dos veces, llevó sus manos hacia la cabeza de Salvatore atrayéndolo más, esos besos era como los recordaba a cada momento, esos labios eran cálidos y firmes, exigiendo una respuesta inmediata, que era incapaz de negar.

Él le sujetó la nuca con la mano y le echó ligeramente la cabeza hacia atrás para profundizar ese beso, acariciándole los labios con la lengua, sin pedir permiso se adentró a las profundidades de su boca, saboreando y deleitándose del dulce sabor a Champagne y menta. Paula no pudo negar que una sensación de dulce ardor recorrió su cuerpo, llenando sus venas de un intenso calor, sintiendo como esa excitación abarcaba lentamente todo su cuerpo, sintió los senos hinchados, las piernas temblorosas y su cuerpo entero pidiendo a gritos que Salvatore satisfaga esa necesidad que de ser eventual fue primordial.

Paula perdió toda noción del tiempo y lugar, de lo único que era consistente era del calor único de esa piel masculina, el olor que inundaba sus sentidos, la manera en como sus manos exploraban sus curvas, ese beso había desatado más que recuerdos, su libido casi muerto.

—Espera… Espera —llevó su delicada mano hacia el pecho de Salvatore quien desalineado por esa pasión se detuvo ante esa suplica y el leve empujón de aquella mano que lo obligaba a tomar aire por minutos.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Salvatore fue consciente de que estaban en un elevador, pero no desea tentar su suerte y decirle su intención por llevarla a su casa, ya que ante su idea ella podía no solo negarse, sino que también ofenderse.

—No… No aquí.

—¿Estás segura? —tragó saliva, con miedo ante la respuesta final, enarcó las cejas esperando una respuesta, pero fuese cual fuese, Salvatore estaba decidido a no dejarla ir por segunda vez.

Paula tan solo asintió arduamente con la cabeza, estaba más que segura, está vez cumpliría su promesa, no lo dejaría ir, el destino había conspirado para que sus caminos se volvieran a reunir y por más que el mundo se parara de cabeza no lo dejaría partir, está vez tenía en sus manos su destino y no dejaría que nada ni nadie se interpusiera entre ellos dos.

Por un momento Salvatore pensó que se negaba a ser parte de esa aventura, pero al decirle que en ese elevador donde podían ser vistos no era el lugar adecuado, ladeo una sonrisa, curvando sus labios y dándole un casto beso —Mi hogar, te llevaré a mi hogar.

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