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El rey cornudo

Salió de lado, sin tener muy claro cuándo había empezado a gritar con toda la fuerza de sus pulmones.

Un hombre se giró al oírlo, y Clay vislumbró cómo abría los ojos como platos antes de practicar en la cara de ese tipo lo que bien podría llegar a describirse como una patada voladora.

Su víctima accidental y él cayeron juntos al suelo. Clay estuvo a punto de empezar a disculparse, pero el hombre se giró hacia él con mirada iracunda y un rostro sanguinolento junto al que se encontraba la punta retorcida del cuchillo curvado que tenía en la mano.

Clay intentó apartarse con torpeza, pero tenía las piernas atrapadas debajo de su agresor. Esperó que la primera puñalada no le matase. O que aquel hombre entendiera en medio segundo que él no había querido hacerle daño, algo que no parecía muy probable.

Gabriel atravesó el espejo dando una voltereta, como si alguien lo hubiese empujado, y aterrizó sobre Clay, lo que sin duda no mejoró sus probabilidades de que no lo apuñalaran. Luego Moog se lanzó entre gritos, como un niño que se tira por el tobogán en un parque. El hombre del cuchillo recibió otra patada accidental, en la mandíbula esta vez, y se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán.

—¡Por los dioses! —El mago se incorporó y se puso de rodillas—. Discúlpeme, señor...

—Ni te molestes, Moog. Está inconsciente. —Clay señaló el cuchillo que el otro seguía aferrando con su mano flácida—. Y también ha intentado matarme.

—Vaya. Qué maleducado.

—Pues sí —convino Clay.

“Aunque lo cierto es que fui yo quien lo atacó primero”.

Gabriel se volvió para ponerse boca arriba y se apartó el pelo de la cara.

—¿Dónde estamos?

Echaron un vistazo a su alrededor: era una estancia enorme y adornada con muebles caros. De las paredes colgaban cuadros y tapices lujosos, y el techo lucía una pintura que representaba una escena de la Guerra de la Recuperación, cuando la humanidad había conseguido hacer retroceder a las Hordas de la Tierra Salvaje Primigenia que habían empezado a darse un banquete con los restos del Antiguo Dominio. Junto a una de las paredes había una enorme cama cubierta por unas diáfanas cortinas blancas.

—Estamos en el castillo de Brycliffe —dijo Moog—. Es la misma habitación que la última vez: la alcoba real.

—Eso quiere decir que... —empezó a decir Clay.

—Que Matrick estará aquí —terminó Gabriel.

Clay frunció el ceño.

—¿Cómo? ¿Por qué lo dices?

Gabe se encogió de hombros.

—Porque es el rey de Agria y porque está ahí mismo.

Señaló la cama. No cabía duda de que la persona que estaba en ella era Matrick. El rey, que había subido mucho de peso desde la última vez que Clay lo había visto, estaba despatarrado sobre una maraña de sábanas de seda, dormido y roncando.

Moog se giró hacia la cama.

—¿Matty? —Se abalanzó hacia ella, cruzó el hueco entre las cortinas y empezó a agitar a su antiguo compañero de banda, como un niño empeñado en despertar a sus padres la mañana del día de su cumpleaños—. ¡Matty, despierta!

El ladrón inmoral, putañero, borrachuzo y malhablado que ahora se había convertido en el gobernante de uno de los cinco grandes reinos de Grandual se despertó sobresaltado.

—¿Qué? ¿Quién? —Se apartó del mago e hizo aspavientos con los brazos al tiempo que salía a toda prisa de la cama y caía desmañado al suelo. Luego gritó:

—¡Asesinos!

Las puertas dobles de la estancia se abrieron de improviso y entró un par de guardias a toda prisa con las espadas desenfundadas. Al mismo tiempo, un desconocido salió del espejo envuelto en volutas de humo naranja. Era uno de los matones de Kallorek, la mole armada con la maza que había hecho añicos el rostro de Steve.

Clay miró con desesperación tanto a los guardias como al descomunal recién llegado. Su primera reacción fue mirarlo de arriba abajo, pero se detuvo cuando llegó a la entrepierna.

—Esto... ¿quieres que te dejemos solo?

La mole frunció el ceño y luego siguió la mirada de Clay para comprobar el bulto incuestionable que le inflaba los pantalones. Se giró un poco, avergonzado, aunque verlo de perfil tampoco era que ayudase demasiado.

Clay solo pudo empezar a abrir la boca antes de que Moog lo interrumpiera.

—Es la filacteria —explicó—. La tiré, ¿recuerdas? La explosión, el humo... —Rio entre dientes y les dedicó una sonrisa a caballo entre la vergüenza y la petulancia—. De cero a héroe. Tal y como dice la publicidad.

—Vale, eso lo explica todo —dijo Gabe al tiempo que se señalaba el bulto que también tenía él en los pantalones.

—Pues yo también —dijo Moog—. ¡Mirad!

Clay no miró. No necesitaba hacerlo. Tenía muy claro a qué se refería el mago.

Se hizo otro silencio, infinitamente más incómodo que el anterior. Uno de los guardias terminó por romperlo:

—Alteza, ¿qué deberíamos...? ¿Alteza?

El rey estaba encorvado y se agarraba la panza, como si acabaran de atacarlo. Clay oyó un resuello, después un bufido, y luego Matrick echó la cabeza hacia detrás y empezó a reír a carcajada limpia. El matón de Kallorek empezó a gruñir como un perro amenazado. Los nudillos de la mano con la que sostenía la maza se pusieron muy blancos.

Era la única señal que necesitaba Clay. Se soltó Corazón Tiznado de la espalda y lo cogió con un solo movimiento. Empezó a avanzar hacia la mole, quien ya había levantado la pesada maza de metal y se dirigía hacia Gabriel, que aún se afanaba por reincorporarse. El golpe restalló contra el escudo con un retumbar sordo antes de desviarse. La fuerza sacudió los antebrazos de Clay, que sintió latigazos de dolor que se le extendieron hasta los hombros. Había pasado meses sin meterse en una pelea de ningún tipo y años desde que se había enfrentado a algo que tuviera alguna posibilidad de matarlo.

“Más te vale que te sacudas el polvo rapidito, Mano Lenta”, pensó.

Clay vio que la maza volvía a elevarse y, en esta ocasión, detuvo el golpe con antelación y consiguió desviarla bien. El siguiente paso era darle un puñetazo al tipo, pero mientras pensaba en hacerlo recibió una patada en mitad del pecho. Trastabilló hacia atrás y se dio un buen golpe contra uno de los gruesos postes de la cama.

Los guardias del rey no se habían movido porque no tenían muy claro a quién tenían que atacar, un dilema con el que Clay también podía llegar a identificarse. La mole se había recuperado y empezaba a levantar la maza como un leñador que se prepara para volver a golpear un tronco. No tuvo tiempo de hacerse con nada que pudiese servirle de arma, como un candelabro o un libro particularmente grueso, y tampoco podía apartarse porque habría dejado a Gabriel demasiado expuesto, por lo que decidió abalanzarse sobre su enemigo.

El golpe de la maza vino por la izquierda. Clay se colocó Corazón Tiznado en el hombro y se inclinó hacia ese lado para que el fuerte golpe no lo tirase al suelo. Luego esquivó un revés algo torpe que la mole le había propinado de inmediato con la maza y golpeó el rostro de su oponente con la cara retorcida de madera que había en su escudo. La mole dio un paso atrás. Luego otro. Clay aprovechó la ventaja para presionar y le dio un puntapié, lo que obligó a su enemigo a volver a entrar por el espejo, el cual se agitó como una charca a la que acabaran de tirar una roca.

Después, Clay se giró hacia la cama.

—Moog, ¿qué puedo hacer para que no vuelva a entrar?

El mago extendió los brazos.

—¿Y si pruebas a meter la cabeza y pedírselo por favor?

—Moog... —Clay sintió que empezaba a acabársele la paciencia. Su hija de nueve años era más fácil de tratar que este hechicero anciano y senil.

Por suerte, Gabriel era más listo que ambos. Dio un paso al frente y colocó el espejo boca abajo en el suelo.

—Gracias —dijo Clay.

Gabriel le dedicó una sonrisa con los labios apretados y apartó la mirada al momento.

El torrente de alegría que había emanado de Matrick terminó por convertirse en poco más que un goteo. Soltó una risilla nerviosa mientras se colocaba junto a los guardias y les daba unos golpecitos en la espalda para que envainasen las espadas.

—Por los dioses de Grandual, pero ¿qué hacéis aquí? —Matrick se acercó a ellos con cautela, como si fuesen un trío de ciervos a los que hubiese pillado bebiendo de un estanque en el bosque y cualquier movimiento brusco fuera a espantarlos.

Clay se apartó el pelo de la frente sudorosa. El enfrentamiento había sido breve, pero lo había dejado agotado.

—Es complicado —respondió.

Moog se sentó en la cama y colocó las manos sobre las rodillas.

—La hija de Gabe está atrapada en Castia. Vamos a ir a rescatarla y nos gustaría que nos acompañaras.

Clay se encogió de hombros.

—Es un buen resumen.

Matrick se puso pálido.

—¿Castia? ¿Qué hacía Rosa en Castia?

—Bueno, eso ya es más complicado de explicar... —empezó a decir Clay.

—Está en una banda —dijo Gabriel. Había empezado a retorcerse las manos otra vez, como un indigente a las puertas de una capilla—. Marchó hacia allí cuando la República pidió ayuda para combatir a la Horda.

—Vale, sí —convino Clay—. Se podía resumir así sin problema.

—¡Estamos reuniendo a la banda! —exclamó Moog—. ¡Piénsalo, Matty! ¡Como en los viejos tiempos! ¡Los cinco reunidos y de camino a la Tierra Salvaje Primigenia!

Matrick gruñó y se frotó los ojos con la palma de las manos. A pesar de todos los años que había pasado rodeado de todo tipo de lujos, el tiempo no había sido benévolo con el rey de Agria. Su pelo negro tenía mechones blancos y empezaba a ralear, y las canas de su bigote adornaban un rostro rechoncho. Parecía agotado, pero Clay supuso que se debía a que se encontraba dormido cuando cuatro hombres aparecieron de improviso en su dormitorio a través de un espejo mágico y empezaron a golpearse con escudos, mazas y unas erecciones absurdamente incoherentes.

—¿Matty? ¿Qué te parece el plan, amigo? —Moog parecía muy desconcertado por la falta de entusiasmo del rey.

—No... no puedo hacerlo, Moog. No puedo. Lo siento.

Moog se quedó muy alicaído. Clay pensó que Matrick era el único de los antiguos integrantes de Saga que había demostrado algo de sentido común, pero luego empezó a sentir una fría punzada que se extendía por sus entrañas: decepción.

Clay se dio cuenta de que esperaba que Matrick dijera que sí. Una parte de él había creído (sin tener mucha razón para afirmarlo) que si Gabriel lo había convencido a él para acompañarlo en aquella misión suicida a Castia, entre los dos sin duda podían convencer al resto de miembros de la banda. Tenía sus dudas sobre Ganelon, claro, pero no sobre Matrick, que quería a Gabe como a un hermano y en el pasado había sido el más atrevido de todos.

A continuación, el rey se dirigió a Gabriel:

—Lo siento mucho, Gabe, pero estoy ocupadísimo. Tengo que preocuparme de Lilith y de los niños, ya sabes. Eso sin tener en cuenta el reino que tengo que gobernar, una guerra en la frontera que parece inevitable y un maldito concilio que tendrá lugar mañana. Si no fuera así...

—¿El Concilio de los Reinos es mañana? —preguntó Gabe, que se había puesto alerta de repente.

Matrick se pasó la mano por el pelo ralo.

—Sí, mañana. En Lindmoor. Y ese maldito follayeguas de Obolon estará presente. Estuvimos a punto de llegar a las manos la última vez que nos vimos, y las tensiones con Cartea no han dejado de aumentar desde entonces. Mirad, ese “duque de los Confines” ha elegido un momento terrible como un ejército de orcos para... para lo que sea que pretenda con este concilio de los cojones.

Gabriel lo escuchaba sin dejar de mordisquearse un nudillo con inquietud y con la mirada perdida. Cuando el rey terminó de hablar, preguntó:

—¿Y podemos ir? Me gustaría ver a ese duque con mis propios ojos. Quizá pueda convencerlo de que deje escapar de Castia a los mercenarios de Grandual.

—Pues... sí, claro —respondió Matrick—. No veo por qué no. Bueno, primero tengo que comentárselo a Lilith, eso sí.

En ese momento entró a toda prisa en la estancia la reina de Agria, como un espíritu malévolo que hubiese acudido al oír su nombre. Solo llevaba puesto un camisón y, aunque había envejecido varios años y dado a luz a muchos hijos desde la última vez que Clay la había visto, nada había sido capaz de arrebatarle su imponente (y circunspecta) belleza. Ni tan siquiera el hecho de que la situación con la que acababa de encontrarse estaba muy lejos de parecerle agradable. La seguía un hombre muy musculado que, por alguna extraña razón, no llevaba camisa, aunque sí que traía consigo un gesto protector en el rostro y una espada muy grande en la mano.

—En el nombre de Vail, ¿qué pasa aquí? —exclamó Lilith.

—¡Lilith! —Matrick se acercó a su esposa, pero se echó atrás al momento cuando el guardia descamisado se interpuso entre la mujer y él—. Me ha atacado un asesino, pero los chicos... Recuerdas a los chicos, ¿no?

Dedicó una mirada impertérrita a los hombres que habían arriesgado sus vidas para rescatarla hacía ya unos veinticinco años.

—¿Qué hacen aquí?

El rey se retorció las manos de la misma manera que Gabe lo había hecho hacía unos instantes.

—Bueno, pues lo cierto es que llegaron a través de ese espejo de ahí.

La voz de Matty había adquirido un tono que se sostenía a duras penas entre la súplica y la calma. Clay se imaginó que era el mismo que usaría un perro parlante para explicarle a su amo por qué había cagado en la alfombra.

—No te he preguntado cómo han llegado, cariño —dijo Lilith, con voz dulce como la miel envenenada—. Te he preguntado qué hacen aquí.

—Claro, sí. Bueno, pues se han pasado porque están de camino a Castia.

—¿Castia? —Articuló la palabra como si le diera asco—. ¿Por qué?

—Pues... porque... —El rey miró a Clay con nerviosismo.

—Es complicado —respondió Clay.

***

En el bar de Vegabrupta había un plato llamado Desayuno del Rey. Consistía en unos huevos semicrudos pegados al fondo de una sartén de hierro fundido, aderezados con mucha pimienta negra y una salsa roja y espesa que Shep llamaba sangre de tomate. Lo servían con una hogaza de pan bien tostada y, si uno tenía suerte, unas pocas rodajas de pera más estropeadas que el ego de un bardo mediocre.

No les sorprendió nada comprobar que el verdadero desayuno de un rey quedaba muy lejos de lo que creía Shep. Entre los platos estrella que encontraron en la mesa de Matrick la mañana siguiente figuraban varias columnas tambaleantes de tortitas esponjosas y doraditas empapadas de sirope, unas hogazas humeantes de un pan que hacía la boca agua, todo acompañado de unos platos de porcelana fina llenos de mantequilla con sal, unas tostadas perfectas servidas con todo tipo de mermeladas: de arándanos, fresas, frambuesas, moras, albaricoques, uvas, higos y algo llamado chancaca que Moog no era capaz de pronunciar sin que le asomase una risilla entre los labios. También había lonchas de panceta, salchichas jugosas y huevos tan grandes y frescos que Clay creía haber oído a las gallinas que acababan de ponerlos detrás de la puerta de la cocina.

De beber habían servido zumo recién exprimido, de manzana, de naranja, de arándano rojo; y también un vino blanco seco, té de aromas florales, agua fresca con sabor a lima y hasta un café fantrano que Matrick engullía como si fuese el antídoto de un veneno que le ardiera en las venas.

Clay lo consideraba uno de los mejores desayunos de su vida, al menos hasta que Lilith, que se había sentado frente al rey en el otro extremo de la mesa, anunció que estaba embarazada.

La noticia cogió al rey del todo por sorpresa mientras tenía boca llena de tortitas, y Clay llegó a pensar que la reina había elegido a conciencia el momento de anunciarlo. Por toda la mesa, las bebidas se quedaron a medio camino de las bocas a las que se dirigían, excepto las de los cinco hijos de Matrick, que siguieron comiendo y hablando entre ellos como hacen los niños independientemente de lo que digan los adultos.

En la estancia había más personas aparte de Clay y sus compañeros de banda. Los sirvientes no dejaban de entrar y salir por una puerta mientras recogían platos y volvían a traerlos llenos a medida que el rey y sus invitados daban buena cuenta de ellos. También se encontraban en el lugar varios soldados apostados junto a los ventanales que había en una pared de la estancia y el guardia personal de la reina, que estaba unos metros detrás y cuya enorme figura se elevaba varias cabezas por encima de ella. Tenía aspecto de norteño y era el mismo que había entrado descamisado en la alcoba real la noche anterior. Era más joven de lo que Clay había pensado en un primer momento, pero parecía alguien muy capaz en su oficio, y además era demasiado guapo. Tenía la nariz como muchos de los kaskareños que Clay había conocido: ganchuda como el pico de un halcón, y no había apartado la mirada de Lilith en ningún momento durante toda la mañana.

Clay estaba muy seguro de que se estaba tirando a la reina, lo que hacía que la noticia que acababa de dar esta fuese aún más interesante.

Moog rompió el silencio con un aplauso lento que dejó a su paso un silencio aún más incómodo.

El rey, al menos, tuvo tiempo de tragarse su orgullo y las tortitas.

—Es... Es una noticia estupenda, amorcito.

—¿Verdad? —La sonrisa de Lilith estaba cargada de rencor—. Los augurios afirman que será un niño. Vais a tener un hermanito —dijo al tiempo que se giraba hacia el quinteto de chiquillos que estaban sentados uno junto al otro a un lado de la mesa.

Clay los vio reaccionar uno a uno. Los gemelos eran los más jóvenes, y se limitaron a reír entre dientes antes de seguir comiendo. Lillian, cuya piel morena como una cáscara de nuez contrastaba con el intenso azul de sus ojos, no se mostró sorprendida, seguramente porque sabía el fastidio que la esperaba por tener otro hermano varón. Kerrick, el más gordo, puso cara de sorpresa. Abrió mucho la boca, y Clay vio toda la comida que quedaba en el interior. Danigan, el mayor de todos y pelirrojo con pecas, asintió sin alzar la cabeza.

—Pero yo no quiero otro hermano —dijo Kerrick.

—Yo tampoco —aseguró Lillian, que se sumó a la protesta.

Su madre los miró con frialdad.

—Bueno, y yo tampoco quería dar a luz a una monstruosidad de cinco kilos y medio ni a una chica, pero así son las cosas. La vida no es justa, ¿no creéis? Kerrick, comparte esos guisantes con tu hermana. Diría que ya has comido más que suficiente y tu hermana está flaca como una indigente.

Clay no pudo evitar abrir la boca de par en par. Como era de esperar, tanto Kerrick como Lillian empezaron a llorar, momento que los gemelos también aprovecharon para hacer lo propio pero con más fuerza. El único que se quedó en silencio fue el hijo mayor, que no dejaba de llevarse huevos a la boca a cucharadas con un desinterés manifiesto.

Matrick se atusó el pelo ralo.

—Venga, hijos. Vuestra madre no pretendía haceros enfadar. Solo quería... —Dedicó una mirada cargada de desesperación al otro extremo de la mesa—. Es por el niño —explicó—. La pone de mal humor. Eso es todo. ¿Verdad, amorcito?

—Será eso, sí —dijo Lilith—. Y también me deja terriblemente agotada. Creo que voy a echarme un breve… sueñecito antes de que partamos al concilio. Lokan, ¿serías tan amable de escoltarme a mis aposentos?

—Será un placer —dijo el guardia, con un tono que no hizo sino confirmar las sospechas de Clay.

Los dos abandonaron la estancia cogidos del brazo, pero Matrick no parecía nada afectado y se centró en tratar de tranquilizar a los niños.

—Venga, Kerrick, termínate los guisantes, que son buenos para tu dieta. Lil, ¿podrías pasarle el zumo a tu hermano pequeño antes de que lo derrame? Bien, buena chica.

Consiguió engatusar a los niños para que lavasen los platos, y Clay contempló con total fascinación cómo se desenvolvía con ellos. El Matrick que él conocía era una persona malhablada y ladina que solía pasar más tiempo borracha que sobria. Era alguien que se acostaba con una mujer diferente todas las noches, o con varias cuando lo desbordaba la ambición. Un ladrón magistral y también un asesino despiadado, que empuñaba Roxy y Grace (nombres que le había puesto a sus dagas en honor a las prostitutas con las que había perdido la virginidad) como si fuesen un par de colmillos sedientos de sangre y el resto del mundo fuera su presa.

¿Quién iba a pensar que iba a convertirse en tan buen padre? ¿O en un rey competente incluso? Se decía que Agria era un reino próspero, y Matrick parecía estar criando a unos buenos niños incluso sin la ayuda de Lilith. Le fueron pidiendo permiso para marcharse y dándole un beso en la mejilla uno por uno antes de ir con sus tutores.

Matrick pidió a los guardias que también se marcharan y, después de que los sirvientes les sirviesen un café a todos, también los invitó a estos a salir. Clay contempló horrorizado cómo Moog volcaba en la taza medio cuenco de azúcar.

—¡Me gusta dulce! —dijo el mago.

Matrick sacó un frasco de alguna parte y vertió unas gotas de bebida. Luego lo removió distraído y con la mirada perdida. Moog terminó la taza y empezó a meter un dedo lleno de saliva en el cuenco de azúcar para luego llevárselo a la boca.

—Bueno, Matty —empezó a decir—. Te deseamos...

—¡Chist! —lo interrumpió el rey con un dedo levantado. Luego miró de reojo hacia la puerta de la cocina, se inclinó sobre la mesa y susurró—: Sacadme de aquí, joder.

Gabriel parpadeó.

—¿Qué?

El rey articuló las palabras con una lentitud exagerada.

—Que. Me. Saquéis. De. Aquí. Joder.

Moog puso un gesto de desconcierto.

—¿Por qué? ¡Eres el rey, Matrick! Dijiste que estabas ocupadísimo. Los niños...

—¡Los niños no son míos! —zanjó Matrick—. ¿Es que no los has visto bien? Esos cabroncetes me gustan tanto como una barra libre, pero ¡estoy segurísimo de que yo no he tenido nada que ver en su concepción!

—O sea, que... —empezó a decir Clay, que luego bajó la voz—. O sea, que...

—O sea que cuando la reina se quedó embarazada de los gemelos, yo estaba pescando en Fantra. O sea que Lillian tiene los ojos de su padre. ¡Los míos no son azules, coño! O sea que Kerrick es más alto con diez años que yo cuando tenía veinte, y Danigan, bueno... —Matrick hizo un ademán frenético con el que abarcó toda su cabeza—. ¿Veis que sea pelirrojo acaso? Tardé cuatro hijos más en darme cuenta de que todos tenían algo de Lilith y algo del bibliotecario del castillo, del embajador de Narmeer o del puto jardinero, que pensaba que era gay, por cierto. No te ofendas, Moog.

El mago se sacó un dedo de la boca.

—¿Por qué me iba a...?

—Y ahora está embarazada otra vez —Matrick soltó una carcajada amarga—. ¡Apuesto todo mi reino a que el hijo que espera es alto como un árbol y le gustan las tetas de su madre tanto como a sir Lokan, ese bastardo despreciable de Kaskar!

Matrick había empezado a gritar, sin preocuparse de que alguien pudiese oírlo desde la cocina.

—¿Y por qué no te marchas y ya está? —preguntó Gabriel.

—¡Lo he intentado! —gimoteó Matrick—. Los guardias no me dejan. Son muy leales a Lilith. No tengo ni idea de por qué.

Clay sí que tenía cierta idea.

—¿Y de qué le sirve tenerte aquí? —preguntó.

—Le preocupa que me marche y tenga un hijo que pueda reclamar el trono. Me ha dicho que me mataría si conseguía escapar, pero creo que ahora está tramando acabar conmigo. ¿Recordáis el hombre que entró en la alcoba anoche, ese al que le diste la patada cuando salisteis por el espejo? Pues era uno de sus asesinos. No es el primero que envía para matarme, y tengo clarísimo que no será el último si me quedó por aquí. Tengo que escapar y necesito vuestra ayuda. No creo que Lilith encuentre a alguien tan imbécil como para seguirme a la Tierra Salvaje Primigenia.

Moog se le quedó mirando.

—Un momento, ¿eso significa que vendrás con nosotros a Castia?

—Pues claro que me apunto —dijo Matrick—. Sois la única familia que tengo, bribones.

Clay volvió a notar esa sensación cálida y acogedora en el pecho...

—El problema va a ser salir de aquí. Tendrá que ser después del concilio, claro.

—Podríamos usar el espejo —sugirió Gabriel, pero el rey negó con la cabeza.

—Lilith lo ha confiscado. Dice que es una amenaza para la seguridad del castillo. Y creo que tiene razón. Por los Muertos Impíos, yo mismo me había olvidado de que era un portal, si no lo habría cruzado hace mucho tiempo.

—Pues por la puerta principal tampoco podemos salir —dijo Moog.

—Y está claro que la reina tendrá muy vigiladas el resto de salidas.

—Clarísimo —apuntilló el rey.

—¿Y esa bolsa que tienes, Moog? —preguntó Gabriel—. Cabe de todo, ¿no? Matrick podría esconderse en el interior y nosotros podríamos sacarlo del castillo.

El mago negó con la cabeza.

—Es un vacío.

Gabe frunció el ceño.

—¿Un qué?

—Un vacío. No hay aire. No podría respirar dentro. Lo sé de buena tinta. Tuve un gato que... —Se quedó en silencio—. No... imposible.

—Podríais secuestrarme —sugirió Matrick—. Disfrazaros, dejarme inconsciente, derribar a los guardias y sacarme del castillo. Podríamos dejar por aquí una nota para pedir un rescate.

—Lilith descubriría que fuimos nosotros —dijo Clay—. Además, no me gustaría matar a nadie a no ser que sea estrictamente necesario.

Las tazas tintinearon cuando Moog golpeó la mesa con la mano.

—¡Lo tengo! —gritó. Todos se giraron hacia él. El mago sonrió y le guiñó el ojo con compasión a Clay—. Pero es un poco arriesgado.

Reyes de la tierra salvaje (versión española)

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