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La crisis ambiental mundial
ОглавлениеLa tragedia ambiental de Colombia hace parte de la crisis ambiental mundial, un aspecto que se trata marginalmente en las entrevistas dada la clara orientación del libro de ofrecer una visión colectiva –la de los entrevistados– sobre la génesis de la situación ambiental del país y sus perspectivas. Por eso parece pertinente hacer algunas anotaciones sobre el tema.
Como se señaló, la profunda crisis ambiental enfrentada por el mundo está representada por el cambio climático y la alarmante pérdida de integridad de la biósfera como los dos fenómenos de mayor jerarquía y que han sido producto de la acción humana. Los dos tienen como característica común el hecho de que se han transgredido los límites impuestos por la naturaleza al desarrollo económico y social en forma tal que, de no detenerse y reversarse estos procesos, la humanidad estaría en la vía de enfrentar impactos que podrían afectar en forma profunda la civilización contemporánea. En efecto, si se mantienen las actuales tendencias en las emisiones de los gases de efecto invernadero, la temperatura promedio de la superficie de la Tierra podría llegar a incrementarse más allá de 3ºC en el curso del siglo, en comparación con la era preindustrial, cuando la ciencia fija el límite en 1.5ºC. El Centro de Resiliencia de Estocolmo ha puesto una señal de alarma al indicar que ello conllevaría a que el planeta entre a un camino de fenómenos extremos («the hot house path») que podrían llegar a ser catastróficos y estar fuera del control humano (Steffens et al., 2018).
El declive de la biodiversidad oceánica y terrestre se sintetiza en el hecho de que el planeta se enfrenta hoy a la sexta extinción masiva de especies de flora y fauna desde la aparición de la vida hace 3.800 millones de años. En la evaluación más completa sobre el estado de la naturaleza, realizada hasta el momento y publicada a mediados de 2019, se determinó que alrededor de un millón de especies de fauna y flora están ahora en peligro de extinción (IPBES, 2019).
Tan grave como la crisis climática y de biodiversidad es la crisis de los suelos, un tema al que recientemente no se había puesto la debida atención. Así se evidencia en dos informes recientes de la ONU, uno sobre la biodiversidad y otro sobre la contaminación del suelo (FAO et al., 2020; FAO y UNEP, 2021). Los suelos del mundo proporcionan el noventa y cinco por ciento de los alimentos de la humanidad, una cuarta parte de todas las especies animales de la Tierra viven en ellos y proporcionan los nutrientes para todos los cultivos. Los suelos también almacenan el carbono equivalente a toda la flora y, por lo tanto, son fundamentales para abordar la emergencia climática. Un tercio del suelo del planeta está severamente degradado y se está perdiendo suelo fértil a un ritmo de 24.000 millones de toneladas al año. Además, el empobrecimiento de los suelos se encuentra profundamente relacionado con la desestabilización del ciclo de nitrógeno, causada principalmente por el uso de fertilizantes sintéticos, que ha conducido a la eutrificación de extensos cuerpos de agua y, en muchos casos, a la desaparición de la flora y fauna en grandes lagos y zonas costeras.
La transgresión de estos cuatro límites ecológicos del planeta –integridad de la biodiversidad, cambio climático, uso del suelo, y el ciclo de nitrógeno y fósforo– están profundamente interrelacionados y constituyen el corazón de la crisis ambiental por la que atravesamos. A nivel global todavía nos encontramos en una zona segura en relación con el uso del agua dulce, la acidificación de los océanos y el agotamiento de la capa de ozono. Sin embargo, en el caso del agua dulce se presentan problemas de escasez en diferentes regiones y rincones del mundo en donde antes el recurso era asequible a lo largo del año. Y es que estos problemas globales son la suma de lo que ocurre en el conjunto de países, los cuales tienen sus propias expresiones locales, como son, entre muchas otras, la contaminación del aire y del agua, la falta de acceso a agua potable, o el empobrecimiento de los suelos.
El homo sapiens, a similitud de todos los seres vivientes, ha incidido en el medio natural desde su surgimiento, pero su impacto comenzó a hacerse más significativo con la agricultura que, aparecida hace cerca de diez mil años, habría de cambiar la relación de los seres humanos con la naturaleza para siempre. La agricultura generó una vida sedentaria, que daría lugar a la aparición de los centros urbanos, y demandó la necesidad de la apertura de suelos para los cultivos y la ganadería, a partir de la deforestación. Un nuevo punto de quiebre en la historia de la relación sociedad-naturaleza lo constituyó la Revolución Industrial con la invención de la máquina de vapor y detrás de ella otras tecnologías basadas en los combustibles fósiles que incrementaron la capacidad para extraer materiales biológicos y no renovables y procesarlos y distribuirlos, y que, al mismo tiempo, generaron la incesante emisión de gases de efecto invernadero de origen humano, cuna del cambio climático. Y doscientos años más tarde, después de la Segunda Guerra Mundial, se detonó el período que ha sido denominado como la «Gran Aceleración» por Steffens y sus colaboradores (2015), caracterizado por un crecimiento poblacional y económico sin precedentes, tanto en los países desarrollados como en desarrollo. El crecimiento poblacional comenzó a acelerarse lentamente en la segunda mitad del siglo XIX y de cerca de mil millones de habitantes en 1800 se pasó a 2.525 millones en 1950, y desde ese año a 2017 se triplicó para llegar a 7.550 millones (Roser y Ortiz, 2017). La «Gran Aceleración» de la economía se evidencia en el crecimiento del PIB mundial que entre 1900 y 1950 se multiplicó aproximadamente por tres, y de este último año a 2015 se multiplicó por diez (Roser, 2021).
La transformación tecnológica, producto de la Revolución Industrial y los saltos tecnológicos en los siglos posteriores, que tienen una nueva expresión con la «Gran Aceleración» por la que hoy atravesamos, están asociadas a lo que el Premio Nobel Angus Deaton ha denominado como el «Gran Escape». Según Deaton, desde principios del siglo XIX se inició un proceso de erradicación de la miseria, y de mejoramiento de las condiciones de salud y, en general, del nivel de vida de la población que no tiene par en la génesis del homo sapiens en el planeta, cuyo resultado lo sintentiza así: «Mi historia de el Gran Escape es positiva, de millones de personas salvadas de la muerte y la miseria, y de un mundo que, a pesar de sus desigualdades y de los millones que aún quedan atrás, es un lugar mejor que en cualquier otro momento de la historia» (Deaton, 2013, p. 325).
El «Gran Escape» y la «Gran Aceleración», profundamente interrelacionadas, han tenido como contraparte la aceleración de la producción de desechos y contaminantes y la destrucción y deterioro de diversos ecosistemas terrestres y marinos. Mientras que la concentración de gases de Dióxido de carbono en la atmósfera creció de 293,03 ppm en 1900 a 311,24 en 1950, desde este último año a mayo de 2021 creció a 419 ppm, con lo que ha alcanzado el peligroso punto de ser un cincuenta por ciento más alto que cuando comenzó la era industrial, siendo la tasa promedio de aumento más rápida que nunca. El deterioro y la destrucción de la vida marina como consecuencia de la contaminación y la sobre explotación se ilustra, entre otras, en el hecho de que en 2016 se reportó en crisis a 4.713 pesquerías, equivalentes al setenta y ocho por ciento de la pesca reportada en el mundo; en el período 1950-1990 la pesca de captura en los mares pasó de veinte millones de toneladas a aproximadamente ochenta millones, permaneciendo desde entonces en el rango de 80-84.5 millones de toneladas anuales, en una situación de sobre-explotación (FAO, 2020). A su vez, los océanos pasaron de contener una cantidad insignificante de partículas de microplástico (partículas con un diámetro menor a 5 milímetros) en el fondo marino en 1950, a contener catorce millones de toneladas en 2020; cada segundo se arrojan más de 200 kilos de plástico a mares y océanos de los cuales el setenta por ciento se va al fondo marino y el quince por ciento se queda flotando.
Así mismo, los ecosistemas terrestres han sufrido enormes transformaciones. A partir de 1950 la deforestación de los bosques tropicales se incrementó alcanzado 650 millones de hectáreas entre esa fecha y 2010 (FAO, 2012).