Читать книгу Con voz propia - Нина - Страница 13

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Conscientes o no, desarrollamos un criterio sobre la propia voz y las que nos rodean. En cuestión de voces, tomamos decisiones y escogemos igual que hacemos en muchos aspectos de la vida. Escogemos con plena consciencia, por ejemplo, al girar el dial de la radio cuando no soportamos la voz que oímos o para encontrar aquel programa que nos gusta, no solo por su contenido sino por lo que nos transmite la voz de quien lo conduce. Hay voces que nos enamoran, mientras que otras nos resultan insoportables. Podríamos cambiar perfectamente aquel refrán y decir contra voces no hay disputas. Existe cierto consenso, sin embargo, en que las voces graves y con cuerpo son las más atractivas. De hecho, es conocido el fenómeno de transformación deseada y consciente de aquellas voces femeninas que para reforzar su autoridad han adoptado un timbre de voz más grave, estrategia que, afortunadamente, debe de ir a la baja porque la inteligencia y capacidad femenina para ocuparnos de según qué responsabilidades está más que probada. No nos hace falta ganarnos la confianza de nadie utilizando una fachada acústica que se corresponda con aquello que se espera de nosotras. Graves o agudas, cálidas o estridentes, en materia de gustos vocales no hay absolutamente nada escrito ni válido para todo el mundo.

Escogemos las voces en la radio, en la televisión, en la calle, en el trabajo e incluso las escogemos en las aulas de las escuelas o universidades cuando nos encontramos ante un profesor que habla con volumen, entonación y ritmo adecuados. No quiero decir que escojamos al profesor —esto, desafortunadamente, en muchos casos no podemos hacerlo— sino que nuestro cerebro escoge conectarse o desconectarse en función del listón comunicativo que nuestro emisor sea capaz de alcanzar. Se puede dar el caso de que te interese el contenido del mensaje pero la monotonía de la voz y la ininteligibilidad acaben por provocar una irremediable desconexión neuronal, y nunca mejor dicho.

Sin estudios científicos a mano que lo prueben, me atrevo a afirmar que la voz tiene un impacto en el interlocutor y que juega un rol vital en la conexión entre individuos. Que podamos sentir, o no, afinidad con una persona que acabamos de conocer puede ser cuestión de segundos, los que tardemos en percibir la sequedad o la amabilidad, la ternura o la dureza, la convicción o la duda, la verdad o el engaño a través del timbre, el tono, el volumen y el ritmo de quien nos habla. Las palabras encuentran en la voz el soporte acústico para volverse audibles, y justamente por este canal viaja una información no explícita en lo que decimos pero perfectamente perceptible y codificable que informa y condiciona a nuestro interlocutor.

Los formadores en presentaciones orales de alto impacto se preocupan de los contenidos, de la construcción del mensaje, pero no del instrumento que lo hace posible. Es lógico entonces, que no estén demasiado de acuerdo, como leo a menudo, con la famosa regla 38%-55%-7% de Albert Mehrabian,[2] resultado de la investigación que el psicólogo llevó a cabo y con la cual demostró que el impacto de la comunicación verbal y la no verbal es superior a la del propio mensaje, es decir, superior a las palabras que empleamos para comunicar. Probablemente porque la investigación es por encima de todo replicabilidad y esta es totalmente necesaria para poder generalizar los resultados de una búsqueda, no se hacen esperar las voces que postulan que, en ningún caso, un estudio enmarcado en el ámbito de la comunicación de emociones y sentimientos puede generalizarse a todos los contextos y registros comunicativos. Tienen razón. En parte.

Como profesional preocupada y ocupada en mejorar el uso vocal y las habilidades comunicativas de aquellos que me confían sus voces, confieso que la regla de este buen hombre me va como anillo al dedo. No obstante, entiendo que se pueda encontrar descompensando el grado de impacto que, según los resultados del estudio, las palabras ejercen en el interlocutor (7%) frente al grado de impacto que provoca el instrumento que las materializa (38%). Dicho esto, estoy segura de que eres muy capaz de imaginar qué pasaría si dispusiéramos de un discurso magistralmente construido y desastrosamente articulado. Tengan razón los unos o los otros, lo cierto es que a través del sonido, palabras e intenciones quedan enroscadas para ir en una misma dirección, o no. Excepto en el ámbito periodístico, donde la voz, a nivel acústico, debe correr tan paralelamente como pueda el camino de la objetividad en relación con la información que transmite, en otros ámbitos lo que desea el comunicador es convencer (políticos), ilusionar (empresarios), emocionar (actor, cantante), alentar (profesor), vender (comercial) o motivar (entrenador), en definitiva, ser capaces de transmitir con eficacia el mensaje y alcanzar un objetivo. Ahora bien, cuando de forma forzada añadimos emoción a lo que decimos, el sonido se impregna de falsedad. La frontera entre la empatía y el rechazo, la confianza o el descrédito, es muy fina. Si miramos hacia el ámbito político encontraremos un puñado de casos dignos de estudio y análisis. Cuando añadimos una supuesta emoción al mensaje, enfatizando la agresión, pongamos por caso, con agresividad, el resultado final suele ser justamente lo contrario del objetivo que se perseguía. La performance se convierte en una sobreactuación y, como tal, poco creíble. Claro que siempre habrá quien muerda el anzuelo pero, en general, bastan unos segundos para que el oído y la piel del interlocutor perciban y descodifiquen lo que no expresan las palabras que oye. Hay verdaderos expertos en decir blanco con las palabras mientras que el sonido de la voz dice negro. Las cosas que nos tocan de cerca, las que nos importan o nos conmueven, las decimos con naturalidad. Las emociones son fruto de una respuesta orgánica y fisiológica y la voz es el canal para expresarlas incluso sin el soporte de las palabras. Es fácil identificar un matiz de alegría, burla, ironía, enfado o falsedad a través de un sonido minúsculo en una expresión de alegría, de burla, de ironía, de enfado, de falsedad. De la misma manera que con la musculatura facial podemos hacer visible en el rostro lo que sentimos, nuestra voz hace audibles las emociones.

Con voz propia

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