Читать книгу Con voz propia - Нина - Страница 16
ОглавлениеAquella noche no pude cantar una sola nota. Tampoco cobré las 7.000 pesetas del bolo. No quise. «¡Te digo que cojas este dinero!», me decía Emili Juanals, entonces gerente de la Orquesta Costa Brava. «Que te digo que no los quiero», respondía yo entre gallo y gallo. Aprecio mucho a Milio, me hizo las veces de segundo padre. Tenía dieciséis años y, recién salida del cascarón, me había estrenado en mi primer trabajo como cantante apenas hacía seis meses. Trabajaba, viajaba, comía, y prácticamente vivía con 16 músicos. Con Milio, años más tarde, hemos hablado alguna vez de la anécdota y nos hemos reído una barbaridad. Pero aquella noche no me reí en absoluto. Viajábamos hacia Flix. Iba encajonada con cuatro músicos más en el asiento trasero de un Renault 12 de la época. Habíamos dejado la autopista en Hospitalet de l’Infant dirección Vandellòs, Tivissa y Móra para desviarnos hasta nuestro destino. Mes de agosto. Ventanillas bajadas todo el viaje. Y aquella carretera de curvas que no se terminaba nunca. Me recordaba mucho a la que entonces conectaba Lloret y Tossa. Aquellos kilómetros de curvas entre el último pueblo costero de La Selva y el primero del Baix Empordà me los conocía como la palma de la mano. Los de la Ribera d’Ebre se tornaron también familiares después de cinco años de cantar en las fiestas mayores de aquellas tierras. Durante las cuatro horas largas que duró el viaje no paré de hablar por encima de los decibelios producidos por la suma del viento y la velocidad del coche. La mudez de aquella noche en Flix fue una especie de preludio del resto de noches que me esperaban hasta entrar en quirófano.
El pólipo[4] no apareció aquella noche en Flix por culpa de la parlería que me dio en el viaje, aunque este tipo de lesiones suelen debutar de manera repentina, incluso pueden hacer acto de presencia de un día para otro. Basta con un grito de rabia y enfado como los que emiten al abroncar al árbitro algunos aficionados en los campos de fútbol. Cuando oigo según qué tipo de alarido, no puedo evitar visualizar un pólipo saliendo disparado por entre el pliegue vocal. El garbancito —así es como lo recuerdo cuando el médico me lo enseñó después de la operación— se fue incubando a base de cantar una media de cinco horas diarias en unas condiciones acústicas y ambientales nada recomendables. Un buen día, harta de esfuerzos, una de las cuerdas vocales dijo basta y explotó como un globo. Con el garbancito convivimos una temporada larga hasta que el Dr. Torrent lo operó. Treinta años atrás, después de una operación de este tipo te hacían callar durante quince días. Recuerdo ir con la libretita a todas partes para poder establecer comunicación. Dos semanas después de la operación tenía verdadero pánico a emitir un sonido.
Me habían dado el alta oficial y según los protocolos de la época ya podía hablar, y en cambio no encontraba el momento de abrir la boca y articular un sonido, y mucho menos sostenerlo afinado, es decir, cantarlo. Pensaba que quizás la voz habría cambiado, que la operación habría modificado su timbre característico. Hoy en día esta práctica del silencio absoluto y continuado durante quince días afortunadamente no se practica ni recomienda. El paciente puede y debe recibir rehabilitación tanto en el pre como en el posoperatorio y el logopeda será el encargado de llevarla a cabo. Por razones que no he sabido nunca, no me recomendaron hacer rehabilitación con ningún logopeda y yo desconocía entonces la existencia de este profesional sanitario. De modo que mi rehabilitación la hice sola; eso sí, conté con la ayuda de un guía excepcional. Mi cuerpo se encargaba de desvelarme las pautas de higiene vocal a seguir, solo necesitaba escucharlo con atención y ser consciente de las necesidades que se presentaban en función de la exigencia y las peculiaridades de cada proyecto vocal a desarrollar. Perder la voz fue un tropiezo que me ha enseñado a escucharme con plena atención mientras la uso. Lesionarme hasta el punto de no poder utilizarla en meses es una lección interesante de la que se aprende, entre otras cosas, a oír, escuchar y, sobre todo y más importante, a percibir la voz independientemente del feedback auditivo y al margen de este. Trabajar de forma consciente la percepción sensorial permite construir un sistema de monitoreo interno que facilita información sobre el movimiento y el grado de esfuerzo muscular que aplicas mientras intentas dotar del equilibrio necesario para emitir el sonido que deseas a un instrumento inestable por naturaleza.