Читать книгу Con voz propia - Нина - Страница 15
ОглавлениеEl miedo y la vergüenza son dos emociones que hacen acto de presencia casi siempre que se sufre un apuro vocal. ¿Qué debo de tener? Esta es la primera incógnita que planea sobre el cerebro. Deseo y temor se mezclan ante la necesidad de conocer el causante de nuestro problema. ¿Será grave? Automáticamente sentimos amenazado nuestro futuro profesional, pero solo si descubrimos el alcance de la lesión podremos disipar la incertidumbre que nos acecha. Dicen, y no puedo estar más de acuerdo, que el miedo solo sirve para que no te atropellen por la calle. Pero lo cierto es que el miedo aparece y paraliza hasta el punto —he conocido algún caso— de no querer cantar nunca más. El encaje del problema vocal dentro de la vida personal y laboral provoca reacciones psicológicas diversas, totalmente comprensibles y respetables. Cuando de niños volvíamos sin voz de una excursión nos producía cierta gracia aquel cambio tan peculiar en la acústica de nuestra voz e incluso hablábamos aun más para hacer del todo audible a diestro y siniestro nuestra vocecilla alterada. De mayores, y dedicándonos a hablar o cantar las veinticuatro horas del día, no tiene pizca de gracia. Seamos más o menos conscientes del uso que hacemos de nuestra voz, lo cierto es que ir por el mundo con una voz de cazalla no es nada profesional. Hete aquí la vergüenza que a menudo sentimos y la tendencia a disimular hasta donde podemos el sonido roto, estropeado o ronco de nuestra voz.
Cuerpo y voz sufren desgaste porque los profesionales de la voz trabajamos a diario con estas dos herramientas y, por muy buen uso que les demos, pocos nos vamos a salvar de padecer ni que sea fatiga muscular. Sería como pretender que un deportista no se lesionara jamás de los jamases. Entender y aceptar como un hecho normal que alguna vez podamos sufrir problemas vocales puede ser un antídoto para la vergüenza, del mismo modo que para el miedo lo es el hecho de tomar las decisiones oportunas con suficiente rapidez para ganarle a nuestra mente la carrera de los 100 metros libres en malos pensamientos. Posponer la visita al médico por miedo a lo que pueda encontrar es un parche, cuyo zurcido se rompe el día menos pensado. Tenemos que perder el miedo a ir al foniatra, es más, hace falta instaurar el hábito de visitarlo al menos una vez al año; si trabajas con la voz, aun con más motivo, una visita semestral o anual tiene que ser obligada.
Cada día son más los oficios en los que la voz se convierte en la principal herramienta de trabajo. El grado de exigencia vocal es ciertamente diferente pero la necesidad es común: actores, políticos, cantantes, empresarios, profesores y muchos otros profesionales necesitan comunicar eficazmente en un marco de salud. Es bastante probable que todos estos profesionales sufran algún percance con la voz porque la utilizan a diario horas y horas y horas. Muchas horas. En estos oficios, la competencia profesional está relacionada, en gran parte, con la competencia comunicativa, y esta depende directamente de la competencia vocal. No se trata de tener una buena voz sino de tener una voz en buenas condiciones, permeable, flexible y preparada para adecuarse a los usos y necesidades de cada registro comunicativo. Y aun otro aspecto a tener en cuenta. Una lesión vocal tiene un alcance físico pero sus consecuencias se extienden al terreno emocional y psicológico, cuyas alteraciones influyen a su vez en el proceso de la recuperación vocal y la confianza personal. El mejor tratamiento que podemos dar a nuestra laringe es la prevención basada en unas pequeñas medidas de higiene que surten grandes efectos. Día a día. Poco a poco. Con constancia. Como el agua que a fuerza de deslizarse por encima de las rocas las modela y les cambia la fisonomía.