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Gracias, querido público

Mi primera guitarra la recibí a los ocho años de edad. Fue un regalo sorpresa de mis padres, aunque la sorpresa la recibirían ellos años más tarde. A pesar de que en mi casa no eran muy dados a obsequios que no tuvieran una fecha en el calendario, al verme tocar la escoba o darme golpes en la barriga a modo de guitarrista, entendieron que algo se escondía en aquel niño que sufría de mamitis.

A la vuelta de un viaje del pueblo la compraron en un taller sin nombre en la cuesta de Gomérez, en Granada. Últimamente he paseado sus aceras en busca de aquella tienda como el que escarba buscando sus raíces como alimento para la memoria, nostalgia de otra vida. Probablemente fuese obra de un lutier cualquiera, aunque ningún hombre que se digne a construir un instrumento para un niño debe ser tildado de hombre cualquiera.

Me encanta ver a mi madre recordar con una sonrisa el asombro y la perplejidad que velaron mi rostro cuando me hicieron entrega de la guitarra. Iba dentro de una funda estampada al estilo de una falda escocesa. Aún puedo escuchar el sonido tan característico de cuando se saca una guitarra de una funda de tela. También así sentir su olor. Era un perfume que me recordaba al de la guitarra que mi tío Antonio tocaba en todas las Nochebuenas que celebrábamos en familia. Los colores de la funda de mi pequeña guitarra eran muy similares a los de la guitarra de mi tío. Fue como abrazar a un bebé, hijo de otro instrumento. Así recuerdo que me acerqué a ella, con el cuidado con el que se acuna a un recién nacido para no hacerle ningún daño. Pasaron varios días entre el extrañamiento de contar con un nuevo mueble musical en casa y el sueño que suponía que alguna vez mis manos pudieran hacerlo sonar. Me pasaba horas tocando solamente la nota mi del bordón como si de una pieza minimalista se tratara. Después de sumergirme en este estado durante días, encontré un juego que cubrió mis expectativas artísticas. Consistía en sentarme en el balcón del quinto piso en el que vivíamos e imaginarme que la gente que pasaba por la calle venía a verme y a escucharme. Al finalizar cada concierto daba las gracias al público asistente.

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