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Frío en el alma

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Las majestuosas puertas del castillo del viejo sabio Ocelote se abrieron para permitir que la Reina Pantera y el Rey Zopilote entraran a la sala en la que les esperaba. El Rey Zopilote le había pedido ayuda al sabio hacía ya 1 año. Hoy, al fin, este lo había convocado junto con la Reina Pantera para dársela. El motivo de su petición de ayuda había sido que, en el Reino de los Zopilotes, sus unicornios no crecían sanos. Por el contrario, en el Reino de las Panteras, sus bebés unicornio se convertían en magníficos individuos adultos sanos y fuertes.

Hacía muchas lunas, los dioses mayas habían decidido ofrendar a ambos reinos, dada su capacidad para convivir en paz, con un singular regalo, una camada de unicornios. Los unicornios eran considerados seres mágicos y talismanes de la buena suerte y los buenos amores. Por lo que cuando el Rey Zopilote y la Reina Pantera recibieron, la noche de un 15 de septiembre, cada uno en su reino, a cuatro potrillos blancos con la frente acabada en un cuerno dorado, no pudieron experimentar mayor alegría. Se sintieron bendecidos con una gran protección.

Sin embargo, poco duró la alegría en el Reino de los Zopilotes. No alcanzaban a comprender por qué, pero los unicornios en este reino nunca habían conseguido estar bien. En su infancia y juventud mostraban un comportamiento normal, sin embargo, al convertirse en adultos empezaban a tener problemas, a alejarse de ser pacíficas y sociables criaturas. Mientras que los unicornios del Reino de las Panteras seguían mostrando su radiante felicidad, basada en una gran seguridad en sí mismos.

Los hospitales veterinarios del Reino de los Zopilotes se habían saturado al tener que atender dolencias inespecíficas de muchos unicornios. Aparentemente estaban sanos, sin embargo, presentaban dolores, inflamaciones, malas digestiones, cuadros y síndromes que los etólogos denominaban psicosomáticos. Cada vez había más unicornios tristes, incluso deprimidos, con ansiedad, con sensación de vacío y sin encontrar sentido a sus vidas. También presentaban notables problemas de relación y de interacción. Algunos abusaban y rechazaban a otros unicornios, generalmente a los que eran en algo diferentes. Y otros incluso se portaban mal con sus parejas o con sus crías.

El sabio Ocelote los saludó con amabilidad y con la serenidad de quien ha encontrado profundas certezas. Los invitó a sentarse y comenzó a explicarles.

—Sé que ha pasado mucho tiempo desde que me pediste ayuda, querido Rey de los Zopilotes, pero este era un asunto lo suficientemente importante como para analizarlo con calma —dijo con serenidad el sabio.

—Espero con avidez conocer tus conclusiones y poder ponerlas en práctica lo antes posible para recuperar la salud de mis unicornios.

—En realidad, creo que el conocimiento lo tenéis vosotros, así que voy a intentar que podamos entre los tres conseguir que salga a la luz —le respondió el sabio.

—Rey Zopilote, ¿puedes contarnos cómo son vuestros polluelos al nacer y cómo van desarrollándose? —prosiguió.

—¿Nuestros polluelos? ¿Tiene esto algo que ver con los problemas de nuestros unicornios? —preguntó sorprendido.

—Tiene todo que ver. Cuéntanoslo, por favor, y podrás ir averiguándolo por ti mismo —perseveró el sabio Ocelote.

—De acuerdo, os lo explicaré. El primer día de vida de nuestros polluelos es muy difícil para ellos, puesto que nacen indefensos, tienen los ojos abiertos desde el nacimiento y bastante plumón que cubre su cuerpo, pero ese primer día no pueden percibir ni hacer prácticamente nada. En su segundo día ya pueden ver, son capaces de pedir comida y están alerta ante todo lo que sucede a su alrededor. En su tercer día comienzan a picotear, pueden comer el grano que les dejamos a su lado, ya no necesitan que les metamos la comida dentro del pico. Hasta pueden lavarse por sí mismos. En torno a los 2 meses de vida todos los zopilotes han conseguido caminar y salen a explorar por los alrededores de nuestros nidos. Y a los 3 meses de vida sucede la magia y comienzan a volar.

—Y ¿cómo los cuidáis? —preguntó el sabio Ocelote.

—Pues, el primer día estamos a su lado todo el tiempo, a ratos les metemos entre nuestras plumas para que nos sientan y se sientan protegidos. Pero ya a partir del segundo día, nos alejamos de ellos para que aprendan a valerse por sí mismos. Estamos pendientes de ellos, los vigilamos, pero desde lejos para que no se den cuenta de que estamos.

—Reina Pantera, ¿puedes contarnos ahora tú cómo son vuestros cachorritos al nacer, cómo van desarrollándose y cómo los cuidáis? —pidió el sabio.

—Pues creo que nuestras crías felinas son bien diferentes. Nuestros cachorros nacen ciegos, tardan varias semanas en poder abrir los ojos y meses en poder ver con nitidez. Necesitan 1 año para aprender todos los movimientos de una pantera adulta. No pueden valerse por sí mismos hasta que tienen 3 años. Durante esos años, necesitan que los alimentemos, que vigilemos por ellos el trozo de selva en el que están para alejarlos de peligros que ellos aún no perciben, que les enseñemos a cazar, a lavarse, que les indiquemos los lugares en los que pueden beber y en los que no, a distinguir entre la hierba que sirve para purgarse y la venenosa. Nos necesitan tanto que, por encima de todo, lo que verdaderamente necesitan es saber que estamos ahí a su lado. Totalmente disponibles para traerles comida si tienen hambre, para socorrerlos si se caen y no se pueden levantar, para enseñarles lo que, de repente, al darse cuenta que no conocen, les da miedo. Por todo esto, nosotros criamos a nuestros cachorros estando todo el tiempo cerca y, lo más importante, les hacemos sentir que estamos a su lado. En el primer año esto requiere mucho trabajo porque hay unos primeros meses en los que no ven, por lo que tenemos que hacerles sentir que estamos a su lado acariciándolos mucho. Cuando ya ven, los siguientes 10 meses, su cerebro inmaduro no puede comprender que, si nos vamos, seguimos existiendo y seguimos dedicados a su cuidado, por lo que no podemos separarnos de ellos durante mucho tiempo. Y en los siguientes 2 años, los felinos que hayan cuidado a su cachorrito, tienen que seguir siendo quienes los cuiden y enseñen, puesto que los cachorros se unen emocionalmente de una manera muy fuerte a sus cuidadores durante ese primer año, los quieren muchísimo. Esto los lleva a sufrir un gran dolor si no sienten que sus primeras figuras de cuidado están disponibles para ellos, para seguir cuidándolos, enseñándoles y acompañándolos la mayor parte del tiempo.

—Ahora respondedme ambos a una pregunta, ¿habéis cuidado a los unicornios igual que cuidáis a vuestros propios hijos?

—Sí, claro —respondieron al unísono.

—Veo que en los dos reinos habéis puesto el mismo amor y preocupación por el cuidado de los unicornios. Pero en cada reino los habéis cuidado de un modo muy distinto y claramente se comprueba que uno de ellos no es el adecuado.

—¿En nuestro reino no cuidamos bien a los unicornios, viejo sabio?, a pesar de cuidarlos del mismo modo y con el mismo amor que a nuestros hijos —preguntó algo molesto el Rey Zopilote.

—Así es.

—Pero, ¿por qué lo adecuado para nuestros polluelos no lo es para los unicornios?

—Porque, aquí llegan las certezas, los unicornios no se parecen en nada a las aves. Esto es lo que he aprendido bien durante todo este año de investigación. Los unicornios nacen como los felinos, profundamente inmaduros, no pueden satisfacer sus necesidades por sí mismos. Necesitan mucho tiempo para desarrollar las capacidades que, finalmente, les permitirán cuidar de sí mismos, que les permitirán cubrirse ellos sus propias necesidades.

—Pero, sabio Ocelote, si los unicornios son los animales más especiales de todo nuestro mundo, ¿cómo es posible que nazcan más inmaduras que los polluelos zopilotes?

—Precisamente son especiales por esa inmadurez. Gracias a nacer tan inmaduros, pueden aprender posteriormente aquello que exista en el reino en el que les toque vivir. Son máquinas de aprendizaje perfectas. Pero para que el aprendizaje sea infinito es necesario nacer casi en blanco. ¿A que si un zopilote naciera en un estanque de ranas, no podría aprender a nadar? —les preguntó el sabio.

—No, no podría —respondió el Rey Zopilote mientras negaba con la cabeza.

—Sin embargo, recordad qué pasó con los unicornios que fueron regalados al Reino de los Colibríes, ¿lo recordáis?

—Sí, sí, esos unicornios, cuando se hicieron adultos, construyeron unas alas que adaptaron a su cuerpo y pudieron volar. Se los llamó unicornios Pegaso —dijo la Reina Pantera.

—Pero a esos unicornios los cuidaron aves como nosotros y criaron unicornios sanos —replicó el Rey Zopilote.

—Claro, estos unicornios fueron, efectivamente, cuidados por aves, pero no los criaron como si los unicornios fueran aves. Esta es otra de las cosas que estudié. Los colibríes me explicaron que ellos averiguaron algo fundamental para cuidar bien a sus unicornios. Descubrieron que, a pesar de dar de comer al unicornio bebé, mantenerlo calentito, fresquito en verano, protegido de las enfermedades y de los peligros, si no se conseguía hacer sentir a los unicornios que había, al menos, un colibrí disponible para él, para cuidarlo, a pesar de tener el resto de necesidades cubiertas, los unicornios empezaban a sentir algo que ellos denominan frío emocional.

—¿Frío emocional?, ¿frío a pesar de estar abrigados? —preguntó extrañado el Rey Zopilote.

—Sí, es un frío distinto, es un frío que puedes sentir aunque lleves ropa de abrigo. Es un frío que nace del alma, que se extiende por el cuerpo, y que no hay tejido que lo haga desaparecer. Solo se quita si sientes que otro está para ti, que eres para alguien lo más importante del mundo y que los brazos, alas o patas de ese individuo son un lugar que siempre te espera.

—Pero nosotros estamos así para nuestros unicornios —replicó el Rey Zopilote.

—Ya, pero ¿se lo hacéis sentir?, ¿se lo demostráis?, ¿ellos pueden saberlo?

—No, no permitimos que lo sepan, porque si lo saben, nos pedirán ayuda en lugar de resolver por ellos mismos lo que necesitan, y frenaremos su crecimiento.

—Ahí está el problema. Esto funciona fenomenal para vuestros polluelos, pero las crías de unicornio son totalmente distintas. Precisamente, si ellas no lo sienten, empezarán a sentir frío en el alma. Ese frío invisible que se extiende por todo el cuerpo, que se filtra por su cerebro, por su corazón, por sus pulmones, impedirá que se desarrollen bien. Y, por eso, al llegar a la edad adulta tendrán problemas, porque todo su cuerpo estuvo intoxicado por el frío del alma que impidió que sus órganos crecieran bien. Si alguien se siente mal, se desarrollará mal y después se comportará mal.

El Rey Zopilote, arrepentido por no haber podido conocer esto antes, pero ilusionado por al fin conocer qué hacer para solucionar los problemas de sus unicornios, arrancó todas las piedras preciosas de su corona, se las entregó al sabio Ocelote en agradecimiento y salió volando por la ventana directo a su reino, firmemente decidido a acabar de una vez por todas con el frío emocional.

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