Читать книгу Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá - Страница 10

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Habían transcurrido varias horas desde que comieron y ya era bien pasada la una de la madrugada. Ricardo dejó los platos y vasos lavados y guardados para que Margot pudiera descansar algo, aunque ella permaneció todavía en el living junto al resto de sus invitados. Gloria se había tendido junto a sus niños, en el segundo piso. Juan Pablo invitó a Margot a salir a tomar el fresco de la noche en el jardín de atrás, que era grande. Benjamín dormitaba en un sillón. Simón permanecía en silencio, sentado en el suelo, rumiando, afirmado contra un muro, con la mirada hosca y taciturna. Tenía un vaso de pisco a su lado. Su rostro denotaba la rabia que tenía. El ceño fruncido, los ojos muy abiertos pero inexpresivos. Los labios apretados. Sentía que el golpe era una lápida sobre las ilusiones que él y sus compañeros más cercanos se habían hecho durante los últimos tres años. Aunque era una posibilidad cierta, eso lo sabían todos, siempre era dejada de lado. Uno no quiere aceptar el peor escenario. Ahora veía claro que solo fueron eso, ilusiones, expectativas que alimentaron, a pesar de las muchas dudas que tenían. Cuando Allende fue elegido creyeron que se les abría el camino con el que habían soñado, el camino heroico, épico, de iniciar la revolución en el cono sur de América. Las condiciones estaban dadas. El pueblo estaba movilizado y eso se intensificaría. Iba a ser un proceso dinámico, crecedor. A medida que el pueblo tomara conciencia de que se podía acabar con la injusticia social, con el escándalo de que unos pocos, un puñado de familias oligárquicas, tuvieran el control del país, del poder económico y del poder político, cuando el pueblo viera que ahora sí, ahora iba en serio y no como en el gobierno anterior, que hizo un simulacro de revolución, nada podría detener la revolución de verdad. No iba a ser fácil, los reaccionarios se defenderían, él lo sabía bien, conocía la historia social del continente. Es lo que enseñaba en la universidad. Pero había que armar al pueblo. Llegaría el momento en que se produciría el enfrentamiento definitivo. Y para entonces el pueblo debería estar preparado.

-¿En qué piensas, Simón?-, escuchó que alguien lo interpelaba. Levantó la mirada y vio a Benjamín que lo miraba a los ojos, echado en un sillón y su cabeza reclinada en el respaldo. No contestó y volvió a bajar la vista.

-¿Es que realmente creías que con unas pocas metralletas la ultraizquierda iba a enfrentar y derrotar al ejército, a la aviación y a la marina juntas? ¿En qué mundo viven ustedes?

-Es difícil que la gente de derecha entienda estos procesos-, atinó a contestar, con desgano-. Aquí no se trataba de que un puñado de revolucionarios enfrentáramos al militarismo. Nuestro papel es crear conciencia, es movilizar, es convocar. El pueblo tendría que haberse sumado a un proceso que iría tomando fuerza, que crearía su propia dinámica.

-¿Dinámica? ¿Para ir adónde? ¿Hacia el desastre al que nos estaba llevando el gobierno?

-Es que tú desconoces los procesos sociales. Cada cambio, cada transformación social que emprendiera el gobierno provocaría conflictos, como lo hemos visto estos tres años. Siempre hay grupos interesados en que los cambios fracasen y, ¡vaya que los ha habido! Eso es obvio. Pero esos conflictos son el método a través del cual el pueblo aprende y toma conciencia. Se avanza en grados de conciencia social y eso es lo que suma más adherentes a la movilización.

-¿Me quieres decir que los conflictos son un método, una táctica para tomarse el poder? Francamente, me horroriza tu enfoque. Yo lo que veo es que los conflictos han afectado muy negativamente al país entero, incluido el pueblo, todos los hemos sufrido. Mira el desabastecimiento que hay.

-No creo que tú hayas sufrido el desabastecimiento. Estoy seguro que tienes tus reservas guardadas y si no, tampoco debes haber tenido problemas económicos para comprar en el mercado negro. Es el pueblo el que sufre las consecuencias en carne propia y eso es lo que lo hace reaccionar y movilizarse para encontrar sus propias soluciones.

-¿Cuáles fueron esas soluciones? Ninguna. Al contrario, los problemas fueron cada vez más agudos, la escasez mayor. Y eso ha hecho sufrir a la gente, a los más pobres. Esa dinámica de los conflictos, como tú lo llamas, solo nos fue hundiendo a todos cada vez más en el pantano. Si el pueblo estaba tan comprometido con esos cambios ¿por qué no salió a las calles hoy día a defenderlos? Parece que no estaba tan convencido o movilizado.

-Porque hubo un error fundamental del gobierno popular. Fue un gobierno ambiguo, que no se decidió. Allende creyó que iba a hacer una revolución por la vía constitucional. ¡Y eso no existe! ¡Son ilusiones! ¡La revolución o rompe la institucionalidad o no es revolución! El error fundamental del compañero Allende es que no armó al pueblo. ¡Si incluso hizo aprobar una ley de control de armas que le dio facultades a las fuerzas armadas para estar encima de cualquier sospechoso! ¡Es ahí cuando empezó el golpe!

Benjamín guardó silencio. Desde el punto de vista de Simón había lógica. Pensó unos momentos cómo replicarle.

-El problema con tu razonamiento es que partes de premisas falsas. Para ti el mundo se divide entre buenos y malos. Ustedes son los buenos y el resto son los malos. Para ti la institucionalidad democrática no vale porque la hicieron los malos.

-¿Qué democracia? ¿De qué institucionalidad democrática me hablas? ¿De una democracia burguesa, manejada al arbitrio de los que controlan el poder económico y el poder imperialista? ¿Qué democracia tiene el desempleado, el trabajador abusado, las familias empobrecidas que apenas tienen para comprar unos mendrugos? ¡Mira, ésta es una mierda de democracia y no importa un carajo que desaparezca!-, terminó gritando Simón.

-Simón, ¡cálmate! Te aseguro que de aquí en adelante tú y tus compañeros van a clamar a gritos para que vuelva esta tan denigrada democracia burguesa que permitió que Allende ganara las elecciones e incluso que la Unidad Popular alcanzara la mayoría en las elecciones senatoriales últimas.

-¿Y de qué sirvió? Ya ves el resultado. Hoy lo tenemos a la vista. El palacio de La Moneda ardiendo. A esto nos condujo tu bendita democracia.

-¡Ah, no! Ahí sí que tu argumentación se desmorona. Lo que estamos viviendo en este momento se debe al mal gobierno de tu compañero presidente, al cúmulo de errores que cometió, a la pésima administración de las empresas estatizadas, a esos famosos “resquicios legales” que usó para saltarse la ley y hacer la vista gorda a los abusos y tropelías en los campos y en las industrias. Fue el pueblo el que pidió la intervención militar. Y esto no sucedió en el gobierno anterior, que a mí tampoco me gustó nada.

-¡El pueblo pidió la intervención militar! ¿Me estás tomando el pelo? ¿Quiénes fueron a golpear a los cuarteles? No fue el pueblo, ¡fueron los ricachones del barrio alto que no querían perder sus privilegios! Y tu comparación con el gobierno de Frei es muy mala, porque ese gobierno no se animó a hacer la verdadera revolución. Se llenaron la boca con la “revolución en libertad”, pero ¿qué logró el pueblo? Te hablo del pueblo proletario, del pueblo abusado, del pueblo que siguió en la pobreza

-Simón, ¿es que no reconoces los progresos que logró el campesinado y los pobres de este país con los avances en la educación, en la construcción de viviendas sociales, en las organizaciones, en el gobierno anterior? -. Terció una nueva voz. Era Ricardo, que había vuelto de la cocina.

-Claro, algo había que cambiar para que todo siguiera igual. Alguien escribió eso hace muchos años, no sé quién. Unos pocos beneficios para tranquilizar al pueblo, pero los gringos siguieron en el cobre, los viejos oligarcas chilenos siguieron controlando los bancos y las grandes industrias, la riqueza siguió concentrada en una elite. ¿A eso lo llaman revolución?

-No, por supuesto que no fue la revolución que tú querías, violenta, rápida, totalitaria-, insistió Ricardo-. Pero las condiciones del campesinado cambiaron radicalmente, subieron los salarios, se empezó una revolución educacional, un mayor control sobre el cobre, se organizaron las juntas de vecinos, tan importantes en las poblaciones. Fueron cambios graduales, de modo que el país los fuera asimilando de a poco.

-Bueno, parece que esta discusión da para largo y ahora no es el momento de seguir, al menos para mí. Me van a disculpar, pero por mi parte, dejo a los revolucionarios que se pongan de acuerdo y yo me voy a dormir un rato, aunque sea en el suelo, con la cabeza en un cojín. ¿Quién me pasa uno?-, era Benjamín que renunció a seguir en un debate que en realidad no le entusiasmaba mucho. Nunca pudo entenderse con la gente de izquierda. Prefirió dejar a un democratacristiano discutiendo con un ultraizquierdista. Pero Simón se encogió de hombros y cerró sus ojos. Al parecer ellos también estaban cansados y optaron por echar la cabeza hacia atrás en sus respectivos sillones.

Entretanto Juan Pablo había salido con Margot al jardín. Estaba muy frío, pero había una tranquilidad total. Una paz que no calzaba con la violencia que probablemente estaba ocurriendo en todo el territorio nacional, a la sombra de la noche. Se sentaron en un banco de madera, bajo un árbol frondoso.

-¿Qué irá a pasar, Juan Pablo?-, le preguntó Margot, con más retórica que intención, porque nadie tenía la respuesta.

-Es una tragedia, amiga querida. En este mismo momento mucha gente debe estar muriendo en distintas partes del país. Se nos viene una dictadura y no creo que vaya a ser muy blanda. Nunca las dictaduras han sido blandas y menos en el primer tiempo. Mira lo que ha pasado en Brasil con su dictadura militar. Ya llevan casi diez años. Tengo algunos amigos brasileños y lo que cuentan da escalofríos.

-¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Cómo puede ser que el gobierno y la oposición no se hubieran podido poner de acuerdo?

-Cuando los ánimos se caldean y la violencia escala, se llega a un punto sin retorno. Las emociones prevalecen sobre la razón y perdemos la objetividad. Yo escuché que el presidente pensaba llamar a un plebiscito para que la ciudadanía decidiera qué caminos tomar, pero no llegó a concretarse. Y quizás ya era muy tarde. Habría sido muy difícil tener un plebiscito en las condiciones de beligerancia del país. ¿Te imaginas un plebiscito en este ambiente?

-¿Qué vas a hacer tú, Juan Pablo? No puedes entregarte, por favor, no lo hagas.

-Lo he pensado toda la tarde y creo que tienes razón. No tengo por qué entregarme. No he cometido ningún delito. No he hecho nada ilegal. Todo mi pecado es haber sido un funcionario leal del gobierno. Esta orden de detención en mi contra es totalmente arbitraria. Son ellos los que se han salido de la constitución. No, no lo voy a hacer. Pero entonces tendré que refugiarme. Se ha instalado la ley de la fuerza. No me podré quedar en el país, Margot. No tengo pasta de mártir ni para andar ocultándome en la clandestinidad.

Permanecieron en silencio. Margot se sentía afectada emocionalmente. Juan Pablo era un buen amigo, sentiría mucho que tuviera que irse del país y dejar de verlo. Algo se estaba desgarrando nuevamente en su alma. Ya había sufrido la pérdida de su esposo y aunque el dolor lacerante no había desaparecido, sentía que estaba cicatrizando. Ahora iba a perder a un buen amigo, su mejor amigo, en realidad. ¿Sería algo más?, se preguntó, pero desechó ese pensamiento.

Miró las estrellas. El cielo se había despejado y la falta de luna hacía más brillante el firmamento. Le señaló a Juan Pablo las estrellas que podría identificar.

-Mira, ahí están las Tres Marías, la Cruz del Sur. ¡Qué linda está la noche!

-Diviso la constelación de Orión-, agregó Juan Pablo-. ¿Viste el aereolito que acaba de pasar? Le dicen también estrella fugaz. ¡Cómo puede cambiarle la vida a uno tan repentinamente!-, se quejó y de inmediato se arrepintió recordando la reciente viudez de Margot. Ella guardó silencio.- Margot, te quiero pedir un favor. Te quiero entregar la llave de mi departamento. Supongo que ya no volveré ahí, al menos por un tiempo, no sé cuánto. Se la puedes hacer llegar a mi hermano, quien se encargará de guardar mis cosas, arrendar el departamento y enviarme el dinero. Lo necesitaré. Y que me mande algunos objetos personales, alguna ropa y unos libros. Creo que no hará falta más.

-Por supuesto, no te preocupes. Hablaré con tu hermano y nos organizaremos. Yo puedo ayudar también.

-No tienes por qué molestarte-, sin darse cuenta, Juan Pablo estaba probando los sentimientos de Margot. Los suyos hacia ella, pero también su inseguridad, lo estaban alterando. El tiempo con ella a su lado se acababa y sentía la necesidad de dar algún paso, de manifestarse. Su corazón latió con más fuerza. Margot guardó silencio.

-No es molestia. Lo haré con mucho gusto-, le replicó, lo que aumentó su ansiedad. ¿Por qué algunas mujeres persistían tanto en prolongar la agonía de los enamorados?, pensó él.

-Y tú, ¿qué harás? No deberías quedarte sola aquí con tu hijo. Hay tanta incertidumbre.

De pronto sintieron un ruido que los alarmó. Desde el fondo de la parcela se podía escuchar con nitidez algo como un objeto que se remecía, como ramas que se agitaban.

-¿Qué hay atrás?-, Juan Pablo se sobresaltó.

-La propiedad termina en una alambrada de púas y un cerco vegetal. El sitio de atrás es eriazo. Será algún perro, en la noche se pasean por todas partes.

Pero escucharon pisadas. Eran los pasos de un hombre. Parecía caminar sin inhibición. Divisaron una sombra avanzando hacia la casa. Se percibía un arma larga en su mano. Margot no pudo evitar tomarse de un brazo de Juan Pablo y se le entró el habla. Pero luego, armándose de valor, gritó fuerte:

-¿Quién anda ahí?-, se irguió de su asiento y caminó unos pasos.

Nadie respondió, pero la sombra siguió avanzando, con más cautela. Margot repitió la pregunta, ahora con voz más alta y enérgica.

La sombra contestó.

-Señora Margot, ¿es usted? Soy su vecino.

El hombre iluminó a Margot con una linterna y luego se alumbró su propio rostro, como para identificarse.

-¡Don Vicente! Pero, ¿qué hace usted aquí? ¿Por qué entró a mi jardín y a esta hora de la noche?-, la voz de Margot estaba alterada y molesta.

-Disculpe, señora Margot, pero escuché ruidos en su casa y decidí venir a ver si estaba todo bien, para acompañarla. Como usted vive sola.

-Le agradezco mucho, pero no se preocupe. Estoy bien, no pasa nada y mi hermano me está acompañando. Y, por favor, le voy a pedir que regrese a su casa por donde mismo vino.

-Veo que tiene algunos invitados en su casa-, dijo el intruso, mirando al interior de la casa, en la que se veía gente.

-Sí, tengo muy buenos amigos que vinieron a verme y los pilló el toque de queda.

El hombre no daba señales de irse. Sacó un cigarro y lo encendió.

Margot trató de mantener la calma y no mostrar su nerviosismo:

-¿Se le ofrece algo más, don Vicente?

-A mí no, pero cualquier cosa que se le ofrezca a usted estoy a su disposición. Mire, si quiere le doy mi teléfono, pero necesito un papel y luz para anotárselo-, y se acercó a la casa.

Juan Pablo se había quedado en la sombra, semi-oculto, dispuesto a intervenir si fuera necesario.

Margot se hizo ánimo y le replicó, firme:

-No se preocupe más, don Vicente. Yo ya tengo su teléfono, que distribuyó la Junta de Vecinos hace un tiempo. ¿Se acuerda?

-Bueno, en ese caso, parece que no tengo más que hacer aquí. Pero, cuídese Margot, mire que anda mucha gente peligrosa por todos lados. Y dele mis saludos a su hermano-, concluyó con un dejo de ironía.

Dio media vuelta y se retiró por donde había entrado. Juan Pablo y Margot se quedaron mirando su sombra que se alejaba. Tomaron nota de que en su despedida se dirigió a ella en forma condescendiente, con algo de sarcasmo.

Se sentaron y ella se tomó del brazo de Juan Pablo. Temblaba de miedo. Él le acarició la espalda para calmarla.

-¡Qué tipo más sinvergüenza! ¡Este sí que es un terrorista, pero de ultraderecha! Su nombre es Vicente Pérez. No venía a protegerme. Venía a espiarme. Seguro que vio las luces de la casa y los autos estacionados y sospechó que podría pillar gente para denunciar.

-¿Por qué dices eso?-, quiso saber Juan Pablo.

-Porque es un tipo que conozco, es mi vecino. Desde hace tiempo gente de la ultraderecha bien conocida se reúne en su casa, incluso alguno que en su momento fue sospechoso de participar en el crimen del general Schneider. Es bien sabido en el barrio. Y él conoce toda mi historia. Sabe que Rodrigo fue funcionario del gobierno. Debe creer que yo también soy de izquierda y que estoy acogiendo a fugitivos. Quedé tiritona. Por favor, anda a traerme un vaso de vino, y otro para ti.

-Bueno, de hecho, miró mucho hacia adentro de la casa. Seguro que vio más gente. ¿No quieres entrar? ¿Tienes frío?

-Sí, pero quiero quedarme aquí otro rato. Acompáñame y trae ese par de vasos-. Juan Pablo regresó con los dos vasos de vino tinto.

-¿Qué piensas hacer?-, le preguntó Margot, con ansiedad.

-Por lo pronto, tendré que desaparecer. Creo que tendré que buscarme alguna embajada que me acoja y después trasladarme al extranjero. Hasta que esto se calme y todos sepamos mejor qué rumbos va a tomar esta dictadura.

-Mira, en este barrio vive la embajadora de Suecia. Me tocó conocerla en algunas de las reuniones de Junta de Vecinos que se hicieron. Es una mujer de mediana edad, muy progresista y agradable. Conversamos varias veces y nos caímos bien las dos. Incluso una vez me invitó a su casa, un fin de semana. Podría tratar de contactarla.

-Sería una buena opción, aunque no me imagino aprendiendo a hablar sueco y a vivir como lapón-, bromeó Juan Pablo, alentado por esa posibilidad.

-Pero tú hablas inglés. Suecia es un país bilingüe. Casi todo el mundo habla inglés. Si no, estarían aislados del resto del mundo. Voy a buscar en mi libreta de teléfonos, creo que tengo el número de ella. Juan Pablo, ése es el camino.

-De acuerdo, pero espera a la madrugada para llamarla. No la vas a despertar a esta hora.

-No sé si estará durmiendo. Es muy política y estoy segura de que debe estar trasnochando, para informar a su gobierno y también para recibir instrucciones. Entiendo que Suecia está unas seis horas más adelante. Allá tiene que ser de mañana. Pero voy a esperar algunas horas.

Juan Pablo quedó en silencio. Lo preocupó la visita de ese vecino, en una de esas podría hacer una denuncia. También pensaba aceleradamente si sería oportuno hablar de sus sentimientos a Margot. Todavía se sentía inhibido, pero las cosas se estaban precipitando.

Ella le propuso que descansaran un poco.

-Instálate donde quieras. Yo voy a tenderme un rato en mi cama. Si necesitas alguna frazada o abrigo, dime.

Cuando se cerraron las Alamedas

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