Читать книгу Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá - Страница 14
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Salieron todos a observar la escena. Las dos siluetas que habían alcanzado a divisar corriendo en otra de las parcelas vecinas hacia un bosque desaparecieron. Más atrás, a bastante distancia, corrían cuatro de los integrantes de la patrulla militar con sus metralletas. El resto, con el teniente al mando, subieron a la camioneta del ejército en la que habían llegado y se perdieron por el camino que subía hacia el cerro.
Transcurrió una media hora plena de incertidumbre. Nadie habló mucho. Todavía no se levantaba el toque de queda por lo cual no quisieron desafiar más a la patrulla, pero quedaron atentos al camino principal para ver si reaparecía esa camioneta. Ricardo se instaló al borde de la calle, para observar el desenlace. En cualquier caso, la patrulla tendría que pasar de regreso por el frente de la parcela de Margot. De pronto sintió el ruido de un vehículo y la camioneta apareció veloz. Pasó frente a la parcela sin detenerse. Ricardo miró con ansiedad al interior del vehículo y alcanzó a ver la figura de un civil sentado entre dos soldados. Este movió su cuerpo hacia adelante, de modo de poder ser identificado y Sebastián lo reconoció. ¡Era Juan Pablo, sin duda! El temor que habían albergado desde el día anterior se materializó y ahora Juan Pablo estaba detenido. Quedó demudado. Pero no vio a Simón, a menos que estuviera muy al interior del vehículo. Regresó a la casa a comunicarle la triste noticia a Margot quien, sin duda, sería la más afectada.
-Margot, lamento decírtelo, pero detuvieron a Juan Pablo. Iba en la camioneta, lo alcancé a ver. Pero no vi a Simón.
Margot se quedó en silencio y su rostro contraído. Benjamín la tomó por los hombros. Estaba consciente de que algo pasaba entre su hermana y Juan Pablo, y quiso consolarla.
-No te preocupes mucho, Margo. Seguro que lo van a tener detenido algunos días y luego lo soltarán.
-Ojalá, pero no sabemos.
Salió sola al jardín y se sentó en el banco donde había estado con Juan Pablo la noche anterior. Estaba muy confundida. No quería confesarse su sentimiento más íntimo hacia Juan Pablo. Pero en un momento como este, de extrema incertidumbre, no podía evitar que sus emociones afloraran. Nuevamente se le encogió su espíritu, que luchaba entre la lealtad a su difunto esposo y esta atracción irresistible que le provocaba Juan Pablo.
Entretanto, Gloria se preguntaba qué podría haber pasado con Simón. Se rodeó de sus hijos y trató de entretenerlos. De pronto percibieron una silueta que avanzaba hacia la casa, desde el fondo de la parcela, escondiéndose entre los árboles. Gloria se tapó la boca cuando reconoció a Simón. Corrieron a su encuentro. Venía totalmente empapado y su ropa todavía destilaba agua.
-¿Qué pasó, Simón? ¡Por el amor de Dios, cuenta, qué pasó!-, lo abordó Margot.
-Por favor, necesito algo caliente, estoy tiritando.
Gloria lo llevó a un baño para que se sacara esa ropa mojada y le pidió algo a Margot para cubrirlo. Ésta le pasó algunas prendas de su marido, que todavía estaban guardadas en la casa. Le preparó también un té muy caliente y se instalaron en la cocina a escuchar su relato.
-Cuando llegó la patrulla corrimos hacia el bosque y nos escondimos entre los árboles. Cuando vimos que dos soldados se acercaban hacia donde estábamos, decidimos correr hacia el interior del bosque. Pero los soldados nos vieron y siguieron a cierta distancia. Nos dimos cuenta de que tarde o temprano nos alcanzarían. No teníamos mucho donde ir por el cerro arriba. En eso estábamos, decidiendo qué hacer, cuando llegamos al canal que pasa por atrás. Le sugerí a Juan Pablo que nos metiéramos al agua en la esperanza de que no nos vieran. Hay una parte con muchos arbustos y zarzamoras por donde corre y pensé que por ahí podríamos mimetizarnos. Pero Juan Pablo se negó. Me propuso que nos separáramos, así se les haría más difícil encontrarnos. Por lo menos, uno tendría más probabilidades de no ser descubierto. Él corrió en dirección contraria a la mía, salió a campo abierto y atrajo la atención de los soldados, yo llegué al canal y me metí. Quedé solo con la cabeza afuera y cuando escuché que se acercaban, me hundí completamente. Lo hice donde están los matorrales, los que me ayudaron a camuflarme. Como el agua trae mucho sedimento, no se ve nada al interior del canal. Mientras esperaba, con el rostro apenas sobre la superficie del agua, escuché que cercaron a Juan Pablo y le ordenaron detenerse. No opuso resistencia y levantó las manos para rendirse. Entonces abandonaron la búsqueda y regresaron a la camioneta que estaba cerca. Esperé todavía un rato para salir, cuando sentí que mi cuerpo ya no aguantaba más el frío.
Lo habían escuchado en silencio. Incluso Benjamín mostró cierta empatía hacia Simón. Pero no pudieron dejar de pensar, sin decirlo en voz alta, que Juan Pablo se había sacrificado para ayudar a Simón a escapar, desviando la atención de la patrulla. Él sabía que Simón estaba en las listas de los más buscados por los militares y, quizás, para matarlo. Margot sintió orgullo por su amigo.
El toque de queda se había levantado ya. Un vehículo entró a la parcela y todos se volvieron a sobresaltar. Se bajó un individuo alto, delgado y rostro blanquecino, que contrastaba con su frente morena y curtida por el sol. Era como si hubiera poseído una barba espesa que de pronto se la había llevado el viento. Se quedó al lado del auto. Cuando lo divisó desde la casa, Simón les informó a los demás.
-Me vienen a buscar. Es un compañero. No se preocupen.
Abrazó a Gloria y a sus dos hijos y se despidió. A Gloria le rodaron lágrimas por su rostro, pero mantuvo la compostura. Al menos ya se había salvado de una detención que podría haber sido fatal. Dios sabía cuándo se volvería a encontrar con su esposo. Simón le dio un apretón de manos a Margot.
-Gracias Margot, eres una buena persona. Te encargo a Gloria y ojalá puedas llevarla a nuestra cabaña a retirar algunas cosas y después donde su madre. No tenemos otra posibilidad. Y tú, cuídate, no te confíes.
-No te preocupes. Creo que me iré por unos días donde mis padres. O Benjamín puede quedarse conmigo también. Le encantará porque él vive en un departamento. No estaré sola. Yo llevaré a Gloria donde su madre. Y tú cuídate también, piensa en tus hijos. Es lo más valioso que tenemos.
-Precisamente por eso me voy a lo que voy. Para que ellos puedan tener un país mejor.
Simón levantó su brazo en señal de despedida a los demás, dio media vuelta y caminó hacia el auto que lo esperaba. Subió, el vehículo giró para salir y se perdió en la calle.
Benjamín había encendido la televisión y miraba un noticiario del mediodía que reiteraba las imágenes de la Junta Militar anunciando las nuevas disposiciones y los enfrentamientos entre civiles y uniformados que seguían ocurriendo. Había mucha repetición de escenas, pero lo que más les impresionó fue ver el palacio de La Moneda en llamas. El día anterior había sido bombardeado por los aviones de guerra de la Fuerza Aérea. Aunque aborrecía al gobierno allendista, el bombardeo de La Moneda le pareció un exceso, una desproporción. ¿Qué objeto tenía? Era un monumento nacional, una reliquia histórica, no le pertenecía a ningún gobierno, solo a la nación. Pero no pudo evitar cuestionarse que en la lógica militar las proporciones y equilibrios están fuera de lugar. La lógica es dominar y vencer con todo el poder que se tenga a mano. Pero, aun así, sus preguntas seguían.
Ricardo leía revistas, que daban cuenta de una realidad que ya no existía. Por lo mismo, recorría las páginas sin detenerse en ellas. Los niños, ausentes de todo el acontecer de las últimas veinticuatro horas, aprovecharon de correr para descargar tantas ansiedades ocultas, producto de sus intuiciones infantiles.
Se escuchó una bocina en las cercanías. Gloria salió de la casa para anunciar que otro auto había ingresado a la propiedad. Margot corrió a verificar de qué se trataba. Era su amiga, la embajadora sueca. Reconoció su vehículo. Venía a buscar a Juan Pablo. Demasiado tarde, pensó. Salió para recibir a la embajadora e invitarla a entrar. Ella le hizo señas de que esperaría en el auto y le mostró su reloj, en señal de que no tenía mucho tiempo. Entonces Margot se acercó y conversaron. Ambas se abrazaron, la embajadora subió a su automóvil y salió de la propiedad.
Margot regresó al jardín a sentarse debajo del árbol donde había estado la noche anterior con Juan Pablo. Más allá, hacia el fondo de la parcela, se divisaban unos cuantos almendros, con sus hojas nuevas y cargados con los incipientes frutos envueltos en su piel verde aterciopelada. Una brisa nostálgica invadía el ambiente. El día estaba despejado y un sol de primavera, todavía algo raquítico, brillaba. Se oía el canto de pájaros y las primeras flores silvestres se asomaban por el campo. No cabía duda. La naturaleza tiene ciclos muy distintos a los de la especie humana.