Читать книгу Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá - Страница 7
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A las diez y media de la mañana sonó el teléfono de Margot Lagarrigue, mientras tomaba el desayuno. Ese día se levantó más tarde. Su hijo Sebastián dormía plácidamente. Sus vacaciones de septiembre acababan de empezar. Estaba muy inquieta por la situación del país. Las marchas, contramarchas, manifestaciones, atentados, agresiones, insultos y descalificaciones entre las autoridades habían creado un clima enrarecido, crispado, todos enrabiados. Había mucha presencia policial en las calles y a menudo con gran violencia de uno y otro lado. El aire olía a gases lacrimógenos.
Desde la muerte trágica de su esposo, Rodrigo Darrigrande, estaba muy sensible. En cada víctima veía de nuevo a su esposo muerto y todos sus desgarros. Aún no lograba asentar bien su espíritu, el equilibrio de su personalidad. Se estremecía ante las escenas de violencia que presenciaba a diario en la televisión y en los diarios. Y eran cada vez más frecuentes. En el fondo de su alma anhelaba que todo terminara de una vez y no se atrevía a confesarse que eso significaba sólo una cosa.
La llamaba Juan Pablo Solar, el amigo íntimo de Rodrigo, quien se hizo cargo de los trámites funerarios cuando éste falleció. Tuvo también la dolorosa misión de ir a darle la mala noticia. Pero se convirtió en un buen amigo de ella y se mantuvo muy cerca durante sus primeros meses de viudez. La acompañaba con delicadeza y consciente de su duelo, no como tantos frescos que al poco tiempo se le acercaron con intenciones seductoras. Margot era muy atractiva desde los tiempos universitarios y siempre hubo gente rondándole alrededor.
La voz de Juan Pablo sonó ronca y alterada, nerviosa, apenas podía hablar.
-Margot, se ha producido el golpe que todos temíamos. Se levantaron las tres ramas de las fuerzas armadas y también los carabineros y le piden la renuncia al presidente. Si se niega, le advirtieron que bombardearán La Moneda. La radio Magallanes está informando de todo, pero es probable que dentro de poco la silencien también.
-Me parece terrible, pero esto no daba para más, Juan Pablo. Lo siento por ti, que es tu gobierno. No sé qué pensar, no sé si es bueno o es malo.
-Por el momento se ha desatado la violencia más brutal. Los militares rodearon La Moneda a la espera de que el presidente se entregue. Hay disparos en el centro, enfrentamientos entre soldados y civiles armados. Mira, es muy delicado y si esto va en serio, y yo creo que sí, todos los altos funcionarios del gobierno correremos el riesgo de ser detenidos o ejecutados. Los cabecillas ya hablaron por la televisión. Están liderados por el general Pinochet, que se suponía respaldaba a Allende. Hablaron en un tono muy amenazante y conminaron a la plana mayor del ejecutivo a entregarse.
-¿Qué vas a hacer Juan Pablo? ¿Corres riesgo tú?
-Por supuesto, soy subsecretario y por lo tanto, estoy entre las primeras autoridades que tienen que ir a entregarse. Pero yo no lo voy a hacer. No les tengo ninguna confianza. Piensa que hasta ayer Pinochet era el general más leal al presidente. Esto viene mal, Margot.
-Juan Pablo, no lo hagas. No te entregues, espera un poco a ver cómo evoluciona todo. ¿Sabes, por qué no te vienes a mi casa? Yo estoy fuera de toda sospecha, no he participado en política, a pesar de que Rodrigo sí lo hacía. Además, mi padre es empresario, es momio y no creo que corra ningún peligro.
-Te lo agradezco, Margot. Y creo que voy a aceptar tu ofrecimiento. Al menos para ganar tiempo y ver cómo se desenvuelve todo. Antes voy a hacer algunos llamados telefónicos porque quiero saber más de mis compañeros del ministerio. Ya hablé con el ministro y él se va a trasladar donde un amigo también. Dio orden de que la gente se quede en sus casas. El presidente lo llamó temprano, porque ya de madrugada le advirtieron que empezaba el golpe. Orlando Letelier fue detenido por el general Arellano Stark a las siete y media de la mañana. No se sabe su paradero. El presidente ha estado hablando con sus colaboradores y pidiéndoles que no vayan a La Moneda. Quiere evitar un derramamiento de sangre.
-Te espero, entonces. A la hora que quieras.
Margot sintió un temblor en todo su cuerpo. Una sensación que no tenía desde que le avisaron que habían asesinado a Rodrigo. Trató de relajarse, tomó agua y fue a ver a su hijo Sebastián. Seguía durmiendo y decidió no despertarlo.
Se sentó para pensar con tranquilidad. En lo personal y familiar, no albergaba temores. Tenía sus propias ideas, nunca le había gustado ese gobierno, a pesar de que su marido llegó a ser un funcionario importante. Su cultura política se había formado en una familia más bien de derecha, moderada y nunca extremista. Su padre criticaba al régimen y pensaba que efectivamente iba a caer por la situación del país. Los sindicatos se tomaban las empresas, los campesinos expulsaban a los patrones de sus campos, los precios de los productos elementales andaban por las nubes, cuando se podían conseguir, la gente reclamaba por todos los medios posibles. Todos los días había enfrentamientos callejeros en el centro de la ciudad, con bombas lacrimógenas que dejaban el aire irrespirable. En cierta ocasión Margot se encontró en el medio de una manifestación contra el gobierno y se aterró cuando el gas lacrimógeno le impidió respirar por varios segundos.
Mientras su esposo Rodrigo vivía, tuvieron largas conversaciones que le hicieron ver otros puntos de vista. Él era militante del Mapu y trataba de explicarle que los cambios importantes en un país nunca ocurren pacíficamente, o al menos, sin conflictos sociales. Se fue apartando de amistades que propiciaban un golpe militar y, en alguna medida, sintió simpatía por gente que se sacrificó para que las cosas funcionaran mejor. Y aunque antes pensaba que cuando cayera el gobierno, tendría que celebrar con champaña, pero ahora ya no sabía qué pensar. Algo en sus entrañas le decía que todo estaba mal, que iban al despeñadero. Cuántas veces conversó de esto con Juan Pablo.
-Mira, estoy medio loco-, le decía su amigo subsecretario-. La descoordinación en el gobierno es imperdonable. A veces participo en las reuniones del comité político y es una olla de grillos. Cada uno tira para su lado. Y el presidente como que perdió la capacidad de mando. Los escucha a todos, pero no se decide por qué vía seguir.
Margot fue a poner la televisión para mirar las noticias. Repetían una y otra vez el primer bando de la Junta Militar que asumió el poder y reiteraba el llamado al presidente Allende a entregarse. Las calles del centro eran una desolación. Los tanques y patrullas militares llenaban el espacio. Algunos soldados se ubicaban detrás de vehículos estacionados para responder el fuego que les llegaba desde algunos edificios. Había francotiradores en los pisos altos y terrazas. Dejó en silencio el televisor y sintonizó la radio Magallanes. Estaba hablando Allende, al final de su discurso y anunciando que más temprano que tarde se abrirían las grandes alamedas para que pase el hombre libre. De pronto la transmisión se interrumpió y la onda radial desapareció.
Sebastián apareció en su pijama y los ojos somnolientos. Tenía cinco años. Margot todavía estaba conmovida con el discurso del presidente. Aunque no le gustaba, no podía evitar una empatía con él, que afloraba contra su voluntad. Su hijo le pidió desayuno y ella le preparó un jugo natural de naranjas y le calentó la leche. El niño se quedó mirando el televisor, atraído por las fuertes escenas que se desplegaban. Margot lo llamó a la cocina para servirle su desayuno y distraerlo de las brutales escenas. No quería exponer a su hijo a esa violencia desatada. Pero tampoco quería mostrarse autoritaria, de manera que buscaba las oportunidades para conducirlo sin frustraciones.
Poco después del mediodía, el teléfono sonó nuevamente. Era Ricardo Solar, quien había sido ayudante de su esposo en el ministerio y amigo fiel.
-Margot, supongo que ya estás enterada de todo. ¿Has visto las noticias? ¡Están bombardeando La Moneda!
-¡No! ¡No he visto nada! Pero, ¿cómo puede ser? ¡Si es el palacio de gobierno! ¿Cómo pueden los propios militares bombardear el edificio más simbólico de nuestra república?
Margot se sintió golpeada pero al mismo tiempo se sorprendió de escuchar palabras que nunca creyó que saldrían de su boca. ¡Símbolo de nuestra república! Sonaban más a una frase de poesía menor. Algo se estaba trastornando en ella. Pero Ricardo seguía hablando.
-Margot, ¡tengo que salir del centro! Me vine sin saber que había orden de no presentarse. Aquí no hay casi nadie. ¡No me puedo quedar y tampoco me quiero ir a mi casa! ¿Me podrías recibir, por algunas horas, hasta que se sepa mejor qué va a pasar?
-Pero, ¡por supuesto Ricardo! Vente inmediatamente para acá. No sé cómo lo vas a hacer, pero vente.
-Tengo mi citroneta estacionada cerca y confío en poder salir del centro. Y ojalá no la hayan bombardeado.
-Ya, te espero. Juan Pablo me avisó que también se viene. Ten mucho cuidado, por favor.
Tomó conciencia Margot de que su casa se estaba convirtiendo en refugio de eventuales perseguidos políticos. Recordó que a pocos metros vivía una pareja joven, muy extremistas en sus ideas, pero con quienes había simpatizado. El barrio de Lo Curro era nuevo, en los extramuros de la ciudad y todavía había muchos sitios eriazos. Se había formado a partir del loteo de un gran fundo cercano a Santiago hacía varias décadas y lindaba con un cerro, cercano al Manquehue, a cuyos pies se formaron pequeñas parcelas rurales, vendidas a bajo precio. En una de ellas, el propietario había construido una pequeña cabaña para acoger a un hijo. Éste se fue del país, la cabaña quedó desocupada y al poco tiempo una pareja joven se instaló a vivir ahí. Habían arrendado la cabaña por una suma muy módica. Simón Araya era sociólogo y enseñaba en la Universidad de Chile y Gloria Gutiérrez practicaba la artesanía en textiles. Vivían modestamente. En más de una oportunidad Margot los acarreó en su auto, ya que el transporte público no funcionaba en ese barrio. Ella había simpatizado con la joven pareja, a pesar de sospechar que Simón participaba en el MIR, porque era muy crítico del gobierno y de todo lo que pasaba en el país, pero no desde la derecha sino desde la ultraizquierda. Tenían dos hijos de cuatro años el mayor y de dos la pequeña. Eran sencillos, esforzados.
-¡Este gobierno cree que va a hacer la revolución llamando a elecciones!-, se mofaba. No ocultaba su admiración por Cuba.
Decidió ir a buscarlos. No tenían teléfono, ya que en varias oportunidades habían ido a hablar a su casa. Vistió a Sebastián y salieron de la casa en dirección a la cabaña, que no estaba a más de unos cincuenta metros. Los encontró sentados, tomando té, pálidos y tratando de sintonizar noticias en una pequeña radio de mala calidad. Abrieron con cautela cuando Margot les golpeó la puerta. Por una rendija se asomó el rostro de Simón. Cuando la vio su expresión se relajó y la invitó a entrar.
-Simón, vénganse de inmediato a mi casa. No pueden quedarse aquí.
Se miraron Simón y Gloria y sin mayor cuestión ambos asintieron.
-En verdad, estamos asustados-, confesó Gloria-. Nuestra mayor preocupación son los niños.
-Al final pasó lo que tenía que pasar-, Simón exhibió con un dejo de soberbia lo que consideraba su clarividencia-. Era imposible que este gobierno se saliera con la suya. Era obvio que la alta burguesía y la casta militar no le iban a permitir hacer una revolución popular.
-Simón-, le pidió Gloria-. Concentrémonos en lo inmediato. Tú ya estás en lista negra. No podemos quedarnos aquí, al menos por hoy. Tenemos que salir.
-Yo debería ir a reunirme con mis compañeros. Somos muchos los que ya estábamos en lista negra. Y nos hemos preparado para combatir, pero, es cierto, no tengo cómo llegar al punto de encuentro que tenemos fijado. Quizás sea mejor esperar uno o dos días. De acuerdo, gracias Margot, sinceramente te agradezco tu generosidad. Llévate ahora a Gloria y los niños y yo llegaré apenas pueda. Antes tengo que preparar algunas cosas.
-No. No te dejo aquí. ¿Te vas a ir por la calle en este barrio de la alta burguesía, como dices tú? Te esperamos, busca lo que necesites. Pero no te demores mucho, porque espero a otras dos personas que vendrán.
-Tengo que acarrear un equipaje. Voy a buscarlo.
Tardó diez minutos en reaparecer. Portaba una maleta de tamaño mediano, pero, por lo visto, pesaba mucho. Apenas podía con ella. En el otro brazo llevaba un bulto largo, envuelto en frazadas. También parecía pesado. Margot no quiso preguntar, pero le advirtió.
-No, no puedes ir por la calle con esos bultos y menos en este barrio. Esperen aquí. Voy a buscar el auto. No demoraré.
Cuando ya estuvieron en su casa, Margot encendió nuevamente el aparato de televisión. Hubo un anuncio que los dejó helados.
-El depuesto presidente ha muerto-, anunció un locutor con voz lacónica-. No quiso aceptar el ofrecimiento que le hizo la Junta Militar de abandonar la sede de gobierno y ser trasladado a otro lugar. Prefirió el suicidio. Repito, Salvador Allende acaba de cometer suicidio. En estos momentos…
Margot cortó la transmisión. Gloria rompió a llorar, abrazada a Simón. Los niños la miraron en silencio.