Читать книгу Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá - Страница 11
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Margot se tendió en su cama y trató de dormir. A pesar del cansancio, el sueño no venía. Se dio vueltas, pero los acontecimientos del día revoloteaban por su mente como insectos zumbones. Pensó en Rodrigo. ¿Qué sería de él en estas circunstancias, si viviera? ¿Qué pensaría? ¿Qué podría hacer? Sin darse cuenta comenzó a revivir ese día trágico, con una lucidez como si hubiera sido el día anterior. De eso hacía poco más de un año, era agosto del 72.
Recordó que dormían plácidamente cuando la campanilla del despertador interrumpió violentamente el sueño de ambos. Rodrigo le comentó que había dormido mal, con desasosiego, con malos sueños. Le dijo que el día no sería fácil, más bien tormentoso, de ahí probablemente su ansiedad.
Él se incorporó en su cama, todavía somnoliento. El cuarto estaba todavía en penumbras, a pesar de ser primavera y apenas se traslucían las luces de la calle a través de los bordes de las cortinas. Había una suave brisa, a juzgar por las sombras vacilantes del árbol de judea del jardín, que ya llegaba a la altura del segundo piso y se percibía a través de las cortinas.
Permaneció algunos minutos semi-incorporado hasta que terminó de despabilarse. Se levantó de la cama y se duchó. Probablemente se quedó más tiempo del acostumbrado disfrutando del agua tibia. Margot ya estaba levantada y le sirvió un desayuno frugal. Un jugo de frutas, café bien cargado, dos tostadas, mantequilla y mermelada.
No tenía mucho apetito y la mermelada de naranja que, usualmente le gustaba mucho, permaneció intocada en el pocillo. Hablaron poco. Rodrigo se mantuvo reservado y silencioso mientras se servía el café y las dos tostadas con mantequilla. La luz de la mañana ya se dejaba ver y comenzó a iluminar el comedor, aunque no había sol. Un auto se detuvo frente a la casa, sonó el timbre y Rodrigo se levantó rápidamente. Corrió las cortinas de la ventana del living y observó a través de los vidrios.
-Me vienen a buscar.
De un maletín sacó unos papeles y se los pasó. Ante la mirada interrogadora de Margot, le explicó.
-Ayer me entregaron en la notaría estos poderes que te hice. Y unos seguros. Guárdalos tú.
-Poderes y seguros… ¿para qué? ¿De qué se trata?
-Es conveniente que tengas poderes míos para girar de la cuenta corriente y para algunas otras cosas. Supón que me enferme, que tenga alguna inhabilidad…Tienes que poder operar. Y los seguros siempre son necesarios, puede haber algún incendio, algún accidente…
-No me habías contado.
Rodrigo no le replicó, pero la atrajo para besarla y despedirse. Ella lo miró con una sonrisa forzada y lo retuvo en sus brazos por unos instantes. Apoyó su cabeza en su pecho.
-Cuídate-, le pidió-. No me gusta nada esto.
-Tranquila, mujer-, le había asegurado Rodrigo-. Está todo previsto. Sabemos que va a haber algún alboroto, pero no podrán impedirlo. Llevo el acta de requisición, firmado por el presidente. Tendremos fuerza pública, por si hay desórdenes.
-Llámame apenas haya terminado todo y estés instalado.
-Lo haré. Dale un beso al Seba, prefiero no despertarlo.
Rodrigo se puso la chaqueta, tomó su maletín y se dirigió a la puerta de calle. Margot le retuvo una mano.
-¡Por favor, ten prudencia!-, le rogó-. Y no dejes de llamarme.
Ella lo miró subirse al automóvil y permaneció inmóvil por varios segundos después de que el vehículo desapareciera de su vista. Terminó su café, levantó la mesa, ordenó la cocina, hizo su lista de compras y se preparó para llevarle el desayuno a su hijo. Ya eran más de las ocho y media de la mañana. El llamado se produjo poco después, pero fue el timbre de la puerta. Había dos hombres bien vestidos, aunque relativamente informales, en la entrada. Uno de ellos era Juan Pablo Solar, antiguo amigo de la pareja. El otro, de edad madura, calvo. Reconoció al de mayor edad y su sangre se heló. El ministro en persona. No atinó a pronunciar palabra.
-Margot-, le dijo el ministro, que la conocía desde años atrás-. Tenemos que conversar.
Con gestos los hizo pasar y sentarse. Margot tenía la garganta atorada.
-Lamento mucho traerte malas noticias-, le dijo con gravedad. Sus ojos estaban húmedos-. Ha habido un accidente.
- ¿Qué pasó?-, pudo balbucear apenas-. Por favor, dígamelo rápido. ¿Le ocurrió algo a Rodrigo?
El ministro asintió levemente con un movimiento de cabeza.
-Fue atacado durante el acto de requisición. Alguien le disparó desde otro edificio. Rodrigo murió a los pocos minutos en el mismo lugar. Fue imposible hacer nada-. Su voz era grave, pero cálida.
Margot quedó con la mirada perdida, la boca seca, amarga, sin pronunciar palabra. Sebastián, que andaba cerca y escuchó las voces de adultos, se acercó a su madre. Ella lo apretó en sus brazos y lloró en silencio, conteniendo apenas los temblores de su cuerpo. Juan Pablo se levantó de su asiento y se acercó para abrazarla. El ministro buscó la cocina y le llevó un vaso de agua.
-¿Cómo pudo ser?-, los increpó con rabia, su cara congestionada, los ojos rojos de llanto-. Se suponía que lo protegerían. No lo puedo creer. ¡Díganme qué pasó! -, miró ahora al ministro con expresión de rabia.
-Cuando el equipo del ministerio iba a entrar a las oficinas, se enfrentó a un grupo de manifestantes en la calle. No eran muchos, serían unos quince o veinte, según me informaron. Gritaban y vociferaban en contra de la expropiación. Sin duda estaban preparados para oponer resistencia. Rodrigo iba al frente del equipo, con carabineros que lo flanqueaban. Der pronto se sintieron dos disparos y Rodrigo se desplomó. Fue instantáneo. El tiro le dio directo en la cabeza. No hubo tiempo ni de llamar una ambulancia. Aparentemente fue un francotirador que disparó desde algún edificio del frente. Lo siento mucho, Margot, no sabes cuánto lo siento.
Margot guardó un largo silencio, mientras seguía sollozando, abrazada a su hijo. Juan Pablo, sentado a su lado, los mantuvo rodeados con su abrazo. El ministro observaba de pie. Permanecieron todos en silencio, interrumpido solo por los gemidos de la madre y su hijo.
-Dime si puedo hacer algo ahora-le ofreció Juan Pablo. Sus ojos estaban brillantes.
-No sé, no puedo pensar mucho. Pero, por favor, llama a mis padres y pídeles que vengan. Solo diles que Rodrigo tuvo un accidente y que se vengan a mi casa. El teléfono de mi madre está en esa libreta, por mamá.
Mientras Juan Pablo hablaba, Margot se quedó echada sobre el sofá, sin soltar a su hijo, cerró los ojos y lloró con desolación, con amargura. El ministro permaneció a su lado, abrazándola en silencio. Llevaban ocho años de casados y tenían a Sebastián, de cuatro. Estudiaron ingeniería juntos en la universidad, en distintas especialidades. Rodrigo se fue por el lado industrial, mientras Margot, de espíritu más científico, optó por la ingeniería química. Ella trabajaba ahora en la empresa farmacéutica de su padre, en el laboratorio. Rodrigo, en cambio, después de un tiempo de asesorar a empresas industriales, se dedicó a la política, siguiendo una vocación desde sus tiempos de estudiante. Tenían casi la misma edad, recién cumplidos los treinta años. Margot era una belleza, siempre muy demandada en la universidad. Tenía un rostro muy blanco, alargado, pelo negro, crespo, ojos verdes, grandes.
Rodrigo, muy alto, tenía pelo color castaño, liso, de huesos pronunciados en la cara. Ambos se destacaron por sus dotes académicas, por la simpatía que derrochaban con sus amigos y conocidos. Se diferenciaban en sus preferencias políticas. Rodrigo, vehemente, apasionado, asertivo, convencido de los cambios sociales y económicos que había que hacer en el país, mientras que Margot, sin ser conservadora, lo entendía, pero pensaba que sus ideas eran excesivamente radicales y conflictivas. A Rodrigo se le había encomendado la misión de encabezar la expropiación de una empresa importadora, supuestamente muy importante y hacerse cargo de su gerencia mientras durara el proceso legal. El sintió la excitación del desafío y lo asumió con entusiasmo. No pensó en riesgos personales. Margot nunca entendió mucho por qué esa empresa era tan importante para el gobierno, una importadora de maquinaria agrícola.
Margot no podía creer que Rodrigo no estaría más. Recordó que hacía tan solo poco más de una hora se habían despedido. Él le entregó unos poderes y unos seguros, entre ellos un seguro de vida. Ella se extrañó y sospechó que Rodrigo intuyó que algo le podría pasar, pero nunca esto. Había violencia y odio en el país, los bandos eran irreconciliables. Antes de iniciarse el gobierno un comando de ultra derecha había asesinado al comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider. Ahora la violencia destrozaba su hogar, a manos de un asesino. Ella era pacífica por naturaleza, siempre evitó el conflicto, pero sintió un ardor en su sangre. Ese asesino no había actuado solo. Fue algo siniestro lo que acabó con la vida de su esposo.
No supo cuando se quedó dormida, en medio de esos recuerdos tan dolorosos que la acompañarían por el resto de su vida.