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Primero las malas noticias

Una de cada dos personas muere como consecuencia de una cardiopatía.

Cada año casi 300 000 personas fallecen prematuramente en Gran Bretaña a causa de un infarto o un accidente cerebrovascular. Uno de cada cuatro hombres tendrá un ataque al corazón antes de llegar a la edad de jubilación y una cuarta parte de los fallecimientos por esta causa se producirá en personas menores de 65 años. En las mujeres, las cardiopatías y accidentes cerebrovasculares son la segunda causa de muerte, después del cáncer, entre los 35 y los 54 años. Aunque en general las enfermedades del corazón suelen aparecer a partir de los 45, incluso a los diez años los depósitos grasos (que marcan el inicio de un trastorno arterial) ya están presentes en un gran número de personas. Esta epidemia moderna está tan extendida que casi la damos por supuesta, y no somos capaces de protegernos de una enfermedad cuya causa es bien conocida y cuyo tratamiento ha sido demostrado con creces, pese a ser potencialmente más mortífera que el sida. Según la Dirección General de Salud Pública de Estados Unidos, de los 2,2 millones de norteamericanos que fallecen cada año, casi 1,6 millones mueren por trastornos relacionados con la alimentación, mayoritariamente enfermedades arteriales y cardíacas.

No es natural fallecer como consecuencia de una cardiopatía. En muchas culturas del mundo no se registra una incidencia particularmente alta de accidentes cerebrovasculares e infartos. Los británicos de mediana edad, por ejemplo, cuadruplican la tasa de enfermedades cardíacas de los japoneses. Las autopsias practicadas en momias egipcias que fallecieron en el año 3000 a. C. muestran indicios de depósitos de grasa en las arterias, pero sin obstrucciones causantes de infarto o accidente cerebrovascular. A pesar de lo obvios que resultan los signos de ataque al corazón (dolor torácico agudo, sudor frío, náuseas, descenso de la presión arterial y pulso débil), en los años treinta del siglo pasado eran tan poco frecuentes que la gente necesitaba acudir a un especialista para que realizara el diagnóstico. Según los registros sanitarios de Estados Unidos, en 1890 la incidencia de infarto por cada 100 000 personas era cero; en 1970 había llegado a 340. Aunque las muertes se produjeran por causa de otras cardiopatías (como válvulas calcificadas, corazón reumático y otros defectos congénitos), la incidencia de obstrucción arterial causante de accidente cerebrovascular o infarto era mínima.

En 1890 la incidencia por infarto en Estados Unidos era cero por cada 100 000 personas

Más preocupante es, incluso, que las enfermedades del corazón ataquen a personas cada vez más jóvenes. Autopsias practicadas en Vietnam demostraron que uno de cada dos soldados muertos en acción, con una edad media de 22 años, presentaba aterosclerosis (depósitos en las arterias). Hoy en día, se prevé que la mayoría de los adolescentes presenten signos de aterosclerosis, lo que señala el comienzo de una cardiopatía. Es obvio, pues, que en nuestro estilo de vida, alimentación o entorno algo ha cambiado radicalmente en los últimos sesenta años para desencadenar esta epidemia moderna.

VEINTE AÑOS MENOS DE VID A

El coste de las enfermedades del corazón representa, por término medio, 20 años menos de vida. Aunque la esperanza de vida del ser humano es por lo menos de 100 años, la gran mayoría fallece prematuramente a consecuencia de un cáncer o una cardiopatía. Incluso las personas que llegan a los 90 años presentan muchas veces problemas de salud derivados del Alzheimer o la artritis invalidante. Con razón, a veces nos preguntamos si vale la pena vivir tanto tiempo.

Pero sí que se puede llegar a los 100 años disfrutando de buena salud. Pensemos, por ejemplo, en los cuatro pioneros de la nutrición óptima. El doctor Linus Pauling, dos veces ganador del Premio Nobel, descubrió el valor de la vitamina C cuando tenía 65 años; murió a los 93, después de haber realizado algunos de sus estudios más significativos tras cumplir los 90. El doctor Roger Williams, descubridor de la vitamina B5 y del ácido fólico, falleció a los 96 años, pero estuvo enseñando y escribiendo activamente hasta los 95.1 El doctor Carl Pfeiffer, pionero de la terapia nutricional para las enfermedades mentales, tuvo un grave ataque al corazón a los 51 años; le dijeron que no sobreviviría sin marcapasos y que no pasaría de los 10 años, pero cambió sus pautas alimentarias y vivió hasta los 80 años, activo hasta el final. El doctor Abram Hoffer, otro pionero de la alimentación óptima, descubrió el valor de la vitamina B3 cuando tenía 35 años y vivió hasta bien entrados los 90, escribiendo, investigando y visitando a sus pacientes hasta los 80 años. Todos ellos habían llegado a la madurez cuando empezaron a cambiar realmente su alimentación y su estilo de vida.

Sin embargo, uno de cada cinco hombres y una de cada nueve mujeres fallecen a consecuencia de una cardiopatía antes de llegar a los 75 años. Si elimina el riesgo de padecer una enfermedad cardíaca puede esperar vivir saludablemente de 10 a 20 años más, siempre que no muera de cáncer o sufra artritis o Alzheimer. Aun así, los simples cambios que introduzca en su alimentación y estilo de vida para reducir el riesgo de enfermedad cardíaca, también minimizarán la posibilidad de sufrir otras enfermedades invalidantes. Si sigue los consejos de este libro podrá añadir años a su vida y vida a sus años.

Ayudas naturales para el corazón

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