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La civilización mesopotámica
(en el comienzo de la historia propiamente dicha)
La Epopeya de Gilgamesh

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Gilgamesh era hijo de la diosa Niusun y de un gran sacerdote de la ciudad de Uruk. Aparece muy pronto en el relato como un ser excepcional, pero también como un tirano. El pueblo, por tanto, habría recurrido a los dioses para deshacerse de una carga así, y estos habrían creado al gigante Enkidu con el fin de que se enfrentase a Gilgamesh.

Enkidu era un ser medio salvaje que vivía entre los animales. Gracias a la intervención de una hechicera, llega a Uruk, donde Gilgamesh lo espera para mantener una batalla con él. A pesar de la fuerza muscular excepcional de Enkidu, Gilgamesh consigue salir victorioso de la prueba organizada por los dioses.

Curiosamente, el héroe de Uruk se hace amigo de su adversario, que desde entonces se convierte en su inseparable compañero. Y así es como deciden llevar a cabo múltiples hazañas juntos, empezando por un combate con el monstruo Huwawa (Humbaba), del que saben, gracias a Enkidu, que vive en un bosque de cedros (¡árbol sagrado donde los haya!) y que hasta el momento nadie lo ha vencido.

Los rugidos de Humbaba son los del diluvio,

su boca es fuego,

su aliento es la muerte segura.

¿Por qué deseas emprender este viaje?

Humbaba es invencible.


(Epopeya de Gilgamesh)

Se inicia un combate terrible, tan violento que Shamash, el dios sol, se ve obligado a intervenir desencadenando un huracán para abatir al monstruo y acabar con el combate. Huwawa pide entonces perdón. Gilgamesh, por su parte, está dispuesto a perdonarle la vida, pero Enkidu se niega, y ambos héroes matan al monstruo decapitándolo con violencia, después de cortar también su cedro sagrado.[28]

Luego, los dos amigos vuelven a Uruk, donde la diosa Ishtar espera el regreso de Gilgamesh para seducirlo. Sin embargo, el héroe, lejos de sucumbir al inagotable encanto de la diosa, la rechaza: «Tienes demasiados amantes y todos han pagado muy caros tus favores».

Ishtar, furiosa por haber sido rechazada de ese modo, suplica a su padre, el dios An, que cree al invencible «Toro celestial» para que mate a Gilgamesh y destruya la ciudad de Uruk. An se niega al principio a cumplir los deseos desesperados de su hija, pero luego, amenazado por esta con ver resurgir el «Mundo de los Infiernos» a la superficie de la Tierra, acaba cediendo a su petición. Y así es como tiene lugar una terrible lucha entre el fabuloso toro y nuestros dos héroes, mientras la mayoría de los miembros de la ciudad quedan aterrorizados con sólo oír los rugidos del monstruo. Enkidu, no obstante, consigue atraparlo por la cola, mientras Gilgamesh lo atraviesa con su espada. Ishtar lo maldice al instante, pero Enkidu la injuria blandiendo el muslo del toro que acaba de arrancar.

Y es en ese instante cuando Enkidu atrae sobre sí mismo la maldición de los dioses, como evoca al día siguiente, después de un sueño:

He tenido un sueño esta noche:

el cielo tronaba,

la tierra le respondía

y yo estaba de pie entre ambos,

cuando un hombre de rostro sombrío

apareció ante mí.

Su rostro se parecía al de Anzou.

Sus uñas eran garras de águila.

Me desvistió

y me cogió entre sus garras,

me apretó y perdí el aliento;

transformó mi apariencia,

mis brazos se volvieron

alas de ave cubiertas de plumas;

me aferró, me apretó.

Me llevó hacia la morada sin retorno,

me llevó hacia la ruta sin retorno,

hacia la morada de la eterna oscuridad.


(Epopeya de Gilgamesh)

Enkidu, que cae misteriosamente enfermo esa misma mañana, víctima de la cólera de los dioses, muere doce días más tarde. Su amigo Gilgamesh llora por él – afirman los textos– durante siete noches y siete días enteros, queriendo resucitar con sus lágrimas a su fiel compañero, que al final recibe un magnífico funeral.

Viéndose totalmente impotente ante la muerte de su amigo, Gilgamesh toma conciencia de la importancia de la vida y desde entonces su único deseo es acceder a la inmortalidad. Recordando que Utnapishtim (Ziusudra), que se había salvado del Diluvio, vivía aún, decide ponerse en su busca.

Después de muchas tribulaciones,[29] a lo largo de las cuales conoce el miedo y penetra en el mundo subterráneo,[30] Gilgamesh acaba descubriendo un jardín paradisiaco cerca del cual conoce a una mujer (o más bien a una ninfa), Siduri Sabitu, a la que interroga para encontrar a Utnapishtim. La ninfa, con la intención de desanimarlo, se esfuerza en dirigirlo hacia los placeres de la vida, pero nada hace cambiar a Gilgamesh en su determinación de conquistar la inmortalidad. Siduri cede entonces ante una voluntad tan férrea y le permite atravesar las «Aguas de la Muerte» para encontrar a Utnapishtim. Este le intima a que pase la temible prueba de una vigilia continua de seis noches y seis días enteros, pero en ella, desgraciadamente, el héroe fracasa y cae en un profundo sueño. Nada más ser despertado por Utnapishtim, toma conciencia de su fracaso:

¿Qué puedo hacer, Utnapishtim? ¿Dónde puedo ir? ¡Un demonio ha tomado posesión de mi cuerpo; en la habitación en la que duermo habita la muerte, y donde voy, allí está la muerte!

Y, en el último instante, en que Gilgamesh se dispone a abandonar el lugar, la esposa de Utnapishtim convence a su marido para que entregue al héroe el auténtico «secreto de los dioses», el de la planta de la inmortalidad que se halla en el fondo de los mares. Gilgamesh, sin perder un instante, marcha a conseguir esa planta fabulosa y la encuentra buceando, sin dificultad. Una vez que la ha recogido, emprende el regreso. Al cabo de un tiempo, agotado, decide bañarse en una fuente, con la planta secreta en la orilla. Atraída por el suave olor que emana de ella, una serpiente sale del agua y se la lleva, perdiendo su vieja piel al marchar.

Cuando sale del agua, Gilgamesh se pone a llorar, al constatar que ha perdido la planta de la inmortalidad que tanto deseaba; esto demuestra, si cabía, que para los sumerios los héroes no pueden acceder a la inmortalidad y que la sabiduría está reservada a los dioses…

28

La simbología del árbol es importante en la tradición mesopotámica; pensemos en los mitos que rodean «al árbol plantado en las orillas santas del Eufrates», culto en relación con el del dios Enki, que, por otra parte, suele ser evocado en las tumbas reales de Ur. Como apunta Nell Parrot en su obra L’Arbre sacré, a propósito de su importancia en Mesopotamia: «No hay culto del árbol en sí; bajo esta representación se oculta siempre una entidad espiritual».

29

Tribulaciones de tipo «iniciático», en las que el recorrido del héroe sigue un determinado modo evolutivo tradicional.

30

Se trata de una especie de descenso a los Infiernos simbólico, de una interiorización del héroe, hasta lo más recóndito de su ser.

El gran libro de las civilizaciones antiguas

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