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ОглавлениеCAPÍTULO 3
Al judío primeramente
Las palabras de Pablo, “al judío primeramente”, son palabras que provocan respuestas diversas. Para algunos, son un grito de guerra en la lucha por crear el interés por los judíos, pero para otros son palabras que deben pronunciarse con mucho cuidado en caso de que ideas supremacistas surjan y se propaguen. Quiero comenzar retrocediendo un poco para ver las cosas en su contexto.
El Señor Jesús describió claramente a sus apóstoles su plan para la difusión del evangelio al abandonar esta tierra: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). Sus palabras han guiado e inspirado las estrategias misioneras desde entonces, produciendo declaraciones como: “No es realista mirar a lo lejos si no somos fieles y activos aquí donde estamos”. Es decir, comienza donde estás, en tu propia Jerusalén.
Ahora bien, eso está bien siempre y cuando no se pierda de vista la perspectiva más amplia de las palabras del Señor Jesús. Jesús no dijo comenzar en Jerusalén porque allí es donde estaban en aquel momento. Después de todo, la mayoría eran galileos, y ciertamente se habrían sentido más cómodos comenzando en la tierra de origen, lejos de Jerusalén, donde Jesús había sido crucificado. Siguiendo los criterios del sentido común, habrían preferido Galilea. Sin embargo, había algo en el sitio que Jerusalén ocupaba en los propósitos de Dios que hacía esencial el comenzar allí. Y lo mismo podría decirse de los propios judíos. Algo en cuanto a su posición en los propósitos de Dios hacía que su nación fuera la primera en oír el evangelio. Esa verdad también afectaría la primera predicación del evangelio más allá de los confines de la tierra de Israel, y es mirando a esa historia que comenzamos a entender por qué Pablo escribió que el evangelio es, en primer lugar, para los judíos y, después, para los griegos (Ro 1:16).
El ejemplo de Pablo
Pablo era el apóstol de los gentiles, pero sería comprensible que pensáramos que muchas veces se olvidaba de ello, porque a dondequiera que iba, acudía siempre primero a los judíos. Por ejemplo: su primer viaje misionero, que comenzó en Chipre: “Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos” (Hch 13:5). En Berea, durante su segundo viaje, leemos: “Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos” (Hch 17:10). Pablo siguió actuando así en su ministerio posterior en Éfeso: “Y llegó a Éfeso, y a ellos los dejó allí; mas él, entrando en la sinagoga, discutía con los judíos” (Hch 18:19). Por último, cuando llegó a Roma bajo arresto, lo primero que hizo fue dirigirse a los suyos: “Aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos” (Hch 28:17). El libro de los Hechos se cierra con la nota del apóstol de los gentiles haciendo un intento específico de alcanzar a los judíos. Lucas lo resume todo al describir la visita de Pablo a la sinagoga de Tesalónica: “Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres sábados discutió con ellos, basándose en las Escrituras” (Hch 17:2, cursivas mías). Hablando en la sinagoga de Antioquía, Pablo dijo: “Era necesario que la palabra de Dios os fuera anunciada primero” (Hch 13:46, cursivas mías). No se trataba simplemente de una brillante idea de Pablo como estratega inteligente, sino de una obligación que le era impuesta.
Las promesas de Dios
Cuando Pablo predicaba a los judíos, les anunciaba una promesa cumplida: “Y nosotros también os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a nuestros padres, Dios la ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús” (Hch 13:32-33). Nunca utilizó ese lenguaje con los gentiles. Para ellos, el evangelio era un llamado directo al arrepentimiento, porque Dios había pasado por alto sus pecados de ignorancia (Hch 17:30); no menciona promesa alguna que Dios les hubiera hecho. Es más, en Efesios, Pablo declara que los gentiles son, por definición, “extranjeros en cuanto a los pactos de la promesa” (Ef 2:12).
Las promesas en las que Pablo estaba pensando eran, obviamente, las hechas por Yahveh a Abraham, y que repitió y desarrolló tantas veces a través de los profetas: promesas sobre sus destinos nacionales, y promesas de un Salvador que los libraría de la maldición del pecado, promesas que vislumbraban la compasión de Dios por el mundo entero. En previsión de su cumplimiento, el salmista escribió: “Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (Sal 98:3). Para Pablo esto significaba que, como apóstol de los gentiles, él tenía la obligación de hablarles a los judíos primero.
¡Dios es fiel a sus promesas! Se asegura minuciosamente de que los receptores no sean ignorados, porque entonces él mismo sería infiel e incluso falto de amor. Como ejemplo, podemos imaginar una situación en la que se envían sendos paquetes idénticos a dos personas distintas. A una de ellas se le prometió un regalo y se le pidió que estuviera a la espera, pero la otra desconoce por completo que se le enviaría un regalo. Lo propio es que el remitente le haga saber al transportista que es prioritario entregar el paquete prometido primero y a tiempo. La reputación del remitente está en juego, y el receptor no debe dudar en ningún momento del amor y la fidelidad del remitente que le envía el regalo. Esa es la actitud que Dios tiene para con los judíos y es por eso que ellos han sido los primeros en oír. Pero imaginémonos —siguiendo este ejemplo— que el transportista no sigue las instrucciones, y la persona que está a la espera y atenta se da cuenta de que el regalo es entregado en otro sitio, y que no se ha hecho ningún esfuerzo por entregar el que se le había prometido primero y a tiempo. Valdría preguntarse si el otro paquete que tiene el transportista es o no el regalo prometido. En ese caso, los judíos habrían tenido motivos para cuestionar si Jesús era el Mesías, siendo sus mensajeros negligentes por no hablarles a quienes realmente lo estaban esperando.
“Al judío primeramente” ahora
Hay quien puede pensar que todo esto es muy interesante, pero que seguramente no es más que historia, y que tiene poca relevancia para la obra evangelizadora y misionera actual. Podría ser así si la posición prioritaria de Israel solo se mencionara en los evangelios y en los Hechos, pero si encontramos que las epístolas también insisten en ello, deberíamos pararnos a pensar. Las palabras “Al judío primeramente” de Romanos 1:16-17 nos desafían a que lo hagamos. Estas son las palabras de Pablo: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: «Mas el justo por la fe vivirá»”.
Este es el resumen del evangelio de Pablo, siendo el resto de Romanos esencialmente su exposición. Si tú mismo intentaras resumir el evangelio en dos frases –¿por qué no pararte e intentarlo en este momento?– me pregunto si incluirías la declaración “al judío primeramente y también al griego”. Creo que la mayoría de los cristianos evangélicos de hoy en día no lo haríamos. Pero lo cierto es que Pablo sí lo hizo, y por la muy buena razón de que expresó una verdad tan fundamental como las demás. Mencionar al judío y al gentil nos recuerda que el evangelio se basa en cómo ha obrado Dios en la historia y, en particular, con un pueblo, los judíos. El evangelio no es solo otro sistema más de ideas. La mención de los judíos también habla de que el evangelio tiene que ver con promesas hechas por Dios y que se han cumplido. “Al judío primeramente” es, por tanto, la esencia misma del evangelio.
Pero muchos se han olvidado de su importancia. Y, sin embargo, ¿quién pasaría por alto la importancia de las otras expresiones utilizadas por Pablo, como “justicia”, “fe”, “se revela”? Todos los cristianos se horrorizarían con solo pensarlo. Y, aun así, de algún modo, “al judío primeramente”, es para muchos algo de relevancia pasajera. Por tanto, si la historia y la promesa exigían, en los días de Pablo, que el evangelio fuera predicado primero a los judíos, que Pablo incluyera la frase “al judío primeramente” en su resumen de lo que es el evangelio como relevante en todo tiempo, tiene que afectar a nuestra predicación del evangelio ahora. El evangelio sigue siendo un mensaje arraigado en la historia y sigue siendo el cumplimiento de las promesas hechas a un pueblo, los judíos.
La siguiente vez que, en Romanos, Pablo utiliza la frase “al judío primeramente”, subraya que es “relevante para todos los tiempos”. Escribe sobre eso: “el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”, y las consecuencias para quienes no se arrepientan: “tribulación y angustia sobre todo ser humano que obra lo malo, el judío primeramente y también el griego” (Ro 2:5,9). Sea lo que sea que eso signifique en detalle, una cosa está clara: que los judíos están primero, porque los privilegios y las promesas de Dios están vigentes hasta el mismo día del juicio, y tendrán sus consecuencias en ese día.
El paradigma del final de Hechos
La forma en que acaba Hechos muestra que la prioridad sigue siendo la misma. El relato de Lucas cuenta la historia de cómo comenzó a cumplirse el mandato del Señor Jesús de predicar el evangelio en Jerusalén, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch 1:8). Su relato se acaba en Roma, con la historia inconclusa, pero mostrando que se sigue dando testimonio a todos, incluido un esfuerzo específico del apóstol de los gentiles para llegar al pueblo de la promesa, los judíos. La manera de terminar su recorrido en el registro de las Escrituras, el apóstol de los gentiles es claramente un modelo de cómo la iglesia debe continuar con respecto a las naciones del mundo. Es como si el Espíritu dijera: “Así es como debéis continuar con esta tarea”; tarea que implica que la iglesia alcance a las naciones, haciendo siempre un esfuerzo especial por alcanzar a los judíos.
En la actualidad las cosas no son del todo iguales
Lo de “al judío primeramente” sigue siendo relevante hoy, pero no podemos ignorar cómo ha cambiado la situación desde los días de Pablo. La obligación literal de ir primero a los judíos antes que a los gentiles se ha cumplido, y la comunidad judía ha tenido, en general, la oportunidad de asumir que Jesús es el Mesías. Los judíos de hoy no son un pueblo que ignore esto. La actitud de la sinagoga viene determinada por los dirigentes judíos, que han oído hablar de ello y han rechazado a Jesús como Mesías. Por tanto, no es posible entrar en una sinagoga, como hizo Pablo, y anunciar el mensaje de Jesús como si se tratara de noticias de última hora. Pero si nos distanciamos del panorama general, tendremos que preguntarnos: ¿qué pasa con las nuevas generaciones de judíos que han surgido, muchos de los cuales nunca han oído el evangelio de primera mano, sino solo una versión confusa y llena de prejuicios? Obviamente, no podemos decir que el mandato de llevar el evangelio a todo el mundo siga sin cumplirse hasta que hayamos buscado a cada judío o judía y lo hayamos compartido con él o con ella primero. Pablo no actuó así. Cuando Pablo regresaba a lugares que ya había evangelizado, no iba primero directamente a la sinagoga, como en su primera visita. Aun así, tampoco podemos decir que las palabras “al judío primeramente” ya no sean importantes para nuestra estrategia misionera cuando el pueblo de la promesa sigue aún vivo, necesita todavía el perdón de sus pecados y desconoce cómo obtenerlo. Consecuentemente, ¿qué significa todo esto en cuanto a la evangelización en nuestra iglesia y nuestra estrategia misionera?
“Al judío primeramente” y el testimonio de la iglesia local
En primer lugar, ver a los judíos como hijos de la promesa es una cuestión de perspectiva. No podemos tratarlos como si fueran un grupo étnico más, con su propia cultura. Son únicos porque son el pueblo al cual Dios hizo las promesas mesiánicas. Para ellos, el mensaje de un Salvador prometido es especialmente oportuno. El alma de su cultura apunta a una esperanza de salvación; toda su razón de ser es esperar esa salvación. La mayoría de sus días santos y fiestas fueron ordenados por Dios para enseñar el método y la meta de la salvación. Ninguna otra nación ha sido así creada y moldeada por Dios. Por eso Pablo, en Romanos 11:24 y en otro capítulo posterior, habla de ellos como las ramas naturales. Por esa razón, hay que presentarles a Jesús como el cumplimiento de aquellas promesas.
Una iglesia cercana a una comunidad judía, para alcanzar a los judíos de su barrio, ha de estar preparada y sensibilizada. Hay que esforzarse en instruir a la iglesia sobre el modo de predicarles siendo el pueblo de la promesa y, si nos lo tomamos en serio, capacitar de algún modo a alguien del liderazgo de la iglesia para que aprenda a predicarles a los judíos, responsabilizándose del testimonio de la iglesia a sus vecinos judíos. Deberíamos considerar que es un privilegio de Dios tener al pueblo de la promesa en el barrio de nuestra iglesia, y no algo incómodo. Yo seré el primero en admitir que hacer un esfuerzo especial así para alcanzarlos puede que traiga inconvenientes, pero no parece que Pablo dejase que algo así alterara su estrategia.
Esas iglesias deberían ver que tienen una oportunidad única de mostrar el “nuevo hombre” en Cristo (Ef 2:15). En su sabiduría, Dios ha dispersado al pueblo judío por todo el mundo, y especialmente por tierras donde oirán el evangelio. ¿No podemos verlo como parte del plan de Dios para salvar a algunos y lograr su propósito de crear un nuevo hombre en Cristo, compuesto por judíos y gentiles? Esas iglesias deberían entender que se trata de una oportunidad para algo glorioso, no como un problema a evitar.
A veces me pregunto si esta tendencia de ignorar a los judíos se debe a que algunos cristianos piensan que los judíos de hoy ya conocen el evangelio puesto que tienen el Antiguo Testamento. ¿Nos gozamos viendo al Mesías Jesús y la salvación en sus páginas, y por eso estamos seguros de que ellos también pueden verlo? Nada más lejos de la verdad. Por ejemplo, cuando les digo a amigos judíos que la muerte de Jesús satisface la gran demanda de sangre expiatoria enseñada en sus Escrituras hebreas, generalmente palidecen. No se les ha enseñado que aquellos sacrificios tuvieran ningún valor salvífico y no los vinculan con la sangre de Jesús. Creo también que, a algunos cristianos e incluso a líderes de la iglesia, les asusta la comunidad judía. Saben de la oposición que la comunidad judía puede levantar contra los intentos de evangelizarlos, y renuncian a hacerlo. A ninguno nos gusta ese tipo de conflictos, pero tanto nuestro Salvador como sus apóstoles anduvieron ese camino; y difícilmente podemos esperar que ahora sea distinto.
“Al judío primeramente” y la misión de la iglesia local
Globalmente, la iglesia aún está obligada a llevar el evangelio al judío primeramente y también al gentil. Si podemos teorizar por un momento, imaginemos a los líderes de una iglesia recién plantada sentados para discutir cómo hacer obra misionera más allá de su propio barrio. Su programa misionero es una hoja en blanco. Saben que son responsables de llegar a un mundo necesitado, pero la cuestión principal es a dónde ir o qué apoyar. Pero, retrocediendo un paso, ¿qué es lo que los hace ser conscientes de su responsabilidad? Es el mandato de Jesús el Mesías de ir a todo el mundo (Mt 28:19). También es lo que Pablo enseña: que, yendo, han de ir primero al judío. Quiere decir que han de reconocer que tienen la obligación de apoyar la obra entre los judíos, al tiempo que también buscan lo que Dios quiere que hagan en el mundo gentil. La estrategia ha de ser siempre doble, como lo fue la de Pablo hasta el final de Hechos. La conclusión es que las denominaciones eclesiásticas, o las iglesias locales independientes, son responsables al considerar la obra misionera, por participar en la evangelización de los judíos. Doy gracias a Dios porque muchos lo hacen, pero también me entristece que muchos no entiendan su responsabilidad. Puede que muchas iglesias sean celosas de la misión y envíen misioneros a todo el mundo y, sin embargo, se olviden por completo de los judíos. Es una omisión que hay que confesar y arrepentirse. ¿Y tú y tu iglesia, qué?
La oración por el pueblo judío en la vida de la iglesia
Cuanto estoy diciendo acerca de ir primeramente al judío, no habría sorprendido a algunos grandes hombres de Dios de generaciones precedentes. Por ejemplo, The Directory for Public Worship in the Westminster Confession of Faith (El Directorio para el Culto Público de la Confesión de Fe de Westminster) es una de las primeras y más completas declaraciones de fe y práctica escrita por protestantes, que fue creada por ministros británicos del evangelio reunidos en Londres en 1646 y es utilizada por muchas iglesias de todo el mundo. Hay un artículo que dice que cuando se ora por la venida del reino de Cristo, se debe mencionar de manera específica la conversión de los judíos. En la lista de motivos de oración está en primer lugar. Entre quienes escribieron aquel directorio se contaban algunos de los mejores y más capacitados predicadores y teólogos que jamás se hayan reunido para definir las enseñanzas de las Escrituras. No es poca cosa que llegaran a esa conclusión. ¡No hace falta ser muy imaginativo para entender cómo crecería el interés de los cristianos por la salvación de los judíos si cada predicador orara por su salvación cada domingo! Y esto no es solo para los predicadores; la oración habitual pública y privada de cada cristiano a favor de los judíos significa obedecer a esta enseñanza: “Al judío primeramente y también al griego”.
Peligros a evitar
La palabra “primeramente” en la frase “al judío primeramente” a menudo se entiende mal. No significa que los judíos tengan una espiritualidad innata que los haga distintos de los demás. Como dijo un ingenioso judío: “Los judíos somos como todo el mundo, solo que más”. Una simple lectura del Antiguo Testamento debería bastar para disipar cualquier idea de que el pueblo judío sea una nación de superhombres espirituales, aunque la idea persiste.
Con todo, hay quienes siguen pensando que los judíos no necesitan a Jesús el Mesías para llegar al cielo. Enseñan que los judíos tienen su propio pacto con Dios y que eso basta. Lo dicho por Pablo y Pedro debería ser suficiente para refutar tal idea: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 3:23); “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12).
Este mito de la espiritualidad innata de los judíos hace que haya cristianos que vean a los judíos que creen en Jesús como poseedores de un aura especial. Muchas veces me han dicho con un tono bastante efusivo: “¡Son tan maravillosos cuando se convierten! ¿no es cierto?”. Es muy interesante tener tradiciones nacionales y familiares cuyas raíces están en la revelación de Dios. Todo el mundo siente un atractivo natural hacia sus raíces, y las de los judíos están en la Biblia. Pero nada los hace de manera innata mejores seguidores de Jesús el Mesías. No existe un camino fácil que nos haga espirituales y que seamos una bendición espiritual para los demás; tal cosa es el resultado del crecimiento lento pero seguro en la gracia y que nace de la sumisión a la verdad de Dios. No dudo que sea importante y valioso tener creyentes judíos en la iglesia, pero no hay ninguna bendición automática que se derive de ello.
Otro peligro que resulta de exagerar la importancia de los judíos es el de menospreciar la iglesia. A la comunidad del nuevo pacto del Mesías, compuesta por judíos y gentiles, se la llama el cuerpo glorioso de Cristo, y eso es lo que es. Hay que evitar cualquier intento de minimizar su posición bíblica como cumplimiento y vértice del plan de salvación de Dios cuando se insista en el interés que Dios tiene por Israel. Según mi propia experiencia, he descubierto que esta tendencia en muchos de los que aman al pueblo judío suele ser lo que más desagrada a quienes comienzan a considerar estas verdades acerca de los judíos. Hay quienes creen que la iglesia nunca formó parte del plan del Señor, sino que recurrió a ella solo como una especie de Plan B cuando los judíos, como pueblo, no aceptaron a Jesús como el Mesías. En consecuencia, su plan de establecer un reino mundial, centrado en Jerusalén, quedó en suspenso, y la “era de la iglesia” se instituyó como fase intermedia hasta que él vuelva a establecer su reino milenario. Tal punto de vista presenta inevitablemente a la iglesia como mejor opción secundaria, y plantea serias preguntas acerca de la soberanía de Dios.
Dificultades y objeciones
Estoy seguro de que, a estas alturas, aunque espero haber respondido a la mayoría de las preguntas que surgen de este problema, algunos lectores habrán dicho varias veces: “Sí, pero…”. Sin embargo, me vienen al pensamiento otras dos preguntas que trataremos a continuación.
El período de transición de los Hechos de los Apóstoles
Hechos habla no solo de los comienzos del evangelio, sino también del singular período de cambio del antiguo pacto al nuevo. Hay cosas en los Hechos que pertenecen solo a ese momento de transición; por ejemplo, el que los creyentes judíos continuaran asistiendo fielmente al culto del templo. ¿Podemos decir lo mismo sobre lo de “al judío primeramente”? Para responder hemos de preguntarnos, ¿se enseña esta práctica o principio en las epístolas? Si es así, es vinculante hoy y no algo transitorio. Ya he demostrado anteriormente que lo de “al judío primeramente” se enseña claramente en las epístolas.
Cristo derriba la pared intermedia de separación (Ef 2:14)
Él lo hace en verdad. Pero es algo que sucede en Cristo cuando los pecadores creen en él. Sin embargo, la expresión “al judío primeramente” habla de judíos y gentiles mientras son inconversos, hayan o no recibido promesas de Dios. Espiritualmente hablando, el mundo no se divide simplemente en creyentes y no creyentes, pues el mundo no creyente, a la vista de Dios, se divide a su vez en judíos y gentiles, según escribe Pablo: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1Co 10:32).
Preguntas:
1.¿Por qué escribió Pablo que el evangelio se dirige “al judío primeramente”? ¿Se puede aplicar eso hoy?
2.¿Qué peligros hay en exagerar lo de “al judío primeramente”?
3.¿De qué modo reconoce tu iglesia que el evangelio va dirigido “al judío primeramente”?