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CAPÍTULO 7

El reino: entonces y ahora

“Por tanto os digo que el reino de Dios os será quitado, y será dado a una nación que produzca los frutos de él” (Mateo 21:47).

¡Inquietantes palabras! Palabras pronunciadas por Jesús durante su última visita a Jerusalén. Había entrado en la ciudad montado en un asno y muchos lo saludaron como Mesías, tendiendo sus ropas o ramas de palma en el suelo a su paso, gritando alabanzas y un saludo mesiánico: “Bienaventurado el que viene en nombre de Yahveh”. La emoción y la expectación llenaban el ambiente. Pero, sin duda alguna, su primera acción debió chocar a muchos: limpió un área del templo de sus mercaderes, volcó sus mesas y los echó de allí. Debió ser chocante, pero lo que presagiaba era más de lo mismo. Como era de esperar, los principales sacerdotes y dirigentes no lo dejaron pasar, sino que al día siguiente lo interrogaron diciéndole: “¿Con qué autoridad haces estas cosas?” (Mt 21:23). La respuesta fue una serie de advertencias a los líderes de Israel de que su actitud hacia él estaba llevando a la nación al borde de un precipicio, que acabaría en la pérdida del reino.

Advertencias a los dirigentes de Israel

Lo que nuestro Señor respondió a aquella pregunta se encuentra en Mateo 21:23-46 y tiene varias partes, pero lo que nos inquieta es su declaración amenazante: “el reino de Dios os será quitado, y será dado a una nación que produzca los frutos de él”. Su significado parece claro: Israel como entidad nacional, que vivía bajo el pacto mosaico, ya no sería el pueblo a quien pertenecería en exclusiva el reino de Dios en la tierra; otros habían de recibirlo –pero, ¿qué quiso decir exactamente? Al analizar este asunto más detalladamente, debemos señalar que las palabras iban dirigidas a los dirigentes judíos legítimos y, como tales, a aquellos a quienes representaban. Es una profecía dirigida a toda la nación, algo que subrayaremos cuando nos ocupemos de la palabra “nación”.

El reino de Dios

¿Qué es el reino de Dios? Literalmente, la expresión significa “el reinado de Dios”, y apunta a las personas sobre las que Dios gobierna, quienes se someten a él. Cuando Jesús dijo aquello, la nación de Israel era esa gente y en Romanos 9 Pablo enumera algunos de los efectos de tal posición: la revelación escrita de Dios, la manifestación visible de la presencia de Dios, sus pactos y promesas, una tierra donde habitar, y un medio para acercarse a él (Ro 9:1-5). Gran parte de ello era visible y tangible y todo parecía hecho para durar, pero ningún israelita habría esperado que las cosas siguieran exactamente como estaban, porque siempre se entendió que el reino tenía una dimensión escatológica: la esperanza de un futuro más glorioso de dimensión mundial. Uno de los oyentes de Jesús, al parecer un hombre de cierta importancia en la comunidad, le dijo durante una comida: “¡Dichoso el que coma pan en el reino de Dios!” (Lc 14:15). ¿Pero, como israelita, no estaba ya en el reino? Está claro que sabía que algo mejor había sido prometido para los días del Mesías.

La misma manera de hablar de Jesús acerca del reino expresa la misma idea de desarrollo. Con frecuencia usaba la expresión “reino de Dios” (o reino de los cielos), como si hablara de algo completamente nuevo, como si antes no existiera el reino de Dios en la tierra. Y, aun así, no era completamente nuevo, puesto que Jesús habló de él como algo que les había sido quitado, enseñando que el reino de Dios que anunciaba era, en realidad, el desarrollo de lo que Dios ya había establecido. En verdad, el nivel de cambio esperado bajo el Mesías fue tan grande que llegó a ser algo casi completamente nuevo, a pesar de ser el desarrollo de lo ya existente.

Jesús también habló del reino como algo todavía futuro. En su descripción del juicio final, se muestra diciéndole a su pueblo: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mt 25:34). El reino aún no ha alcanzado su gloriosa consumación.

En resumen, podemos decir que con la aparición del Mesías hubo un gran cambio. Dios había venido en medio de su pueblo, como había prometido. Con aquella gloriosa encarnación vinieron otros cambios. Las manifestaciones del reino de Dios habrían de ser menos visibles y tangibles, y más espirituales. Jesús le dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36), y el apóstol Pablo escribió: “porque el reino de Dios no es comida ni bebida [refiriéndose a la distinción de la ley entre limpio e impuro], sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro 14:17). Además, al reino se entra de otra manera, por regeneración, un nacimiento espiritual de lo alto (Jn 3:3), cuando antes era por nacimiento natural y circuncisión (o convirtiéndose en prosélitos). El cambio final vendrá con la segunda venida del Mesías, la resurrección del cuerpo para ser un cuerpo espiritual. Entonces el reino tomará su forma final, la cual, dice Pablo, “la carne y la sangre no pueden heredar” (1Co 15:50).

La nación del reino

¿A quién se refería Jesús cuando dijo: “el reino de Dios… será dado a una nación que produzca los frutos de él”? ¿Cuál es esa nación? Un breve análisis del vocabulario puede ayudarnos en este detalle. Ethnos y laos son las dos principales palabras utilizadas en el Nuevo Testamento para referirse a un grupo de personas. Aunque su significado se superpone, resaltan conceptos distintos, como se puede ver al usar ambas en la descripción completa que Juan hace de toda la humanidad en un verso como Apocalipsis 5:9, “… de todo linaje, lengua, pueblo (laos) y nación (ethnos)”. Ethnos, la palabra de la que se deriva “étnico” en español, casi siempre se traduce como “nación”, y se refiere a lo que llamaríamos comunidades nacionales (no necesariamente nuestros estados nación modernos), grupos humanos unidos por lazos de sangre, geografía, historia, cultura, etc. El Señor Jesús la usa para referirse a las naciones del mundo (Mr 11:17), y los dirigentes judíos la usaron para describir a los judíos (Jn 11:48:50). Laos es mejor traducido como “pueblo” y es un vocablo más genérico, que se suele usar para referirse a una multitud reunida con algún propósito, o un grupo al que une alguna experiencia común. Es significativo que se utilice ethnos en referencia a este nuevo grupo al que se le daría el reino porque podría haber sido laos. Podríamos haber esperado que Jesús indicara una próxima transferencia interna de poder a otro grupo de dirigentes dentro de Israel, por ejemplo, a los apóstoles, para lo que laos habría estado bien, mostrando una entidad que seguiría siendo claramente judía. Pero ethnos indica un cambio mucho más radical. En realidad, suena como si el reino fuera ahora de otro grupo étnico, digamos los griegos o los egipcios. ¡Es una barbaridad!

En otras partes del Nuevo Testamento, especialmente en los Hechos de los Apóstoles, vemos que el propósito de Dios de redimir al mundo entero se desarrolla incluyendo en una nueva entidad a los gentiles junto a los judíos creyentes. Entre los vocablos utilizados para designar a esta nueva entidad se encuentra “reino”, expresado de varias maneras. Por ejemplo: “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres” (Ro 14:17-18). Los creyentes en Jesús, judíos y gentiles, son el reino. A ellos se les ha dado el reino; son el nuevo ethnos, la nueva nación de la que habló Jesús.

Como hemos dicho antes, podríamos esperar que se hubiera usado laos, porque lo que une a estos judíos y gentiles es su fe en Jesús, pero si consideramos que esos creyentes también están unidos porque la persona divina del Espíritu del Dios viviente habita en ellos, entonces no nos sorprende que Jesús usara ethnos. Debido a tal privilegio, es una comunidad radicalmente distinta de Israel, y radicalmente distinta del mundo incrédulo que la rodea. Por eso, laos no es lo suficientemente fuerte y hay que hablar de ethnos.

Hay sitios en el Nuevo Testamento donde se usan ambas palabras referidas a la gente de este reino nuevo. El apóstol Pedro emplea ethnos y laos a la vez para designar a los creyentes en Jesús. Son “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa [ethnos], pueblo adquirido [laos]” (1Pe 2:9). Son un laos, vinculados por lo que creen, por la confianza, por la vida espiritual, etc., pero son tan diferentes de quienes están alrededor que se puede decir de ellos que son un ethnos, siendo la santidad lo que los distingue. Pedro está hablando de la ekklesia, la iglesia, aquella comunidad compuesta por todos los creyentes en Jesús, ya fueran judíos o gentiles; son un pueblo y una nación.13

Si hay algún lector que aún tenga dudas acerca de si la iglesia es la nueva nación del reino, puede ayudarle considerar que todas las características del reino bajo Moisés se ven, en la forma del nuevo pacto, en la iglesia. Israel fue llamado a ser el pueblo de Dios; fueron atraídos a un pacto con el Señor, recibiendo promesas y poseyendo una revelación escrita de Dios; igual que la iglesia. Así como Israel tenía un sacerdocio y conocía la presencia (shekinah) de Dios, la iglesia se acerca al Señor por medio del sacerdocio del Mesías, y la presencia de Dios está en medio de ellos por su Espíritu. Esto se ve especialmente por la forma en que el Nuevo Testamento se refiere a la iglesia como “el templo de Dios” (1Co 3:16; Ef 2:21) y como la “Jerusalén de arriba” (Gá 4:26). Estas expresiones muestran una clara continuidad entre la iglesia y la nación de Israel, siendo una el cumplimiento de la otra, pero también una nueva fase de la obra redentora de Dios en el mundo: el reino de su Hijo.

Una puntualización práctica, que yo haría aquí, es que los cristianos han de cuidar su vocabulario. Muchas veces, cuando los cristianos gentiles hablan de este cuerpo, la iglesia, lo hacen como si fuera un ente no judío. Es como si Jesús hubiera dicho: “El reino te será arrebatado (Israel) y entregado a los gentiles”, pero él no dijo tal cosa. Es un cuerpo compuesto de judíos y gentiles creyentes. Lo que Dios comenzó con Israel, lo ha ampliado para incluir a los gentiles. Al hacerlo, ha alterado su forma, pero no ha abandonado al pueblo judío.

Aunque todo este cambio se hizo según el plan predeterminado y el propósito de Dios, con todo, no podemos pasar por alto el elemento de juicio sobre Israel. El reino de Dios les fue quitado debido a su esterilidad, esterilidad vívidamente ilustrada en un incidente anterior al encuentro entre Jesús y los dirigentes judíos, la maldición de la higuera estéril (Mt 21:18-19). La nación en su conjunto no estaba dando fruto para Dios, puesto de manifiesto concretamente por su respuesta negativa al Mesías entre ellos. Naturalmente, muchos creyeron, y muchos continúan haciéndolo ahora, pero la mayoría no lo hizo, ni entonces ni ahora. Esta esterilidad atrajo el juicio de Dios.

Esta triste realidad se puede ilustrar comparando una iglesia verdadera de hoy con una sinagoga. Si quieres saber el camino de vuelta a Dios, cómo ser perdonado y cómo tener vida eterna, no escucharás en una sinagoga un mensaje que te explique esas verdades de acuerdo con las Escrituras. Hay muchas cosas hermosas en los cultos de la sinagoga, incluso hay mucha palabra de las Escrituras y muchas expresiones de la verdad bíblica, pero tiene Ichabod escrito por todas partes: sin gloria. Por el contrario, todo lo que tiene que ver con la salvación y con experimentar la presencia de Dios se encuentra en una iglesia del Nuevo Testamento. Allí se puede experimentar la salvación, Dios está entre su pueblo y reina como rey.

El pueblo de Israel en la actualidad

Entonces, ¿en qué posición deja todo esto a los judíos como pueblo en la actualidad? ¿Perder el reino significa perderlo todo, salvo que Dios salvará siempre a un remanente de entre ellos? Al contestar a estas preguntas, los cristianos tendemos a polarizar. Unos creen que lo han perdido todo, otros que todo les será devuelto cuando Jesús regrese. Sobre este tema quiero entrar en más detalles en un capítulo posterior, pero aquí simplemente me gustaría llamar la atención sobre la diferencia entre reino y pacto, porque creo que ayuda a evitar la polarización.

Reino y pacto

El reino ha sido quitado, pero el régimen del pacto de Israel permanece. Hemos citado antes Romanos 11:1, y lo volveremos a citar, pero vale la pena repetir que para que Pablo hable de un Israel incrédulo como “su pueblo [de Dios]”, es declarar inequívocamente que la relación de pacto sigue vigente. Más adelante, en el mismo capítulo, resalta que “los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”. Si preguntamos qué pacto, tiene que ser el de Abraham, según queda claro por las palabras de Pablo en el versículo 28, son “amados por causa de los padres”. Si nos preguntamos qué se entiende por dones y llamamiento, Pablo tuvo que estar pensando en los privilegios que enumera en Romanos 9:4-5.

El pacto abrahámico es el pacto de la promesa fundacional de Dios. Tanto el pacto Mosaico como el nuevo, podemos entenderlos como pactos administrativos, construidos sobre el pacto de la promesa hecha a Abraham, diseñados para administrar la promesa en sus dos diferentes situaciones. Quizás una ilustración imperfecta nos sirva. Es como si un arquitecto diseñara los cimientos para una casa pensando en dos estructuras. La primera estructura para las necesidades iniciales de una familia, a ser demolida en un momento determinado para dejar espacio a un hogar más grande y mejor cuando la familia crezca. Pero surge un problema cuando llega el momento de la demolición. Algunos miembros de la familia tienen claro que prefieren la primera casa y por eso construyen en una esquina de los cimientos algo que más o menos se le parece. El arquitecto no lo derriba y lo permite en su proyecto; aunque les advierte que, aunque su casa sobrevivirá, no durará mucho y tendrán que desalojarla y mudarse a la nueva casa si quieren estar seguros. Los cimientos representan el pacto abrahámico. La primera estructura es la dispensación del Pacto Mosaico, y la estructura final es la dispensación del Nuevo Pacto.

La casa con un parecido aproximado a la primera estructura es el judaísmo rabínico que sigue diciendo que los judíos son el reino de Dios en el mundo.

Lo que hay que señalar es que los cimientos permanecen. Sí, el pacto por el que Israel recibió el reino ha pasado, y con él el reino, pero el pacto hecho con Abraham y su descendencia permanece, lleno de promesas para Israel, especialmente la del Mesías y su nuevo pacto, al que se entra por fe.

Preguntas:

1.¿Cuál es la nación de la que se habla en Mateo 21:43? Demuéstralo con otros textos.

2.¿Qué en la vida nacional de Israel, bajo el Antiguo Pacto, mostraba que era el reino de Dios en la tierra? ¿Qué paralelos tiene con la vida de la iglesia del Nuevo Pacto?

3.¿Cómo podría repetirse el fracaso y la pérdida de Israel en la Iglesia? (Ver Ap 2-3).


13.Sé que hay quienes piensan que 1 Pedro fue escrita para judíos que creían en Jesús. No podemos entrar aquí en todos los pros y contras al respecto. Creo que podemos responder brevemente considerando 2Pe 3:1, que deja claro que los destinatarios de 1 y 2 de Pedro son el mismo grupo. Sin embargo, dirigiéndose a sus lectores en 2Pe 1:1 no emplea expresiones que podemos interpretar que se refieran específicamente a judíos, como la de “extranjeros, esparcidos”, de lPe 1:1, sino que se dirige a ellos como quienes han obtenido “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Ambas cartas fueron escritas como mínimo treinta años después de Hechos 2, cuando se habían fundado en el mundo gentil muchas iglesias compuestas por judíos y gentiles, y puesto que no hay prueba de que entre ellas hubiera iglesias judías separadas, no podemos imaginar que escribió solo para los judíos.

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