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CAPÍTULO 4

El olivo

¿Crees que los judíos son las ramas naturales o las silvestres? Si la pregunta te confunde, imagina entonces un árbol que representa a la iglesia del Nuevo Testamento, con sus propias ramas naturales y también con otras silvestres que le han sido injertadas. ¿Cuáles de ellas crees que representan al pueblo judío, las primeras o las segundas, las naturales o las silvestres? Para Pablo, los judíos son las ramas naturales y todas las demás son las silvestres. Yo mismo soy una de ellas. Pero me temo que muchos cristianos no ven a los judíos como las ramas naturales. Al parecer, la iglesia es la última organización a la que los judíos querrían pertenecer; entonces, ¿cómo podemos verla como su ámbito natural? Usando otra metáfora: la iglesia es el medio en el que más se sentirían como pez fuera del agua. ¿De qué se trata, pues? Para responder a esa pregunta, tenemos que pensar en el olivo de Romanos 11:16-24.

La figura del olivo

Pablo presenta esta ilustración como parte de su intención de mostrar en Romanos 11 que Dios no se ha lavado las manos con respecto al pueblo judío. Su metáfora del olivo es única en el Nuevo Testamento porque usa una figura para describir al pueblo de Dios, desde sus comienzos con el pacto de Abraham hasta su cumplimiento en el nuevo pacto. Otras metáforas, como la del cuerpo, la novia o el templo, pueden captar imágenes del Antiguo Testamento, pero no pretenden ilustrar la transición del Antiguo al Nuevo. Con el olivo, Pablo nos muestra un árbol que tiene raíz, savia y dos tipos de ramas: las naturales y las injertadas. Los judíos son las ramas naturales y los creyentes gentiles son las ramas injertadas (v. 24). Al tratar de entender su lenguaje aquí hemos de recordar que el pasaje va dirigido a cristianos de origen gentil (ver 11:17,24), en el que “vosotros” (o ustedes), a quienes se dirige, se refiere a aquellos que no pertenecen por naturaleza al árbol: los gentiles.

El árbol de partida es el pueblo de Israel antes de la venida de Jesús. Podemos pensar que la raíz son los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, los primeros receptores de las promesas de Dios. La savia representaría la bendición de Dios que fluía hacia los judíos por ser su pueblo. Hay quienes piensan que el árbol representa a Cristo, pero esa es una idea que emerge más de la lógica espiritual que del propio texto. No se hace mención de Cristo, sino que el texto se centra en el pueblo de Dios. Pablo declara que los judíos son las ramas naturales del árbol (Ro 11:21,24), por tanto, el árbol, en su origen, es Israel. Además, la idea de que Cristo es el árbol ignora que el propósito de Pablo es evitar que los cristianos gentiles se jacten frente a los judíos recordándoles que dependen de lo que Dios ha hecho a través de Israel. Sin duda, es Cristo quien nos otorga la gracia, pero Pablo no está hablando aquí de la fuente de provisión, sino del canal por el que se suministra la gracia de Cristo.

Sin embargo, hay un cambio que se produce con la llegada del Mesías. La fe en Jesús se convierte en la condición para permanecer en el árbol y recibir así la bendición del pacto con Dios (Ro 11:24). Los judíos que creyeron permanecieron en él, como Pedro, Santiago y Juan, y recibieron las bendiciones del nuevo pacto de Dios. Los judíos que no creyeron, la mayoría de la nación con el paso del tiempo, siguieron un curso diferente. Como rechazaron a las nuevas iglesias, y tras la destrucción del templo, fueron apartados de los medios de gracia de Dios; para ellos la savia dejó de fluir.

¿Pero, acaso no era tan importante y necesaria la fe antes de que viniera el Mesías? Si es cierto que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb 11:6), eso quiere decir que las cosas no han cambiado tanto, ¿no? Claro que sí, pero también tenemos que recordar que, según el antiguo pacto, un israelita podría carecer de fe y, sin embargo, seguir siendo realmente alguien perteneciente al pueblo del pacto de Dios, por nacimiento natural. La gente era cortada del pueblo solo por un número limitado de pecados graves. Mientras un israelita evitara cometerlos, él o ella podían carecer de una fe salvadora y, aun así, disfrutar de algunas de las bendiciones temporales del pacto de Dios, como buenas cosechas, liberación de los enemigos y un código moral sublime; cosas de las que era beneficiaria toda la nación. Claro que, tratándose de experimentar bendiciones espirituales y tener vida eterna, la fe en el camino de salvación de Dios era esencial. Si consideramos los reinados de David y Salomón, cuando toda la nación experimentaba gran bendición de parte de Dios, seguro que habría muchos de ambas categorías. Un ejemplo claro sería el de Nabal y su esposa Abigail (1Sa 25). Parece que él carecía de la verdadera fe, pero ella sí la tenía de manera clara; aun así, ambos conocían las bendiciones temporales de Dios como parte de la gracia de su pacto con toda la nación durante los reinados de Saúl y de David.

En su día, Jesús fue la clave que evidenció a cuál de esas dos categorías pertenecía cualquier judío. La fe en él era lo que distinguía el trigo de la paja. Algunos, como Natanael, pasaron sin problemas de una fe del Antiguo Testamento a una fe del Nuevo Testamento, sin pasar nunca por una fase de ruptura; aquella fue una generación única. Pero otros, al rechazar a Jesús, demostraron que nunca tuvieron una fe viva y terminaron perdiendo incluso la que tenían.

Y entonces los gentiles comenzaron a oír y a creer. Por fe vinieron a ser miembros del pueblo de Dios y comenzaron a recibir su bendición. Pablo dice que es como si hubieran sido injertados (Ro 11:17). Por nacimiento eran ramas de un olivo silvestre, pero ahora, por el nuevo nacimiento, habían sido injertados en el buen olivo (Ro 11:24). El olivo silvestre representa la cultura pagana con todas sus falsas enseñanzas sobre Dios y la vida, produciendo vidas que no llevan fruto para Dios. El remedio de Dios no es inyectar la verdad en su cultura para que ese pueblo se convierta en el pueblo de Dios; no, sino que los introduce en lo que para ellos es un pueblo nuevo, unido por lazos espirituales, con una nueva cultura espiritual, aunque es una cultura que ha estado desarrollándose durante muchos años. Este pueblo tiene un nombre nuevo, la iglesia, los convocados, convocados de entre las naciones y de Israel.

Claro que hay que señalar que al decir que los gentiles que creen son introducidos en un nuevo pueblo y cultura espiritual, preexistente, no estoy sugiriendo que esa nueva cultura espiritual sea la ley de Moisés. Jesús el Mesías ha inaugurado un nuevo pacto para el pueblo de Dios, y sus condiciones y requisitos para quienes creen son diferentes de los del pacto mosaico, sean judíos o gentiles. Pero hay que decir que la ley de Moisés no ha desaparecido, como escribió Pablo: “Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros” (Ro 8:4). La vida cristiana sigue rigiéndose según los rectos principios de la ley de Moisés. Entonces, el árbol en el que se injertan los gentiles puede parecer otro, pero es esencialmente el mismo árbol. Los gentiles participan en todo lo que Israel había recibido de Dios a través de su verdad, sus promesas y su presencia; y, además, la plenitud de todas esas cosas en las bendiciones del reino del Mesías.

Para concluir nuestro estudio del olivo, el tema final que Pablo menciona es el injerto de nuevo de los judíos creyentes de generaciones posteriores. Pablo escribe: “Dios puede volverlos a injertar” (Ro 11:23). La frase “volverlos a injertar”, puede sonar rara. ¿Si los judíos de las generaciones posteriores eran los desgajados, cómo pueden ser injertados otra vez? Esta manera de hablar muestra cómo Pablo ve la continuidad del Israel de hoy con el Israel de antaño. Hay una realidad práctica en esa continuidad que le permite a Pablo hablar de la conversión de los judíos como de un injerto en su propio olivo.

Continuidad y consecuencias para Israel

Todo lo anterior tiene consecuencias para los judíos que no creen, sin las que no se pueden entender las ramas cortadas ni su historia posterior. Han seguido siendo un pueblo con una identidad étnica y una religión nacional y siguen siendo “amados por causa de los padres” (Ro 11:28). Los judíos nacidos en la actualidad son criados en una religión que externamente se parece a todo cuanto Dios le dio a Israel bajo el antiguo pacto. Por ejemplo: la creencia en el único Dios verdadero; el respeto a la ley y a los profetas; la celebración del sábado y de fiestas como la Pascua; un tiempo de arrepentimiento como el Día de la Expiación; y la esperanza en la promesa del Mesías y de la vida después de la muerte. Tiene sus bellezas, pero es la belleza de una concha vacía que cuando se mira dentro decepciona; no hay salvación. Es difícil imaginar peor consecuencia.

Pero esto no debería llevarnos a descartar o ignorar algunos efectos valiosos que el judaísmo ejerce sobre los judíos, efectos derivados de la influencia de las Escrituras del Antiguo Testamento, así como de las tradiciones de los rabinos. Muchos de los ritos y ceremonias religiosas del judaísmo ejercen un efecto ennoblecedor y aportan humildad al espíritu humano. La insistencia judía en la justicia, la moral y la caridad; ha beneficiado a los judíos y a otros a lo largo de la historia. La nación judía puede ser una rama desgajada, pero no destruida. Ha seguido teniendo una vida cultural propia y una religión única. Se han desviado de Moisés, pero no tanto como para que ya no se las pueda considerar como las ramas naturales. Hay una continuidad que tiene muchos beneficios.

Aunque los líderes judíos rechazan de manera permanente al Mesías Jesús, sin embargo, por la gracia de Dios, muchos creen. Para la mayoría de los judíos, parece un acto extraño, e incluso algunos cristianos ven a un judío que cree como un pez fuera del agua; pero para Pablo no es así, para él son injertados de nuevo. Han hecho lo propio, por decirlo así; han vuelto a casa. ¿Cómo sucede eso en la vida real? Eso variará según el grado de influencia de la religión y de la historia judías en cada individuo, pero lo normal es el que sigue. Si tenían dudas, ahora ya están seguros de que la historia de su nación realmente es la historia de Dios. El lejano Dios de sus padres se ha hecho cercano, las promesas que les hizo han cobrado vida, experimentan la expiación de la que tanto se hablaba, la ley está en el corazón y ya no es una carga, y el Mesías ha venido a ellos. Estos son temas judíos esenciales, por lo que no es sorprendente escuchar a un recién convertido judío exclamar: “¡Ahora me siento de verdad judío!”. El árbol dio origen a su pueblo y ahora están de vuelta en él.

Hay quien ha dicho: “Cuando Dios quita el velo del corazón de los judíos, la sinagoga se convierte en iglesia”. Aunque eso no es del todo cierto, porque algunas enseñanzas del judaísmo no son bíblicas y hay que rechazarlas, pero resalta algo básico que no puede decirse de otra gente y de su religión.

Algunas conclusiones

1.Un pueblo, distintas dispensaciones

Solo hay un árbol. A lo largo de la historia solo ha habido un pueblo de Dios. Él no comenzó con un grupo, después lo rechazó y volvió a comenzar con otro. Las diferencias aparentes de su pueblo a través de la historia de la redención son debidas a que ha gobernado sobre ellos con diferentes dispensaciones o pactos. La dispensación final, antes de la gloria misma, es el nuevo pacto del Mesías. El nuevo pacto no significa el rechazo de todo lo anterior, un comienzo totalmente nuevo, por así decir. Tampoco es una entidad gentil, como si Dios hubiera decidido darle la espalda a Israel. Es el cumplimiento de todo lo precedente. Es la teología del cumplimiento. O, si queremos tener en cuenta la terminología del olivo, se trata de la teología del injerto. Dios no desarraiga ni recoloca. Hay continuidad en todos sus propósitos.7

A algunos cristianos, lo que he escrito no les parece continuidad en absoluto, sino más bien desarraigo y recolocación. Miran las promesas del Antiguo Testamento hechas a Israel y concluyen que un día habrá un reino terrenal restaurado para los judíos, con el Mesías reinando sobre ellos en la tierra de Israel. Leen pasajes como los dos primeros capítulos de Lucas, donde israelitas creyentes como María, Zacarías y Simeón hablan de Jesús heredando el trono de David e Israel sirviendo a Dios en paz sin temor a los enemigos. ¿No apunta todo esto a un reino terrenal? ¿No es esa la verdadera continuidad? Si es así, sería justo decir que esos primeros creyentes deben haber sufrido una decepción por la forma en que resultaron las cosas; o aprendieron a ver las cosas de otra forma.

Podemos decir tres cosas. En primer lugar que, aunque sus esperanzas de bendición bajo el Mesías eran claras, personas como María, Zacarías y Simeón no dicen mucho sobre cómo veían ellos las cosas en detalle. Algunas de sus ideas sobre el tema podían estar equivocadas, aún tenían su esperanza de salvación claramente puesta en el Mesías. Los apóstoles tenían que ser constantemente corregidos por Jesús con respecto a sus ideas del reino.

En segundo lugar, podemos decir que algunos aspectos de las promesas hechas para los días del Mesías se cumplirán en los nuevos cielos y la nueva tierra; la paz perfecta y la seguridad en el servicio a Dios nunca ocurrirán en este mundo caído y pecaminoso. Siempre habrá oposición y persecución.

En tercer lugar, el gobierno del Mesías sobre el trono de David es una realidad espiritual que está presente ahora en la iglesia de judíos y gentiles. Los cristianos no debemos dejarnos seducir por la terminología del Antiguo Testamento para pensar que el cumplimiento tiene que tener exactamente la misma forma que su original davídico. En su sermón del día de Pentecostés, Pedro dice que Jesús ha resucitado para sentarse en el trono de David (Hch 2:30), pero entiende que el trono de Jesús está ubicado en la gloria, a la diestra de Dios (Hch 2:33-34). El reino de David ha cambiado de forma para convertirse en el reino espiritual y universal de Cristo, compuesto por judíos y gentiles, viviendo bajo un nuevo pacto, pero manteniendo la misma entidad a los ojos de Dios. Me parece que los cristianos que tienen dificultades para aceptar este cambio suelen pensar que Israel sale perdiendo porque no tiene un reino terrenal de paz en la tierra prometida. Parecen pasar por alto que la aparición del Mesías en medio de Israel, las bendiciones de su enseñanza, su expiación y resurrección, y la plenitud de su Espíritu, es el punto culminante de la gracia de Dios para con ellos. Es algo infinitamente superior a un reino terrenal.

Dos ilustraciones pueden ayudarnos a aclarar todo esto; una subraya la forma; y la otra, la vida y el esplendor. Alguien compró en mi barrio una casa unifamiliar bastante normal con el fin de transformarla a una propiedad como tres veces mayor. Sin embargo, la ampliación tenía que estar en consonancia con el carácter de lo existente. No parecía que los dos objetivos fueran compatibles y era un misterio saber qué acabaría siendo aquello. Ahora que ya está terminado, puedo pensar que una persona nueva en el vecindario podría a primera vista tener dificultades para imaginar el original, pero para quienes han visto ambas estructuras, está claro. Igual pasa con la iglesia. Puede que un recién llegado desconozca los orígenes espirituales y la historia de la iglesia, pero los mejor informados pueden ver cómo su forma viene determinada por lo que había antes. O pensemos en cómo cambia una mariposa partiendo de la crisálida y la oruga. Es una metamorfosis: la sustancia es la misma, pero cambia la forma. Es una ilustración perfecta del desarrollo del pueblo de Dios: siempre uno, siempre vivo, cambiando a veces, para alcanzar finalmente una forma que supera todas las expectativas. Tanto es así, que es excusable que pensemos que el final es algo muy diferente, aunque no lo sea. Cada etapa tiene su gloria, pero la gloria de la etapa final es tal que la de las otras parece nada en comparación (ver lo que dice Pablo en 2Co 3:7-11.) Pero todas forman un todo.

2.A los cristianos no judíos: ¡No te jactes contra los judíos!

El fin de las palabras de Pablo en Romanos 11: 17–22 es pastoral, y va dirigido a los cristianos de trasfondo no judío. Debe haberse dado cuenta de que, en algunos de los cristianos de Roma, se estaba desarrollando cierta actitud malsana hacia los judíos y quería corregirla. Su amonestación de no jactarse contra las ramas naturales por el hecho de haber caído indica que algunos cristianos de trasfondo gentil estaban abrigando sentimientos de superioridad sobre los judíos (Ro 11:17-18), porque ellos habían creído y los judíos no.

Parece que estaban intentando justificar de alguna manera esta jactancia apelando al propósito soberano de Dios: “las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado” (Ro 11:19). Pero estaban malinterpretando esa verdad para poderse sentir ellos superiores. Pablo les recuerda inmediatamente dos cosas, en primer lugar, que son personas a quienes se está ayudando, beneficiarias de los propósitos de salvación de Dios por medio de Israel. En segundo lugar, les recuerda que la fe es lo que les permite estar en el árbol. Los gentiles no están dentro por ser gentiles, y los judíos no están fuera por ser judíos.

Además, Pablo quiere desinflar la arrogancia gentil señalando que el pueblo judío puede llegar a la fe de modo más directo que los gentiles. De ahí que se diga “cuánto más” respecto de los judíos (Ro 11:24). Para los gentiles, la fe se asemeja a una rama silvestre que se injerta en un árbol ya cultivado; lo cual no es lo normal o, como dice Pablo, no en lo natural. En la naturaleza, simplemente daría aceitunas silvestres. Si un agricultor quiere más aceitunas buenas ha de injertar una rama de un árbol bueno en un árbol silvestre. La tentación sería pensar que Pablo tendría que haber elegido una mejor ilustración, pero es evidente que eligió ésta precisamente porque resalta la dificultad que tienen los gentiles para convertirse. Tienen que salir fuera de su hábitat natural, por decirlo así. Los judíos no tienen que salir; lo que tienen que hacer es volver. Es algo muy diferente, que llevó a Pablo a decir: “¿Cuánto más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?”. Cuando Dios decida ejercer su gran misericordia hacia Israel, ¡imaginemos cómo será la vuelta a casa!

Es importante recordar que aquí Pablo se está dirigiendo a cristianos de verdad, cristianos que hablaban de los judíos, o a los judíos, con este espíritu arrogante. Es algo que ocurre en las iglesias evangélicas actuales, y con lo que todos hemos de tener cuidado. Hoy se manifiesta sobre todo en una cierta actitud negativa hacia el Estado de Israel, y que parece no soportar que los judíos se fortalezcan de nuevo. La amonestación de Pablo está incluida en Romanos 11 porque el Espíritu de Dios sabía que sería un problema recurrente. Todos estamos en pie por la fe; pero no es fe en nuestra fe, sino en el único que nos salva: el Señor Jesús. No tenemos nada de lo que jactarnos. ¿Cuál es tu actitud hacia los judíos?

Claro que el deseo de todo cristiano ha de ser que Dios manifieste su poder de modo que los judíos se vuelvan a él, que se quite el velo y que crean. A este proceso contribuye enormemente el que los cristianos eviten cualquier actitud arrogante, que se arrepientan de ellas si las tienen y que valoren que la revelación que Dios dio primero a los judíos constituye las raíces de su fe.

Preguntas:

1.¿Qué representan los diferentes elementos de la ilustración del olivo de Pablo?

2.¿Por qué dice Pablo que el que los gentiles se conviertan en cristianos es “contra la naturaleza”?

3.¿De qué manera los judíos son hoy las “ramas naturales”?

4.El olivo de Pablo nos habla de una metamorfosis. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo nos permite esto entender el lenguaje utilizado por los profetas de Israel para describir el reino del Mesías?


7.Hay un punto de vista reciente en la historia cristiana que no alcanza a ver esta continuidad. Por el contrario, ve una discontinuidad fundamental al no ser Israel capaz como nación de aceptar a Jesús como el Mesías. Esta discontinuidad es que el plan de Dios para establecer un reino en la tierra, con Jesús como rey en Jerusalén, debido a la incredulidad de Israel, sufre un retraso hasta que Jesús regrese; como consecuencia, se ha establecido la iglesia de judíos y gentiles. Según este punto de vista, al no ser ese el plan original de Dios, la iglesia de judíos y gentiles no está prevista en ninguna parte del Antiguo Testamento. Tal afirmación es arriesgada y no tiene fundamento. Aunque sin duda es verdad que la iglesia, en su desarrollo tal como lo observamos hoy, no se enseña con detalle en el Antiguo Testamento, pero el debate de Jerusalén en Hechos 15 (especialmente vv. 6 a 21) deja claro que estaba prevista. La propia necesidad del debate resalta que la enseñanza del Antiguo Testamento no estaba totalmente clara. Pero los apóstoles encontraron la respuesta en el Antiguo Testamento. Discutían si los nuevos convertidos gentiles tenían que ser circuncidados y guardar la Ley de Moisés, y en el transcurso de la discusión, Santiago afirmó claramente que lo que Pedro había contado sobre que los gentiles habían creído y se habían convertido en pueblo de Dios fue predicho en Amós 9:11,12. Lo que Pedro y Santiago respondieron demostraba que aquello novedoso que había sucedido delante de sus propios ojos formaba parte del plan de Dios, tal como lo predijeron los profetas. Fue anunciado en el Antiguo Testamento, y citaron a Amós como prueba de ello. No hay discontinuidad. En ocasiones se recurre a Efesios 3:1-7 para argumentar que el Antiguo Testamento no dice nada de una Iglesia de judíos y gentiles, pero esto es una mala interpretación del pasaje. En los versículos 5 y 6, Pablo en realidad enseña que el que los gentiles vinieran a ser coherederos del mismo cuerpo no se había dado a conocer en épocas anteriores como se dio a conocer entonces a los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. Pero eso no significa que fuera algo desconocido para el Antiguo Testamento, solo que no estaba tan claro. La palabra que importa aquí es “como”. Si Pablo hubiera usado “pero”, entenderíamos que se trataba de una revelación completamente nueva; “como” indica que había sido revelado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aunque de manera mucho más clara en el Nuevo. Pablo lo subraya al describir todo este asunto como un “misterio”. En el Nuevo Testamento, un misterio no es algo de lo que nunca se haya oído hablar antes; es algo que está en las Escrituras, pero que ahora una luz lo ilumina para que podamos entenderlo con claridad. Otro ejemplo es Romanos 11:25-26 en donde Pablo ciertamente cita el Antiguo Testamento para subrayar la verdad de un misterio que él está sacando a la luz.

Temas judíos en el Nuevo Testamento

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