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3. LAS COMUNIDADES COMO SUJETO Y ACTOR DE LOS PROCESOS DE TRANSFORMACIÓN

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Para entender la comunidad debemos profundizar en la noción de territorio, ese constructo social, cuyas fronteras están marcadas por elementos culturales, sociales, ambientales, económicos, administrativos, legales y comunitarios, y que condiciona las relaciones e intereses de los sujetos (Rojas, 2013). En todo caso el territorio está atravesado por el conflicto que se teje a partir de la definición y búsqueda de satisfactores para las necesidades sociales de los/as vecinos/as. Sin duda, la crisis sanitaria de la COVID-19, que corona otra larga crisis socio-económica iniciada en 2008, ha provocado una redefinición del territorio mediante un mecanismo de repliegue al barrio. Ello ha dado lugar a un proceso de resignificación del conflicto, pero también a la emergencia de respuestas innovadoras en torno a la noción del cuidado desde una perspectiva colectiva. Se ha observado la emergencia de nuevas lógicas de acción colectiva y de redes organizativas que canalizan los cuidados a nivel comunitario. Todo ello tiene un impacto a nivel de las subjetividades, pero también en la noción de ciudadanía (Marchioni, 2013; Pastor Seller, 2017). Podemos pensar que la ciudadanía se teje en relación a dos ejes: por un lado, el eje de los derechos y la pertenencia a una comunidad política; por otro, el eje de la participación y la pertenencia a una comunidad social, es decir, el protagonismo en la construcción del espacio público societal, el desarrollo de una identidad colectiva y, en sentido amplio, los contornos mismos de la democracia a partir del trabajo en los espacios colectivos.

A partir de la fuerte crisis que venimos soportando, nos encontramos en un escenario en el que cabe reflexionar respecto a dos tendencias contrapuestas en ambas dimensiones de la ciudadanía: de retraimiento y expansión de la ciudadanía, En primer lugar un proceso de retraimiento en el eje de derechos-pertenencia, caracterizada por la pérdida de titularidades pero sobre todo por el deterioro en las provisiones, ya sea por las dificultades económicas para acceder a ellas vía mercado, o por los ajustes realizados por el Estado en materia social, lo que inevitablemente arroja profundas consecuencias en las condiciones objetivas de vida. Pero también, y en contraposición, observamos una expansión del eje participación-pertenencia comunitaria que ha llevado a los sujetos a inter-venir en el espacio sociopolítico más allá del ámbito electoral. Así pues, y de forma paradójica surgen nuevos actores y novedosas formas organizativas para dar respuesta a las necesidades colectivas y, en sentido amplio, los contextos de fragmentación del vínculo con la comunidad política de referencia y la fragilización social, producto del adelgazamiento del Estado de Bienestar.

En este sentido cabe profundizar en los contornos de este proceso pues visibilizando estas organizaciones (y/o reacciones) de la sociedad civil es también como el Trabajo Social aporta a promover la transformación social mediante el fortalecimiento de la solidaridad. Y para ello entendemos que debemos analizar las nuevas lógicas de acción colectiva y la objetivación de las redes de solidaridad que se tejen en el territorio y que van dando lugar a nuevas respuestas ciudadanas o resignificando las existentes.

Trabajo social digital frente a la Covid-19

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