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CAPÍTULO 2 Los descubrimientos de Pedro
Оглавление“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Estudiando la Biblia diariamente, Pedro fue descubriendo un nuevo mundo espiritual, además del nuevo mundo geográfico que se abría delante de él. Grandes verdades impactaron su mente y el Señor le daba nueva luz cada día.
La promesa del regreso de Jesús. En el Evangelio de Juan, Pedro descubrió: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay[…] voy, pues, a preparar lugar para vosotros. […] Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3).
La santidad del sábado. En Éxodo 20, al llegar al cuarto mandamiento de la Ley de Dios, Pedro leyó: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día y lo santificó” (Éxo. 20:8-11).
El purgatorio no existe, y el infierno tampoco. Sorprendido, Pedro comprobó: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado […]” (Gén. 3:19). “Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben […]” (Ecl. 9:5).
Cuando Jesús vuelva, ¡los muertos resucitarán! Al leer al apóstol Pablo, Pedro descubrió una promesa esperanzadora: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16, 17).
La Tierra Nueva será la morada eterna de los redimidos. A medida que avanzaba en el estudio de la Biblia, Pedro seguía descubriendo increíbles verdades: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva […]. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:1, 4).
¡Qué verdades maravillosas descubrieron en la Palabra de Dios! Tan profundas y poderosas que habían transformado las vidas de su hermano Andrés y de Marcelina.
Pedro también se convirtió y fue bautizado para integrarse a la feligresía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. ¡Salvado para servir! Entonces surgió en el corazón de Pedro un nuevo deseo: ¡Ser misionero! Cuando manifestó su deseo, la respuesta que recibió fue:
–Tienes que ir a estudiar al Colegio Adventista del Plata, en Puiggari, Entre Ríos.
–Y ¿cómo llegaré? –preguntó Pedro.
Le explicaron:
−Debes ir a Rosario, allí tomas el barco hasta el puerto de Diamante de donde sale un tren que pasa por Puiggari.
Eso fue lo que hizo, pero al llegar al puerto de Diamante preguntó por el tren para viajar a Puiggari y alguien le contestó:
–El tren va por esa vía, pero a esta hora no hay tren.
“Pues a falta de tren, las piernas pueden hacerlo”, se dijo Pedro, y comenzó a caminar livianamente por las vías, ya que su único equipaje era una pequeña bolsa que llevaba al hombro con su ropa y su Biblia. Y llegó a Puiggari, entonces una zona totalmente rural. Unos pocos kilómetros más y allí estaba el Colegio Adventista del Plata. Su presentación fue concisa y contundente:
–Vengo a estudiar, porque quiero ser misionero -dijo convencido.
Con 24 años de edad, su único antecedente académico era el cuarto grado de la escuela primaria, por lo tanto, debía completar la educación elemental. Así que se inscribió en la escuela primaria. Cuando formaban fila después del recreo para entrar en el aula, sus compañeros, los niños de la escuela, lo miraban y se reían. Él, sin inmutarse, les decía:
–Ríanse no más, mi padre era más alto que yo.
Pedro no tenía dinero pero sí un ideal, espíritu de trabajo y constancia. Durante los veranos vendía libros misioneros y así ahorraba lo necesario para seguir sus estudios.
Por ese entonces conoció a una bonita muchacha que estudiaba magisterio. Se enamoraron, y después que ambos se graduaron, Pedro y Elvira Rode se casaron. Recién casado y recién graduado, Pedro fue nombrado director de colportaje y comenzó a liderar la venta de Biblias y libros cristianos en la Misión del Alto Paraná, que abarcaba Corrientes, Chaco, Misiones, Formosa y el Paraguay, y tenía su sede en la capital de Corrientes.
Allí vivía este matrimonio de misioneros, cuando en agosto de 1927 nació su hijo Pedrito, más exactamente Pedro Daniel Tabuenca Rode, pero conocido desde entonces como Pedrito, para diferenciarlo de Pedro, su padre. Pedrito era yo.
Andrés y Marcelina, estando en la Argentina tuvieron también otros hijos: José, Juan y Luis. José y Juan fueron pastores en la Iglesia Adventista, y Luis llegó a ser un médico muy querido en Paraná, la capital de Entre Ríos.
José fue director del Colegio Adventista del Plata, en Puiggari, luego presidente de la Unión Austral, con sede en Buenos Aires. Juan fue pastor de viarias iglesias en Argentina y Montevideo, República Oriental del Uruguay. También fue presidente de la Asociación Argentina Central que entonces tenía su sede en Paraná, y finalmente docente de Psicología Pastoral en la carrera de Teología de la que hoy es la Universidad Adventista del Plata.