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13 DARROW Llanuras de Caduceo
ОглавлениеLa puerta de mi trampa se cierra de golpe.
La tormenta está aquí.
El día se ha convertido en noche. Las negras nubes de borrasca salen a toda velocidad del mar para cegar a su armada. Los relámpagos rompen el cielo e interrumpen las comunicaciones entre sus equipos de aterrizaje, sus drones y el apoyo orbital. Los vientos se arremolinan y chocan desde múltiples ojos de tormenta. Derriban los alas ligeras y las embarcaciones que aterrizaban como si fueran juguetes. Su primera ola está atrapada bajo la tormenta. La segunda queda masacrada en su interior. La tercera no se atreve a descender.
Orión me ha proporcionado mi ventaja.
Voy a aprovecharla al máximo.
Cinco mil Drachenjägers avanzan con estrépito hacia Tyche con un cincuenta por ciento más de caparazones estelares montados a sus espaldas. Más supervivientes han acudido a nuestro encuentro y aumentado nuestras filas. Cruzamos por los famosos latifundios de flores de Mercurio. Nuestros pies de titanio pisotean hileras ordenadas de rosoles. El polen de las flores pinta de dorado las patas metálicas y con garras. Desde mi posición en el mecanismo de Rhonna, atisbo naves que luchan contra los fuertes vientos.
Mis columnas vallan la carretera en un solo salto y se dividen para formar cuñas. Esta no es su primera onda expansiva.
El enemigo se encuentra más adelante. Toda una división —cuatro legiones— han tocado tierra entre Tyche y las Llanuras de Caduceo. En la penumbra, miles de naves estampadas con los martillos dorados de los Votum descargan hombres y máquinas de guerra en los ondulantes campos de lavanda. Tenían la intención de eliminar lo que quedara de mis legiones. Pero su aterrizaje se ha transformado en un caos debido a la tormenta. Las habituales fortificaciones de aterrizaje de los dorados no están completas. Las cuñas de tanques se han quedado a medio formar. Apenas se han descargado máquinas de guerra. La infantería se refugia del viento detrás de los transportes terrestres. No nos esperan todavía. Y no nos ven venir.
Caemos sobre ellos con malicia.
Un dorado equipado con un caparazón estelar con marcas de oficial está reunido con sus oficiales alrededor de una matriz de comunicaciones al abrigo de una montaña. Uno de sus hombres señala. Se vuelve justo en el momento en que estalla un relámpago que ilumina nuestro torrente de metal. Rhonna salta hacia ellos y hace aterrizar cuarenta metros de maquinaria de guerra sobre los oficiales. Desde su hombro contemplo los caparazones estelares que se apergaminan.
La primera columna de Drachenjägers dispara cuatro alfa-omegas. Los misiles nucleares detonan en el centro y en el flanco opuesto de su pista de aterrizaje, justo por encima de sus dos grupos de titanes. Luz del día. Su pesadísima armadura, que igualaría la nuestra con creces, se evapora. Una marea de devastación ondulante. Las cuñas de drachen disparan sus cañones de partículas por hileras, apuntando contra las defensas pesadas. Cada uno de ellos necesita cinco minutos antes de poder volver a disparar. Eso no tiene ninguna importancia.
El desbarajuste continúa cuando las cuñas se abren paso a través del frente enemigo, de cuatro kilómetros de longitud, como un centenar de lanzas que agujerean un papel. Los cañones de riel cuádruples disparan contra la confusa masa enemiga. La infantería desaparece sin más. Las gravimotos quedan cortadas por la mitad. Los transportes se alejan a toda prisa, pero solo para chocar los unos contra los otros cuando el viento altera sus trayectorias de vuelo.
Los Drachenjägers sacan sus espadas de iones. Cinco mil cuchillas azules y blancas se ponen en acción. Cuando la propia carnicería ralentiza la velocidad de la carga y nos hundimos en los escombros de los misiles nucleares, se liberan los caparazones estelares. Alexandar y yo giramos juntos de lado.
Le arranco la puerta a un transporte de infantería. Un centenar de grises ataviados con equipos bélicos me miran con fijeza bajo la luz verde. Alexandar abre fuego con su cañón de riel. Un trueno retumba sobre nuestra cabeza. Félix ha caído ante un grupo de grises con rifles de uranio. Los dispersamos a tiros y lo ayudamos a ponerse de pie. Un segundo más y habría muerto. Los dorados se están reorganizando junto al estandarte de su legión.
El estandarte se eleva desde la columna vertebral de un gigantesco titán azul. El titán mide sesenta metros de alto, tiene cuatro patas y tres cañones principales, además de una extraña cabina en forma de disco. El estandarte mide cinco metros de alto y está compuesto por tres emblemas: el dios Helios, una pirámide de la Sociedad y un par de martillos dorados gigantescos. Hay un Votum entre nosotros. Por favor, que sea el mismísimo Escorpio. Dos Drachenjägers se abalanzan hacia el estandarte. Cuando el titán frena su carga con su cañón de gravedad, los dorados provistos de caparazón estelar se enjambran sobre los Drachenjägers como una manada de velocirraptores derribando un tiranosaurio.
Saltan sobre la espalda del que está más a la derecha y le atraviesan la armadura a la altura de la columna para cortar los cables de alta tensión que conectan el generador estomacal con la cabina del piloto. El tercer brazo del titán le arranca la mitad superior de la cabina. Un dorado con caparazón estelar mete la mano dentro, parte a la piloto naranja por la mitad con sus manos blindadas y lanza el cadáver al viento.
Dioses, que bien se les da matar.
Y le doy las gracias al Valle por tener a los Caballeros Arcosianos conmigo. Ni un solo rojo que conozca podría sobrevivir a esto fuera de un Drachenjäger. Busco a Rhonna con la mirada, pero no consigo encontrar su equipo en la confusión de la pelea.
Reúno a Alexandar y a un centenar de los suyos y embestimos desde el flanco contra los dorados que se han congregado. Rhonna aparece a la izquierda y su cuña llama la atención del enemigo. Para cuando nos ven llegar por su derecha ya estamos entre ellos, disparando a quemarropa y empapando nuestras hojas.
Junto con Alexandar, corono la cresta de sesenta metros de altura del titán y mato a los dos dorados que la defienden. Alexandar saca al piloto y lo sujeta en el aire. El hombre dorado lleva una armadura increíble que parece casi translúcida. Ataca a Alexandar con su filo, pero él aparta la velocísima hoja de un golpe y la sujeta con la mano de su caparazón estelar. Con la otra mano, oprime el yelmo de pulsos del dorado hasta que se lo arranca. Eso es calidad.
—¡El primus en persona! —grita Alexandar por encima del viento—. Escondido en un titán. Qué florecilla.
Las venas de la frente del viejo tirano palpitan cuando lo mira con expresión furiosa; está a merced de un hombre que tiene un cuarto de su edad.
—¡Traidor de sangre! —gruñe.
Entonces ve mi hoja curvada.
—Escorpio au Votum —canturreo por mis altavoces. A través de la lluvia y de la sangre que salpica mi cubierta, su mirada de ojos vanidosos se encuentra con la mía, y yo bebo de su miedo. La sangre le chorrea por la cara—. Por ciento un años de violaciones, genocidio y esclavización de tus congéneres, te sentencio al fango.
Allí, en lo alto de su titán, lo secciono por la mitad a la altura de la cintura y Alexandar lo deja caer desde las alturas.
—La sangre de los conquistadores merma —me dice Alexandar por el intercomunicador. Corta el estandarte del titán y me lo entrega—. Otro más para tu colección, buen hombre.
Vuelvo a ponérselo en las manos.
—Empieza la tuya.
Con una sonrisa, lo alza hacia el cielo crepitante y salta para aterrizar sobre Rhonna, que se acerca pesadamente a recogernos. Lo clava en los hombros gruesos del Drachenjäger para compartir el botín.
—¡A Tyche! —vocifero.
Mis hombres atienden la llamada y nos abrimos camino entre los restos destrozados de la división, que se queda revolcándose en el lodo. Nos esperan más pistas de aterrizaje. Más enemigos que matar. Más. Más. Más.
Me invade un fervor hilarante.
Para cuando salimos de los campos de flores dos horas más tarde, solo han caído quinientos drachens y los estandartes de catorce legiones decoran los hombros de mis columnas andantes. Alexandar ha obtenido cuatro con sus propias manos. Yo lo sigo con tres. Su primo segundo, Elandar, lleva dos, igual que el capitán de los Drachenjägers y la propia Rhonna. Les arrancamos los reactores y las baterías a los muertos para nuestros propios caparazones estelares, nos rearmamos cuando los vientos amainan y avanzamos hacia las tierras altas de la costa, donde Tyche y Atalantia nos aguardan.
«Ya voy, Atalantia. Voy por tu cabeza».