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19 VIRGINIA Estilete
ОглавлениеLa Luna es un sueño, un ruido, un derroche de luz, una sopa, un fanfarroneo, una madre, un vampiro, una adicción, un mendigo, un lamento, un suburbio de Hiperión y un recuerdo del futuro que pensamos que queríamos. Una docena de flotas tiemblan en los charcos sucios de sus calles empapadas de lluvia, solo para ser destrozadas por las botas de media caña que llevan los niños de cuatro planetas y treinta lunas. Acuden a ella en masa para escalar su caos de escaleras humanas y metálicas. Son genios, arquitectos, idiotas, estafadores, señores de la guerra, los perdidos, los hallados, los indiferentes. Y con indiferencia, ella espera, palpita, late, pulula, asfixia promete y roba.
La llaman la Ciudad de la Luz, pero nadie la llama hogar.
—¿Qué significa la Luna para ti, centurión? —pregunto desde el interior de mi oficina privada a bordo del Orgullo Uno mientras descendemos.
Holiday ti Nakamura se crio en las soleadas costas de Pacífica del Sur, donde no había un edificio más alto que un granero en cien kilómetros a la redonda. La he nombrado dux de mi Guardia del León, la unidad de guardaespaldas de élite extraída de las legiones de mi casa. Ella es la única terrana entre mil marcianos. Que ni un solo hombre cuestione su designación es prueba suficiente de su reputación. La llaman Seis, siguiendo el viejo sistema de pilotaje en el que la dirección se corresponde con la hora del reloj, lo cual significa que siempre te cubre las espaldas.
—Arenas movedizas —responde con respecto al satélite.
La respuesta refleja el espíritu frío de la mujer. De todos los instrumentos de mi marido, es a Nakamura a la que más he envidiado. Reputación, pero poco ego. Flexible, pero irrompible. Brutal, pero no cruel. Durante estas últimas semanas, ha dirigido con destreza la investigación sobre el secuestro de mi hijo. Cuando su lanzadera cayó durante el intento fallido de rescate de Efraín ti Horn, fue como si la Luna se hubiera tragado a Pax y a Electra. Luché contra todos mis impulsos de destrozar la ciudad hasta encontrarlos, sabedora de que una estampida de la inteligencia de la República alteraría las miguitas de pan. Holiday era el bisturí que necesitaba.
—¿Y para ti, señora? —pregunta mientras vuelve a guardarse la terminal de datos en la funda del brazo.
¿Qué significa la Luna para mí? Cómo responder a eso. Mil cosas.
—Renovación. —Atisbo su sonrisa burlona en la ventana. Como Daxo, no soporta los sentimientos vacíos—. Tal vez algún día llegue a ser cierto. Mi madre amaba la Luna, de hecho. Antes de decidir que tirarse por un precipicio y abandonarnos era preferible a pasar un solo día más casada con mi padre, me dijo que la Luna era un lugar mágico, puesto que era el único sitio en el que hasta Nerón au Augusto tenía que agacharse. Por supuesto, se refería a que tenía que inclinarse ante Octavia. Un pensamiento reductor, en realidad.
Holiday espera a que me explique. La aprecio más de lo que piensa. Sobre todo desde hace unos días. El peligro tácito del poder es la recepción de pavoneos interminables y exhaustivos. Al contrario que la mayoría, Holiday no está esperando su oportunidad de mostrar las plumas como un pavo real. Ella escucha porque ha oído el ruido suficiente para saber que la verdad, en caso de aparecer, llega con pasos pequeños y silenciosos.
Me acerco a la ventana.
—Aquí hay algo —le digo—. Algo... más que carcomía a Octavia. Conoces esa sensación, centurión. —Me vuelvo para mirarla. Los dientes de diamante de los rascacielos se reflejan en sus ojos cuando pasamos ante la Aguja del Cénit de Quicksilver—. Esta luna está hambrienta.
Emite un pequeño sonido de aprobación cuando perforamos la capa de nubes.
Por debajo de ella, Hiperión bulle en una existencia maníaca. Por miedo a las naves doradas que hay en sus cielos, los manifestantes atestan las calles. Ha estallado la violencia entre las facciones callejeras de los optimates y Vox. Las sirenas de los vigilantes bañan el cielo de verde y plata. Los tranvías están cerrados a causa de las huelgas, así que ahora solo fluyen las arterias aéreas.
—¿Has oído hablar alguna vez del estilete de Silenio? —pregunto.
—Después de la Conquista de la Tierra, las casas poderosas se dedicaron a apropiarse de los terrenos —responde Holiday—. Silenio se enfrentó a un dilema. A su izquierda, la anarquía. A su derecha, la tiranía. En vez de eso, encontró el estrecho camino del medio. Apenas lo bastante ancho para acomodar el filo de un estilete.
—Vaya, Vaya. Mira quién ha sacado tiempo para leerse las Meditaciones.
—Si Virginia au Augusto le entrega a una persona algo que leer y esa persona no lo lee, no merece la licencia, señora.
La miro arqueando una ceja.
—¿Hablas con tu marido en esa lengua de cobre?
Esboza una sonrisa amplia.
—En ese caso, esa persona es idiota de cojones, señora.
Sonrío. Los cumplidos rudos son los mejores.
—Pienses lo que pienses de su política, Silenio era sabio. Sabía que la paciencia es el centro de la astucia. Teodora ha descubierto que el senador Basilus ha estado aceptando sobornos de Industrias Sol. Voy a permitirle que se retire a su casa de Ciudad del Eco el mes que viene. Necesitaré sustituirlo antes de que acabe el año.
Parpadea cuando capta mi intención.
—No sé si una toga me quedaría bien, señora.
—¿Cuántos senadores han sido dragones pretorianos que además son capaces de citar las Meditaciones de Silenio? Ni uno, diría yo. Aparte de Rhone ti Flavinio, eres la gris viva más famosa. Y la Tierra te ama. —Le pongo una mano en el hombro a la mujer más baja. Tiene la misma constitución que un pitbull, ¿verdad? No tiene cuello—. Necesitamos símbolos, Nakamura. Los viejos se están desgastando con el uso. Dime que te lo pensarás.
Asiente obedientemente, pero, como todos los verdaderos soldados, duda que vaya a sobrevivir el tiempo suficiente para tener que tomar la decisión. Por mucho que la valore a mis seis, desearía que estuviera con mi marido en Mercurio. Y Sevro también, ya puestos. Mi esposo necesita una conciencia sobre el hombro. No puede decirse que Thraxa y Orión sean una influencia pacificadora. En cuanto a Hárnaso, bueno, como el perro y el gato.
Una llamada entrante destella en mi terminal de datos. Nakamura se dirige hacia la puerta para darme privacidad.
—Espera. —Señalo una de las sillas de ranadio que descansan ante mi escritorio—. Querré conocer tu opinión después.
Cuando se sienta, abro la llamada en el proyector del escritorio. Aparece el cuerpo de Dancer de cintura para arriba. Está en una lanzadera. Una chaqueta de color rojo oscuro y con el cuello alto sustituye su odiada toga. El viejo rojo tiene aspecto de llevar semanas sin pegar ojo. ¿Cómo podría dormir conmigo presionándolo para la votación y con su izquierda radical solidificándose en torno a la archiemperadora Zan, la comandante azul de la flota de defensa de la Luna? Como decía mi padre: «Nunca confíes en el hombre que duerme estando bajo asedio. O es perezoso o es desleal».
—Vaya, pero si es la leal oposición —digo con una sonrisa.
—Mi soberana. —Pronuncia la palabra como si no tuviera más peso que «café» o «cacahuete»—. Debo decir que, para ser un kilo de mierda de víbora dorada de la Palatina, esa maldita oratoria no ha estado nada mal. ¿Churchill?
—Si los humanos no han cambiado, ¿por qué deberían hacerlo los discursos?
A pesar del lentigo solar y de las profundas arrugas de su cara, sigue siendo el rojo más atractivo que he visto en mi vida. Esboza una mueca.
—Debo decir que es extraño. Ya me han llamado traidor otras veces. Daxo, Quicksilver, Orión. Jamás sospeché que me escocería tanto viniendo de ti.
—Yo no te he...
—Virginia.
—Supongo que te lo he llamado. —Me quito una pelusa invisible del puño de la chaqueta y suspiro—. No es más que una estratagema retórica, te lo aseguro. —No es ningún traidor. Solo tiene miedo, pero si acuso de eso a un hombre rojo, me morderá y se aferrará como una garrapata—. No tiene por qué ser así, ya lo sabes. Tú y yo florecemos cuando cooperamos.
—Hemos tenido nuestros momentos.
—Pero.
—Allá va...
—Pero nuestro sistema no está funcionando como debería. La división del mando militar es un error que nos veíamos venir, pero aun así lo pasamos por alto porque pensamos que todos íbamos en la misma dirección. Una irresponsabilidad por nuestra parte, pero comprensible. Hechos: nuestro enemigo puede responder con mayor urgencia y discreción que nosotros, y no todos los senadores valoran la prosecución de la guerra por encima de la permanencia de sus togas. Necesito poder dirigir esta guerra de manera eficiente.
Sabe que admiro el diálogo respetuoso y habla en un tono neutro y uniforme.
—Virginia, el objetivo del Senado era ser inconveniente. Un freno al despotismo. Lo sabes tan bien como yo: el ejecutivo se queda todo lo que consigue. Para siempre. Tú eres comedida. Eres considerada. Si te concedemos el control temporal de las flotas de defensa, es posible que esta vez funcione. Es posible. Pero tu hamartia es que piensas que la sabiduría es contagiosa. Y no lo es, joder. Tú no serás la soberana siempre. ¿Y si Daxo es el siguiente?
—O Zan —sugiero.
—O Zan. —Se frota la mandíbula cuadrada—. La única persona, aparte de ti y de mí, que no arrasaría el mundo es Publio. Ese capullo mojigato.
Cómo odian los rojos a los cobres.
—¿Publio? Ja. Se limitaría a pasarse el día dando discursos sobre el deber cívico —contesto.
—Y sopa a los pobres.
—Siempre y cuando haya cámaras.
—Por supuesto. —Nos unimos en una sonrisa socarrona, y luego volvemos a nuestras respectivas esquinas. Dancer continúa—: Hablaré sin rodeos. Sabes que adoro las Legiones Libres. Son los mejores de Marte. Sabes que quiero a Darrow como a un hijo. Pero se ha ido, Virginia. Lo enterré en cuanto me enteré de que había aterrizado en Tyche. Abandona esta cruzada, por el bien de todos nosotros.
Vi el discurso que dio denunciando mis primeros intentos de enviar una flota. Parecía que estuviera eligiendo el barniz para el ataúd de su propio hijo. La culpa debe de estar devorándolo.
—Si está vivo, está rodeado —prosigue—. Atalantia lo utilizará a modo de cebo. Esto no es más que otra trampa. Tenemos más naves, pero solo si dejamos un planeta vulnerable. Nos atraerán hacia el exterior, nos alejarán de nuestras armas orbitales y nos matarán, o se limitarán a pasar de largo y destrozar los planetas. Somos vulnerables en ataque, fuertes en defensa. ¿Quién nos queda que pueda igualar a Atalantia y sus pretorianos dorados en el espacio? ¿Zan?
Niega con la cabeza.
—Atalantia se la comerá viva.
—Kavax, Níobe y las matriarcas de Arcos liderarán la flota.
—Dorados contra dorados. —Odia preguntarse cómo es posible que siempre termine así, porque sabe la respuesta—. Ni uno solo de los nuestros baja de los sesenta. Atalantia está en la flor de la vida. Áyax es un terror en alza. Y Atlas... El hecho es que disponen de quinientos efectivos que harían que hasta Nakamura corriera en una pajita de carne.
Al viejo soldado le encantan los coloquialismos. Este se refiere a una batalla cuerpo a cuerpo en la que los dos bandos sueltan a sus respectivos hombres en los extremos opuestos del pasillo de una nave, hasta que uno ellos se queda sin aliento, o sin hombres. Es un término de infantería, así que es bastante asqueroso.
—Más bien cinco mil —murmura Nakamura.
No es una bravuconada. Imita el gesto de un francotirador, su única salvación contra los depredadores de la cúspide de mi raza. La he visto derribar a un Único en un enfrentamiento directo. También sé el precio que pagó. Tiene las piernas biónicas del fémur para abajo. Al menos le hacen juego con el ojo de robot.
—Y luego está el polluelo de Aja —murmura Dancer—. ¿Qué pasa si Áyax se sube a bordo del Reynard? Kavax apenas puede pasear por el jardín.
Él sabe lo que yo sé. Darrow era la fuerza de la naturaleza sobre la que cabalgábamos hacia una victoria tras otra. Sin embargo, siempre que los legados o los pretorianos dorados capturaban a nuestros otros líderes en el campo, los hacían picadillo sin excepción. Querer que los colores inferiores sean iguales a los Únicos en la guerra no quiere decir que lo sean.
Sin Darrow, no confía en nuestras armas. Pero el riesgo es necesario.
—Dancer, mi esposo y las Legiones Libres son nuestros dos símbolos más importantes. Si la República abandona a las Legiones Libres, Marte pierde la confianza en la Luna. Entonces la Luna cae ante Atalantia. Atalantia toma la Tierra. Marte se queda solo. Y, finalmente, Marte también cae. Danos una alternativa. Una solución intermedia. Enviaré mis propias naves, las de Kavax, Arcos, pero necesito cien navíos de línea de las flotas de defensa para tener una oportunidad contra Atalantia. Eso es menos de un tercio de la flota de la Luna.
—¿Y si perdéis?
—No lo haremos.
Permanece sentado en silencio, frotándose las manos ingentes. El movimiento se ralentiza a medida que su decisión va tomando forma. Oigo que la puerta se cierra antes incluso de que él levante la cabeza. He perdido mi oportunidad, o puede que en realidad nunca llegara a existir.
—No puedo arriesgarme a que esas bombas atómicas alcancen la Luna —dice—. Puede que odie este pantano humano, pero está poblado hasta los topes.
—Entonces te deseo buena salud y mala suerte.
—Espera, Virginia. —Detengo la mano a medio camino de la terminal de datos cuando Dancer se inclina hacia delante y, con una voz que apenas es más que un susurro, me dice—: Sabes que esto empeorará. Si por alguna razón me caigo de un balcón o me como una espina de pescado rebelde...
Mete el dedo en la llaga.
—Qué lástima. Yo nunca te confundo con Harmony, pero después de todo este tiempo, tú sigues pensando que soy mi padre. ¿O mi hermano?
—No eres tú. Es tu gente.
—Supongo que te refieres a Daxo.
—Y a Teodora, a la Séptima, a los Arcos.
—Los tengo bajo control.
Si supiera que Sevro está aquí y fuera de control, se estaría cagando encima.
—Eso o es una mentira gordísima, o te estás bebiendo tu propio orín. Tú y yo sabemos que Darrow y el Segador son dos cosas distintas por completo. Y el Segador no se abrió paso a dentelladas por la Sociedad porque fuera mejor estratega militar que el Señor de la Ceniza. Su don es hacer que los hombres se vuelvan locos. Lo has visto.
Lo he visto. Pilotos de combate que entran en modo «Polifemo» y vuelan directos contra los puentes de las naves antorcha enemigas en cuanto los dorados los colocan en el centro de las naves. Colores inferiores sin armadura que usan su cuerpo destrozado para lastrar a los dorados y que sus compañeros puedan acabar con ellos, como sabuesos tras un puma, aullando el nombre de mi marido.
—No dejé de llevar un rifle porque me hiciera viejo o porque me pesara demasiado —dice—. Lo hice para contrarrestar el peso del Segador como nunca conseguí hacerlo en las legiones. Algunos piensan que es literalmente un dios. Si creen que él lo desea... masacrarán ciudades. Me asesinarán.
Hay una fragilidad en Dancer que va más allá del cansancio de la carne. Una cualidad que nunca me había permitido ver hasta ahora. Pero lo frágil no es débil. Es un espíritu acorralado demasiado agotado para cualquier cosa que no sea asestar un golpe asesino.
—Si me matan... los Vox tomarán represalias.
—Controlaré a mi gente —le digo—. Ojalá creyera que tú eres capaz de controlar a la tuya. Te veo dentro de tres días, senador. Intenta evitar las espinas de pescado.
Le doy un puñetazo a la terminal de datos. Los circuitos rotos emiten un chisporroteo. Lo golpeo de nuevo. ¿De qué me sirve ser más lista que todos los demás si nadie me hace caso? ¿Es así como se sentía mi padre? ¿Mi hermano? ¿Acaso nace el mal de la frustración pura?
Holiday mira la sangre que me gotea de una herida en el nudillo. Ya se está coagulando. Ni siquiera Mickey podría igualar esa bendición genética.
—Centurión, si te dijera que mataras a Dancer O’Faran, ¿lo harías?
—No, señora.
—¿Por qué no?
—Si Darrow y Orión están muertos, vosotros dos sois la República.
No sabemos si lo están o no. Las comunicaciones con el planeta están interrumpidas. Pero rechazo el concepto de duda. Darrow y Pax no mueren. Es un paradigma de mi vida que será cierto hasta que me demuestren lo contrario más allá de toda duda razonable.
Me lamo la sangre congelada para limpiarme.
—Buena respuesta. —Ni siquiera Kavax habría contrariado a mi padre de esa manera. Si Holiday supiera cuánto restringe su presencia mis impulsos más oscuros, tal vez considerara prudente meterme unas cuantas balas en el cráneo solo por si acaso—. Asegúrate de que la orden circula de nuevo entre las filas. Si alguien le toca siquiera un pelo de la cabeza a Dancer, la última cara que verá será la mía cuando lo entierre en las entrañas de la Fondoprisión, con la única compañía de los Montahuesos.
—Sí, señora. Pero no es de ellos de quienes debes preocuparte. —Baja la voz—. La Séptima se está subiendo por las paredes. Creen que el Senado está lleno de traidores. Si Sevro acude a ellos...
—Tiene treinta mil tropas de choque de élite a veinte minutos de la Ciudadela. Soy consciente, Nakamura. Soy muy consciente. —Estiro el cuello cuando mi nave se acerca a la plataforma de aterrizaje de Mansión Lunar—. Silenio recorrió su estilete. No me cabe duda de que nosotras recorreremos el nuestro.
—¿Qué te hace estar tan segura?
—Bueno, para empezar, que tenemos los pies más pequeños.