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Primavera de algún año

Episodio 2

Agua que no has de beber...

Aquel día, o mejor dicho aquella noche, me encontraba realizando mi servicio como médico de urgencias hospitalarias en el área de boxes, conocida así por la infraestructura en la que se atiende a los pacientes. Las atenciones en boxes se caracterizan principalmente por requerir unas medidas extraordinarias respecto a otras atenciones que se realizan en el servicio, ya sea por el estado de gravedad del paciente como por alguna particularidad del mismo que impide que pueda ser visitado en consultas.

Tras varias atenciones de distinta gravedad, se me avisó de que acababa de entrar un herido por accidente de tráfico. Cuando se produce un traslado se realiza una primera valoración por parte del equipo sanitario del mismo, otro triaje por parte de enfermería, y se decide el tipo de atención que va a precisar, bien sea en consultas, si el pronóstico es leve, boxes, si las lesiones se consideran de gravedad, o reanimación, en el caso de que peligre la vida del paciente. En este caso el paciente fue trasladado al área de boxes.

El paciente presentaba un estado que, a priori, impresionaba de gravedad: collarín rígido, erosiones faciales, y un estado de semiinconsciencia, conformaban un escenario de alerta. Me dispuse, entonces, a realizar la primera anamnesis – palabro médico pedante que se utiliza para definir la entrevista a un paciente –.

– Hola, ¿sabe dónde está? – pregunté.

– Supongo que en el hospital… eso creo – contestó con evidente torpeza verbal.

– ¿Y se acuerdas de lo que ha sucedido?

– No lo sé. Íbamos en el coche por la autopista cuando, de repente, he aparecido de pie al lado del coche en la mediana.

El paciente debió ver la cara de sorpresa que se me quedó al escuchar el misterioso caso de teletransporte de materia que continuó.

– Supongo que nos habremos salido de la calzada.

En ese momento, y sin necesidad de una analítica ni otra prueba accesoria, descubrí el verdadero motivo de su torpeza verbal: se había bebido hasta el agua de los floreros.

– ¿Ha bebido algo?

– Un par de cervezas, pero yo no conducía, yo iba en el asiento de atrás – titubeó.

– Pero, y entonces… ¿quién conducía?

– Mi mujer iba delante – contestó sin responder directamente a la pregunta –, pero yo no, yo no…

– A ver... yo no soy la Guardia Civil – en ese momento era cierto –, pero es importante conocer la verdad, especialmente si había bebido y cuánto. No me importa en qué asiento iba sentado ni, si me apura, si conducía o no, pero necesitamos saber si ha consumido alcohol.

– Tres o cuatro cervezas. – La cantidad iba en aumento. Si se lo preguntaba diez veces más se habría bebido media fábrica de cervezas, pensé.

A falta de un TAC para descartar traumatismos internos, y tras la exploración física y neurológica, deduje que las lesiones del paciente no revestían excesiva gravedad, por lo que peticioné todas las pruebas que requería para el diagnóstico de su estado. Una de esas pruebas era, sin lugar a dudas, una analítica de orina; teniendo en cuenta que el accidentado se encontraba inmovilizado hasta que tuviésemos el resultado del escáner, la orina se la debíamos sacar mediante sondaje. Solicité al personal de enfermería, como es habitual, que sondasen al paciente mientras yo realizaba la petición de la analítica que incluiría, además de los valores habituales, una muestra de tóxicos en orina.

En este quehacer me encontraba cuando me avisaron de que tenía una visita inesperada. Una particular pareja quería hablar conmigo. Como no podía ser de otra manera, accedí a tan honrosa invitación. En la entrevista, el miembro masculino de la patrulla de la Guardia Civil de Tráfico que acababa de personarse en el hospital me preguntó, directamente, si podían pasar a visitar al herido, ante lo cual, y teniendo en cuenta que el paciente no se encontraba especialmente grave, lo permití. Ya en el box, el agente le tomó la filiación y le hizo unas cuantas preguntas de rutina. Todo parecía en orden...

En ese momento, y cuando el agente se disponía a finalizar el “interrogatorio”, la enfermera solicitó un poco de intimidad a este para poder sondar al paciente.

– ¡Cómo no!... proceda – indicó el agente en un entrenado tono marcial mientras se retiraba del box para dar intimidad.

La enfermera, en ese momento, notó que el paciente se retorcía en la camilla impidiendo el sondaje. Obviamente, esta insistió, pensando que este lo hacía por temor a lo que se le venía encima – o más bien, dentro –. Sin embargo, el motivo era mucho menos lujurioso y bastante más prosaico...

Al echar mano a sus posaderas para intentar sujetarlo, la mano de la enfermera tocó algo muy distinto a lo que podía venir siendo una nalga masculina. La dureza y consistencia de lo encontrado no se correspondía con la anatomía del individuo que tenía enfrente. En efecto, al extraer la mano, una masa dura, marrón y oleosa apareció del trasero del desdichado. Lejos de lo que el lector pueda llegar a pensar en esta primera descripción, especialmente proviniendo de la poco erótica parte de la que provenía, el origen del mismo era más elaborado. Concretamente, elaborado de la resina de la planta de la marihuana. Cuando la enfermera se percató de que en sus manos tenía una pastilla de hachís, y que a escasos metros del box había un agente de la autoridad, esta salió disparada hacia el guardia.

– Disculpe... ¿esto qué es? – preguntó la buena de la enfermera al experimentado guardia.

– ¿De dónde ha salido eso, señorita? – interrogó el agente.

– Del culo del paciente.

Ante tal revelación, el prevenido guardia tomó la oleosa pieza y, tras inspeccionarla, se acercó al sudoroso paciente.

– Caballero, ¿esto estaba en su culo?

– Eh..uhm... no sé de que me habla – contestó atribulado.

– No se preocupe, ya se lo explicaremos por escrito en la denuncia – contestó ágilmente el guardia civil mientras salía del box escribiendo en su tableta.

Moraleja: si viajas con el culo lleno de droga... ¡ponte el cinturón!

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