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Primavera de 1989

– ¡Médico Militar!

La respuesta sonó firme y decidida ante aquel auditorio de cuarenta mardanos que conformábamos la clase de 8ºA del Centro Cultural Moncayo, colegio perteneciente a la orden religiosa de los corazonistas en Zaragoza. Entre las risas de mis hormonales compañeros, la siempre paciente y solícita Señorita Mari Carmen, tutora del curso, procedió a buscar en todo el compendio de legislación educativa que había preparado a tal efecto, cual era el itinerario más adecuado para poder acceder a la profesión mencionada. Tras unos minutos de búsqueda bibliográfica – lo más parecido a Google que existía entonces era la voluminosa enciclopedia que presidia las recargadas librerías de los salones ochenteros – nuestra tutora explicó a todos aquellos que quisieron prestar atención, qué estudios y pasos eran necesarios para poder lograr el objetivo que, sin sonreír siquiera, acababa de escuchar.

Aquel día primaveral, y cuando tan solo restaban un par de meses para finalizar la Educación General Básica – la extinta y nostálgica EGB –, los alumnos de 8ºA del “Moncayo” habíamos sido citados a una sesión de tutoría, pastoreada por la mencionada Señorita Mari Carmen, para, en sesión grupal, orientarnos sobre el futuro inmediato que nos esperaba allende los muros del colegio corazonista, teniendo en cuenta la salida laboral que cada uno de los adolescentes allí congregados pretendía en su acalorada mente. Uno a uno, y por el arbitrario orden de fila que ocupábamos en el aula, fuimos mencionando la profesión que deseábamos desempeñar en un futuro lejano. De esa manera, y como hoy haría la figura del orientador psicopedagógico en un centro docente de gilipollas, la Sita Mari Carmen nos ofrecía la información de los estudios o itinerarios que requería cada puesto. Abogado, mecánico, policía, electricista, veterinario o informático, fueron algunas de las respuestas escuchadas tanto por la docente como por el resto de púberes, todos de género masculino, allí congregados. De la misma forma, la Sita Mari Carmen, fiel a su compromiso, iba dando respuesta a todas y cada una de las inquietudes expuestas por sus alumnos, pese a que fuese sobradamente consciente de la propia inconsciencia de quienes las pronunciaban.

En aquellas fechas, cerca ya de las “merecidas” vacaciones estivales, de lo que yo sí que ya era plenamente consciente, si nada lo remediaba, era que la carga de asignaturas con las que tendría que lidiar ese verano para hacer frente a la evaluación especial de septiembre batiría mi propio récord personal y el futuro académico inmediato no sería, presumiblemente, nada halagüeño. Este hecho no mitigó, sin embargo, que mi objetivo se mantuviese intacto al deseo que desde que tenía uso de razón llevaba macerando en mi calenturienta mente: ser médico.

– Itinerario de BUP y COU – siglas con las que se conocía popularmente a la educación secundaria encaminada al ingreso en la universidad y que constaba de tres años de Bachillerato Unificado Polivalente y un único Curso de Orientación Universitaria –. Posteriormente – prosiguió – realizar la selectividad y obtener una nota media superior a un 7, numerus clausus actual para acceder a alguna Facultad de Medicina – terció la Señorita Mari Carmen, una vez finalizó la revisión de la documentación –. Seguidamente – continuó – y una vez finalizada la carrera de seis años, acceder mediante oposición directa al Centro de Formación de los Cuerpos Comunes de las Fuerzas Armadas eligiendo la opción de Sanidad Militar, en la que, una vez superado el curso preparatorio, obtendrás el grado de Teniente Médico.

Las risas, que se habían contenido durante el tiempo que la Sita Mari Carmen estuvo inmersa en su detallada búsqueda, explotaron de nuevo.

– Pero también tienes otra opción – prosiguió, una vez logró contener a la marabunta adolescente –. Al finalizar el bachillerato y el COU puedes presentarte directamente a la Academia General Militar y, una vez hayas obtenido plaza, superado los cinco años de formación militar exigidos, y obtenido el empleo de Teniente del Ejército, realizar la selectividad y cursar, si el tiempo y el servicio como militar te lo permite, la carrera de medicina.

Este último apunte fue la guinda del pastel que se estaba repartiendo aquella mañana en el aula de 8ºA. Toda la clase estalló en jolgorio, bravuconada y desenfreno. Si ya de por sí era harto improbable que, habida cuenta de mi evolución por la educación primaria, tuviese alguna posibilidad siquiera de poder obtener ese año el Graduado Escolar, requisito imprescindible para acceder al bachillerato, y estar en disposición de obtener una nota media que me abriese las puertas de la universidad, la sola idea de acceder a la elitista AGM y, posteriormente, ya sirviendo en el ejército, hacer la carrera de medicina, no era improbable, no era imposible…era un verdadero chiste.

Unas semanas después, y como no podía ser de otra manera, arrancaba mi particular verano con cinco asignaturas para septiembre en la mochila.

Benemérito Doctor

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