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SI LA VIRTUD PUEDE ENSEÑARSE

1. En lo que toca a la virtud discutimos y estamos en la [439B] duda de si puede enseñarse la prudencia, la justicia y el vivir honestamente. Después nos asombramos de que las obras de oradores, timoneles, músicos, arquitectos y labradores sean innumerables, mientras que los hombres honestos [C] se nombran y se mencionan sólo como centauros, gigantes y cíclopes. En cambio no es posible hallar una obra irreprochable, un carácter puro de pasión ni una vida intocada por el mal respecto a la virtud. Pero aunque la naturaleza produce espontáneamente algún bien, éste se oscurece con lo que le es ajeno, como el grano cuando se mezcla con una planta silvestre e impura 1 . Los hombres aprenden a tañer, a bailar, y a leer, a cultivar los campos y a montar a caballo. Aprenden a calzarse y a vestirse. Les enseñan a servir el vino y a guisar. Todas estas cosas no pueden hacerse provechosamente sin un aprendizaje, sin embargo lo que lo causa, el vivir honestamente, ¿va a carecer de enseñanza, va a ser irracional, sin ingenio y espontáneo?

2. ¡Hombres! ¿Por qué al decir que la virtud es inenseñable la hacemos también inexistente? Pues si el aprendizaje es origen de la virtud, el impedimento para aprender es su destrucción. Y, sin embargo, como dice Platón 2 , no lucha hermano con hermano por la falta de un pie en la medida del verso respecto a la lira y por su desarmonía, ni ciudades [D] llenándose de odio contra ciudades hacen y sufren los males más extremos las unas de las otras. Tampoco puede decir nadie que haya habido una revolución en una ciudad por la acentuación, por si se debe leer «telquines» o «télquines» 3 , ni que en una casa haya habido discusiones entre marido y mujer por la trama y la urdimbre. Con todo, quien no ha aprendido no manejaría un telar, ni un libro o una lira, aun no yéndose a procurar un gran daño con ello, porque se avergüenza de hacer el ridículo, pues «es mejor ocultar la ignorancia», como dice Heráclito 4 . En cambio piensa que manejará bien su casa, el matrimonio, la política o la magistratura, sin haber aprendido a comportarse con mujer, o con esclavo, ni con el conciudadano, ni con el gobernado o con el gobernante.

Diógenes dio una bofetada al pedagogo de un niño gulusmero, [E] atribuyendo correctamente la culpa no al que no aprendió sino al que no enseñó. Entonces, ¿es imposible usar diestramente un plato o una copa si no se ha aprendido desde la infancia, como dice Aristófanes 5 , a no reír a lo tonto, ni ser un gulusmero, ni cruzar las piernas; y, en cambio, se puede tener una participación irreprochable en la casa, la ciudad, el matrimonio o en una magistratura, sin haber aprendido cómo deben comportarse los unos con los otros? Cuando le preguntaron a Aristipo «¿tú, entonces, estás en todos sitios?», respondió riendo: «Malgasto mi pasaje 6 si, desde luego, estoy en todos los sitios». ¿Por qué, pues, no podrías decir tú mismo también «si los hombres no [F] se hacen mejores por la educación, se malgasta el sueldo de los pedagogos»? Pues éstos son los primeros que, recibiéndolos desde la lactancia, como las nodrizas moldean sus cuerpos 7 con las manos, así ellos regulan su carácter con las costumbres, poniéndolos por vez primera en un trazo de virtud. También el laconio, cuando le preguntaron qué proporcionaba en su enseñanza, dijo: «Hago lo honesto agradable a los muchachos» 8 . Sin embargo ¿qué enseñan los pedagogos? A caminar por las calles con la cabeza baja, a tocar los salazones con un solo dedo, con dos el pescado fresco, el pan y la carne, a sentarse de determinada manera [440] y a ponerse el manto de una manera determinada 9 .

3. ¿Pues qué? Quien dice que la medicina se ocupa de la lepra y de un panadizo, pero que no lo hace de la pleuresía, de la fiebre y de la inflamación cerebral, ¿en qué difiere de quien dice que la escuela, las lecturas y los consejos son útiles para los deberes insignificantes e infantiles, pero que para los grandes e importantes existe la práctica irracional y el azar? Pues del mismo modo que es ridículo quien dice que se debe remar tras aprender, pero que se puede pilotar incluso sin aprender, así quien admite el aprendizaje de las demás artes pero suprime el de la virtud, parece actuar contrariamente a los escitas. Éstos, en efecto, según dice Heródoto 10 , ciegan a sus esclavos para que no les quiten la nata [B] de la leche 11 . Aquél, en cambio, concede la razón, como un ojo, a las artes serviles y ancilares y se la quita a la virtud.

Sin embargo, el general Ifícrates, cuando Calias, el hijo de Cabrias 12 , le preguntaba diciéndole: «¿Qué eres? ¿Arquero? ¿Peltasta? ¿Jinete? ¿Hoplita?», le contestó: «Ninguno de ésos, sino quien les da órdenes». Pues bien, es ridículo quien dice que el arte de disparar el arco, el de la infantería, el de los honderos o el de la caballería pueda enseñarse, pero que el de la estrategia y el de dirigir un ejército ocurre por el azar y a cualquiera, incluso sin haber aprendido. Es más ridículo aún, sin duda, quien pretende que solamente no puede enseñarse la prudencia, sin la cual no hay utilidad ni provecho en las demás artes. Pero si ésa es guía y ornato de todas y en ordenación de cuanto es provechoso se ha constituido 13 , ¿qué alegría, por ejemplo, puede haber en un [C] banquete, aunque los esclavos estén ejercitados y hayan aprendido

a trinchar la carne, asarla y escanciar el vino 14 ,

si no existiera disposición ni orden en los servidores? 15 .

Obras morales y de costumbres (Moralia) VII

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