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LOS CUADERNOS DE LEGUÍA

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Se fué mi tía Úrsula, y al día siguiente se presentó la sacristana con tres cuadernos gruesos, de papel de hilo, atados con una cinta de color de ala de mosca.

No sé cuánto tiempo los tuve arrinconados, hasta que una vez, convaleciente del reúma, cogí el primer cuaderno y lo empecé a leer.

A veces el texto se interrumpía, y había intercalados en él recortes de periódicos, cartas y proclamas.

Me pareció, a pesar de mi tendencia antihistórica, que algunas cosas no dejaban de tener interés.

Sospechando si Leguía se habría dedicado a fantasear, intenté comprobar los datos y las fechas de sus cuadernos.

Consulté algunos libros grandes, por lo menos de tamaño, que se ocupan de historia de España, y, en general, encontré poca cosa de mi asunto.

El ver que en estas Memorias se transcriben páginas de folletos publicados por Aviraneta, y el ir comprobando otros detalles, me hizo creer en la autenticidad de la narración.

Me dirigí, buscando esclarecimiento, a dos o tres especialistas en historia de nuestras revueltas políticas, y me contestaron rotundamente que Aviraneta no aparecía en ellas hasta el año 33.

Sin embargo, yo lo había visto en la narración de Leguía peleando, a las órdenes del cura Merino, contra los franceses, desde 1809; en el año 21, ya como oficial, luchando contra el cura, su antiguo jefe, escribiendo en la misma época en El Espectador, el periódico de los masones, dirigido por don Evaristo San Miguel, y después trabajando con el general Empecinado, para salvar la Constitución, el año 23. Luego le había encontrado en Grecia, con lord Byron; en Méjico, en la expedición del general Barradas, y en 1830 a las órdenes de Mina.

Los acontecimientos de la vida de Aviraneta desde 1833 se encuentran en los libros viejos y en los periódicos de la época. La mayoría de los que hablan de él consideran a Aviraneta como un canalla y un traidor.

El aprendiz de conspirador

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