Читать книгу 50 pasos hacia la Paz - R. M. Carús - Страница 10

Paso 1
Elevarse

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Imagina que vas a hacer un viaje en avión. Es un día gris, lluvioso, con algo de niebla. Mientras te diriges por carretera desde tu casa al aeropuerto el carácter del día te invade. Te sientes apesadumbrada, los problemas te abruman, te crees pequeño, tienes el corazón encogido.

Aunque sea muy de mañana en el aeropuerto hay un ritmo frenético. Todo el mundo parece tener prisa, nadie repara en nadie. Rodeado por seres indiferentes y extraños te sientes en un hormiguero. Te irritan la espera, los controles, los largos pasillos cruzados por lentas cintas transportadoras. Una vez sentada en tu puesto dentro del avión cierras los ojos. Notas una congestión tensa dentro de ti. Intentas dormir, pero la incomodidad, el traqueteo del aparato por la pista y las palabras estridentes que salen por altavoces te lo impiden.

Aun así sigues con los ojos cerrados. Aunque no te des cuenta están tensos bajo las cejas fruncidas. Casi duelen. Te llega un chorro de aire caliente desde la tobera situada sobre tu cabeza. Alargas el brazo para cerrarla, y entonces tienes frío. Cuando el avión despega, te sobreviene una mezcla entre vértigo y miedo que se acentúa cuando el aparato se zarandea en el viento y la lluvia.

Al poco, se estabiliza. Te esponjas todo lo que puedes en el estrecho asiento y finalmente caes en un sueño superficial. Cuando despiertas miras por la ventana pero no ves nada porque estáis atravesando las nubes. Inmediatamente sucede algo extraordinario: cuando acabáis de cruzarlas surge un sol espléndido, aparece un ancho cielo intensamente azul al frente, una claridad prístina invade el interior del avión y un calor tierno y reconfortante comienza a llenarte mientras miras el luminoso mar de nubes blancas extendido debajo de ti.

Súbitamente el malestar desaparece. Las sombras que te poblaban se disuelven. La presión que sentías en el pecho se afloja, y en cambio notas un espacio placentero en el cual puedes respirar hondamente. Tus pensamientos se liberan, tu cuerpo se relaja, tus emociones tornan de oscuras a brillantes. Vuelves a mirar por la ventana, y a través de un hueco entre las nubes divisas el campo, una carretera transitada por diminutos reflejos, una montaña nevada, un pueblo atravesado por calles de juguete. Todo ahora es bello e inofensivo, distante y adorable.

Cada vez que te sientas acongojada, afligido o inconsolable, puedes hacer esto mismo: elevarte. Estés donde estés, mira desde arriba, desde un lugar por encima de las nubes donde siempre hay luz, donde el cielo es perpetuamente azul, donde la perspectiva te permite ver las cosas de otra manera. Entonces respira con libertad, descubre un gran espacio dentro de ti, siente el sol en la cara, en los hombros, en el pecho, en todo el cuerpo. Contempla el campo de batalla desde lo alto, a ver si ahora es realmente un campo de batalla. Relájate, vuelve a la paz, goza.

Eso es suficiente.

Aunque si quieres, puedes hacer algo más. En ese lugar genera opciones. Desde ahí, ¿qué podrías hacer con todo lo que antes te apesadumbraba? No hace falta pensar mucho, solo sentir, porque desde ese lugar, desde ese nuevo sentimiento, seguramente sin mucho esfuerzo se te ocurran alternativas que antes ni se te cruzaban por la imaginación. Elige una o dos; planea cómo y cuándo ponerlas en práctica.

Acto seguido, estés donde estés, vuelve a mirar por la ventanilla, deléitate con el mar de nubes, con la intensidad del cielo, con el luminoso horizonte, atisba el terreno desde la cima, redescubre los campos, las poblaciones y las vidas.

Cuando aterrices, recuerda que si alguna vez te vuelves a sentir angustiada hay un lugar por encima de las nubes en donde siempre brilla el sol.

50 pasos hacia la Paz

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