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2. El eterno retornado: la decadencia de occidente

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Recuperar la grandeza perdida, ese es el centro de la visión nacional que representa en Hungría Viktor Orbán y que se ha ocupado de ilustrar con un nuevo relato de la historia nacional de un país que, en todos los conflictos que ha librado en los últimos cinco siglos, se ha encontrado del lado de los perdedores. Incluso el himno nacional es un ruego a Dios para que se apiade de una nación “desgarrada hace tiempo por un destino desafortunado” en un “mar de miseria”. En 2010 Orban, presentándose a sí mismo como el gran regenerador que iba a sacar a Hungría de siglos de crisis y declive, decidió establecer una peculiar fiesta nacional. Si lo habitual es festejar grandes hazañas, decidió que se iba a recordar el Tratado de Trianon por el que los aliados occidentales quitaron a Hungría las dos terceras partes de su territorio. Se iba a recordar, en definitiva, el momento en que occidente “traicionó a la inocente Hungría y la sumió en la crisis existencial” de la que Orban la va a sacar. Por si no quedaba claro, se situaron numerosos mapas de la “Gran Hungría” por todo el país para aclarar cuál es el referente3.

Salir de la crisis de civilización, de la decadencia de EE. UU., es también el núcleo del discurso que alimentó la campaña de Donald Trump advirtiendo solemne que “No estamos solo ante una nueva elección, estamos ante un cruce de caminos […] nuestra gran civilización, América y todo el mundo civilizado, se enfrenta a la hora de la verdad”4. Y especificando, con mucha menos solemnidad, pero bastante más claridad, que “la victoria de Hillary Clinton puede llevar a la destrucción total de Estados Unidos”5. La misma idea se repite al otro lado del Atlántico por Marine Le Pen: “todos mis adversarios han contribuido al derrumbe de Francia […] vivimos en el horror, en una tragedia nacional. Francia no está gobernada, está abandonada […] Francia no es Francia sin su grandeza […] la campaña presidencial que va a comenzar no es como las demás, nos jugamos lo esencial: debemos decidir nuestra suerte no para cinco años sino quizás para siempre”6.

No estamos ante un discurso de campaña ni un relato construido de la noche a la mañana. Si la extrema derecha europea bebe de una filosofía crepuscular estrechamente vinculada a su bagaje ideológico7, Donald Trump sigue una tradición política y un relato muy anterior a este momento8 y recoge lo que muchos de los que le precedieron han ido sembrando. Es esa obsesión de una crisis vital en EEUU, lo que se encuentra en la base del Tea Party, el movimiento que más ha cambiado el republicanismo en EEUU en las últimas décadas y en el que, como señalan Theda Skocpol y Vanessa Williamson tras entrevistar a numerosos miembros del movimiento, “casi nunca oíamos hablar de economía sino de la pesadilla de la decadencia social”9. Es el mismo mensaje apocalíptico al que se han sumado, uno tras otro, los líderes republicanos que antecedieron a Donald Trump: “América se está acercando al punto de inflexión en el que no hay vuelta atrás” advertía en 2009 Paul Ryan ante la toma de posesión de Obama10. E insistía poco después: “se acelera la marcha hacia un punto irreversible que amenaza nuestra forma de vida”11. “Su plan [el de los demócratas] es aplicar los principios de FDR –repetía Rick Santorum en Idaho en 2012– Estamos alcanzando un punto de inflexión histórico”. También Mitt Romney se apuntó el tono y contenido para señalar que estamos “solo a unas pulgadas de dejar de ser un país libre […] esta elección es nuestra última oportunidad”12.

Poco importa que EEUU sea la única superpotencia militar, la mayor potencia económica y que en su país se acumule la mayor densidad de universidades punteras, de innovación, investigación y registro de patentes del mundo. Para Trump, estamos llamados a “defender nuestra civilización occidental del terrorismo, la burocracia y la erosión de nuestras tradiciones”13. Poco importa que los países en los que está triunfando ese discurso pertenezcan al club de las economías más avanzadas del planeta. Poco importa la realidad porque quienes se apoyan en esos argumentos no buscan, y eso es lo que veremos en las siguientes páginas, describir el mundo de una manera objetiva; buscan conectar con un determinado público que siente que efectivamente su mundo sí se está desmoronando.

Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano

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