Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano - Rafael de Lorenzo García - Страница 44
3. Nostalgia del pasado… y del futuro
Оглавление“Nostalgia dell’avvenire”, nostalgia del futuro, ese era el título del programa con el que el Movimiento Social Italiano, liderado por Giorgio Almirante y heredero de la Italia de Mussolini, se reconstruía tras la derrota fascista. Podemos encontrar los mismos componentes –pasado idealizado y proyección al futuro– en la Konservative Revolution, en la Nouvelle Droite y en autores de referencia de la extrema derecha como Julius Evola.
Varios estudiosos han investigado la relación entre la “nostalgia grupal” asociada al relato de la pérdida de una supuesta “era dorada”, y la fortaleza de un sentimiento nacional excluyente. La conclusión a la que llegan no es sorprendente pero sí clarificadora: “La nostalgia grupal se puede relacionar con una orientación positiva hacia el propio grupo y negativa hacia fuera del grupo, promueve un sentido de la identidad nacional esencialista y asociado a la exclusión que está basado en los ancestros y la descendencia común”14. Fred Davis ilustra cómo la nostalgia es una respuesta frecuente entre grupos que sienten amenazada su identidad, y que se produce especialmente en momentos de tensión económica y cambio social entre personas y grupos que sienten que su entorno pierde estabilidad. En esas situaciones, buscan refugio en la idealización de un pasado perdido que, se corresponda o no con la realidad, perciben como mejor15.
Recurriendo al llamado “sesgo de retrospección rosa”16, los líderes nacional-populistas inciden en un esquema fácilmente asimilable: (1) hubo días gloriosos en nuestro pasado, cuando todos vivíamos en comunidades en las que nos reconocíamos. (2) Entonces llegaron los cambios –la globalización económica, el multiculturalismo– favorecidos por una elite traidora al pueblo y echaron a perder todo. (3) Si me votas, volveremos a ese glorioso pasado y entregaré el país a su pueblo original y depositario17.
Si ese discurso es eficaz es porque cae en terreno fértil. Preguntados en una serie de encuestas realizadas entre 2013 y 2016 sobre su percepción del país, un 49% de los estadounidenses considera que su nación está en declive, el mismo porcentaje considera que los mejores años han quedado atrás y un 60% entiende que el país va en mala dirección18. Y EEUU no es una excepción, un reciente estudio de Ipsos-Mori sobre 25 países19 pone de manifiesto que una mayoría de la población occidental considera que su propio país va mal. De los países europeos incluidos en el estudio, el menos pesimista es Reino Unido, donde “solo” un 60% de los ciudadanos considera que el país va mal, un porcentaje que en Francia alcanza el 89% de la población.
No se trata de algo coyuntural que responda a un momento político concreto. En las series temporales de Gallup se puede comprobar que, pese a los cambios de gobierno y a la posición de EEUU como potencia hegemónica, no ha dejado de aumentar el porcentaje de población que tiene un diagnóstico sombrío: la satisfacción con la situación del país era un 70% en el año 2000, 36% en 2005, 34% en 2010 y 30% en 2015, alcanzando mínimos históricos con la mitad de optimistas que al inicio de siglo20.
El desasosiego, la frustración, parecen haberse apropiado así de la fibra sensible de una parte de la ciudadanía de las democracias occidentales. Y tiene consecuencias: así, por ejemplo, en el referéndum sobre el brexit, aquellos que pensaban que Reino Unido está mejor que en 1973 votaron por la permanencia en un 73%, quienes consideraban que está peor votaron por el brexit en casi un 60%21. En una pauta recurrente y bien documentada, los pesimistas sobre la situación de su país, quienes sienten nostalgia por un pasado idealizado, tienden a votar al nacional-populismo en un porcentaje mayor que quienes son optimistas o no se dejan arrastrar por la nostalgia22.