Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano - Rafael de Lorenzo García - Страница 51
1. Servicio público y activismo social
ОглавлениеConocí a Isabel Martínez Lozano en 2010, durante mi último año en el Ministerio de Sanidad. Acababa de tomar posesión del cargo de Subsecretaria y tuve que negociar con ella mi traslado a la Escuela Nacional de Sanidad, donde quería concluir mi vida administrativa. Tenía algunas referencias de su trabajo en el gabinete de la Vicepresidencia del gobierno. Me impresionaron su eficacia, su cercanía y su sensibilidad. Tuve la impresión de estar ante una servidora pública capaz, dedicada y honesta. Desde entonces hemos mantenido una relación cada vez más frecuente y en 2018 Isabel me propuso incorporarme al patronato de HelpAge-España, la sección española de una ONG internacional dedicada a la promoción de los derechos de las personas mayores, que ella misma preside. Durante estos cuatro años he sido testigo de su enorme capacidad de trabajo y de su indeclinable compromiso social. Pero si hay un rasgo de la personalidad de Isabel que me llama poderosamente la atención es su extraordinaria capacidad para relacionar unos asuntos con otros. O mejor sería decir, unos elementos de la realidad con otros.
Pienso que España necesita muchas servidoras públicas y también muchas activistas sociales como ella. Mujeres de una generación que es la mejor formada de nuestra historia. Mujeres que han incorporado la lucha por la igualdad y contra las discriminaciones, y el respeto por las diferencias, a su forma de ser y a sus prácticas cotidianas. Mujeres inteligentes, sensibles, trabajadoras. Mujeres que proponen, sueñan, impulsan, se frustran, lloran, ríen, se fatigan –cómo no–, pero no se rinden. Que saben que no basta con predicar, que también hay que promover y gestionar los cambios. Ellas llevan varias décadas impulsando una revolución profunda de alcance planetario. Y no solo en los usos y las costumbres sino también en las agendas políticas y en los modos de organizar las sociedades. Y, lo que me parece aún más importante, en los valores y las prioridades.
A estas alturas del siglo XXI empieza a estar claro que la supervivencia de nuestra especie depende de que seamos capaces de cambiar el modelo productivo para frenar el cambio climático. Y que ello no podrá lograrse sin una modificación radical en el reparto del tiempo y de las responsabilidades entre hombres y mujeres. Desde el ámbito privado a las instituciones políticas nacionales e internacionales. Acabar con las enormes inequidades que asolan al mundo contemporáneo y amenazan nuestra existencia implica acabar con la hegemonía del especulador financiero que suele ser un hombre (mayoritariamente blanco) que concibe a la naturaleza, a las mujeres y al resto de hombres como objetos y no como sujetos, para poner en su lugar otras cosas: tecnología al servicio de las necesidades humanas; economía verde y preeminencia de los cuidados; relaciones más horizontales y colaborativas; mayor reparto de la propiedad y el poder en las empresas; más federalismo fiscal y político; un ejercicio del poder más participativo, más plural, más mestizo. En suma, una nueva concepción de la ciudadanía nacional y global. Thomas Picketty acaba de publicar una interesante colección de artículos sobre esto1.
En esta lucha, que ni fue ni será fácil, las mujeres tienen un papel primordial. Ellas han venido representando el principio de vida (Eros) frente al principio de muerte (Tanatos), la creación y las decisiones deliberativas frente a la destrucción, la violencia, y el engaño. Cada vez más, se niegan a estar sometidas o subordinadas a sus compañeros varones. De un modo u otro, casi todas las sociedades conocidas han sido sociedades patriarcales. Y casi nadie suele ceder sus privilegios de buen grado. Por eso, una parte de los hombres reaccionan contra ellas, las agreden, las matan. Por eso, las mujeres suelen estar a la cabeza de muchos movimientos sociales, y no solo de los movimientos feministas. Con formas de movilización y protesta más originales y mucho menos violentas que las de los hombres, pero de mayor calado, por cierto.
Por supuesto, no todos los hombres son iguales. Afortunadamente, muchos no se(nos) identifican (mos) ya con esas masculinidades tóxicas y liberticidas y se(nos) suman a su causa. Lo llamativo es que sea en las sociedades occidentales, cuna de los derechos humanos y de los movimientos feministas, donde desde un tiempo a esta parte hayan aparecido movimientos sociales y partidos políticos que enarbolan la bandera del antifeminismo. No los infravaloremos. No son casuales. En un mundo azotado por varias crisis simultáneas, y con tanta gente desorientada y situación precaria, siempre habrá quien trate de señalar chivos expiatorios y sacar ventaja de ello.