Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano - Rafael de Lorenzo García - Страница 47
6. Nostalgia de la comunidad cultural perdida
ОглавлениеPese a lo señalado en el epígrafe anterior, y tal y como señalan Ronald Inglehart y Pippa Norris, “deberíamos ser cuidadosos al atribuir el populismo exclusivamente a la mala situación económica. Los votantes polacos eligieron un gobierno populista con una de las tasas de crecimiento más altas de Europa, mientras que Canadá parece haber sido inmune a la corriente antistablishment que ha atravesado su país vecino”46. Apuntan así a algo evidente: el nacional-populismo de derecha es fuerte en países que tienen un buen rendimiento económico (EEUU, Países Bajos, Austria, Países Escandinavos) pero débil en algunos de los países que –como Portugal o España– más han padecido los efectos de la crisis económica.
El segundo de los componentes que configuran la tormenta perfecta para el nacional-populismo es la revuelta contra la otra globalización: la de las “elites cosmopolitas” y la inmigración. La nostalgia de la comunidad perdida.
En el caso del primero –la respuesta ante las “elites cosmopolitas”– el discurso compartido es igualmente claro: si el país tiene problemas, es porque las elites han robado el poder al pueblo y han traicionado a la nación. Unos y otros, Farage, Le Pen, Wilders, Orban, Trump, repetirán el mismo mensaje: “Hillary Clinton –dirá Trump durante la campaña– se reúne en secreto con los bancos internacionales y conspiran para destruir la soberanía de Estados Unidos y hacer más ricos a sus amigos, los poderes financieros globales”47.
Romper con la comunidad internacional, las organizaciones supranacionales o la Unión Europea, se convierte así en una cruzada por la libertad, por la recuperación de la soberanía, por recuperar el control de nuestro país y de nuestras propias vidas dentro de las fronteras de la comunidad nacional. “Take back control”, es el eslogan que eligió la campaña del Brexit. “Gran Bretaña, por fin sois un pueblo libre”, dirá Donald Trump el mismo día en que el Brexit gana el referéndum. “Hungría no será una colonia y no vivirá atendiendo a las órdenes de poderes extranjeros” concluye Orban48, un líder que, siendo candidato anunciaba que “[si no ganamos las elecciones] los extranjeros se van a llevar todo de este país”49 y después advertía exultante “ahora nosotros somos los más fuertes, la era de la colonización ha terminado”50, mientras Le Pen insiste en todos sus discursos en una división entre “globalistas” y “patriotas” que deja entrever que los demás partidos son en realidad anti-franceses a sueldo de poderes internacionales51.
Y si los demás políticos son agentes al servicio de los poderes internacionales, la libertad solo podrá venir de la mano de quienes sean completamente libres de servidumbres ante lobbies y grupos de presión, ante el poder cosmopolita y el capital internacional. De ahí la insistencia en aclarar “yo sí soy libre del dinero del petróleo que compra a todo el mundo –dice Le Pen– libre ante los bancos y las multinacionales, libre ante la Unión Europa y ante Alemania que la domina”52. “Tengo todo el dinero que necesito y mucho más, a mí no me van a poder comprar –repite Trump– los donantes, los grupos de interés, los lobbies tienen mucho poder sobre los demás. Yo no acepto dinero de nadie. Nadie tiene control sobre mí excepto el pueblo de este país”53.
Respecto al segundo elemento –la reacción contra la inmigración. Lincoln Quillian54, en una investigación sobre 12 países, ha puesto de manifiesto la estrecha relación que existe entre los períodos de dificultad económica y el aumento del prejuicio racial hacia las minorías foráneas. La clave que explica esa reacción –señala Quillian– es una vez más la percepción de una amenaza a su posición económica o social y la idealización de un tiempo pasado. Como indicábamos al comienzo, la tesis del populismo como resultado de la ansiedad económica no es incompatible con la tesis de la ansiedad cultural, al contrario, los inmigrantes pueden ser vistos como la encarnación de la globalización. Del temor a perder recursos sociales y económicos escasos, es fácil pasar al rechazo al inmigrante como un depredador social. Del temor a la competencia global, es fácil pasar el rechazo de quienes proceden de aquellos países capaces de producir más barato. Del temor al desempleo y no tener un salario digno, es fácil dar el paso de culpabilizar a quienes “vienen de fuera y trabajan por menos dinero”. Como señala Todorov, paradójicamente, “los países occidentales temen ser dominados económicamente […] nadie está completamente satisfecho con las condiciones en las que vive: a menudo tenemos la impresión de que esas condiciones están empeorando. ¿De quién es la culpa? Es tentador buscar una respuesta simple en una persona o grupo fácilmente identificable y es esa tentación lo que alimenta a los movimientos y partidos populistas. […] todo es culpa de los extranjeros”55.
“Quiero que me devuelvan mi país” se ha convertido así en una especie de mantra que repiten desde los supremacistas blancos a los nostálgicos de un tiempo en el que su posición o su hegemonía cultural y económica estaban claras. El debilitamiento de la seguridad económica y vital, que hemos visto en apartados anteriores, asociada por una parte de la población a la llegada de inmigrantes y a la realidad de sociedades multiculturales, se traduce, según esta teoría, en el aumento de posiciones excluyentes.