Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano - Rafael de Lorenzo García - Страница 53
3. La pandemia y las personas mayores
ОглавлениеEn HelpAge-España, estamos empeñados en combatir el edadismo e impulsar una Convención Internacional de Derechos de las Personas Mayores, una iniciativa que lleva varios años discutiéndose en el seno de Naciones Unidas. Se trata de un proyecto internacional de largo alcance y no poca complejidad donde se entremezclan la política internacional, los derechos sociales y las condiciones de vida de las personas mayores en contextos culturales, sociales y políticos muy diferentes. Hay que elaborar documentos, preparar materiales de formación, diseñar y difundir mensajes, negociar con administraciones y fundaciones, preparar presupuestos, concursar para obtener ayudas, coordinar una mesa estatal de ONGs, comparecer en el Senado… y muchas cosas más. Pues bien, Isabel es capaz de estar presente y retener todos los detalles de cada una de esas actividades y de relacionarlos entre sí con rapidez y acierto. Lo que es aún más notable si tenemos en cuenta que presidir HelpAge-España no es su actividad principal sino una tarea autoimpuesta –una más–, como expresión de su marcado compromiso, casi podríamos decir de su militancia social. Porque si algo me ha quedado claro en este tiempo, es que a Isabel le importa la gente. Y no la gente en abstracto sino todos y cada uno de los seres humanos, con sus particularidades y sus comunalidades, sus capacidades y sus limitaciones, sus miserias y sus grandezas.
En HelpAge-España hemos compartido las angustias de la pandemia, sobre todo las de la primera ola cuando las personas mayores, así como quienes les cuidaban, enfermaban y morían de forma masiva, con frecuencia en soledad, a veces desatendidas. Como mucha otra gente, publicamos manifiestos, intentamos alertar a los poderes públicos, criticamos situaciones en nuestra opinión inaceptables, convocamos reuniones y mesas redondas3. Durante ese amargo periodo, y también después –prácticamente hasta hoy mismo– fuimos testigos de lo mejor y de lo peor, de actuaciones responsables e irresponsables, eficaces e ineficaces, solidarias e insolidarias. Muchos de estos casos –y no solo en España– están judicializados y se tardará en establecer las correspondientes responsabilidades legales. Ya se sabe que entre nosotros la justicia no suele ser demasiado diligente con los delitos de los ricos y con las tragedias de los pobres. Sin embargo, nuestro fracaso como sociedad ha sido manifiesto4. Discriminamos, segregamos y con frecuencia aislamos a las personas mayores. Nuestro modelo residencial se ha mostrado precario y vulnerable. Y la disposición de los poderes públicos para regularlo y supervisarlo ha sido manifiestamente insuficiente, por decirlo con suavidad.
La pandemia ha cuestionado el modo en que las sociedades occidentales abordan el cuidado de sus mayores. Ha puesto de manifiesto no solo la crueldad con que se les ha atendido en las primeras y explosivas fases de la enfermedad sino el inaceptable edadismo, manifiesto o subyacente, que impera en ellas. Se imponen modificaciones culturales para acabar con los estereotipos que les penalizan, cambios legales para terminar con las discriminaciones que aún existen contra ellas y ellos, y modificaciones sustanciales en las políticas públicas que les afectan. Las personas mayores son muchas, son cada vez más y son muy diversas. Dentro de diez años llegarán (llegaremos espero) al 30% de la población. La sociedad debería replantearse el modo en el que las personas mayores se desenvuelven en su seno y contribuyen a su desarrollo. Estas personas deberían (deberíamos) participar activamente en ese replanteamiento. En particular habría que fomentar la autonomía y cambiar el modelo de atención dominante a las personas mayores que la necesitan y a sus familias. Esta atención no puede seguir basada, como hasta ahora, en el trabajo invisible de las mujeres, esposas, hijas y cuidadoras informales –muchas de ellas inmigrantes irregulares–. Hay que fortalecer una atención comunitaria integral, organizada de una forma lo más integrada posible, prestada mayoritariamente en el lugar de vivienda habitual y, solo por propia elección o cuando sea indispensable, en residencias económicamente accesibles, probablemente más pequeñas, mejor equipadas, con personal más profesionalizado y con capacidad de acceso a una atención sanitaria de calidad como la de cualquier otro ciudadano. El paternalismo, la dispersión, la descoordinación y la segmentación de las políticas públicas dirigidas a las personas mayores deberían ser revertidas cuanto antes. Así como el afán de lucro y la creciente influencia de los grandes grupos empresariales en el mundo de las residencias sociales. De ese modo, los recursos disponibles podrán aplicarse con más sentido humano, con mayor efectividad y eficiencia.
Al marginar a las y los mayores nos privamos de su (nuestra) capacidad para seguir creando riqueza y contribuir a la cohesión social. Con una proporción creciente de mayores cada vez más activos es un despilfarro que no nos podemos permitir. Además, por si fuera poco, cuando vienen mal dadas les impulsamos a seguir apoyando, con su tiempo y sus pensiones, a sus hijos e hijas condenados al precariado. Y a los más pobres de ellos, pura y simplemente les decimos que se busquen (lo que les queda de) la vida y engrosen las colas del hambre.
Mientras nuestra presión fiscal media sigue muy por debajo de la media y nuestro gasto público social está a la cola de la Unión Europea, algunos se empeñan en seguir privatizando servicios públicos y bajando los impuestos. Los mismos, por cierto, que anuncian despidos masivos mientras se suben, una vez más, obscenamente, unas retribuciones ya de por sí escandalosamente altas. O apalancándose con las grandes compañías eléctricas que, abusando de su posición de privilegio y de unas reglas tarifarias establecidas por ellas mismos, elevan sistemáticamente el precio de la luz y condenan a mucha gente, incluidas muchas personas mayores, a la pobreza energética. Pido perdón por el tono de alegato del párrafo anterior, pero al final los mismos que se llenan la boca con la libertad de mercado acaban formando parte de un régimen oligopólico empeñado en depredar a los seres humanos y al planeta.