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La homosexualidad como una forma de defensa

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David, 27 años, tres años mayor que su única hermana, consultó debido a ansiedad crónica, depresión, insatisfacción con su trabajo y sentimientos ambivalentes hacia su homosexualidad. Decía haber estudiado Ingeniería para satisfacer a su padre, quien era ingeniero, pero ahora no le gustaba. Describía una infancia un tanto difícil a causa de un padre muy agresivo y una madre pasiva. Afirmaba que su padre exigía de él, desde que era muy pequeño, que “actuara como un hombre”, lo golpeaba a menudo y continuamente lo acusaba de afeminado, de “blando”, por lo cual le forzaba a tomar clases de judo, para “fortalecer el carácter”. En un determinado momento, expresó sus sospechas acerca de mis deseos de cambiarlo a heterosexual. Le dije que parecía que había en él una necesidad poderosa de “crear” personas, que actuasen “como lo hizo su padre”, como si él sólo pudiese existir en relación a los otros, olvidándose de sí mismo8. Añadí que no estaba interesado en su sexualidad, pero que en realidad parecía no darse cuenta de que era un hombre, que existía por sí mismo, que ya no era un “niño pequeño” dependiente de los demás. Continuó quejándose de que yo quería cambiar su sexualidad, pensé que insistía porque una parte de él necesitaba, a más no poder, la transferencia de hacerme a mí “su padre acusador”. Comencé a cavilar acerca de cuál sería el verdadero significado detrás de tan poderosa “necesidad”; consideré varias posibilidades: i) el paciente experimentaba una gran ambivalencia dialéctica entre matar a su padre, ignorándolo y al mismo tiempo lo revivía complaciéndole, como hacerse ingeniero al igual que él; ii) cuando era niño sabía que su padre era intensamente homofóbico, por tanto, a modo de venganza y como forma de controlarle se había hecho homosexual; aunque ahora, de adulto, no estaba muy seguro de querer serlo, pero como esto era su mejor “arma” para atacar y controlar a su padre, tenía miedo de renunciar a ello, por cuanto entonces estaría completamente indefenso y vulnerable. iii) su mente estaría controlada por el niño en él, quien se sentía perdido, sólo y necesitado de un “padre” que le rescatase, aun cuando esto también le atemorizaba; sin embargo, con los años se había ido acostumbrado mucho a esta condición que, aunque se sentía amenazado por la furia de su padre, prefería esto para no sentirse solo. Al final, le digo que todo depende de cuál parte controla su mente: el niño indefenso que una vez fue, o el adulto poderoso que es en la actualidad y quien razona con lógica (función alfa); iv) la mayor diferencia entre la parte traumatizada y la no-traumatizada estaría dada por la utilización de mecanismos de fragmentación e identificación proyectiva, destinados a librarse de aspectos del yo tales como el “el aparato de percepción del yo” (concientización) y el pensamiento verbal, que han sido fragmentados desde los inicios de la vida del sujeto. Esta división entre ambos aspectos de la personalidad, con el tiempo va incrementándose progresivamente, hasta que cualquier conexión entre la parte infantil o estado traumatizado y la parte adulta o estado no-traumatizado se hace imposible. En la misma forma que el bebé siente haber atacado y destruido sádicamente al pecho, el paciente ataca y mutila sus impresiones sensoriales para luego sentirse prisionero dentro de este estado mental, del cual no cree poder librarse por cuanto la mente le ha quedado empobrecida al carecer de un aparato para concientizar la realidad, la cual representaría el medio y el fin del escape. Existe también una diferencia en el formato de defensa: mientras la personalidad no-traumatizada utiliza mecanismos de represión, la traumatizada usa identificaciones proyectivas, las cuales van generando un mundo de objetos similares al “mobiliario de los sueños”. Los procesos de fragmentación e identificación proyectiva, al prolongarse, van aumentando la brecha entre ambas partes hasta que cualquier intento de unirlas es imposible. (Bion, 1957, pp. 43-63).

Trae un sueño que le despertó en mitad de la noche, el cual hablaba de toda su rabia hacia sus padres, como también su culpa y ambivalencia: “Estaba hablando con mi madre quien había decidido donar sus órganos y supuestamente era yo quien iba a realizar la operación, la cual podría matarla, pero ella estaba lista para morir. La trataba de convencer de muchas maneras, pero ella estaba muy convencida de lo que quería hacer. En otra escena, yo hablaba con mi padre, quien también quería donar sus órganos y morir. Dos hombres extraños entraban en la habitación y comenzaron a pegarme muy violentamente y me mataron, allí desperté”. El sueño mostraba la violencia de su rabia hacia sus padres, y la culpa que intentaba reprimir, mediante la aceptación de ellos, por su muerte.

La traumática desolación de los niños

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